lunes, 31 de diciembre de 2018

El sermón del President


Guiado simplemente por la buena intención y sin haber realizado un balance ni crítico ni laudatorio de lo que ha supuesto, en general, el año que hoy concluye, me proponía desear a mis colegas y “colegos” de FB una esperanzada y a ser posible jubilosa entrada en el año 2019, cuando, hete aquí, me he topado con el discurso de fin de año del President de la Generalitat. Leer la arenga, pues eso ha sido, y subirme la tensión ha sido todo uno, pues insiste en atizar el encono para mantener abierto y lejos de resolver el problema político más importante del país.
Torra es uno de los lamentables subproductos provincianos que el “procés” ha llevado a la primera fila de la política nacional e incluso internacional. Nada raro, en estos tiempos extraños, en los que las circunstancias y los votos de la población aborregada han catapultado al gobierno de países importantes a personajes atrabiliarios y, por tanto, dignos de la compañía del supremacista gerundense.  
De cara a 2019, Torra anima a los suyos a cerrar filas para aumentar la presión, a rebelarse ante la injusticia y hacer caer los muros de la opresión. Muy lírico el discursito ante la división de los “indepes”, que volverán a comulgar, pues son gente creyente de siglos, con las ruedas de molino de quien les habla de injusticia, cuando quiere decir aumentar los privilegios de una clase social que ha sido mimada por el poder central desde hace más de un siglo -¿o es que creen que el desarrollo de Cataluña se debe sólo al saber y al seny de los catalanes, como raza superior al resto de españoles?- y lograr la impunidad no sólo para los políticos encausados por su posición dirigente en el “procés”, sino para los procesados por recibir sobornos, prevaricar y malversar fondos públicos (el 3%, etc, etc,), y de quien les induce a derribar metafóricos muros, pero pretende levantar fronteras reales para separar Cataluña del resto de España y completar las interiores fronteras emocionales, sentimentales, ideológicas, políticas y materiales entre los habitantes de Cataluña, para formar dos comunidades, la de los buenos catalanes, que son los supremacistas, los nacionalistas, los independentistas, los republicanos, y los malos catalanes, que, como rechazan lo anterior, son los fachas, los españolistas, los fascistas, que, en la Cataluña independiente, serán un colectivo sospechoso.
Vaya un pronóstico de quien llama a realizar un mandato democrático de libertad, pero curiosamente emanado de un referéndum ilegal, efectuado sin garantías y no reconocido por nadie, ni dentro ni fuera de España, cuyo resultado, imposible de comprobar, fue un rotundo mentís a lo que se proponía.
        

jueves, 27 de diciembre de 2018

Kwanza

Sobre un post, que es un dislate.

El mensaje tiene su miga. Quien lo emite es una mujer blanca, rubia, y ofrece, con un argumento disparatado -la Navidad es violenta y santa Claus es un violador-, una fiesta alternativa a la Navidad: la kwanza. 
La kwanza, o cosecha, en suajili, de la primera fruta "matunda ya kwanza". Es una fiesta establecida en los años sesenta, en EE.UU., en los años de la reclamación de los derechos civiles y afirmación de la cultura negra (black is beautiful). Se celebra después de Navidad, y dura cinco o seis días, en los cuales, los afroestadodunidenses (y también blancos, por lo que se ve), recuerdan señas de identidad, ciertas o presuntas, de sus antepasados, que, en su mayoría procedían de África occidental, zona francófona, por lo cual desconocían el suajili, que es una lengua híbrida del África oriental, mezcla de bantú, árabe con influencia del inglés. 
Se celebró por primera vez el 26 de diciembre de 1966 y duró una semana.

sábado, 15 de diciembre de 2018

Cosas de Españistán


Como procuro ser buen ciudadano, acudí el otro día a buscar la famosa pegatina sobre la combustión del coche, que es necesaria desde la puesta en marcha del plan contra la contaminación atmosférica del ayuntamiento de Madrid, que restringe el tráfico de coches en el centro y aún más allá en ciertos días.
Normalmente no utilizo el coche en la ciudad, con la tarjeta de jubilata me basta y sobra para moverme, pero, es mejor tener los papeles arreglados por si acaso, ya que pasado el período de gracia, las advertencias municipales se convertirán en multas.  
Como en algunas cosas soy cartesiano, acudí primero a la Jefatura Provincial de Tráfico creyendo, erróneamente, que allí realizaría el trámite con más diligencia. Tras una breve cola me acerqué al mostrador y pregunté por el tema, pero al momento me arrepentí. La funcionaría me miró como si estuviera viendo a un borracho y temí que me obligara a hacer el test de alcoholemia antes de responderme.
.-“Caballero, en el mes de octubre se dijo que lo expediría Correos”.
No me extrañó, porque también lo podrían hacer los estancos, puesto que venden sellos, o las oficinas municipales. Y aunque soy mal jinete le agradecí lo de caballero, y apunté:…Ah! Que lo envían por correo…
.- “No señor -repuso, ya completamente segura de que hablaba con un beodo-, debe de recogerlo allí, llevando la documentación del vehículo y el DNI”.
Me encaminé a la estafeta más cercana, que estaba a rebosar de buenos ciudadanos animados por el mismo propósito: conseguir la pegatina. Me dirigí a la máquina que expide los vales con el turno, pero no funcionaba; la vez se pedía oralmente como en la carnicería. Tras algunas consultas -¿quién es el último? Yo no; yo, porque me dio la vez un señor que se ha marchado- me coloqué en una cola informal, que avanzaba lentamente hasta que dejó de avanzar: se ha caído la línea. Horror. Mañana baldía. Me marché cavilando en cómo harían estas cosas en Alemania y acordándome de Larra -“Vuelva usted mañana”-, pero eso ocurría a mediados del siglo XIX.
Ayer volví dispuesto a no regresar sin la pegatina. La máquina de los turnos funcionaba pero en el menú no figuraba la opción de solicitar la dichosa pegatina. Mi mente cartesiana me sacó de la duda interpretando al pie de la letra las instrucciones de la funcionaria de Tráfico: como se trataba de recoger una pegatina, cogí el boleto correspondiente a “recoger” y me puse en la cola.
Cuando me llegó el turno el empleado me pidió el aviso de la recogida: le entregué el boleto y le dije que solicitaba la pegatina y que traía la documentación del coch… No me dejó terminar: “Aquí se recogen los paquetes, para la pegatina es en otro mostrador, coja en la máquina el boleto de “enviar” y espere su turno”. ¡Enviar! ¿Dónde quedaba la lógica formal? ¿Dónde fueron a perderse los silogismos? Kant y Aristóteles sacados de la historia un jueves por la mañana.  En ese instante se hizo la luz en mi cerebro y supe por qué Larra se pegó un tiro con un pistolón de chispa: seguramente estaba desesperado en la cola de un organismo oficial.
¿Enviar? ¿Enviar qué y a dónde? Volví a la máquina y como no me fiaba de la información recibida y empezaba a dudar de mi mente -¿sufría un ataque de demencia senil o todo el mundo estaba loco menos yo?- pulsé un botón de cada uno de los botones del menú, me junté con un puñado de boletos de turno, pero al menos uno sería acertado. Y me puse a esperar a que alguno de los números apareciera en la pantalla luminosa del panel de información.
Allí estaba, cuando de repente una chica de las que atendían el mostrador utilizó la tecnología preinformática y se puso a vocear: “los que quieran la pegatina pueden pasar por aquí” y mandó a hacer puñetas los boletos de la maquinita. Reconfiguración general del orden establecido, y allí me puse. Esperé poco, el trámite fue rápido y tras abonar 5 euros conseguí la famosa pegatina. Una operación de tres minutos me había costado, entre viajes y esperas, varias horas, que pagadas a precio de asistenta, que es lo que vale el tiempo de un profesor jubilado, es una pasta gansa y unas preciosas porciones de un tiempo que está tasado. 
Cuando salía, sonó el teléfono móvil. Era un aviso del ayuntamiento, diciendo que el recibo del mes de octubre del polideportivo había sido devuelto sin pagar. Creí que me derrumbaba y maldije a Rodrigo Rato.
Desde hace más de diez años asisto a unas sesiones de gimnasia para vejestorios en el polideportivo municipal y tengo los recibos domiciliados en un banco. Cuando me inscribí lo hice en Caja Madrid y cuando saltó el escándalo de Bankia, como buen ciudadano me di de baja en la entidad y domicilié los recibos en otro banco. Y cada año, cuando renuevo la plaza me preguntan en qué cuenta me cargan los recibos y yo les digo, y les repito, y vuelvo a repetir que quiten de la ficha la cuenta corriente que no funciona, porque produce confusión, y me contestan que “el sistema” no lo permite. Les argumento que, dados los adelantos de la informática, eso no es un problema difícil de resolver, pero debe serlo.
En octubre me avisaron de que el recibo de septiembre había resultado impagado. Lo que tenía que pasar pasó y alguien, a saber quién -¿una becaria, un contratado, un precario, un chapucero?-, se había confundido de cuenta y enviado los recibos a Bankia, que naturalmente los rechazó.
Como el asunto me cabreó bastante, y se notaba, me pidieron disculpas, pero les volví a repetir lo que desde hace años les vengo diciendo, que eliminasen la maldita cuenta y dejasen sólo una, la buena. Me prometieron que lo harían, pero como ya había pasado tiempo y los siguientes recibos estaban cursados, debía pagar los recibos atrasados y el siguiente. Así lo hice y creí que el asunto estaba resuelto, hasta ayer.
Mañana volveré a la oficina del polideportivo, a arreglar el asunto de una maldita vez. No sé si armado de paciencia o de un Colt 45.

domingo, 9 de diciembre de 2018

40º Aniversario. Críticos con la Carta Magna

Contra la función aglutinante y simbólica de la Constitución y las servidumbres que contiene el discurso del consenso -acuerdos, silencios, omisiones, ambigüedades, obscuridades-, se alza el discurso de los partidos de la izquierda radical, los cuales, habiendo apostado por una drástica ruptura, en muchos casos de tipo revolucionario, con el régimen de Franco, se colocan abierta y claramente contra el proyecto de Constitución, porque a sus ojos representa la culminación del proceso de reformar jurídica y políticamente el Estado franquista.
Estas organizaciones, con un lenguaje más claro y más duro que el del consenso, aunque no exento, claro está, de un marcado tinte ideológico, critican la orientación general de la Carta y señalan las contradicciones y limitaciones que contiene. Destacan el conflicto latente, fruto de ambiciones de muy distinto signo y origen, el enfrentamiento social enterrado por la retórica jurídica, el olvido de unos intereses -amplios y populares- en aras de la prevalencia de otros -estrechos y oligárquicos- recogidos en el texto, las renuncias pactadas y las concesiones realizadas por los grandes partidos de la izquierda -el PCE y el PSOE- enmascaradas bajo la forma de acuerdos.
Según sus críticas, la Constitución arrastraba demasiados lastres del pasado, no atendía las demandas de los trabajadores y las clases populares; reconocía el modo de producción capitalista bajo el eufemismo de economía de mercado; limitaba derechos civiles (sindicación, huelga; funcionarios, mujeres, juventud), restauraba la monarquía; mantenía un poder ejecutivo fuerte y un Estado centralista; concedía al ejército la función de garantizar el orden constitucional y la unidad territorial del Estado; consolidaba la influencia de la Iglesia católica y el patriarcalismo; facilitaba la penetración del capital extranjero en la economía nacional y la tutela militar de Estados Unidos sobre España.
La crítica no se realizaba en nombre de los derechos del ciudadano, sino de los derechos de otro sujeto -el proletariado- y, en otros casos, de los derechos de las clases subalternas que formaban el pueblo revolucionario. 
Estas organizaciones juzgaban periclitada la etapa histórica de dominación social de la burguesía y, como sucedía en otras partes del mundo, otra clase social -el proletariado- debía desplazarla y tomar el relevo en la organización y el gobierno de la sociedad. En España el asunto era más grave por la renuncia de la burguesía a ostentar directamente el poder político y haberlo entregado a Franco, quien, con una dictadura militar (o fascista), había realizado satisfactoriamente esa labor. Por lo tanto, estimaban llegado el momento de que el ciudadano burgués, el sujeto individualista sobre el que descansaba una noción de la sociedad en la que todas las personas gozaban de idénticos derechos, pero estaban separadas por abismales diferencias de renta que les impedían ejercerlos en igual medida, debía dejar paso al proletario, el sujeto portador de valores solidarios y colectivos, sobre los que se debía erigir una nueva sociedad que acabase con la explotación económica de unos seres humanos por otros y repartiera equitativamente la riqueza producida. Por tal razón, uno de los adjetivos más frecuentes que estos grupos aplicaban a la Constitución era el de burguesa; es decir, adecuada a los intereses del ciudadano burgués.
A pesar de estas orientaciones generales, la crítica no fue uniforme ni coincidente en la posición ante el referéndum, pues algunos grupos postularon el boicot o la abstención -AC, MC, OIC, OCE-BR, UML, PCT, POUM, UCE-, otros solicitaron el voto negativo -LCR, PCE (m-l)- y unos terceros -ORT, PTE- acabaron apoyando la Carta Magna.
Los resultados del referéndum del 6 de diciembre mostraron el respaldo otorgado a la Constitución y, con ello, la consolidación de la reforma. No obstante, hubo algunos grupos de la izquierda radical (y sobre todo ETA), que no admitieron la   consolidación del régimen parlamentario o negaron incluso la reforma (nada ha cambiado; es un fascismo coronado) y esperaron verla desbordada por nuevas movilizaciones de las masas o por una intervención militar.  
El debilitamiento de la movilización popular y de la combatividad del movimiento obrero, que se fue trocando en movimiento sindical y después en sindicatos sin movimiento, hicieron inviable la primera posibilidad. El fracaso de la intentona golpista de febrero de 1981 (el tejerazo) fue un claro exponente de la inviabilidad de la segunda. Ambas revelan los reales apoyos sociales con los que contaban tanto la extrema derecha como la extrema izquierda, para la que se abría un escenario poco halagüeño, pues la aprobación de la Constitución en referéndum suponía culminar la reforma del régimen franquista con un amplio respaldo popular y, por lo tanto, el aplazamiento, si no definitivo por lo menos a medio plazo, de cualquier intento tendente a modificar en profundidad el régimen político recién estrenado.
Las elecciones de 1979 ratificaron las tendencias precedentes, pero fueron las elecciones legislativas de 1982 las que probaron, con la llegada al Gobierno de un partido de diferente signo político, que el sistema funcionaba con total normalidad permitiendo la alternancia y que la reforma había sido un éxito.
Los partidos de la izquierda radical, persiguiendo unos sueños revolucionarios que fueron desplazados hacia un futuro lejano, habían ayudado, con el activismo de su esfuerzo militante, a sus adversarios y a sus enemigos a alcanzar los suyos, mucho más modestos pero aplicados a consolidar el régimen democrático burgués recién fundado mediante la rutinaria administración del presente. 

Publicado en El Obrero el 19-XII-2018

sábado, 8 de diciembre de 2018

40º Aniversario. La función simbólica


El discurso hegemónico sobre la Constitución insiste, sobre todo, en el valor que tiene como símbolo de reconciliación y superación de las secuelas de la guerra civil; como reencuentro, como abrazo sin revancha entre españoles, aunque para ello tenga que recurrir a la ficción de que no hay grandes discrepancias a base de subrayar los acuerdos y omitir la referencia a los asuntos conflictivos. 
Así, a pesar de que, finalmente, la Constitución deviene en el símbolo de la ruptura con el régimen franquista, los ominosos silencios, los rodeos y la ambigüedad que presidieron el discurso del consenso durante el proceso constituyente dejaron entrever que existían asuntos en los cuales no parecía prudente adentrarse, tales como comprobar mediante un referéndum el respaldo popular otorgado a la institución monárquica o a la forma republicana de Estado o someter a consulta las relaciones del Estado español con la Iglesia católica. También se orilló la depuración del aparato judicial, del Ejército, los cuerpos de seguridad y el funcionariado más comprometido con la dictadura, así como la exigencia de responsabilidades políticas o la investigación de las tramas del terrorismo de extrema derecha.
No obstante, a pesar de admitir que perviven situaciones del legado franquista que en aras de la reconciliación tienen que permanecer incuestionadas, estas omisiones, estos espesos silencios dejan constancia de que existen zonas de sombra que deben continuar siendo misterios, pues, como indican Del Aguila y Montoro (1984, 244), al hecho de que los misterios sean secretos se une la necesidad de hacer pública su existencia, pues de otro modo nadie tendría idea de su presencia en la esfera pública.
La larga sombra de los llamados poderes fácticos -en especial el Ejército-, a los cuales no conviene referirse más que vagamente, se cierne sobre todo el período constituyente, de manera que el consenso deviene en lo compartido y en el talante de compartir y, al mismo tiempo, en una especie de conjuro contra el peligro del innombrable “involucionismo”, cuyas temibles reacciones se quieren evitar, aunque, dicho sea de paso y según lo que representó el golpe de opereta del 23-F-1981, tal peligro se exageró, y los llamamientos a la prudencia (a la moderación cívica y laboral ante el “ruido de sables”) para no facilitar la desestabilización de la naciente democracia actuaron como excelente coartada para promover el consenso y recortar las aspiraciones de aquellos que querían llevar más lejos el límite de los cambios.
En consecuencia, en este discurso aparecen el consenso, como un resultado racional del esfuerzo de las partes adversarias por dialogar, sacrificando el interés de clase o de grupo en aras del interés nacional, y la Constitución como el acordado marco de convivencia frente a las opciones violentas, pero también, como señalan Del Aguila y Montoro (1984, 240), como la única alternativa democrática.
La Constitución, en una sociedad contradictoria y con profundas divisiones como la española, más que un voluntario consenso representa un compromiso entre fuerzas políticas que no pueden llevar hasta el final sus propias propuestas, por lo cual se ven constreñidas a optar entre alternativas forzadas. Así, sostienen estos autores, durante la Transición los agentes políticos no se enfrentaban al dilema de democracia o dictadura, sino al de dictadura o de ésta (y no otra) democracia. De ahí surgió el malentendido que atribuye a la Constitución el haber atemperado los conflictos, cosa que ciertamente ha hecho, pero no lo que sucedió realmente: que la Constitución estuvo empujada, ante la amenaza involucionista, a defender esta democracia como forma de convivencia. Por lo cual, según estos autores (ibíd, 241), la Constitución no puede estar por encima del conflicto, sino que es la existencia de éste lo que justifica su función simbólica.
Precisamente contra el discurso que glosa esta función simbólica y sobre los sigilos que conlleva, se alzó el discurso de los partidos de la izquierda radical, que pretendía sacar a la luz pública todo aquello que, por las circunstancias ya señaladas, permanecía enterrado por el silencio o disimulado por la retórica.

Consenso. Solé Tura


Nadie pudo decir que aquella era su Constitución total y absolutamente. Y este es, posiblemente, uno de los mayores éxitos del texto constitucional: todos tuvieron que renunciar a algo importante para conseguir lo más importante de todo, una Constitución de responsabilidad y consenso.
El consenso tuvo en aquellos momentos iniciales mala prensa. La gente no lo entendía o lo confundía con un pasteleo más o menos clásico. Pero yo creo que fue una aportación decisiva a nuestra trayectoria política colectiva.
Para los comunistas la razón fundamental del consenso era doble: por un lado, las enseñanzas de nuestra historia política y constitucional; por otro, las condiciones en que se estaba desarrollando la transición de la dictadura a la democracia…
El Estado español que llegaba hasta nosotros tras la muerte de Franco era un Estado centralista a ultranza, cuyos aparatos e instituciones fundamentales se habían forjado bajo la hegemonía de la derecha más cerrada. En realidad, el Estado español contemporáneo se había forjado bajo las Constituciones conservadoras de 1845 y 1876. Todos los intentos de democratizar y de ampliar las libertades habían sido breves y habían terminado de manera violenta con intervenciones militares, sin tener la posibilidad de democratizar los aparatos del Estado y de consolidar un sistema moderno de partidos políticos.
Pero junto a las enseñanzas de nuestra historia estaban las condiciones en que se llevaba a cabo la transición de la dictadura a la democracia. En 1977, al iniciarse el período constituyente, habían desaparecido algunos aspectos significativos del franquismo, como las Cortes orgánicas, el sindicato vertical, el Movimiento Nacional y el propio general Franco como centro aglutinador de los sectores que dirigían aquel Estado. Pero la mayoría de los principales aparatos del Estado pasaban a la democracia prácticamente intactos y con niveles muy desiguales de aceptar la nueva situación. Me refiero al Ejército, a la Administración, al aparato judicial, a las fuerzas de seguridad y, desde luego, a los poderes autonómicos (sic) públicos y privados.  

J. Solé Tura: “Los comunistas en el proceso constituyente”, en Historia de la Transición (II), fascículo 36, Diario 16, Madrid, 1984.


jueves, 6 de diciembre de 2018

40º Aniversario de la Constitución. Argumentos


40º Aniversario de la Constitución. Argumentos
Hoy es día de fiesta y procede hablar de las luces de la Constitución. Otro día hablaremos de las sombras, pero hoy reproduzco algunos de los argumentos del discurso de entonces, que fueron, en síntesis, los siguientes:

La Constitución tiene un contenido integrador, pues en su articulado hallan representación todas las sensibilidades sociales y todas las tendencias políticas. No es la Constitución de una parte de la sociedad sobre el resto ni la de un partido sobre los demás, sino la Constitución de todos y para todos. No es una Constitución de derechas ni de izquierdas, y permite, en consecuencia, que partidos de todo el espectro político puedan gobernar.

La Constitución supone la creación de un marco de referencia dentro del cual todas las tendencias políticas pueden discutir y en el que se pueden resolver viejos contenciosos que han marcado trágicamente la historia de España; es decir, un marco que puede acoger a todos aquellos que crean en el diálogo como base de la convivencia.
Quedan, por tanto, al margen de ella aquellas opciones que propugnan la violencia y la intolerancia como formas de expresión política, entre las cuales, el terrorismo y el golpismo involucionista son las más representativas.

La Constitución tiene, también, un sentido médico, referido al armazón anatómico del país: la nueva columna vertebral del cuerpo civil (la España, por fin, vertebrada); el marco legal para resolver pacíficamente los conflictos y desterrar para siempre los antagonismos seculares que han dado lugar a las dos Españas. La Carta Magna es un símbolo de la reconciliación y de la superación de las secuelas de la guerra civil; un reencuentro, un abrazo sin revancha. .

La Constitución es la norma suprema que define para un futuro prolongado las reglas del juego democrático y consagra un modelo de régimen político, en el cual los actos del Gobierno, emanado de la voluntad ciudadana, tienen como límites dichas reglas, y el funcionamiento de los poderes del Estado se halla bajo la supervisión de instituciones representativas y de la vigilancia de la opinión pública.
Con su aprobación en referéndum termina la Transición como un período de interinidad institucional y España entra, tardía pero definitivamente, en la modernidad.


El laberinto andaluz


La crisis de representación política -que desborda a los partidos- se extiende también a Andalucía. La lenta descomposición del bipartidismo va por zonas y se extiende ahora hacia el sur, al viejo feudo del PSOE, a su principal granero de votos e importante bastión político por el peso territorial y censal de Andalucía sobre el resto del partido y sobre el resto del país.
Desmintiendo muchos pronósticos, los resultados de las elecciones del 2 de diciembre muestran el mapa político andaluz como un laberinto, que se suma a otros laberintos ya existentes, por la dificultad de hallar una salida adecuada a lo verdaderamente que necesitamos. Veamos.
En primer lugar, los resultados electorales no muestran un vuelco; un cambio drástico marcado por la diferencia entre una gran derrota y una victoria sin paliativos, sino una situación más compleja, cuyo desenlace no tiene por qué representar una mejoría respecto a la situación precedente.
El PSOE pasa de los 47 escaños, que tenía en 2015, a 33 en 2018, pero sigue siendo el partido más votado; el PP también pierde, pues pasa de 33 escaños a 26; Cs, con un gran ascenso, pasa de 9 escaños a 21. En cuarto lugar, Adelante Andalucía (U-P) obtiene 17 escaños, pero pierde 3 respecto a 2015 (IU 5 y Podemos 15). Y aparece Vox con 12 escaños, que es, en apariencia, lo más nuevo, y junto con Cs, un neto ganador.
Se entiende la alarma de Ferraz por el resultado -el recurso a los tópicos y al folclore, de los que ha abusado Susana Díaz, no da más de sí-, hay un amago de solicitar su dimisión, pero esta mujer es correosa y resiste la presión alegando que el PSOE sigue siendo la fuerza más votada. Otra cosa es que ella pueda seguir al frente de la Junta, dado el interés mostrado por el PP, Cs y Vox en desalojarla y poner fin a una era, de corrupción dice Casado tratando de ocultar la colosal del PP. Pero es indudable que el tema de los ERE ha pasado factura.
La suma de escaños de los partidos de izquierda aporta 50 diputados (33 del PSOE y 17 de U-P) y 59 la del PP, Cs y Vox, que han realizado la campaña electoral en clave nacional, es decir contra al independentismo catalán. Otro asunto es en qué condiciones se produce esta avenencia entre las derechas o entre dos partidos de derechas y uno centro, que es lo que debe decidir Cs en su difícil opción, en la que quedará retratado haga lo que haga.
No se entiende el júbilo en el PP, ni la actitud exultante de Casado por el ascenso de Cs y Vox, sus competidores más cercanos, uno por la derecha y otro por la izquierda, con los cuales una sencilla suma de escaños le permitiría, en teoría, formar gobierno, que sería una forma de endulzar el retroceso electoral, tan necesaria tras el desalojo de la Moncloa por la moción de censura. Claro que Vox es una escisión del PP, de sus militantes y dirigentes, que han decidido volar por su cuenta, apoyados por ese visionario anglosajón llamado Aznar, que está detrás de sus dos delfines -Casado y Abascal-, decidido a implantar el trumpismo made in Spain.
Vox representa, por un lado, lo más rancio del franquismo sacado a la luz sin complejo alguno, que sirve de alimento a la parte más plebeya y popular de la derecha. Está dirigido por un aventurero contrario a los gobiernos autonómicos, pero que ha vivido del momio de dos de ellos, el vasco y el de Madrid, apadrinado además por la buscadora de príncipes y descubridora de sapos. Su arraigo en la provincia de Almería, viejo feudo del PP, con su red clientelar bien asentada, presenta otra contradicción de bulto, que es el selectivo discurso contra los extranjeros, no dirigido a los jeques árabes que llegan en yate a Puerto Banús, sino contra los inmigrantes pobres procedentes de África, que luego, si hay suerte, encuentran trabajo en condiciones ilegales o con contratos leoninos, cuando existen, en los invernaderos que forman el fructífero mar de plástico, que serviría para hacer una versión moderna de la cabaña del tío Tom.   
Unidos Podemos ha perdido 3 escaños, poco, pero en realidad mucho. 300.000  votos en tres años no es una fruslería, más cuando, en 2015, obtuvieron mejor resultado por separado (15 Podemos, 5 IU). El dato es aún más preocupante cuando la alta abstención (41%) se ha dado en zonas y barrios propios del voto de izquierda, cuyos habitantes parecen haber pensado: “No nos representan”. La campaña, que ha despertado poco entusiasmo, alejada de los problemas cotidianos ha oscilado entre el folclore de la patria chica y el nacionalismo de la patria grande para contrarrestar el nacionalismo de la patria catalana -es la reconquista, han dicho en Vox-.
En esta feria de provincianas vanidades, U-P ha concurrido como “Adelante Andalucía”, frase publicitaria que indica poco -un significante vacío, como lo definiría algún miembro de su núcleo irradiador-, pero que tiene un inconfundible tono regional, muy ingenuo o deliberadamente confuso. “Adelante Andalucía”, pero ¿toda? A algunos no hace falta que les animen porque bastante delante están ya en posición social, propiedades y renta. Otros, por el contrario, lo necesitan mucho, porque están muy atrás en esos temas y en otros -paro, empleo precario, bajos salarios, subsidio del PER, trabajo temporal (temporero), y en el disfrute de servicios (sanidad, educación, ayudas a dependencia, etc)-.
“Adelante Andalucía” representa lo mismo que decir “Adelante Cataluña” o “Puxa Asturies” y como expresión regionalista o nacionalista alude a una comunidad de proyectos e intereses, que no es real y, en términos “podemísticos”, borra la distinción entre las castas o las poderosas tramas, que haberlas haylas también en las “naciones”, y la gente, el referente preferido de Podemos.
Para su fortuna, la aparición de Vox ha venido a solventar el molesto expediente de realizar una autocrítica por el resultado obtenido y a resolver los problemas de identidad y de programa, pues ya puede ser realmente antifascista. Y como ejemplo ahí están los llamamientos de sus dirigentes a resistir al fascismo y las manifestaciones contra el resultado de las elecciones bajo la añeja consigna de “No pasarán”. Glorioso colofón.

https://elobrero.es/opinion/item/22255-el-laberinto-andaluz.html





miércoles, 5 de diciembre de 2018

La enfermedad de Podemos

Respuesta a un post de Santiago Alba diciendo que Podemos está muerto.


Podemos no está muerto... aún, pero sí enfermo, aquejado de graves dolencias como: a) confusión política: programa ambiguo y cambiante, lenguaje abstruso, que no aporta claridad sino más confusión; b) actitud populista y oportunista: c) confusión organizativa, como inestable confederación de grupos no ofrece una alternativa válida a los viejos partidos y muestra el cesarismo de sus dirigentes, en particular del núcleo madrileño y de PIT, que goza de unas atribuciones que superan las de los secretarios generales de los partidos viejos. d) No aporta nada nuevo en materia de ética para la izquierda, sino un nuevo fariseísmo moral y un continuo espectáculo de luchas internas por el limitado poder del que disponen.

Efectivamente, hay para dar y tomar. Y tomo una: la inanidad de Podemos y compañía -un tiro de salvas-, ahora travestidos con el traje regional de "Adelante Andalucía"; el lenguaje melifluo y el populismo transgresor de charanga y pandereta aquí (de chistu y tamboríl y de cobla y sardana más arriba), muestran la flatulencia que contenía el "núcleo irradiador". El vacío rellenado con gestos aparentemente radicales pero provincianos. La pretendida izquierda que recogía el impulso de los indignados por la crisis cede el testigo a la derecha radical, y ya empezamos a seguir los pasos de Francia.

domingo, 2 de diciembre de 2018

Secreto

Comentario a un post de Monse AC con una frase de H. Arendt: "El poder auténtico comienza donde empieza el secreto".

El secreto, fundamental en la guerra, convertido en norma de gobierno es la opacidad, que suele ser propia de dictaduras, satrapías y regímenes despóticos, pero es difícil de aceptar en regímenes democráticos sin son verdaderamente representativos. 
El secreto forma parte también de la competencia económica y de la guerra comercial. 
El secreto, los arcanos y el lenguaje esotérico, que suele ser un auxiliar imprescindible, son elementos propios de las religiones y fuentes del poder de la clase sacerdotal en la administración de misterios. 
En la vida privada, cada cual administra el secreto como quiere, dependiendo de los acuerdos tácitos o explícitos que existan en cada familia. En algunas familias hay pocos secretos, en otras el secreto lo impregna todo, pero me atrevo a segurar que cada familia, cada colectividad y cada individuo esconde alguno.

martes, 27 de noviembre de 2018

40º Aniversario Constitución. Roca

Comparada con la de Estados Unidos, en vigor desde 1787, aunque actualizada con sucesiva Enmiendas, la Constitución española de 1978 tiene pocos años, pero si se la compara con la duración de las otras Constituciones y Estatutos españoles es la de vigencia más larga, con la excepción de la de 1876, que estuvo vigente hasta 1923.
España fue de los primeros países en dotarse de un solemne documento escrito que reflejara la composición de las distintas partes del cuerpo social y las relaciones de la estructura jurídica, política y administrativa del Estado, que reemplazara la noción del país como un gran cuerpo humano compuesto de cabeza y extremidades, propia del Antiguo Régimen; la constitución fisiológica.  
Tras la reforma inglesa de 1688, la Constitución norteamericana de 1787, las constituciones de la Francia revolucionaria (1791, 1793, 1795) y las que hubo desde el Consulado al Imperio (1799, 1802, 1804), España se incorpora, en 1810, a la segunda oleada de las revoluciones atlánticas, más moderada que la primera, que producirá su texto fundamental en Cádiz, en 1812.
Pero el resultado de la controvertida relación entre la sociedad estamental y el mundo moderno, donde el súbdito no acaba legalmente de morir y el ciudadano no acaba políticamente de nacer, será un largo e inacabado proceso constituyente, en el que los avances de tipo progresista, que duran poco tiempo, ser alternan con bruscos saltos hacia atrás, en los que el arcaísmo parece recuperar el terreno perdido frente a la modernidad.
Tampoco se puede afirmar que haya faltado celo reformador, que más bien ha sobrado, tanto en un sentido como en otro -para renovar y para conservar-, sino que lo destacable ha sido la inestabilidad política provocada por esos intentos, que ha dado paso a lo que podría calificarse de desazón constituyente.
La Carta de Bayona de 1808, la Constitución de Cádiz de 1812, el Estatuto Real de 1834, la Constitución de 1837, la de 1845, la nonnata Constitución de 1856, los cambios constitucionales entre 1856 y 1868, la Constitución de 1869, el proyecto de Constitución federal de 1873, la Constitución de 1876, los proyectos de Primo de Rivera, la Constitución de 1931, las Leyes Fundamentales de Franco y, luego, la Constitución de 1978 son los jalones de una España necesitada de vertebración política, en la que la organización del Estado y la articulación de las diversas corrientes ideológicas no han podido durar mucho tiempo.
Los sucesivos procesos constituyentes pueden ser contemplados como si fueran las crestas de las olas que indican el movimiento profundo de las aguas sociales. Desde la limitada perspectiva que ofrecía el año 1836, la observación de esta azarosa existencia ya inspiró a Larra uno de sus ácidos epigramas -Aquí yace el Estatuto. Vivió y murió en un minuto-.
Nuestra azarosa trayectoria constitucional puede entenderse con los nombres de otros sucesos, pero representa históricamente lo mismo: entrada del ejército francés en España, huida de la familia de Carlos IV de Borbón a Francia, guerra de la Independencia, reinado de José Bonaparte, primeras Cortes liberales, fin de la guerra, primera restauración borbónica (Fernando VII) y regreso del absolutismo, trienio constitucional (Riego), nueva restauración absolutista (Cien Mil Hijos de San Luis) y década ominosa, regencia (María Cristina) y guerra carlista, reforma liberal, bienio progresista, década moderada y segunda guerra carlista, revolución de 1854, etapa conservadora isabelina, gloriosa revolución de 1868 y caída de la monarquía (Isabel II, al exilio), nueva guerra carlista, sexenio revolucionario, cambio de dinastía y abdicación de Amadeo de Saboya, Iª República, segunda restauración borbónica (Alfonso XII), agonía del canovismo, dictadura (Primo de Rivera) y dictablanda (Berenguer), Alfonso XIII al exilio, IIª República, guerra civil, dictadura franquista, una transición, tercera restauración borbónica (Juan Carlos I) y régimen democrático.

Roca, J. M. (2013): La oxidada Transición, Madrid, La Linetrna sorda, pp. 56-57. 

lunes, 26 de noviembre de 2018

6º día de lectura.


Sexto día de la cadena de lectura. Y sigo con “el procés”. 
Sé que me pongo “mu pesao”, pero es que el asunto me ataca los nervios, por lo que expresa, no sólo como objetivo difícil de alcanzar, sino por la información que aporta sobre quienes lo dirigen, que parecen obnubilados, viviendo una realidad paralela en una habitación y mal ventilada, atrapados por el aire viciado de un discurso circular y redundante sobre el mismo tema, pero con la mente cerrada a cal y canto a cualquier idea tangencial. Y ahí siguen, encerrados con un solo juguete, despreciando lo que aporta la realidad e inmunes al desaliento. Un tesón, que sería digno de alabanza si respondiera a mejor causa. 

“Durante los cinco años que van de 2012 a 2017, el proceso independentista discurrió entre dos sectores que daban apoyo al nuevo relato, pero que perseguían objetivos diferentes. Por un lado, quienes concluyeron, como Mas, que la única forma de conseguir que el Estado se aviniera a negociar un encaje diferente de Cataluña en España, en el que se blindara su singularidad cultural y lingüística y se atendieran sus reclamaciones económicas, era subir la apuesta, estirar la cuerda al máximo para sentarse a la mesa de negociación desde una posición de fuerza (…) Pero en el proceso también confluyeron de forma impetuosa quienes consideraron que esta era la oportunidad histórica para convertir Cataluña en un Estado independiente. Para ellos, se trataba de una ocasión única: ahora o nunca. Incluso algunos acuñaron el lema <tenim pressa> (tenemos prisa) y justificaron esa premura con el razonamiento de que, cuanto antes Cataluña lograra su independencia, antes gozaría de los recursos y herramientas necesarios para salir de la crisis. Con España en una situación de debilidad en Europa debido a sus maltrechas finanzas, y un movimiento popular en ebullición en Cataluña, creían llegado el momento de dar el salto decisivo”.

Lola García: El naufragio. La deconstrucción del sueño independentista, Barcelona, Península, 2018. 

domingo, 25 de noviembre de 2018

Tópico feminista

Comentario a propósito de un cartel sobre violencia de género.

Gramsci dejó dicho -escrito- que las clases subalternas se miran en las clases dominantes, como en un espejo, para construir, a partir de los rasgos de aquellas, su identidad y sus propósitos. Diríamos que se perciben como un reflejo en positivo de las clases dominantes que han construido en negativo. Es un modelo maniqueo, de bueno o malo sin término medio. 
Lo mismo sucede con el feminismo, o con alguna de sus corrientes, que ha construido una imagen negativa de lo masculino, para, a partir de ella, construir en positivo el modelo de lo femenino. Los rasgos más tópicos de esa visión de lo masculino están recogidas en ese cartel: no abuses, no agredas, no violes, no mates.

40 Aniversario Constitución. Roca Junyent.


En su singularidad, España ha generado un nuevo modelo: por la reforma hacia la ruptura. Y en este modelo, las Cortes constituyentes eran y deben ser el motor de la ruptura, y la nueva Constitución el documento que la solemnice. Así, la Constitución no debe señalar únicamente el marco fundamental dentro del cual debe desarrollarse el futuro juego político de las Instituciones, sino también poner punto final a toda la era franquista. Y no a través de explicaciones impropias en su preámbulo, sino a través de un articulado que, al proclamar tal o cual derecho, venga a dar respuesta a lo que ha sido la larga lucha reivindicativa de estos últimos cuarenta años.
Este era un punto de partida fundamental. Y  cuando muchas críticas señalan la extensión -excesiva según algunos- del Anteproyecto, hay que tener presente la finalidad, ahora explicada, que perseguían algunos ponentes. Lógicamente, en una reforma constitucional que hoy se contemplase en Estados europeos de democracia consolidada, muchos de los temas que se contemplan en el Anteproyecto podrían ser negligidos, porque una larga práctica los ha constitucionalizado al margen del formalismo de su inclusión o no en el texto constitucional. Pero este no es el caso español y debían tratarse prolijamente, por ejemplo, todas y cada una de las libertades públicas, porque la práctica de su respeto no existía, y aun con un solo reconocimiento lo que perdura es un evidente criterio restrictivo de interpretación (…) Lo importante es definir un texto constitucional que cierre y rompa el esquema franquista abriendo solemnemente un régimen democrático (…) Una Constitución, pues, para la Democracia. Pero en este  planteamiento anida otra problemática mucho más rica y compleja: ¿qué Estado, qué clase de Estado y de Democracia querían definirse? ¿Un estado liberal, una democracia parlamentaria? ¿Un régimen socializante o socializable? ¿Una democracia formal que no alcanzase a las auténticas coordenadas de la vida económica, social y cultural?

Miguel Roca i Junyent: “Una primera aproximación al debate constitucional”, en VV.AA.: La izquierda y la Constitución, Barcelona, Taula de Canvi, 1978, p. 31-32.

viernes, 23 de noviembre de 2018

5º día de lectura


Quinto día de la cadena de lectura. Y dicen los taurinos que no hay quinto malo. Pero el libro previsto no va de toros, aunque quizá de toreros; de toreros aficionados al plante, al desplante, a citar al toro de lejos y a despachar con naturales, unos, o con mantazos; otros a no moverse, como el don Tancredo; unos a ver los toros desde la barrera y otros a exhibirse con toreo de salón y brindis al sol, que acaban no en los tendidos de sombra, sino “a la sombra” directamente. La fiesta nacional, con multitudinario paseíllo, con engaño y castigo; con jamelgos y picadores, que se celebra principalmente en una ciudad con dos plazas, dedicadas a otra cosa.
El libro no es un morlaco de 500 kilos (o 500 páginas), sino una res pequeña, pero ágil y astifina; un texto denso, breve y sintético (107 páginas): “La conjura de los irresponsables” de Jordi Amat (Barcelona, Anagrama, 2017), de recomendable lectura.

“Como ha sucedido a lo largo de buena parte del proceso soberanista -desde la ponencia encargada de redactar el Estatuto-, quedaba desmentida de nuevo la convicción ingenua de que la fijación de un deseo en un texto legal tiene una capacidad performativa automática. Ahora tampoco. Así, pasada la hora de la verdad, se empezó a extender una sensación de frustración resignada: la nueva República, surgida de la épica del 1 de octubre, no pasaba de ser un significante vacío. No había ningún reconocimiento internacional. No había estructuras que permitieran hacer efectiva la transición del viejo Estado al nuevo. No había capacidad de imponer con la fuerza un nuevo statu quo. Por no haber, no había ni la voluntad de escenificar el nacimiento del nuevo Estado con una acción simbólica como arriar la bandera. Palabras, palabras, palabras.
El desconcierto es que las élites gubernamentales lo sabían, como empezamos a descubrir, pero lo habían silenciado” (p. 104).

40º Aniversario de la Constitución. Solé T.


Sabemos que los trabajadores y las clases populares se juegan mucho en este debate constitucional, puesto que del resultado final del mismo dependerá que la palabra democracia tenga sentido o no para la mayoría del pueblo.
Por eso pretendemos que el debate sobre la Constitución no sea sólo un debate en el seno de las Cortes y aún menos un debate entre especialistas. Queremos que todos los trabajadores, que todos los sectores populares consideren la batalla por una Constitución democrática como algo suyo, como algo que les concierne directamente. Se trata de una batalla política que el pueblo debe ganar.
Con esto no queremos decir que se trate de imponer una Constitución sobre otra. No queremos una Constitución votada únicamente por el 51% del electorado contra el 49% restante. Se trata, por el contrario, de elaborar una Constitución que cuente con el mayor consenso posible, una Constitución que pueda ser votada sin grandes traumas por la gran mayoría del electorado.
Por eso, la Constitución ha de establecer unas reglas del juego practicables por esa gran mayoría. Si la derecha social de este país, apoyándose en la mayoría parlamentaria artificial que ahora tiene, nos quiere colocar una Constitución autoritaria y centralista, en la que las clases populares queden marginadas o tengan que situarse a la defensiva, la batalla política por la Constitución será diferente y podrá alcanzar, incluso, la impugnación de la forma de gobierno que en ella se prevé.
Esta es una cuestión clave. Lo que ahora está en juego es la consolidación de una democracia todavía precaria, de una democracia que se desarrolla en medio de un sistema de aparatos e instituciones que todavía son los de antes. La tarea más progresista, más revolucionaria es conseguir que esa democracia triunfe y se consolide.  
Jordi Solé Tura: Los comunistas y la Constitución, Madrid, Forma Ediciones, 1978, p. 10-11.

jueves, 22 de noviembre de 2018

40º Aniversario de la Constitución. Peces Barba




“Si tuviese que juzgar telegráficamente el texto elaborado, diría que no es el texto que hubiéramos hecho los socialistas, pero que sí es el mejor texto posible dada la composición de las fuerzas en presencia en el Congreso de los Diputados, reflejada en la ponencia. Creo que es un texto que nos deja a todos un poco descontentos, pero no tan descontentos como para enarbolar como bandera electoral su reforma para las próximas elecciones. El debate posterior modificará el texto, naturalmente, pero no creo que toque profundamente los consensos obtenidos. De todas maneras, estoy seguro de que la discusión en la Comisión y en el Pleno del Congreso y posteriormente en el Senado lo mejorarán.
No creo que se pueda decir que el texto es muy original, porque están presentes en él las soluciones de esas Constituciones ya citadas, más las de la francesa de 1958, que ha entrado por impulso de UCD y de Alianza Popular. Sin embargo, sí señalaría la originalidad del artículo primero, que creo que no tiene precedente y que personalmente enjuicio como muy positivo: <España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, y la igualdad y el respeto al pluralismo político>”.

Gregorio Peces Barba.
VV.AA: La izquierda y la Constitución, Barcelona, Taula de Canvi, 1978.

sábado, 17 de noviembre de 2018

Azaña. Catalanizar


Es preciso estar habituado al ejercicio de traducir, al lenguaje común y claro, las tergiversaciones y sobreentendidos de la política barcelonesa. Detrás de aquella exaltación del patriotismo catalán, para contener las escisiones de clase, había la necesidad y la dificultad de imbuir el catalanismo en la porción más numerosa del proletariado de Cataluña. Otros han dicho más claramente: <Hay que catalanizar el campo>. Es decir, que tanto el campesino como el obrero industrial fuesen, antes que marxistas o sindicalistas, nacionalistas. Antes que Marx o Sorel o Bakunin, Ramón Berenguer IV o Maciá…

Manuel Azaña: “Cuaderno de La Pobleta (1937)”, Memorias políticas y de guerra (II), Barcelona, Crítica, 1978, p. 132.

Fdez de Castro. Franco y la cultura


Ayer, cuando buscaba una fotografía para ilustrar el texto sobre franquismo y fascismo, me topé con un artículo, del que extraigo un párrafo. Está referido a España, a la España de Franco, pero con cierta inversión, se puede aplicar a otras situaciones. La diferencia reside en cuándo se levantan las fronteras: si es antes o después de establecer la particular mitología.

“Cuando una sociedad se organiza en Estado establece sus fronteras, la piel que le separa de sus vecinos, coloca sus carabineros y sus inquisidores para evitar que entren o que salgan de matute mercancías, personas e ideas no deseadas, y se mira al ombligo para reconocer los genes que le identifican, su historia, las batallas ganadas y las retiradas honrosas, sus coros y danzas, el Dios que habita en sus catedrales y al que blasfeman o rinden culto sus gentes, el submarino que inventó uno de sus sabios, el fénix de sus letras, el torero, el Cid y el Santiago matamoros de su particular mitología, todo lo que hace proclamar a los societarios <nosotros somos diferentes>”.

Ignacio Fernández de Castro: “Franco y la cultura”, El Mundo, Documentos, “Franco 1892-1992”.

“No fueron dos culturas enfrentadas, fue la estúpida confusión de los salvadores de turno, versión folclórica de las salas de banderas, que no eran capaces de distinguir la patria de la pandereta, la astucia de los uniformados ambiciosos cuyo sable se pone al servicio de quienes ofrecen una medalla, un monumento o un lugar en la Historia”.
(ibíd.)

viernes, 16 de noviembre de 2018

Lectura. Día 4. Jordi Canal.


Retomo la cadena de lectura después de un par de días de ausencia -un corto viaje- con el libro de Jordi Canal "Historia mínima de Cataluña" (Turner, 2015), que no es tan mínima -casi 300 páginas- pero es muy interesante porque está escrito desde el punto de vista de hoy, por lo que sale al paso de las falacias de los nacionalistas. 
"El flamante nacionalismo catalán se libró desde el inicio a un proceso de construcción nacional propio, de nacionalización a fin de cuentas, que se hizo contra la nación española y con formas no muy distintas de las aplicadas por los estados-nación. Antes del siglo XX no existía ninguna nación llamada Cataluña. Fueron los nacionalistas  los que, a partir de finales de la década de 1890, se lanzaron al proyecto de construir una nación y de nacionalizar a los catalanes" (p. 153).

Merece la pena leerlo entero, pero tendría valor sólo por el capítulo V "La Cataluña de ayer y de hoy" (Republicana, Abrazo mortal, La larga dictadura, Sopa de letras, En el país de las autonomías). 
Me gustaría que mi colega Manuel Herranz Montero se sumara a esta cadena, junto a los ya citados, Joaquim PisaIsabel Garcia Bejarano y José Luis Vergara, si es que han aceptado el envite.

Franquismo, fascismo

Han vuelto a la palestra política, si es que alguna vez se fueron, los vocablos “fascismo” y “franquismo”, utilizados más como definitivos insultos que no precisan explicación adicional, que para facilitar el debate y el intercambio de razones.   
Empleados de forma indistinta, como sinónimos, fascismo y franquismo no son términos equiparables. Franco no era fascista; y el fascismo antes de la guerra civil era minoritario. En las elecciones de 1936, la Falange, que según su fundador no era fascista, no sacó ni un escaño, y si llegó al poder fue como parte subsidiaria en un golpe de Estado ejecutado por militares.
Fascista es un terrible epíteto, por lo que tiene de calificación moral, pero que, salvados los años inmediatos al final de la guerra civil, es equivocado para definir el régimen de Franco. La breve influencia política e ideológica de la Falange, las iniciales alianzas del Régimen y la parafernalia del partido único no eran más que un ligero barniz moderno -sugerido por formas políticas de entonces- para encubrir que, bajo un régimen de excepción permanente, había una esencia más rancia: su carácter antimoderno; predemocrático, aunque el régimen hubiera nacido como una reacción al sistema democrático.
La crisis de los valores burgueses, que hace eclosión en los años veinte, se presenta sobre todo como crisis de dirección política, como crisis de hegemonía en sentido gramsciano, pero adobada en el caso español con la pujanza de valores propios de la sociedad tradicional, producto de la histórica debilidad de la burguesía nacional.
Lo cual conforma el régimen de Franco como netamente español; sitúa sus raíces, sus fines y motivaciones, su legitimación y sus intereses como efecto del convulso e inconcluso proceso de modernización de España. El franquismo es, típicamente, un fenómeno español, que responde a problemas peculiares, y que tiene a su frente a un hombre física, moral e ideológicamente español.
A diferencia de otros dirigentes fascistas, Franco no representa audaces valores modernos frente a una burguesía decadente, sino los valores de las clases altas, de la oligarquía absentista y de la burguesía proteccionista, y las mediocres aspiraciones de la clase media y media baja de provincias -familia, orden, tradición pacata, religiosidad beata, estricta moral y la noción de la vida y del tiempo propia del ámbito rural- y su temor al desorden, al laicismo, a la libertad y al conflicto social asociados a los aires modernizantes que llegan de las urbes industriales y sobre todo del extranjero.
Franco encarna la prevención del antiguo régimen ante dos de las consecuencias de la modernidad: el sistema político representativo, es decir, el miedo al sufragio universal, y el pánico de las clases altas al movimiento obrero -efecto inevitable de la industrialización-, al que no son capaces de atraer ni de integrar, sino sólo desoír sus justificadas demandas y reprimir las expresiones de su indignación.
Estas viejas aspiraciones hallan el momento propicio para manifestarse en la crisis de dirección política de la burguesía liberal, que marca el ocaso de la Restauración y se agudiza en la II República, pero en su forma de plantearse -un golpe militar- y en los apoyos recibidos se aprecia una considerable distancia con respecto a cómo resuelven el problema los verdaderos fascistas.
Si afirmamos que la entrada y el protagonismo de las masas laboriosas en el escenario social es uno de los elementos característicos de la modernidad, el miedo a las masas es uno de los rasgos que muestran el carácter premoderno del franquismo y lo distinguen de los dos modelos clásicos de fascismo -alemán e italiano-. Mientras que éstos aceptan la entrada en la historia de ese nuevo sujeto colectivo -oceánico, según la expresión fascista- y utilizan la movilización de las masas para llegar al poder, el franquismo, heredero del miedo a las masas, toma el poder precisamente para someter a unas masas que habían sido ganadas mayoritariamente por los sindicatos y representaban una amenaza para las clases que tradicionalmente habían detentado el poder político y la hegemonía política y cultural.
Mientras el fascismo utiliza el carisma del jefe para movilizar a las masas y dirigirlas hacia la conquista del Estado, Franco -bajo de estatura, gordo y con voz atiplada-, carece de carisma, y lo que podía parecérsele es posterior a la toma del poder y  construido por la propaganda para movilizar, ocasionalmente, a sus adeptos.
Las concentraciones de apoyo a Franco y la difusión de los idealizados valores de su personalidad para suscitar su culto, no son la continuación de su popularidad después de la toma del poder. Muy al contrario, de haber contado con el fervor de las masas, Franco hubiera visto dificultada su labor de conspirador cuartelero. Su triunfo no es el de un tribuno de la plebe, sino el del estratega militar al servicio de las clases altas, en una guerra que expresa de forma aguda la lucha de clases.
De la misma manera, para el fascismo las masas son el vehículo para desatar la tensión social, para buscar el peligro -"vivir peligrosamente"- y hacer la guerra como prueba de los pueblos -"como higiene social", según Marinetti-, en tanto que Franco no precisa de las masas porque su objetivo es el contrario: disciplinarlas para volver al orden de la sociedad estamental.
La idea fundamental de Franco es congelar las relaciones sociales; nada de clases en pugna ni de conflictos sociales, sino colaboración entre estamentos en el Estado corporativo (familia, municipio, sindicato), configurando una sociedad piramidal y jerárquica, según criterios militares y religiosos.
El fascismo y algunos de sus cultos -la velocidad, la máquina, el futuro, la técnica, la electricidad, la fábrica, la violencia, la ciudad- son demasiado modernos para Franco, que tiene una concepción tomista de la sociedad -aunque según parece no había leído a Santo Tomás-, en la que cada cual debe buscar la perfección en el lugar que le corresponde, según el rango que la Providencia haya querido darle.
Su concepción de la política como servicio, influida por una interpretación militar, y justificación de su propio poder como leal sirviente de la patria (sin entregarse ni al relevo ni al descanso), contiene la noción de que la perfección es mantenerse en el lugar social que a cada uno le corresponde, como un servicio al todo, a la patria. Pero además había otro rasgo que distinguía al franquismo del fascismo. El de Franco era un poder con vocación total, porque aspiraba a gobernarlo todo, incluso el rincón más íntimo de cada persona. No sólo por la cantidad y calidad del poder que detentaba, sino porque la estructura del propio régimen estaba pensada para prohibir, según una acertada definición de Ionesco, todo aquello que no fuera obligatorio.
Además del gran poder que concentraba en sus manos, que emparejaba la figura de Franco con la de otros dictadores, había algo que distinguía su régimen de los demás. Gobernar cuerpos, ganar voluntades, doblegar resistencias fueron metas de Hitler y Mussolini, pero Franco aspiraba a más: su intención era gobernar almas.
Su proyecto de regenerar España mirando al pasado,  buscando legitimar su poder con personajes de la reconquista y el imperio, aspiraba a una reorientación total de la sociedad, para sacar a España de la decadencia a donde la habían conducido los malos políticos que habían tratado de modernizarla.
Su autoproclamada condición de caudillo se amparaba en una legitimidad superior a la de cualquier poder terrenal, que era la gracia de Dios. Detrás estaba la visión de una España piadosa y guerrera, librando una sucesión de batallas contra los seculares enemigos del solar patrio y de la verdadera religión. La Cruzada, en que convirtió la guerra civil, era la continuación de otras, en las que el brazo armado del Estado había servido a la Iglesia.
Franco restableció la vieja alianza medieval de la espada y el altar, con el Estado confesional y el Concordato con el Vaticano. Así, la Iglesia iluminaba de nuevo al gobernante y éste defendía -y concedía prebendas- a la Iglesia. De nuevo, unidas política y religión, la dimensión pública y la privada del ciudadano, dirigidas por la alianza del poder terrenal y el celestial. Si el hombre era portador de valores eternos, tales valores debían ser dirigidos por el poder del Estado, para que no se descarriaran ni después de la muerte.        

https://elobrero.es/opinion/item/21339-franquismo-fascismo.html