En estos días de canícula africana, los veteranos
echamos de menos los estíos de antaño, cuando se podía combatir el calor de la
hora de la siesta con el agua fresca de un botijo, el abanico de la abuela y la
sombra de una parra. Y, si había suerte, pasando la tarde en un cine
refrigerado, para “ver” el calor en las películas, pero disfrutando del chorro,
a veces glacial, del aire acondicionado. Ahí van unos cuantos ejemplos de calores
de celuloide, que llevan camino de ser historia ante lo que nos espera.
Hablando de aire acondicionado, todo el
mundo sabe que es un bien codiciado cuando hace calor. Y todo el mundo sabe que,
en Nueva York, aprieta, y que quienes pueden huyen hacia lugares más frescos. Y
como uno más, Richard Sherman (Tom Ewell), ejecutivo de una editorial, envía a su
familia de veraneo y él se queda solo en la ciudad. Solo con la crisis de los
cuarenta y solo ante el peligro que representa una nueva y despampanante vecina
(Marilyn Monroe), que se ha mudado al piso de arriba, a la que intenta torpemente
seducir ofreciéndole su casa para que disfrute del aire acondicionado. Inocentemente,
la chica ha trastornado al editor, relatándole algunas peripecias de su propia
vida, como hallarse en la bañera desnuda, con las uñas de los pies sin pintar,
ante un fontanero desconocido, y visualmente, ofreciéndole una fugaz ración de
piernas, al situarse sobre la rejilla de ventilación del <metro> neoyorquino.
Mentalmente, el atribulado y contradictorio Sherman, que se siente culpable de un
adulterio que desea, se construye la novelesca personalidad de un conquistador
irresistible. La tentación vive arriba (The Seven Year Itch)
(Billy Wilder, 1955)
Sentado en una silla de ruedas y con una
pierna escayolada, el fotógrafo Jeff Jeffries (James Stewart) ocupa el tiempo mirando
por la ventana trasera de su apartamento, que da a un patio interior en el Greenvich
Village. Las ventanas abiertas por el calor le permiten observar lo que ocurre
en casa de sus vecinos: la chica que
baila en el ático y tiene muchos pretendientes; la vecina de la planta baja que
no tiene ninguno, pues cada día prepara la cena para alguien que nunca llega;
la vecina que saca puntualmente el perro a pasear; el viajante de comercio que
discute con su mujer, que está impedida en la cama; los vecinos que duermen en
el balcón por el calor; el compositor, que toca el piano buscando inspiración y
la pareja de recién casados que no sale de casa. Pero una noche, Jeff oye un
grito femenino y percibe extraños movimientos en casa del viajante, que le hacen
sospechar que algo grave ha sucedido. Al día siguiente confía lo ocurrido a su
novia (Grace Kelly), que, imprudente, decide investigar. La ventana
indiscreta (Rear Window) (Alfred Hitchcock, 1954).
Hace calor en Phoenix. En un furtivo encuentro
en un hotel, lo acusan dos amantes, Sam Loomis (John Gavin) y Marion Crane
(Janet Leigh), que no ven fácil salida a su relación. Marion trabaja en la calurosa
oficina de una empresa, de la que huye con un dinero que no es suyo, pensando
que les puede ayudar. En su fuga en coche, llega, ya de noche y cansada, a un hotel
de carretera regentado por el atento Norman Bates (Anthony Perkins), con la
intención de darse una ducha antes de dormir. Psicosis (Psycho)
(Alfred Hitchcock, 1960).
También es de noche, tórrida noche de
pasiones, en Picnic (Joshua Logan, 1955), cuando un extraño guaperas sin
oficio, recién llegado a un pueblo de Kansas, es invitado por un amigo ricachón
a una fiesta veraniega. Allí, en una noche calurosa, William Holden se encuentra
con Kim Novak en uno de sus mejores momentos. Imaginen.
Hace calor en Esparta, una localidad
algodonera de Misisipi, la noche en que aparece asesinado un empresario. Como
primera medida, el racista y poco imaginativo sheriff Gillespie (Rod Steiger)
detiene a un forastero negro, que espera en la estación la llegada del tren. Tratado
con poco miramiento, es interrogado en la oficina del sheriff, pero resulta ser
el inspector Tibbs (Sidney Poitier), de la policía de Filadelfia, cuya ayuda será
necesaria para esclarecer el caso. En el calor de la noche (In
the Heat of the Night) (Norman Jewison, 1967).
One,
two, three, o’clock, four o’clock rock. Una
noche de sábado, la última del verano del 62, cinco amigos se divierten, o lo
intentan, ligan, beben, bailan, hablan, compiten con los coches y asumen que concluye
una etapa y deben separarse para empezar, cada uno por su lado, otra vida, en
la universidad o donde sea. Esa noche se acaba la juventud en pandilla en el conocido
territorio del pueblo y empieza la incierta vida adulta. La banda sonora de la
película está formada por un excelente catálogo de canciones de los años sesenta.
American graffiti (George Lukas, 1973).
Una calurosa noche, Blanche Dubois
(Vivien Leigh) llega arruinada al barrio francés de Nueva Orleans, donde su
hermana Stella (Kim Hunter) y su marido Stanley (Marlon Brando) viven en un
tabuco miserable. Su cuñado, amigo del juego, es “un tipo poco finolis”, según afirma
él mismo, que lleva la camiseta sudada como evidencia y bebe whisky para
aliviar el calor. La contradictoria Blanche también lo bebe por la misma razón
y porque se encuentra sucia y cansada. Con una herencia en apariencia dilapidada,
la convivencia con la pareja no será fácil en el cuchitril, donde, además, Stanley
monta timbas con sus amigos. Un tranvía llamado Deseo (A Streetcar
named Desire) (Elia Kazan, 1951).
De día, un pillo aprovecha el calor para
vender un helado a un incauto con un puro y un gran bigote negro -¡Al rico
helado de tutti frutti!, vocea- y de paso le “coloca” la guía de criadores
de caballos, que no le hace ninguna falta. El comprador es el doctor Hackenbush,
un veterinario que dirige un hospital en peligro de ser cerrado por la ambición
de un especulador. La salvación está en el voluntarioso objetivo de conseguir
el dinero necesario ganando una carrera, que es obstaculizado por los manejos
del especulador. Finalmente, un jinete mudo alcanza la victoria, pero montando el
caballo equivocado. La película es Un día en las carreras (A Day at
the Races), dirigida por Sam Wood, en 1937. Con los hermanos Marx en acción,
está asegurado el lío en la jornada hípica.
Con el esquema de un western, un extraño
llega a un pueblo de Arizona recién acabada la guerra, pero no se apea de una
diligencia, sino de un moderno tren, que, por primera vez en cuatro años, se
detiene en el soleado villorrio para que baje un viajero vestido de negro: John
McCreedy (Spencer Tracy). Black Rock es un caluroso poblacho perdido
en el desierto, donde sus escasos y sudorosos vecinos, amedrentados por el
cacique Reno Smith (Robert Ryan) y sus matones (Lee Marvin y Ernest Borgnine), reciben
mal al forastero por las preguntas que hace y por las respuestas que da sobre
su breve visita. Ante una hostilidad creciente y bajo un sol abrasador, el paciente
y lacónico forastero intenta aclarar el misterio que le impide cumplir el
cometido que le ha llevado hasta allí. Conspiración de
silencio (Bad Day at Black Rock) (John Sturges, 1955).
La princesa Ana (Audrey Hepburn), cansada
del apretado programa de actos protocolarios en su visita oficial a Roma, huye
de su lujosa residencia y, tras deambular por la ciudad, se queda dormida en un
banco. Allí la encuentra el periodista Joe Bradley (Gregory Peck), que la lleva
a su casa en vía Margutta 51 y, descubierta la identidad de la durmiente, se
propone hacer secretamente una crónica exclusiva de su escapada. Con ella, y
con su amigo Irving (Eddie Albert), que hará con disimulo las fotografías que
ilustren el artículo, recorre los lugares más conocidos de la Ciudad Eterna. La
princesa se corta la melena en una peluquería de la plaza Trevi, ante la famosa
Fontana, degusta un helado en la escalinata de Trinitá dei Monti, se sienta en
un café en Piazza Rotonda, visita la Boca de la Verdad, “conduce” una Vespa y
acaba la jornada en una verbena popular, sobre un merendero en la ribera del Tíber,
delante del Castel Sant’Angelo. Después de esa noche, Joe no publicará la
crónica que iba a mejorar sus finanzas y Ana no olvidará esa breve, pero intensa,
estancia en Roma. Vacaciones en Roma (Roman Holiday) (William
Wyler, 1953).
En la Roma abrasada por el sol del mes de
agosto (el ferragosto), el maduro y fanfarrón Bruno Cortona (Vittorio Gassman),
buscando un lugar donde comprar cigarrillos, se topa en la calle con el joven y
prudente Roberto Mariani (Jean Louis Trintignant), al que convence para
abandonar la calurosa, vacía y aburrida ciudad y emprender juntos, en su coche
deportivo descapotable, una alegre escapada hacia la playa, en cuyo trayecto Cortona
mostrará sus habilidades sociales y su destreza al volante. La escapada (Il sorpasso) (Dino Rissi, 1962),
cuyo título se puede interpretar también como adelantamiento, es una película
de carretera, en la que el viaje va hilvanando una serie de anécdotas que
sirven para mostrar las diferencias de carácter y visión de la vida de los dos circunstanciales
viajeros.
El radiante sol de Roma, del mar y de la
costa de Ischia preside el escenario de las andanzas de Tom Ripley (Alain Delon),
un personaje de Patricia Highsmith. Ripley es un tipo calculador y frío, un buscavidas
contratado por Greenleaf, un millonario norteamericano, para que viaje a Europa
y haga volver a su hijo Philippe (Maurice Ronet) a Estados Unidos. Animado por
ese propósito, que le va a reportar 5.000 dólares, Tom localiza a Philippe y a
su novia Marge Duval (Marie Lafôret) y los acompaña en un recorrido por Italia,
durante el cual cambia de parecer y decide estudiar a Philippe para suplantarle
y quedarse con su dinero. Para no dejar ningún cabo suelto y justificar la
desaparición del amigo, Tom anuncia la intención de Philippe de suicidarse en
una carta enviada a Marge con la firma falsificada del difunto. A pleno sol
(Plein soleil) (René Clement, 1960).
Que las disfruten.