martes, 26 de marzo de 2019

América en el museo (2)

No había previsto que el disfrute de un rato de ocio en una mañana invertida en “culturearme” un poco, pudiera tener una utilidad política tan inmediata como para servir de reflexión sobre las pretensiones del gobierno mejicano de que España debe pedir perdón por hechos ocurridos hace 500 años.
No voy a responder a la pretensión de solicitar y conceder perdón con tanto retraso por unos hechos vistos desde hoy y con valores de hoy, para juzgar actos de hoy, dejando de lado otros hechos que también existieron y cuya existencia sólo un ciego, o un ignorante, puede negar.
Tampoco quiero aludir al momento preciso en que se produce tal petición -¿otra consecuencia del “procés”?-, porque me apartaría del motivo de este texto, que es comentar una parte de la obra expuesta en el Museo de América, que responde en cierta manera al argumento de que los españoles perpetraron un genocidio en América.
El museo ofrece a todo el que la quiera ver, por la módica cantidad de 3 euros, si no es estudiante, profesor o jubilado, una colección de cuadros de gran tamaño (que no tuve el cuidado de fotografiar) sobre el mestizaje, mostrando los diversos resultados de los cruces sucesivos entre miembros de las tres razas -blanca, negra e india- presentes en América, y las denominaciones de sus diferentes grados (criollos, mulatos, mestizos, cuarterones, castizos, etc).   
Sobre el mismo tema, se puede encontrar, también, una disposición de Carlos I dirigida a los gobernantes de aquellas tierras solicitando información sobre lo que veían y tenían a su cargo, que reproduzco a continuación, sin más comentario, aunque merece muchos.  

“Real Cédula de Carlos I, de 19 de diciembre de 1533:

El Rey:
Presidente y oidores de nuestra Audiencia y Chancillería real que está y reside en la ciudad de Tenochtitlán, México, de la Nueva España.
Porque queremos tener entera noticia de las cosas de esa tierra y calidades de ella, os mando que luego que ésta recibáis hagáis hacer una muy larga y particular relación de la grandeza de esa tierra, así de ancho como de largo, y de sus límites: poniéndolos muy específicamente por sus nombres propios y cómo se confina y amojona por ellos. Y asimismo, de las calidades y extrañezas que en ella hay, particularmente las de cada pueblo por sí, y qué población de gentes hay en ella de los naturales, poniendo sus ritos y costumbres particularmente.
Y asimismo qué vecinos y moradores de españoles hay en ella, y dónde vive cada uno y cuántos de ellos son casados con españoles y con indias, y cuántos por casar.
Y qué puertos y ríos tienen, y qué edificios hay hechos, y qué animales y aves se crían en ellas, de qué calidades son.
Y así hechos, firmadas de vuestros nombres la enviad ante Nos al nuestro Consejo de Indias. Y juntamente con la dicha relación, nos la enviaréis pintada lo más acertadamente que ser pudiere todo lo susodicho, lo que se pudiere pintar, que en ello nos serviréis.”

América en el museo 1


El pasado “finde” estuve con una de mis hijas en el Museo de América. No recuerdo la última vez que lo visité, pero está remozado, renovado, ameno.
No es muy grande y, a pesar de querer presentar una visión larga de América, se ciñe sobre todo a la cultura precolombina mesoamericana, aunque también ofrece muestras y objetos de las culturas del norte (taos, navajos, cheyenes, inuit).
Se echa de menos una visión del siglo XIX en adelante, en particular de las primeras décadas del siglo XX, de la etapa revolucionaria y luego populista de algunas repúblicas. Lagunas que no parecen muy difíciles de rellenar dadas las relaciones institucionales que España tiene con los gobiernos de aquel hemisferio.
Aun así, el museo merece un visita porque tiene colecciones que son un verdadero tesoro, no sólo de objetos de oro de la nobleza indígena, obsequio de uno de esos gobiernos, sino de documentos como el llamado Códice de Tudela, que recoge las glosas describiendo el significado de los pictogramas de la cultura azteca. Igualmente valioso es el Códice de Madrid, con una amplia colección de estos pictogramas, en las que abundan imágenes de las deidades de la mitología mexica, y en particular Tlaloc, el dios del agua, pintado, naturalmente, de color azul. Esbozos de una cultura escrita a base de figuras, que a los legos nos recuerdan los signos de la cultura egipcia.
El trabajo realizado por un español, que seguramente conocía la lengua náhuatl, para descifrar con ayuda de algún o algunos nativos lo que, a sus ojos, era un jeroglífico y transmitirlo como primera información codificada a la cultura occidental, me parece un esfuerzo de comunicación  encomiable. Y desde el punto de vista de conservar un documento que revele la manera de entender el mundo de las gentes de aquella tierra recién descubierta, me parece que es equiparable en valor con el manuscrito ilustrado con comentarios del Apocalipsis de San Juan, realizado por el Beato de Liébana (en Cantabria) en el siglo VIII, con el jacobeo Códice Calixtino, del siglo XII, o con el Libro de Kells, sobre los cuatro evangelistas, ilustrado y escrito en latín por monjes celtas en el siglo IX, que se conserva en Dublín.
Las figuras de abajo pertenecen al Códice de Tudela.

domingo, 24 de marzo de 2019

“Implementació”


Un grupo local de los CDRQNEI (Comités de Defensa de la República Que No Existe, Idiota) de Sabadell, que el sábado reprochó al President Quim Torra haber retirado las pancartas y los lazos amarillos de los edificios públicos a instancias de la Junta Electoral Central (y del Sindic de Greuges, dicho sea de paso), portaba una pancarta en la que, sumándose al vicio nacional de solicitar dimisiones por un quítame allá esas pajas, pedía la dimisión de Torra o la inmediata declaración de la república, suponemos, ya que el mensaje era confuso porque utilizaba dos versiones de catalán en la misma frase-“Implementació o dimisió”-.
La segunda palabra corresponde al catalán actual, la primera fue un vocablo del “Prontuari Politic i Sindical del segle IV”, exportado por Wifredo el Velludo, quien, tras atravesar Francia con sus huestes para conquistar Normadía, cruzó el canal de la Mancha y desembarcó en las playas de Cornualles para dirigirse a Londón, que cayó en su poder tras un breve asedio, al ser derribadas sus murallas, como en Jericó, con el sonido de trompetas y atambores y los gritos de un coro de enronquecidas voces que exclamaba día y noche ¡Volem decidir!
Para conmemorar tan extraordinaria gesta y dejar dormir a los nativos, Wifredo mandó construir, a unas leguas de allí, a orillas del río Cam, una de las primeras universidades de Europa, a la que llamó Cambrils, que luego los ingleses llamaron Cambridge, por uno de sus insulares caprichos.  
Una vez terminada la obra exclamó: “Aixó es una implementació”. Frase que quedó grabada en letras de oro en la biblioteca por seculam seculorum.
Desde entonces, los ingleses asumieron la palabra como propia; primero fueron bardos y juglares, después los políticos la utilizaron como “implement”, de donde recientemente la han tomado los periodistas españoles, para colocarla en sus crónicas donde no saben qué palabra utilizar en castellano. Y parece ser esa la causa de que los CDRQNEI hayan querido reivindicar el primitivo origen catalán del término, que, por cierto, no amilanó al President, pues, emulando al Rey Sol y marcándose un farol, exclamó: Jo soc el poble. Que en inglés quiere decir: I am the people (stupids). Y ahí concluyó el lance.

viernes, 22 de marzo de 2019

Torra, un trilero


A propósito de un comentario de María José Peña sobre el gesto de Quim Torra de descolgar una pancarta amarilla del balcón de la Generalitat, como le pedía la Junta Electoral Central, y colocar otra igual de color balnco.
   
Discrepo amablemente, Maria Jose Peña. Y entiendo tu enfado, que también es el mío, ante esta continua tomadura de pelo en que se ha instalado no sólo Torra, sino el Govern. Una política dedicada, no a gobernar en Cataluña, como es su obligación (que ese sí es el mandato recibido de las urnas), sino a estorbar y a encrespar los ánimos en el resto de España y, a ser posible, en Europa, convirtiendo los insensatos deseos de unos pocos en el primer problema nacional y, a ser posible, continental, según mandato recibido de los dirigentes encarcelados y del gran ausente que vive en Waterloo.
Resistir la aplicación de las leyes, las españolas y las catalanas, no es sólo un desafío a Madrid, al gobierno central o a España, al exhibir pancartas separatistas y lazos en instituciones públicas, sino una muestra de ventajismo electoral respecto a los partidos políticos catalanes que no son separatistas.
Lo curioso del caso, que revela la mentalidad del personaje y la actitud poco gallarda de los indepes, es cómo se expresa esta "resistencia" contra España, que se hace a base de mucha palabrería huera, de trucos y cambalaches y de maniobras de presunta astucia,
propias de pequeño tendero provinciano, del dueño del colmado que te tima en el peso o se equivoca a su favor al devolverte el cambio. Es decir, una política de grandes ambiciones, pero de recoger calderilla. No hay grandeza, hay trileros.
Y esto cabrea, pero hay que aguantar el cabreo y dejar que las instituciones hagan su trabajo: se apercibe, se reitera, la otra parte recurre, se vuelve a actuar y así sucesivamente... Es así, la democracia es lenta, porque ofrece garantías incluso a quienes quieren acabar con ella.
Hay que dejar que se recorran todos los pasos de procedimientos que son largos, que es lo que los separatistas no han hecho, porque en su ámbito han actuado a la brava, cambiando la legalidad a su gusto (por eso están donde están), y lo que vienen buscando desde hace tiempo, no lo olvidemos, es que el gobierno central se salte algún trámite para acusarle en seguida de no democrático, de opresor o de fascista. No hay que darles ese gusto ni pretextos para el victimismo, sino aplicar la ley, en la forma que corresponda, y dejar que se vayan cociendo en su propia salsa.
Tranquilidad y muchas sonrisas, porque el camino es largo.