A la
vista del mal resultado electoral, Rubalcaba acaba de anunciar que dimite como secretario
general, convoca un congreso extraordinario y después unas elecciones
primarias.
De poco
han servido el Congreso de Sevilla y la importantísima conferencia de noviembre,
pero no está mal la intención de arreglar el desaguisado y de asumir la
responsabilidad correspondiente, lo cual no es corriente. Pero todo depende de lo que se quiera hacer
del PSOE de ahora en adelante: un partido de izquierda o darle una manita de
pintura y que salga del taller como nuevo, pero sin serlo, para que cumpla su
papel de partido dinástico, cómodamente instalado en la casta política,
apuntalando este deteriorado régimen político y gestionando el capitalismo
español cómo y cuándo le dejen.
Para
eso no hacen falta grandes cambios, sino un poco de cosmética -nuevas caras, gente
joven-, un poco de marketing -unas frases sonoras pero vacías-, un nuevo
secretario general con el suficiente “glamour”, surgido de unas elecciones primarias
controladas, y un repaso a la lista de la compra en que se ha convertido el
programa -un poquito de color verde (más perejil), un poquito de color malva
(caramelos de violeta), un poco de obrerismo pero sin pasarse (el pimiento rojo
se repite), un toque de atención a la inmigración (cacaolat), un toque de distinción
con la corbata (no asustar al capital). una tarjeta de crédito y consumo
responsable para las clases medias, y un chorreón de agua bendita para
contentar a la Conferencia Episcopal-.
Si la reparación se hace bien, el PSOE seguirá siendo
una burbuja en la sociedad, un estado dentro del Estado, una agencia de
colocación, una escuela de burócratas y un semillero de dirigentes políticos
educados en el servicio al partido antes que a los ciudadanos. Pero no será un
partido de izquierda, no al menos de la izquierda que hace falta en este
momento.Trasversales
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