Ustedes perdonen este guarismo, que
convierte el titular en un jeroglífico, pero es que he perdido el libro de
estilo (entre otras cosas).
Tiene su explicación. Los viejunos del
lugar recordarán que allá por el año 1964 (no digo del siglo pasado; me molesta
cambiar de siglo), Bob Dylan lanzó aquella balada que se llamaba Los tiempos están cambiado, porque los
tiempos estaban cambiando a mejor.
Ahora sucede lo contrario: los tiempos
están cambiando pero a peor. En 1964 se estaba incubando el 68; hoy, cuando
recordamos (y damos la paliza a nuestros hijos) aquel año, debemos advertir que
los tiempos están cambiando pero a peor. El viento del Este sopla gélido para
los trabajadores con la propuesta del Gobierno de Eslovenia de implantar en la
UE una jornada laboral de entre 60 y 65 horas semanales, que se suma a la directiva Bolkenstein
y a otras de parecido jaez: el Tribunal Europeo de Justicia ha sentenciado que
los polacos cobren en Alemania menos que los alemanes, el gobierno italiano
quiere expulsar a miles de trabajadores extranjeros sin papeles (hay que
llamarlos así, pues no son turistas ni delincuentes), mientras que se amplían,
también en España, los períodos de la “retención” gubernativa previa a la
expulsión de inmigrantes.
La propuesta eslovena supone implantar
una jornada laboral de 10 horas diarias, de lunes a sábado, y de cinco horas
los domingos, supongo que para poder ir a misa, siguiendo los aires que soplan
desde Polonia y el Vaticano.
Aceptar tal estado de cosas por parte
de la izquierda y los sindicatos sería un retroceso social difícil de recuperar
en años y un clarísimo error político, pues nos acercaríamos a las condiciones
laborales del tercer mundo, o usando un ejemplo más próximo, al capitalismo
salvaje de la primera revolución industrial, y se tirarían por la borda
conquistas sociales acometidas hace más de un siglo.
Me siento como el abuelo Cebolleta al
tener que recordar que la reclamación de la jornada laboral de 8 horas fue el
motivo de la huelga general de Chicago, en 1886, que acabó en un tumulto poco
claro, por el cual fueron juzgados sin garantías 8 trabajadores: 3 fueron
condenados a penas de cárcel, otro se suicidó y cuatro fueron ejecutados, pero
esa no fue la única sangre obrera derramada en las luchas por reducir la
jornada laboral a proporciones más humanas.
Me imagino que los trabajadores
eslovenos conocen los hechos y que esa medida proviene de una patronal
convertida en pocos años al ultraliberalismo económico y al atlantismo
político, pero lo que llega es la propuesta de volver a Manchester, a la
Inglaterra descrita en los textos de Marx y Engels y en las novelas de Carlos
Dickens. No lo podemos consentir.
Nueva Tribuna, 15-6-2008
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