martes, 27 de noviembre de 2018

40º Aniversario Constitución. Roca

Comparada con la de Estados Unidos, en vigor desde 1787, aunque actualizada con sucesiva Enmiendas, la Constitución española de 1978 tiene pocos años, pero si se la compara con la duración de las otras Constituciones y Estatutos españoles es la de vigencia más larga, con la excepción de la de 1876, que estuvo vigente hasta 1923.
España fue de los primeros países en dotarse de un solemne documento escrito que reflejara la composición de las distintas partes del cuerpo social y las relaciones de la estructura jurídica, política y administrativa del Estado, que reemplazara la noción del país como un gran cuerpo humano compuesto de cabeza y extremidades, propia del Antiguo Régimen; la constitución fisiológica.  
Tras la reforma inglesa de 1688, la Constitución norteamericana de 1787, las constituciones de la Francia revolucionaria (1791, 1793, 1795) y las que hubo desde el Consulado al Imperio (1799, 1802, 1804), España se incorpora, en 1810, a la segunda oleada de las revoluciones atlánticas, más moderada que la primera, que producirá su texto fundamental en Cádiz, en 1812.
Pero el resultado de la controvertida relación entre la sociedad estamental y el mundo moderno, donde el súbdito no acaba legalmente de morir y el ciudadano no acaba políticamente de nacer, será un largo e inacabado proceso constituyente, en el que los avances de tipo progresista, que duran poco tiempo, ser alternan con bruscos saltos hacia atrás, en los que el arcaísmo parece recuperar el terreno perdido frente a la modernidad.
Tampoco se puede afirmar que haya faltado celo reformador, que más bien ha sobrado, tanto en un sentido como en otro -para renovar y para conservar-, sino que lo destacable ha sido la inestabilidad política provocada por esos intentos, que ha dado paso a lo que podría calificarse de desazón constituyente.
La Carta de Bayona de 1808, la Constitución de Cádiz de 1812, el Estatuto Real de 1834, la Constitución de 1837, la de 1845, la nonnata Constitución de 1856, los cambios constitucionales entre 1856 y 1868, la Constitución de 1869, el proyecto de Constitución federal de 1873, la Constitución de 1876, los proyectos de Primo de Rivera, la Constitución de 1931, las Leyes Fundamentales de Franco y, luego, la Constitución de 1978 son los jalones de una España necesitada de vertebración política, en la que la organización del Estado y la articulación de las diversas corrientes ideológicas no han podido durar mucho tiempo.
Los sucesivos procesos constituyentes pueden ser contemplados como si fueran las crestas de las olas que indican el movimiento profundo de las aguas sociales. Desde la limitada perspectiva que ofrecía el año 1836, la observación de esta azarosa existencia ya inspiró a Larra uno de sus ácidos epigramas -Aquí yace el Estatuto. Vivió y murió en un minuto-.
Nuestra azarosa trayectoria constitucional puede entenderse con los nombres de otros sucesos, pero representa históricamente lo mismo: entrada del ejército francés en España, huida de la familia de Carlos IV de Borbón a Francia, guerra de la Independencia, reinado de José Bonaparte, primeras Cortes liberales, fin de la guerra, primera restauración borbónica (Fernando VII) y regreso del absolutismo, trienio constitucional (Riego), nueva restauración absolutista (Cien Mil Hijos de San Luis) y década ominosa, regencia (María Cristina) y guerra carlista, reforma liberal, bienio progresista, década moderada y segunda guerra carlista, revolución de 1854, etapa conservadora isabelina, gloriosa revolución de 1868 y caída de la monarquía (Isabel II, al exilio), nueva guerra carlista, sexenio revolucionario, cambio de dinastía y abdicación de Amadeo de Saboya, Iª República, segunda restauración borbónica (Alfonso XII), agonía del canovismo, dictadura (Primo de Rivera) y dictablanda (Berenguer), Alfonso XIII al exilio, IIª República, guerra civil, dictadura franquista, una transición, tercera restauración borbónica (Juan Carlos I) y régimen democrático.

Roca, J. M. (2013): La oxidada Transición, Madrid, La Linetrna sorda, pp. 56-57. 

lunes, 26 de noviembre de 2018

6º día de lectura.


Sexto día de la cadena de lectura. Y sigo con “el procés”. 
Sé que me pongo “mu pesao”, pero es que el asunto me ataca los nervios, por lo que expresa, no sólo como objetivo difícil de alcanzar, sino por la información que aporta sobre quienes lo dirigen, que parecen obnubilados, viviendo una realidad paralela en una habitación y mal ventilada, atrapados por el aire viciado de un discurso circular y redundante sobre el mismo tema, pero con la mente cerrada a cal y canto a cualquier idea tangencial. Y ahí siguen, encerrados con un solo juguete, despreciando lo que aporta la realidad e inmunes al desaliento. Un tesón, que sería digno de alabanza si respondiera a mejor causa. 

“Durante los cinco años que van de 2012 a 2017, el proceso independentista discurrió entre dos sectores que daban apoyo al nuevo relato, pero que perseguían objetivos diferentes. Por un lado, quienes concluyeron, como Mas, que la única forma de conseguir que el Estado se aviniera a negociar un encaje diferente de Cataluña en España, en el que se blindara su singularidad cultural y lingüística y se atendieran sus reclamaciones económicas, era subir la apuesta, estirar la cuerda al máximo para sentarse a la mesa de negociación desde una posición de fuerza (…) Pero en el proceso también confluyeron de forma impetuosa quienes consideraron que esta era la oportunidad histórica para convertir Cataluña en un Estado independiente. Para ellos, se trataba de una ocasión única: ahora o nunca. Incluso algunos acuñaron el lema <tenim pressa> (tenemos prisa) y justificaron esa premura con el razonamiento de que, cuanto antes Cataluña lograra su independencia, antes gozaría de los recursos y herramientas necesarios para salir de la crisis. Con España en una situación de debilidad en Europa debido a sus maltrechas finanzas, y un movimiento popular en ebullición en Cataluña, creían llegado el momento de dar el salto decisivo”.

Lola García: El naufragio. La deconstrucción del sueño independentista, Barcelona, Península, 2018. 

domingo, 25 de noviembre de 2018

Tópico feminista

Comentario a propósito de un cartel sobre violencia de género.

Gramsci dejó dicho -escrito- que las clases subalternas se miran en las clases dominantes, como en un espejo, para construir, a partir de los rasgos de aquellas, su identidad y sus propósitos. Diríamos que se perciben como un reflejo en positivo de las clases dominantes que han construido en negativo. Es un modelo maniqueo, de bueno o malo sin término medio. 
Lo mismo sucede con el feminismo, o con alguna de sus corrientes, que ha construido una imagen negativa de lo masculino, para, a partir de ella, construir en positivo el modelo de lo femenino. Los rasgos más tópicos de esa visión de lo masculino están recogidas en ese cartel: no abuses, no agredas, no violes, no mates.

40 Aniversario Constitución. Roca Junyent.


En su singularidad, España ha generado un nuevo modelo: por la reforma hacia la ruptura. Y en este modelo, las Cortes constituyentes eran y deben ser el motor de la ruptura, y la nueva Constitución el documento que la solemnice. Así, la Constitución no debe señalar únicamente el marco fundamental dentro del cual debe desarrollarse el futuro juego político de las Instituciones, sino también poner punto final a toda la era franquista. Y no a través de explicaciones impropias en su preámbulo, sino a través de un articulado que, al proclamar tal o cual derecho, venga a dar respuesta a lo que ha sido la larga lucha reivindicativa de estos últimos cuarenta años.
Este era un punto de partida fundamental. Y  cuando muchas críticas señalan la extensión -excesiva según algunos- del Anteproyecto, hay que tener presente la finalidad, ahora explicada, que perseguían algunos ponentes. Lógicamente, en una reforma constitucional que hoy se contemplase en Estados europeos de democracia consolidada, muchos de los temas que se contemplan en el Anteproyecto podrían ser negligidos, porque una larga práctica los ha constitucionalizado al margen del formalismo de su inclusión o no en el texto constitucional. Pero este no es el caso español y debían tratarse prolijamente, por ejemplo, todas y cada una de las libertades públicas, porque la práctica de su respeto no existía, y aun con un solo reconocimiento lo que perdura es un evidente criterio restrictivo de interpretación (…) Lo importante es definir un texto constitucional que cierre y rompa el esquema franquista abriendo solemnemente un régimen democrático (…) Una Constitución, pues, para la Democracia. Pero en este  planteamiento anida otra problemática mucho más rica y compleja: ¿qué Estado, qué clase de Estado y de Democracia querían definirse? ¿Un estado liberal, una democracia parlamentaria? ¿Un régimen socializante o socializable? ¿Una democracia formal que no alcanzase a las auténticas coordenadas de la vida económica, social y cultural?

Miguel Roca i Junyent: “Una primera aproximación al debate constitucional”, en VV.AA.: La izquierda y la Constitución, Barcelona, Taula de Canvi, 1978, p. 31-32.

viernes, 23 de noviembre de 2018

5º día de lectura


Quinto día de la cadena de lectura. Y dicen los taurinos que no hay quinto malo. Pero el libro previsto no va de toros, aunque quizá de toreros; de toreros aficionados al plante, al desplante, a citar al toro de lejos y a despachar con naturales, unos, o con mantazos; otros a no moverse, como el don Tancredo; unos a ver los toros desde la barrera y otros a exhibirse con toreo de salón y brindis al sol, que acaban no en los tendidos de sombra, sino “a la sombra” directamente. La fiesta nacional, con multitudinario paseíllo, con engaño y castigo; con jamelgos y picadores, que se celebra principalmente en una ciudad con dos plazas, dedicadas a otra cosa.
El libro no es un morlaco de 500 kilos (o 500 páginas), sino una res pequeña, pero ágil y astifina; un texto denso, breve y sintético (107 páginas): “La conjura de los irresponsables” de Jordi Amat (Barcelona, Anagrama, 2017), de recomendable lectura.

“Como ha sucedido a lo largo de buena parte del proceso soberanista -desde la ponencia encargada de redactar el Estatuto-, quedaba desmentida de nuevo la convicción ingenua de que la fijación de un deseo en un texto legal tiene una capacidad performativa automática. Ahora tampoco. Así, pasada la hora de la verdad, se empezó a extender una sensación de frustración resignada: la nueva República, surgida de la épica del 1 de octubre, no pasaba de ser un significante vacío. No había ningún reconocimiento internacional. No había estructuras que permitieran hacer efectiva la transición del viejo Estado al nuevo. No había capacidad de imponer con la fuerza un nuevo statu quo. Por no haber, no había ni la voluntad de escenificar el nacimiento del nuevo Estado con una acción simbólica como arriar la bandera. Palabras, palabras, palabras.
El desconcierto es que las élites gubernamentales lo sabían, como empezamos a descubrir, pero lo habían silenciado” (p. 104).

40º Aniversario de la Constitución. Solé T.


Sabemos que los trabajadores y las clases populares se juegan mucho en este debate constitucional, puesto que del resultado final del mismo dependerá que la palabra democracia tenga sentido o no para la mayoría del pueblo.
Por eso pretendemos que el debate sobre la Constitución no sea sólo un debate en el seno de las Cortes y aún menos un debate entre especialistas. Queremos que todos los trabajadores, que todos los sectores populares consideren la batalla por una Constitución democrática como algo suyo, como algo que les concierne directamente. Se trata de una batalla política que el pueblo debe ganar.
Con esto no queremos decir que se trate de imponer una Constitución sobre otra. No queremos una Constitución votada únicamente por el 51% del electorado contra el 49% restante. Se trata, por el contrario, de elaborar una Constitución que cuente con el mayor consenso posible, una Constitución que pueda ser votada sin grandes traumas por la gran mayoría del electorado.
Por eso, la Constitución ha de establecer unas reglas del juego practicables por esa gran mayoría. Si la derecha social de este país, apoyándose en la mayoría parlamentaria artificial que ahora tiene, nos quiere colocar una Constitución autoritaria y centralista, en la que las clases populares queden marginadas o tengan que situarse a la defensiva, la batalla política por la Constitución será diferente y podrá alcanzar, incluso, la impugnación de la forma de gobierno que en ella se prevé.
Esta es una cuestión clave. Lo que ahora está en juego es la consolidación de una democracia todavía precaria, de una democracia que se desarrolla en medio de un sistema de aparatos e instituciones que todavía son los de antes. La tarea más progresista, más revolucionaria es conseguir que esa democracia triunfe y se consolide.  
Jordi Solé Tura: Los comunistas y la Constitución, Madrid, Forma Ediciones, 1978, p. 10-11.

jueves, 22 de noviembre de 2018

40º Aniversario de la Constitución. Peces Barba




“Si tuviese que juzgar telegráficamente el texto elaborado, diría que no es el texto que hubiéramos hecho los socialistas, pero que sí es el mejor texto posible dada la composición de las fuerzas en presencia en el Congreso de los Diputados, reflejada en la ponencia. Creo que es un texto que nos deja a todos un poco descontentos, pero no tan descontentos como para enarbolar como bandera electoral su reforma para las próximas elecciones. El debate posterior modificará el texto, naturalmente, pero no creo que toque profundamente los consensos obtenidos. De todas maneras, estoy seguro de que la discusión en la Comisión y en el Pleno del Congreso y posteriormente en el Senado lo mejorarán.
No creo que se pueda decir que el texto es muy original, porque están presentes en él las soluciones de esas Constituciones ya citadas, más las de la francesa de 1958, que ha entrado por impulso de UCD y de Alianza Popular. Sin embargo, sí señalaría la originalidad del artículo primero, que creo que no tiene precedente y que personalmente enjuicio como muy positivo: <España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, y la igualdad y el respeto al pluralismo político>”.

Gregorio Peces Barba.
VV.AA: La izquierda y la Constitución, Barcelona, Taula de Canvi, 1978.

sábado, 17 de noviembre de 2018

Azaña. Catalanizar


Es preciso estar habituado al ejercicio de traducir, al lenguaje común y claro, las tergiversaciones y sobreentendidos de la política barcelonesa. Detrás de aquella exaltación del patriotismo catalán, para contener las escisiones de clase, había la necesidad y la dificultad de imbuir el catalanismo en la porción más numerosa del proletariado de Cataluña. Otros han dicho más claramente: <Hay que catalanizar el campo>. Es decir, que tanto el campesino como el obrero industrial fuesen, antes que marxistas o sindicalistas, nacionalistas. Antes que Marx o Sorel o Bakunin, Ramón Berenguer IV o Maciá…

Manuel Azaña: “Cuaderno de La Pobleta (1937)”, Memorias políticas y de guerra (II), Barcelona, Crítica, 1978, p. 132.

Fdez de Castro. Franco y la cultura


Ayer, cuando buscaba una fotografía para ilustrar el texto sobre franquismo y fascismo, me topé con un artículo, del que extraigo un párrafo. Está referido a España, a la España de Franco, pero con cierta inversión, se puede aplicar a otras situaciones. La diferencia reside en cuándo se levantan las fronteras: si es antes o después de establecer la particular mitología.

“Cuando una sociedad se organiza en Estado establece sus fronteras, la piel que le separa de sus vecinos, coloca sus carabineros y sus inquisidores para evitar que entren o que salgan de matute mercancías, personas e ideas no deseadas, y se mira al ombligo para reconocer los genes que le identifican, su historia, las batallas ganadas y las retiradas honrosas, sus coros y danzas, el Dios que habita en sus catedrales y al que blasfeman o rinden culto sus gentes, el submarino que inventó uno de sus sabios, el fénix de sus letras, el torero, el Cid y el Santiago matamoros de su particular mitología, todo lo que hace proclamar a los societarios <nosotros somos diferentes>”.

Ignacio Fernández de Castro: “Franco y la cultura”, El Mundo, Documentos, “Franco 1892-1992”.

“No fueron dos culturas enfrentadas, fue la estúpida confusión de los salvadores de turno, versión folclórica de las salas de banderas, que no eran capaces de distinguir la patria de la pandereta, la astucia de los uniformados ambiciosos cuyo sable se pone al servicio de quienes ofrecen una medalla, un monumento o un lugar en la Historia”.
(ibíd.)

viernes, 16 de noviembre de 2018

Lectura. Día 4. Jordi Canal.


Retomo la cadena de lectura después de un par de días de ausencia -un corto viaje- con el libro de Jordi Canal "Historia mínima de Cataluña" (Turner, 2015), que no es tan mínima -casi 300 páginas- pero es muy interesante porque está escrito desde el punto de vista de hoy, por lo que sale al paso de las falacias de los nacionalistas. 
"El flamante nacionalismo catalán se libró desde el inicio a un proceso de construcción nacional propio, de nacionalización a fin de cuentas, que se hizo contra la nación española y con formas no muy distintas de las aplicadas por los estados-nación. Antes del siglo XX no existía ninguna nación llamada Cataluña. Fueron los nacionalistas  los que, a partir de finales de la década de 1890, se lanzaron al proyecto de construir una nación y de nacionalizar a los catalanes" (p. 153).

Merece la pena leerlo entero, pero tendría valor sólo por el capítulo V "La Cataluña de ayer y de hoy" (Republicana, Abrazo mortal, La larga dictadura, Sopa de letras, En el país de las autonomías). 
Me gustaría que mi colega Manuel Herranz Montero se sumara a esta cadena, junto a los ya citados, Joaquim PisaIsabel Garcia Bejarano y José Luis Vergara, si es que han aceptado el envite.

Franquismo, fascismo

Han vuelto a la palestra política, si es que alguna vez se fueron, los vocablos “fascismo” y “franquismo”, utilizados más como definitivos insultos que no precisan explicación adicional, que para facilitar el debate y el intercambio de razones.   
Empleados de forma indistinta, como sinónimos, fascismo y franquismo no son términos equiparables. Franco no era fascista; y el fascismo antes de la guerra civil era minoritario. En las elecciones de 1936, la Falange, que según su fundador no era fascista, no sacó ni un escaño, y si llegó al poder fue como parte subsidiaria en un golpe de Estado ejecutado por militares.
Fascista es un terrible epíteto, por lo que tiene de calificación moral, pero que, salvados los años inmediatos al final de la guerra civil, es equivocado para definir el régimen de Franco. La breve influencia política e ideológica de la Falange, las iniciales alianzas del Régimen y la parafernalia del partido único no eran más que un ligero barniz moderno -sugerido por formas políticas de entonces- para encubrir que, bajo un régimen de excepción permanente, había una esencia más rancia: su carácter antimoderno; predemocrático, aunque el régimen hubiera nacido como una reacción al sistema democrático.
La crisis de los valores burgueses, que hace eclosión en los años veinte, se presenta sobre todo como crisis de dirección política, como crisis de hegemonía en sentido gramsciano, pero adobada en el caso español con la pujanza de valores propios de la sociedad tradicional, producto de la histórica debilidad de la burguesía nacional.
Lo cual conforma el régimen de Franco como netamente español; sitúa sus raíces, sus fines y motivaciones, su legitimación y sus intereses como efecto del convulso e inconcluso proceso de modernización de España. El franquismo es, típicamente, un fenómeno español, que responde a problemas peculiares, y que tiene a su frente a un hombre física, moral e ideológicamente español.
A diferencia de otros dirigentes fascistas, Franco no representa audaces valores modernos frente a una burguesía decadente, sino los valores de las clases altas, de la oligarquía absentista y de la burguesía proteccionista, y las mediocres aspiraciones de la clase media y media baja de provincias -familia, orden, tradición pacata, religiosidad beata, estricta moral y la noción de la vida y del tiempo propia del ámbito rural- y su temor al desorden, al laicismo, a la libertad y al conflicto social asociados a los aires modernizantes que llegan de las urbes industriales y sobre todo del extranjero.
Franco encarna la prevención del antiguo régimen ante dos de las consecuencias de la modernidad: el sistema político representativo, es decir, el miedo al sufragio universal, y el pánico de las clases altas al movimiento obrero -efecto inevitable de la industrialización-, al que no son capaces de atraer ni de integrar, sino sólo desoír sus justificadas demandas y reprimir las expresiones de su indignación.
Estas viejas aspiraciones hallan el momento propicio para manifestarse en la crisis de dirección política de la burguesía liberal, que marca el ocaso de la Restauración y se agudiza en la II República, pero en su forma de plantearse -un golpe militar- y en los apoyos recibidos se aprecia una considerable distancia con respecto a cómo resuelven el problema los verdaderos fascistas.
Si afirmamos que la entrada y el protagonismo de las masas laboriosas en el escenario social es uno de los elementos característicos de la modernidad, el miedo a las masas es uno de los rasgos que muestran el carácter premoderno del franquismo y lo distinguen de los dos modelos clásicos de fascismo -alemán e italiano-. Mientras que éstos aceptan la entrada en la historia de ese nuevo sujeto colectivo -oceánico, según la expresión fascista- y utilizan la movilización de las masas para llegar al poder, el franquismo, heredero del miedo a las masas, toma el poder precisamente para someter a unas masas que habían sido ganadas mayoritariamente por los sindicatos y representaban una amenaza para las clases que tradicionalmente habían detentado el poder político y la hegemonía política y cultural.
Mientras el fascismo utiliza el carisma del jefe para movilizar a las masas y dirigirlas hacia la conquista del Estado, Franco -bajo de estatura, gordo y con voz atiplada-, carece de carisma, y lo que podía parecérsele es posterior a la toma del poder y  construido por la propaganda para movilizar, ocasionalmente, a sus adeptos.
Las concentraciones de apoyo a Franco y la difusión de los idealizados valores de su personalidad para suscitar su culto, no son la continuación de su popularidad después de la toma del poder. Muy al contrario, de haber contado con el fervor de las masas, Franco hubiera visto dificultada su labor de conspirador cuartelero. Su triunfo no es el de un tribuno de la plebe, sino el del estratega militar al servicio de las clases altas, en una guerra que expresa de forma aguda la lucha de clases.
De la misma manera, para el fascismo las masas son el vehículo para desatar la tensión social, para buscar el peligro -"vivir peligrosamente"- y hacer la guerra como prueba de los pueblos -"como higiene social", según Marinetti-, en tanto que Franco no precisa de las masas porque su objetivo es el contrario: disciplinarlas para volver al orden de la sociedad estamental.
La idea fundamental de Franco es congelar las relaciones sociales; nada de clases en pugna ni de conflictos sociales, sino colaboración entre estamentos en el Estado corporativo (familia, municipio, sindicato), configurando una sociedad piramidal y jerárquica, según criterios militares y religiosos.
El fascismo y algunos de sus cultos -la velocidad, la máquina, el futuro, la técnica, la electricidad, la fábrica, la violencia, la ciudad- son demasiado modernos para Franco, que tiene una concepción tomista de la sociedad -aunque según parece no había leído a Santo Tomás-, en la que cada cual debe buscar la perfección en el lugar que le corresponde, según el rango que la Providencia haya querido darle.
Su concepción de la política como servicio, influida por una interpretación militar, y justificación de su propio poder como leal sirviente de la patria (sin entregarse ni al relevo ni al descanso), contiene la noción de que la perfección es mantenerse en el lugar social que a cada uno le corresponde, como un servicio al todo, a la patria. Pero además había otro rasgo que distinguía al franquismo del fascismo. El de Franco era un poder con vocación total, porque aspiraba a gobernarlo todo, incluso el rincón más íntimo de cada persona. No sólo por la cantidad y calidad del poder que detentaba, sino porque la estructura del propio régimen estaba pensada para prohibir, según una acertada definición de Ionesco, todo aquello que no fuera obligatorio.
Además del gran poder que concentraba en sus manos, que emparejaba la figura de Franco con la de otros dictadores, había algo que distinguía su régimen de los demás. Gobernar cuerpos, ganar voluntades, doblegar resistencias fueron metas de Hitler y Mussolini, pero Franco aspiraba a más: su intención era gobernar almas.
Su proyecto de regenerar España mirando al pasado,  buscando legitimar su poder con personajes de la reconquista y el imperio, aspiraba a una reorientación total de la sociedad, para sacar a España de la decadencia a donde la habían conducido los malos políticos que habían tratado de modernizarla.
Su autoproclamada condición de caudillo se amparaba en una legitimidad superior a la de cualquier poder terrenal, que era la gracia de Dios. Detrás estaba la visión de una España piadosa y guerrera, librando una sucesión de batallas contra los seculares enemigos del solar patrio y de la verdadera religión. La Cruzada, en que convirtió la guerra civil, era la continuación de otras, en las que el brazo armado del Estado había servido a la Iglesia.
Franco restableció la vieja alianza medieval de la espada y el altar, con el Estado confesional y el Concordato con el Vaticano. Así, la Iglesia iluminaba de nuevo al gobernante y éste defendía -y concedía prebendas- a la Iglesia. De nuevo, unidas política y religión, la dimensión pública y la privada del ciudadano, dirigidas por la alianza del poder terrenal y el celestial. Si el hombre era portador de valores eternos, tales valores debían ser dirigidos por el poder del Estado, para que no se descarriaran ni después de la muerte.        

https://elobrero.es/opinion/item/21339-franquismo-fascismo.html        
                                                     

jueves, 15 de noviembre de 2018

Ortega Lara

Tengo respeto por este hombre, que sufrió un calvario a manos de unos fanáticos, pero discrepo mucho de sus opiniones, que prefiero atribuir a la ignorancia antes que a la mala intención. 
La guerra no la desencadenó la izquierda. El 18 de julio de 1936, una parte del ejército, que ya lo había intentado en 1932 con Sanjurjo, se levantó en armas contra el gobierno legal de la II República, para defender, dijeron en principio, a la República contra un golpe de los comunistas que sólo estaba en su imaginación. 
El golpe militar fracasó en parte de España y se inició una guerra civil, que no acabó hasta que Franco, erigido en comandante en jefe, obtuvo la rendición incondicional de las tropas republicanas. Lo que vino después, si es que se quería restaurar el orden público, no era necesario; sí lo era si se trataba de un acto de venganza y de expolio contra los vencidos, y de sofocar cualquier oposición durante décadas, en una época, el auge del fascismo en Europa, de matanzas y de expolios. Pero la guerra, iniciada en nombre de España, no pretendía gobernar España para todos, sino convertir el país en botín de los vencedores. Y de esa idea muchos todavía no se han apeado. 
Las izquierdas y los demócratas perdieron la guerra; eso nadie lo niega, pero ¿qué mal hacen pidiendo dar sepultura a sus muertos?. Nadie ha pedido restituir las haciendas expropiadas, ni organizar juicios sumarísimos contra aquellos que participaron en la represión posterior a la guerra, se pide rehabilitar el nombre de los que cayeron en la guerra del bando republicano defendiendo una idea de España que tiene mucho que ver con lo que hoy son España y Europa. 
Nunca pediría un zulo para Ortega Lara por sus opiniones, como alguno sugiere, pero sí que pasara unas horas en una buena biblioteca.

Desayuno con Mancini

Desayuno con Mancini, pues la música es lo mejor de la película, que es puro realismo rosa. La película no me gusta, la he visto varias veces y cada vez me gusta menos. Es la versión edulcorada de un relato, más duro, de Turman Capote, al que se ha despojado de dramatismo y, a base de tupidos velos, parece una comedia romántica, que no es, pues la forma de vida de los protagonistas, Peppard y Hepburn, que sólo queda apuntada, no es de comedia: él, escritor que aspira a triunfar, hace de chulo que vive a costa de una mujer mayor; ella, que aspira a triunfar como estrella, vive las noches de Nueva York a cambio de los donativos de un señor, un "papaito", que la mantiene (¿a cambio de qué? Chica ingenua y caballero generoso o simplemente prostituta de lujo. Todo muy bonito, en Nueva York, en color y con una célebre banda sonora del maestro Mancini, que dulcifica una historia que es más bien de blanco y negro. Hay películas mejores sobre el mismo tema. Por ejemplo: William Holden, también escritor, en "El crepúsculo de los dioses" ("Sunset Bulevar") o Liz Taylor, top model, ligera de cascos, en "Una mujer marcada".

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Constitución, 40 años. Blanco Valdés


“Los nacionalismos contra la Constitución
El texto de 1978 dio lugar a la apertura de un proceso de reforma de la estructura del Estado que supuso una auténtica revolución territorial. Con un único precedente, frustrado por la caída del régimen, durante la II República Española (el denominado Estado integral), el sistema autonómico no sólo se generalizó en el conjunto del país tras los acuerdos políticos de 1981 y 1992, sino que avanzó a una gran velocidad, de modo que la descentralización acabaría dando lugar a la construcción de un verdadera sistema federal. Tal constatación no sólo hace difícil de entender que algunos vean en una supuesta ‘reforma federal’ la solución a los problemas planteados por los nacionalismos vasco y catalán desde el inicio de la descentralización, sino que convierte sobre todo en totalmente incomprensible la propia existencia de una constante reivindicación nacionalista de más autonomía. Las cosas se han desarrollado de modo tan paradójico que, contra todo pronóstico, a medida que avanzaba el autogobierno de Cataluña y del País Vasco se iban haciendo allí más radicales y perentorias y no menos, como habría sido de esperar, las exigencias de sus instituciones respectivas a favor de mayor descentralización.
Tal reivindicación acabaría evolucionando hacia una ruptura radical con el modelo autonómico que dio al País Vasco y a Cataluña un poder político muy superior al que tienen en su manos la mayor parte de las unidades políticas de los Estados federales”.

Roberto L. Blanco Valdés: “Constitución de 1978: ¡Feliz cumpleaños!”, en Claves nº 261, Noviembre/diciembre, 2018.

El palacio de las pipas


La personalidad y el atractivo de los artistas -ellas y ellos-, el ingenio de los guionistas, la habilidad de los camarógrafos, el trabajo de escenógrafos, la labor del director, el dinero de los productores y el esfuerzo de todos aquellos que intervienen en la realización de una película servirían de poco si no existiera una extensa red de distribución que enlazara los estudios de producción con las pantallas y los públicos. En otras palabras, y aunque la forma de exhibición haya cambiado, la poderosa industria del cine ha necesitado durante décadas de las modestas salas de cine de barrio y de pueblo, para poder mostrar sus prodigios.
Hace años, estas salas, grandes y con pantallas grandes, eran un refugio cómodo y barato donde, comiendo pipas o merendando, chicos y mayores, pero sobre todo chicos de edad y tamaño -chicos y chicas- podíamos pasar la tarde viendo películas de indios, de piratas, de romanos, de policías y ladrones, de guerra o de amor, cuando no había otros muchos lugares a donde ir. 
En el mar de la mediocridad y carencias cotidianas de aquella España en blanco y negro, como el NO-DO y no pocas películas, las salas de cine eran una temporal isla encantada en la que por un rato podíamos visitar coloreadas tierras exóticas, asistir a las más insólitas situaciones en lugares que nunca visitaríamos y ser ocasionales compañeros de aventuras de unos personajes que nunca tendríamos como amigos.
El cine de barrio o de pueblo era el escondite de los que, cartera o carpeta en mano, habían decidido, por su cuenta y riesgo, sustituir el pupitre del colegio o del instituto por un sillón de entresuelo y cambiar a Pitágoras por Gary Cooper o a los reyes godos por los apaches de Cochise. El cine se convertía entonces en guarida de novilleros, sede oficial de la secta de devoradores de pipas del barrio y cuartel general de toda una chavalería que, por tres o cuatro pelas, podía pasar caliente la tarde del sábado o del domingo viendo un ameno programa doble.
El cine de barrio era también asilo de enamorados con pocos medios, el cómplice agujero negro donde las parejas podían ensayar los primeros juegos amorosos en la llamada "fila de los mancos". Posturas incómodas, dolor de cuello y la cara encendida de rubor cuando se encendían las luces eran los tributos que tenían que pagar aquellos (y aquellas) que se entregaban a un rato de expansión pasional en las acogedoras sombras de la sala. 
Ya en el descanso, cuando se encendía las luces, se anunciaba el bar -en el entresuelo- y los vendedores voceaban su mercancía -patatas fritas, chocolatinas, toooofes y carameloooos- ,había que tratar de disimular, en un esfuerzo inútil por recobrar la compostura, porque todo el mundo conocía la sospechosa actividad a la que se entregaban los afortunados residentes de la última fila.  
Desde la modesta localidad de un cine de barrio o de pueblo hemos podido asistir a ruidosos tiroteos y a las más cruentas batallas protegidos sólo por una butaca, escondernos de un monstruo horripilante detrás de la espalda del espectador de delante o asistir a los más espantosos crímenes sobrecogidos de terror mientras, inquietos, mirábamos de reojo al vecino de butaca, temiendo hallarnos a la vera de un marciano verde, de un maníaco o de un vampiro de dientes largos, cuando a lo mejor sólo era un inocente espía que surgió del frío, pasando un rato de ocio.
Gracias al cine, y cómodamente sentados, hemos podido contemplar una amplia muestra de comportamientos humanos, emociones y sentimientos (a veces inhumanos), que iban desde los más abnegados sacrificios, que corrían por cuenta de los protagonistas, a las prestaciones mejor remuneradas, desde los más nobles actos de generosidad o de heroísmo hasta las más bajas vilezas, ejecutadas por pertinaces canallas; desde los acuerdos más desinteresados a los más infames contratos, representados por protagonistas muy diversos. En ocasiones eran alocados y guapos jóvenes de ambos sexos que vivían sus primeras aventuras, en otras, galanes maduros y sensuales mujeres vivían tormentosas historias de amor, en unas terceras, unos héroes generosos e incansables se enfrentaban a los antagonistas más innobles, encarnados por geniales artistas, adornados con las más repugnantes cualidades para hacer bien creíble su infame papel.
Todas las flaquezas humanas contenidas no sólo en los siete pecados capitales -siete, pero mortales-, sino más (soberbia, ambición, avaricia, lujuria, celos, envidia, venganza, egoísmo, desprecio, traición, corrupción) han desfilado ante nuestros atónitos ojos en una pantalla de cine y todas las proezas de seres portentosos han tomado cuerpo (nunca mejor dicho) en los privilegiados (y bien remunerados) mortales que han tenido la dicha de poder vivir y hacernos vivir existencias muy diferentes, pero siempre excitantes.
El escritor ruso Elías Erehnburg llamó a Hollywood la fábrica de sueños y no le faltaba razón, porque de aquellos estudios (y de otros parecidos) han salido todos los ambientes posibles -desde el lujo asiático hasta el realismo más cutre-, todos los escenarios imaginables, todas las fantasías y todas las historias concebibles y aún las inconcebibles, que nosotros -gente pequeña y asombrada-, con harta frecuencia, habíamos creído a pies juntillas, olvidando un consejo que hace ya muchos años nos diera el guasón pirata Ballow (Burt Lancaster), encaramado en el velamen de su barco, en un avance de promoción de El temible burlón: "Dad crédito solamente a la mitad de lo que veáis". 
Y tenía razón, pero aquella mitad valía un portento.

martes, 13 de noviembre de 2018

Sobre Heidegger

Sobre un comentario de R. Álvarez Aituna en FB.

Qué paradoja es la del filósofo que dice que el hombre es un ser para la muerte, apostando por un Reich que debería durar un milenio, erigido sobre millones de cadáveres.

Sócrates pagó con la vida su noción de la filosofía; Heideger puso la suya al servicio de los verdugos. No hay comparación. Uno fue consecuente; el otro un farsante.

Vale, pero hay que quitar trascendencia a su conducta, por muy sublimes que sean sus justificaciones, para pensar que, como humano -ser del mundo; estar en el mundo; ser en el tiempo, ser de su tiempo-, se pudo dejar influir por el clima de opinión dominante -el auge del nazismo- y sumarse a un movimiento popular sorprendente por su potencia y sus objetivos para medrar con él, como hicieron tantos otros, que no fueron filósofos.

Lectura. Día 3. Utopías del 68

Tercer día de la cadena de lectura. 
El libro elegido para hoy es de Antonio Elorza: "Utopías del 68. De París y Praga a China y México" (Barcelona, Pasado y Presente, 2018), que, como se puede ver, va más allá del célebre mayo francés.
"Hay un denominador común en todas las utopías: el enfrentamiento del utopista con la realidad desecha la posibilidad de las reformas y plantea la exigencia de construir un orden nuevo, acorde con las categorías y los valores que estima como racionales y necesarios" (Introducción: "El año de Prometeo")

lunes, 12 de noviembre de 2018

La "marca" Chomsky

Respuesta a un comentario de El Uliteo, sobre que Chomsky se ha hecho millonario dando conferencias contra el capitalismo.

A) El mercado impone su lógica. Chomsky quiere llegar a muchas personas y utiliza las reglas del mercado para ello. Chomsky es una marca. 
B) Es mejor ganar dinero criticando el capitalismo que alabándolo. 
C) Si realiza un trabajo es normal que quiera cobrar por hacerlo. 
D) Parece que hay demanda, pues público no le falta. Cubre un segmento del mercado que no está atendido y efectúa una meritoria labor social. Otros también la hacen, con menos medios, por canales subterráneos o al margen del mercado y, eso sí, con menos réditos y menos éxito de público; son más veraces pero su repercusión es menor.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Constitución. Hace ya 40 años

Ayer se cumplieron cuarenta años de la aprobación del proyecto de Constitución en las Cortes, era el 31 de octubre de 1978.
Con la votación en el Senado y en el Congreso concluía, a falta de la ratificación popular en el referéndum del 6 de diciembre, el proceso constituyente, iniciado en julio de 1977, con la formación de la Comisión Constitucional en el Congreso. 
Tras quince meses de deliberaciones y más de 400 horas de debates, con algunos momentos muy tensos, las cámaras dieron aquel día los siguientes resultados. 
En el Senado, de 248 senadores (9 ausencias), 226 votaron a favor, 5 en contra (Ramón Bajo y Juan María Bandrés, del Grupo Vasco; Fidel Carazo, José María Xirinacs y el almirante Marcial Gamboa, designado por el Rey, del Grupo Mixto). Ocho senadores se abstuvieron (Manuel Irujo, Gregorio Monreal, Juan I. Uría, Ignacio Oregui y Federico Zabala, del Grupo vasco; Rosend Audet, de ERC, y los generales Luis Díez-Alegría y Ángel Salas Larrazábal, de designación real). 
En el Congreso, de 350 diputados (5 ausencias), 325 votaron a favor, 6 en contra (Francisco Letamendía, de EE, y los diputados de AP (hoy PP), Federico Silva Muñoz, Gonzalo Fernández de la Mora, Alberto Jarabo, José Martínez Emperador y Pedro Mendizábal) y 14 se abstuvieron (Licinio de la Fuente, Modesto Piñeiro y Álvaro Lapuerta de AP, Heribert Barrera de ERC, Jesús Aizpún, de UCD, Joaquín Arana y Pedro Morales, del Grupo mixto, y 14 diputados del Grupo Vasco). 
El clima político no había facilitado la labor de los diputados ni favorecido, precisamente, el consenso. El país seguía en recesión y en 1978 se había puesto a prueba el Pacto de la Moncloa, firmado en octubre de 1977, para salir de ella, que incidía negativamente en las condiciones laborales. 
El año empezó con el incendio de la sala Scala, de Barcelona, que produjo la muerte de 4 trabajadores. El siniestro se atribuyó inicialmente a la CNT, en un intento de debilitar su rápido crecimiento en Cataluña. Poco después, y en un atentado similar (una bomba pegada al pecho) al que costó la vida al industrial barcelonés, José María Bultó, otro causaba la muerte del ex alcalde de Barcelona, Joaquín Viola, y de su esposa, y el día 30 de octubre, la víspera de la jornada extraordinaria en las Cortes, una bomba hizo explosión en “El País”, matando a dos trabajadores, en un atentado como el sufrido por la revista satírica “El Papus”, en septiembre del año anterior. 
El año había dejado un gran saldo de muertos por la violencia política de cualquier signo. Entre el 15/6/1977 y el 31/12/1978, es decir, desde que se celebraron las primeras elecciones hasta que se promulgó la Constitución, hubo 85 víctimas mortales, de ellas, 3 fueron militares, 45 miembros de las fuerzas de seguridad y el resto civiles. Del clima que se vivía, da cuenta, por un lado, el consejo de guerra incoado a Albert Boadella, por injurias a las fuerzas armadas en una obra de teatro, y por, otro, las declaraciones de altos mandos del Ejército, la insubordinación del general Atarés ante el vicepresidente del Gobierno, general Gutiérrez Mellado y el descubrimiento de la “operación Galaxia”, unas inofensivas aparentemente charlas de café promovidas por el teniente coronel Antonio Tejero y por el capitán Sáenz Inestrillas, que delataban el ambiente con que se recibían los atentados terroristas en el estamento militar y anunciaba el cuartelazo de febrero de 1981.

1 de noviembre de 2018