En septiembre de 1939 comenzó la II Guerra Mundial, durante la cual el III Reich puso en marcha, en Alemania y en territorios ocupados por la Wehrmacht, la “solución final”, un plan genocida para terminar rápida y violentamente con el llamado “problema judío” y de paso con varios millones de personas que no eran del agrado del régimen nazi. El “problema judío” era un eufemismo referido a uno de los obstáculos, a superar con una depuración de seres y razas inferiores, para que una raza natural de señores pudiera gobernar despóticamente los territorios conquistados por el poderoso ejército del III Reich.
En
1942, se celebró un congreso judío en el hotel Biltmore de Nueva York, que
aprobó un plan que prefiguró el futuro de la región. El plan no contemplaba la
existencia de dos estados, sino sólo la fundación de un estado judío sobre todo
el territorio de Palestina, proyecto que recibió el apoyo de Estados Unidos.
El
ambiente de la segunda postguerra, con el telón de fondo del juicio contra
dirigentes nazis en Nuremberg (1945-1946), acusados de haber provocado, en
retaguardia, es decir, lejos de los frentes de combate, la muerte de unos seis
millones de judíos y de otros cinco de gitanos, polacos, rusos, discapacitados,
homosexuales y enemigos políticos del III Reich, allanó el camino a la causa
sionista al extender la simpatía hacia los supervivientes del Holocausto (Shoá)
y aumentar el número de partidarios de fundar un estado para acogerlos.
En
la ONU, varias comisiones estudiaron la cuestión, que, sobre el hecho consumado
de respetar la ocupación judía realizada hasta la fecha, contemplaba dos
salidas: una era la fundación de dos estados -uno judío y otro árabe-, con
Jerusalén como ciudad compartida bajo un estatuto especial. La otra proponía
fundar un estado único con dos provincias, una árabe y otra judía.
Entre
tanto, en Palestina la violencia no menguaba: en julio de 1946, el Irgún (de
Menahem Beguín), atentó contra los británicos, haciendo estallar una bomba en
el Hotel Rey David, en Jerusalén, provocando casi un centenar de muertos. La
actividad terrorista de tres grupos armados sionistas -el Irgún, el Stern y el
Haganá- se dirigía, sobre todo, contra los palestinos para forzarles a abandonar
sus viviendas y propiedades con objeto de acotar un territorio vacío que
facilitase el asentamiento de las sucesivas levas de emigrantes judíos que
habrían de poblar el inminente estado hebreo.
La
división e impotencia de los árabes, el victimismo y la capacidad de influir de
los sionistas, apoyados por el poderoso grupo de presión judío norteamericano,
el desinterés de Gran Bretaña, muy quebrantada por la guerra, y el apoyo de
Estados Unidos y la Unión Soviética, que entonces diseñaban el orden mundial,
inclinaron la balanza a favor de dividir Palestina y fundar, en teoría, dos
estados. El episodio del Exodus, en julio de 1947, tuvo lugar en ese
crispado contexto.
El
29 de noviembre de 1947, la ONU aprobó el Plan de Partición de Palestina
(Resolución 181), por 33 votos a favor (países europeos, EE.UU. y la URSS), 13
en contra (países musulmanes y la India) y 10 abstenciones (entre ellas, China
y Gran Bretaña). La declaración fue bien acogida por el movimiento sionista, ya
que adjudicaba el 57% del suelo al estado de Israel y el 43% restante al
hipotético estado de los palestinos. Con este desequilibrado reparto, los
judíos, que eran menos de la tercera parte de la población, recibían más de la
mitad del territorio, que además eran las zonas más fértiles, mientras que los
palestinos recibían la parte menos productiva, desértica y montañosa.
La
decisión fue rechazada por los árabes, y aumentaron las acciones violentas. El
9 de abril de 1948, 250 personas de la aldea palestina Deir Yassin fueron
asesinadas y el acto difundido por las milicias sionistas como aviso de la
suerte que esperaba a los palestinos, si no optaban por la evacuación
voluntaria. En respuesta, 77 médicos judíos y otro personal sanitario fueron
asesinados en un hospital de Jerusalén. El ambiente llevaba de modo inexorable
hacia la guerra.
El
14 de mayo de 1948, antes de que expirara el mandato británico sobre la zona,
David Ben Gurión proclamó, de forma unilateral, el estado de Israel, que fue
reconocido por Estados Unidos y la URSS. Con la declaración, comenzó la primera
guerra entre árabes e israelíes, que concluyó en enero de 1949, por
intervención de la ONU, cuando Israel controlaba el 78% del suelo de Palestina.
En marzo, en las primeras elecciones, Ben Gurión fue elegido primer ministro
del estado de Israel, que fue admitido en la ONU el día 10 de mayo. En
diciembre, la ONU creaba la Oficina de Socorro para los Refugiados Palestinos
(UNRWA) (que Netanyahu quiere destruir) y la fundación del hipotético estado
palestino se posponía sin fecha.
Durante
la guerra, el ejército israelí, mejor armado, instruido y asesorado, había
destruido casi medio millar de localidades y provocado la expulsión de casi
800.000 palestinos, que buscaron refugio en Gaza, Cisjordania y en los países
árabes limítrofes. Nunca se les permitió volver ni recibir compensación alguna,
como recomendaba la ONU. Fue sólo el principio de una emigración progresiva.
La
fundación del estado de Israel fue para los judíos el final de la diáspora, el
descanso después del éxodo, pero entonces comenzó el éxodo de los que vivían allí,
pues Palestina no era una tierra vacía y baldía, una superficie sin habitantes,
como afirmaba la propaganda sionista -los
judíos son un pueblo sin tierra y Palestina es una tierra sin pueblo-, sino
un territorio habitado desde hacía siglos por antiguos vecinos y ocasionales
adversarios de los israelitas del Antiguo Testamento, entre ellos los
palestinos o filistin, los bíblicos filisteos, cuyos descendientes no eran
responsables de la conquista de Judea por los romanos, la diáspora de los
hebreos, la persecución en Europa, el holocausto y la vesania de los nazis,
pero sobre los que recayó el coste de pagar la elevada factura de perder su
tierra, su vida y su historia, con que los gobiernos europeos quisieron lavar
su mala conciencia por no haber querido parar antes los pies a Adolfo
Hitler.
La
fundación del estado de Israel fue para los palestinos el principio de la Nakba
(la catástrofe), una forzada emigración que no ha terminado. Según la UNRWA,
5,9 millones de palestinos viven, en su gran mayoría, en difíciles condiciones
en campos de refugiados en Líbano, Jordania, Siria, Egipto, en países del
cercano Oriente o incluso más lejos.
Desde
hace 75 años, las naciones civilizadas, los países democráticos y la ONU tienen
delante un nuevo pueblo sin tierra, un pueblo errante y disperso: lo forman los
palestinos. Lo que plantea un problema urgente, que es buscarles acomodo en
algún lugar o permitirles volver a su tierra en condiciones dignas y fundar su
propio estado territorialmente unificado, que coexista con el estado de Israel.
O condenarlos a un éxodo perpetuo.
José
Manuel Roca, 2/4/2024. Para El obrero.es