Los
brutales atentados del 11 de septiembre en los Estados Unidos han sacado
bruscamente a la luz y con una dimensión inesperada una serie de tensiones que
veían manifestándose a menor escala desde hace tiempo, han planteado no pocos
interrogantes y, entre otros, han quedado dramáticamente planteados el de la
naturaleza de tales actos y el de la
naturaleza de la respuesta.
Por
su magnitud -la osadía de atacar al país más poderoso del globo, la intención
de provocar un elevado número de víctimas civiles (¿6.000?) y el contenido
simbólico del lugar elegido para producir la catástrofe (el centro del capital en la capital del capitalismo
mundial)-, los atentados no han dejado a nadie indiferente. Una terrible
conmoción ha sacudido las conciencias de los ciudadanos de Norteamérica y de
todos aquellos que se sienten solidarios con el sufrimiento ajeno, aunque no
compartan ni de lejos la trayectoria de los gobiernos de Estados Unidos, y, por
otro lado -la otra parte-, los atentados han despertado bastante simpatía entre
la población de numerosos países árabes, aunque no necesariamente de sus
gobiernos.
Por
su origen -si se confirma que se deben al grupo Al Qaeda, dirigido por el
multimillonario saudita Ben Laden, radicado en Afganistán- parece una
desesperada y sanguinaria respuesta de los desheredados del mundo al proceso de
configuración del planeta, que tras el derrumbe de las URSS y los regímenes de
su órbita, está siendo impulsado por la indiscutible hegemonía de los EE.UU.
¿Se trata, pues, de un enfrentamiento de los pobres del mundo -de los
condenados de la Tierra, como diría Fanon- con el país más rico del globo? O en
otra de las versiones, ¿de una respuesta del Sur depauperado y humillado contra
el Norte enriquecido y prepotente? No diría yo tanto, aunque la pobreza tiene
mucho que ver con el renacimiento del islamismo más intransigente.
Los
atentados de Al Qaida, además de tener como causa cercana los efectos derivados
de la guerra del Golfo, de la guerra en los Balcanes y de la putrefacción de la
situación en Palestina agravada por el incumplimiento por el gobierno israelí
de los acuerdos de Oslo, tienen su explicación en el contexto más lejano del
declive del nacionalismo árabe, el movimiento encabezado por Nasser, que, en el
marco de los procesos de descolonización, pretendía sacar del hambre y del
subdesarrollo a los países árabes inspirándose en modelos políticos y
económicos occidentales. El fracaso de la unidad africana, del panarabismo y la
desintegración del movimiento de los Países No Alineados, así como la rápida
corrupción de las élites que habían dirigido las luchas por la independencia
produjo en las empobrecidas clases populares musulmanas un sentimiento de
frustración y de rechazo hacia las sociedades occidentales, que preparó el
camino a una ideología de reemplazo que llegó con la interpretación
intransigente del Islam.
Otra
explicación de parecido jaez es la aducida por Bush de que se trata de un
episodio de la lucha del bien -por supuesto, representado por EE.UU.- contra el
mal, que ahora es el fundamentalismo islámico como en otro tiempo lo fue el
comunismo. Esta explicación tiene la virtud de servir de complemento a la tesis
contraria: que se trata de la lucha del Islam contra los infieles –Occidente y
sus aliados-. En ambos casos es el mismo Dios, el Dios terrible y justiciero
del Antiguo Testamento, el que respalda a cada uno de los contendientes. Unos
deben cumplir la voluntad de Alá –Alá es grande- interpretando el Corán,
mientras que los otros hacen lo propio teniendo como referente al dios de la
Biblia -Dios bendiga a América-.
Desde el punto de vista de un
agnóstico y de creer a ambas partes, no quedaría más remedio que admitir que se
trata del suicidio de Dios en la tierra, luchando contra sí mismo en una guerra
doblemente santa. Lo que sucede, es que, como ha ocurrido a lo largo de la
historia, no se inmola Él mismo, porque es inmortal, sino a través de seres
humanos mortales, que creen que así pueden alcanzar la inmortalidad después de
la muerte. Si añadimos a la disputa el hecho de que este mismo Dios es el dios
de los hebreos, también en liza con otra de sus divinas Personas, estaremos
cerca de entender el misterio de una Santísima Trinidad escindida en tres
belicosas subespecies.
Otra
de las explicaciones dadas por Occidente, mejor dicho, por el Presidente de
EE.UU. y aceptada de manera entusiasta por los gobiernos aliados, es que se
trata de una guerra contra el terrorismo. Dejando aparte los motivos económicos
–ahorrar unas indemnizaciones cuantiosas a las compañías de seguros y permitir
la selectiva intervención del Estado en el ámbito económico[i] y para recortar libertades
civiles-, la declaración de guerra al terrorismo aglutina a muchos gobiernos
que sufren diversas formas de terrorismo, lo cual permite luchar contra el
terrorismo local bajo la cobertura del antiterrorismo global. Pero si bien esta
explicación puede tener éxito como cobertura ideológica de la guerra no
explica, ni puede explicar, un fenómeno tan complejo como es el del terrorismo
–de los terrorismos-, empezando por el que practican -o han practicado- los
propios estados pertenecientes a la alianza antiterrorista.
Otra
de las interpretaciones aducidas es que se trata de un episodio del choque
entre civilizaciones, como señala el
conservador Samuel Huntington, pero si se observa con un poco de
detenimiento la diversidad de reacciones producidas tanto en las sociedades
occidentales como las islámicas –a su vez escindidas por diferencias políticas
y religiosas-, la complejidad de la situación aconsejará ser un poco más cautos
a la hora de hablar de choque de civilizaciones.
Si
no se trata de un choque de religiones, ni de un choque entre civilizaciones,
¿puede tratarse de un conflicto del capital con el capital?
Esta
es la tesis de Negri[ii]
-El 11 de septiembre, una parte del
capital mundial atacó a la otra parte (...) los talibanes del petróleo se han
enfrentado a los talibanes del dólar-.
En
un mundo sometido a un acelerado y creciente proceso de globalización
económica, de la cual uno de los sectores más dinámicos es la globalización
financiera, la tesis de Negri puede parecer sugerente y oportuna. Sin embargo,
desde mi modesta posición[iii] la encuentro más bien
simplificadora, puesto que supone que en el mundo actual –el del siglo XXI-
todas las sociedades se inspiran en principios similares y se mueven por
idénticas lógicas, en vez de entender la globalización como un proceso
permanente, pero irregular y discontinuo en la profundidad y extensión de sus
impulsos dinámicos y movido por diversas lógicas y no por una sola.
Estados
Unidos –y en general Occidente- es una sociedad
industrialmente muy desarrollada, que tiene como valores dominantes la
búsqueda de la realización personal expresada en la posesión de dinero y bienes
y en el éxito social, en un ámbito individualista y competitivo, en donde el
mercado cumple una función esencial, lo cual tiene poco que ver con las
sociedades islámicas, y en particular con Afganistán, en las que perviven los
lazos tribales, existe un fuerte sentimiento comunal sancionado por la religión
y en donde existe una economía de supervivencia, aunque haya regímenes
familiares ricos y castas con capital. No es posible equiparar los valores
hedonistas de EE.UU. con los valores de la moral religiosa islámica. No es lo
mismo vivir para ganar dinero y alcanzar el éxito de manera individual que
vivir comunalmente para cumplir la voluntad de Alá.
Estados
Unidos, a pesar de las apariencias, es una sociedad secularizada. Los valores
religiosos son un recurso que proporciona amparo y cohesión social en momentos
de crisis, porque recuerdan los valores originarios -la moral del pionero- que
convirtieron a EE.UU. en lo que es, pero son también una interesada cobertura
retórica que se utiliza cuando conviene, pues los valores dominantes, los que
se ponen en práctica cada día en la sociedad, son valores seculares,
racionales, que deben más a la Ilustración, al liberalismo y a la modernidad
que a la interpretación calvinista de la vida[iv]. La sociedad descansa en
valores laicos, no en la aplicación de la Biblia, mientras que en Afganistán,
el Islam lo impregnan todo. El Corán es también la ley civil y la sociedad se
organiza según el Corán, mientras que en las sociedades occidentales cuentan
más el Código Civil, el Código de Comercio, el derecho mercantil y la
legislación sobre sociedades anónimas.
Señalar que el capital se enfrenta al
capital es suponer que las dos civilizaciones se mueven por la misma lógica, o
lo que es lo mismo, extender la lógica que impulsa a la sociedad capitalista a
todo tipo de sociedades (o sea, una interpretación aparentemente marxiana),
cuando lo que sale a la luz es la gran distancia que separa a la sociedad más
avanzada de occidente –EE.UU.- de Afganistán y en general de los países en los que
domina el Islam, que en evolución del pensamiento es una distancia de siglos.
Su modo de entender la religión como el eje
que vertebra la sociedad –la comunidad- hace mucho tiempo que dejó de estar
vigente en Occidente, uno de cuyos grandes avances, de sus hitos liberadores,
fue hacer de la religión –luego de derramar mucha sangre- una cuestión de
conciencia, privada, no un asunto público ni de Estado. Este gran paso fue uno
de los que permitió liberar el pensamiento del peso de la fe y seguir su propia
lógica. El lema cartesiano de dudar y el kantiano de atreverse a saber –Sapere aude-, a investigar lo
desconocido, proporcionaron esa audacia en el pensamiento que ha conducido a
Occidente, con sus excesos y errores –mayúsculos, si se quiere- a donde está
hoy.
En cualquier caso, por muy críticos
que seamos con algunos aspectos de la civilización occidental -el productivismo
y el consumismo, la conmoción social que introduce la lógica del capital, la
asimetría en el reparto del excedente, la depredación de la naturaleza y el
deterioro del medio ambiente, entre los más negativos-, que precisa de severas
correcciones y de un drástico cambio de rumbo, no debemos renunciar a los
logros y valores de la modernidad, en especial a los derechos humanos ni a
tratar de extenderlos.
Noviembre del 2001.
[i] Lo cual no quiere decir que esta
intervención en la economía sea en sí misma una medida progresista.
[iii] Y sin haber leído su último libro Imperio, de próxima aparición en
castellano.
[iv] Sobre este aspecto recuerdo las
reflexiones finales de Weber en La ética
protestante y el espíritu del capitalismo: El capitalismo victorioso no necesita ya de este apoyo religioso,
puesto que descansa en fundamentos mecánicos (...) En el país donde tuvo mayor
arraigo, los Estados Unidos de América, el afán de lucro, ya hoy exento de su
sentido ético-religioso, propende a asociarse con pasiones puramente agonales,
que muy a menudo le dan un carácter en todo semejante al de un deporte.
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