miércoles, 3 de abril de 2024

ÉXODOS 2

 En septiembre de 1939 comenzó la II Guerra Mundial, durante la cual el III Reich puso en marcha, en Alemania y en territorios ocupados por la Wehrmacht, la “solución final”, un plan genocida para terminar rápida y violentamente con el llamado “problema judío” y de paso con varios millones de personas que no eran del agrado del régimen nazi. El “problema judío” era un eufemismo referido a uno de los obstáculos, a superar con una depuración de seres y razas inferiores, para que una raza natural de señores pudiera gobernar despóticamente los territorios conquistados por el poderoso ejército del III Reich.

En 1942, se celebró un congreso judío en el hotel Biltmore de Nueva York, que aprobó un plan que prefiguró el futuro de la región. El plan no contemplaba la existencia de dos estados, sino sólo la fundación de un estado judío sobre todo el territorio de Palestina, proyecto que recibió el apoyo de Estados Unidos.

El ambiente de la segunda postguerra, con el telón de fondo del juicio contra dirigentes nazis en Nuremberg (1945-1946), acusados de haber provocado, en retaguardia, es decir, lejos de los frentes de combate, la muerte de unos seis millones de judíos y de otros cinco de gitanos, polacos, rusos, discapacitados, homosexuales y enemigos políticos del III Reich, allanó el camino a la causa sionista al extender la simpatía hacia los supervivientes del Holocausto (Shoá) y aumentar el número de partidarios de fundar un estado para acogerlos.

En la ONU, varias comisiones estudiaron la cuestión, que, sobre el hecho consumado de respetar la ocupación judía realizada hasta la fecha, contemplaba dos salidas: una era la fundación de dos estados -uno judío y otro árabe-, con Jerusalén como ciudad compartida bajo un estatuto especial. La otra proponía fundar un estado único con dos provincias, una árabe y otra judía.

Entre tanto, en Palestina la violencia no menguaba: en julio de 1946, el Irgún (de Menahem Beguín), atentó contra los británicos, haciendo estallar una bomba en el Hotel Rey David, en Jerusalén, provocando casi un centenar de muertos. La actividad terrorista de tres grupos armados sionistas -el Irgún, el Stern y el Haganá- se dirigía, sobre todo, contra los palestinos para forzarles a abandonar sus viviendas y propiedades con objeto de acotar un territorio vacío que facilitase el asentamiento de las sucesivas levas de emigrantes judíos que habrían de poblar el inminente estado hebreo.

La división e impotencia de los árabes, el victimismo y la capacidad de influir de los sionistas, apoyados por el poderoso grupo de presión judío norteamericano, el desinterés de Gran Bretaña, muy quebrantada por la guerra, y el apoyo de Estados Unidos y la Unión Soviética, que entonces diseñaban el orden mundial, inclinaron la balanza a favor de dividir Palestina y fundar, en teoría, dos estados. El episodio del Exodus, en julio de 1947, tuvo lugar en ese crispado contexto.

El 29 de noviembre de 1947, la ONU aprobó el Plan de Partición de Palestina (Resolución 181), por 33 votos a favor (países europeos, EE.UU. y la URSS), 13 en contra (países musulmanes y la India) y 10 abstenciones (entre ellas, China y Gran Bretaña). La declaración fue bien acogida por el movimiento sionista, ya que adjudicaba el 57% del suelo al estado de Israel y el 43% restante al hipotético estado de los palestinos. Con este desequilibrado reparto, los judíos, que eran menos de la tercera parte de la población, recibían más de la mitad del territorio, que además eran las zonas más fértiles, mientras que los palestinos recibían la parte menos productiva, desértica y montañosa.

La decisión fue rechazada por los árabes, y aumentaron las acciones violentas. El 9 de abril de 1948, 250 personas de la aldea palestina Deir Yassin fueron asesinadas y el acto difundido por las milicias sionistas como aviso de la suerte que esperaba a los palestinos, si no optaban por la evacuación voluntaria. En respuesta, 77 médicos judíos y otro personal sanitario fueron asesinados en un hospital de Jerusalén. El ambiente llevaba de modo inexorable hacia la guerra.

El 14 de mayo de 1948, antes de que expirara el mandato británico sobre la zona, David Ben Gurión proclamó, de forma unilateral, el estado de Israel, que fue reconocido por Estados Unidos y la URSS. Con la declaración, comenzó la primera guerra entre árabes e israelíes, que concluyó en enero de 1949, por intervención de la ONU, cuando Israel controlaba el 78% del suelo de Palestina. En marzo, en las primeras elecciones, Ben Gurión fue elegido primer ministro del estado de Israel, que fue admitido en la ONU el día 10 de mayo. En diciembre, la ONU creaba la Oficina de Socorro para los Refugiados Palestinos (UNRWA) (que Netanyahu quiere destruir) y la fundación del hipotético estado palestino se posponía sin fecha.

Durante la guerra, el ejército israelí, mejor armado, instruido y asesorado, había destruido casi medio millar de localidades y provocado la expulsión de casi 800.000 palestinos, que buscaron refugio en Gaza, Cisjordania y en los países árabes limítrofes. Nunca se les permitió volver ni recibir compensación alguna, como recomendaba la ONU. Fue sólo el principio de una emigración progresiva.

La fundación del estado de Israel fue para los judíos el final de la diáspora, el descanso después del éxodo, pero entonces comenzó el éxodo de los que vivían allí, pues Palestina no era una tierra vacía y baldía, una superficie sin habitantes, como afirmaba la propaganda sionista -los judíos son un pueblo sin tierra y Palestina es una tierra sin pueblo-, sino un territorio habitado desde hacía siglos por antiguos vecinos y ocasionales adversarios de los israelitas del Antiguo Testamento, entre ellos los palestinos o filistin, los bíblicos filisteos, cuyos descendientes no eran responsables de la conquista de Judea por los romanos, la diáspora de los hebreos, la persecución en Europa, el holocausto y la vesania de los nazis, pero sobre los que recayó el coste de pagar la elevada factura de perder su tierra, su vida y su historia, con que los gobiernos europeos quisieron lavar su mala conciencia por no haber querido parar antes los pies a Adolfo Hitler. 

La fundación del estado de Israel fue para los palestinos el principio de la Nakba (la catástrofe), una forzada emigración que no ha terminado. Según la UNRWA, 5,9 millones de palestinos viven, en su gran mayoría, en difíciles condiciones en campos de refugiados en Líbano, Jordania, Siria, Egipto, en países del cercano Oriente o incluso más lejos.

Desde hace 75 años, las naciones civilizadas, los países democráticos y la ONU tienen delante un nuevo pueblo sin tierra, un pueblo errante y disperso: lo forman los palestinos. Lo que plantea un problema urgente, que es buscarles acomodo en algún lugar o permitirles volver a su tierra en condiciones dignas y fundar su propio estado territorialmente unificado, que coexista con el estado de Israel. O condenarlos a un éxodo perpetuo.

 

José Manuel Roca, 2/4/2024. Para El obrero.es

 

ÉXODOS (I)

Tras una estancia en Israel, en 1956, como corresponsal de guerra, el novelista León Uris (1924-2003), hijo de judíos polacos emigrados a Estados Unidos, publicó en 1958 el relato de un episodio del año 1947 acaecido en el puerto de Haifa. El libro -Exodus (Éxodo en la edición española)- fue bien acogido por el público y llevado al cine en 1960. La película, del mismo título, fue dirigida por Otto Preminger, con guion del propio Uris y del perseguido Dalton Trumbo, e interpretada por célebres artistas de la pantalla.

El libro y la película -como también La sombra de un gigante (Shavelson, 1966)- contribuyeron a popularizar la causa y los mitos del moderno estado de Israel, que por entonces crecía en población admitiendo emigrantes judíos dispersos por el mundo, de Europa en particular, donde, después de la II Guerra mundial, unos 250.000 se hacinaban en campos de refugiados en Austria y Alemania.

El Exodus, nombre tomado del segundo libro del Pentateuco -Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio-, que relata el hipotético viaje de “retorno” de los judíos desde el Egipto faraónico a la Tierra Prometida, fue un antiguo paquebote utilizado por Estados Unidos durante la IIª Guerra mundial, adquirido en 1946 a través de intermediarios por el grupo paramilitar sionista Haganá para trasladar judíos europeos a Palestina, entonces un protectorado británico.

El 11 de julio de 1947, el Exodus zarpó del sur de Francia con 4.500 personas a bordo, con el propósito de arribar al puerto de Haifa el día 18, pero, cuando se hallaba sólo a 40 kilómetros de su destino, fue abordado por tropas británicas procedentes del crucero “Ajax”[1], que causaron tres muertos y varios heridos en el asalto antes de tomar el control del buque.

Como represalia por la deportación de los pasajeros del Exodus ordenada por las autoridades británicas, en septiembre de 1947 un grupo de militantes de dos organizaciones armadas sionistas -el Irgún y el Lehi (grupo Stern)- colocaron una potente bomba en el Cuartel General de la Policía de Haifa, que provocó la muerte de cuatro policías británicos, otros cuatro árabes, una mujer y un niño y una treintena de heridos. Pero dejemos aquí el libro y la película.

El futuro estado judío se inspiraba en la arbitraria Declaración de lord Balfour de 1917, aprobada por el gobierno de Londres, que proponía dividir el territorio de Palestina en dos estados, uno judío y otro árabe. Los ingleses administraban de modo provisional un territorio perdido por el imperio otomano, pero dispusieron de él como si fueran sus legítimos propietarios para cederlo a unos nuevos ocupantes llegados de Europa, aunque sin pedir opinión a los palestinos, que lo habitaban desde hacía siglos. En realidad, era el resultado de negociaciones secretas entre ingleses y franceses para repartirse los despojos del imperio otomano (acuerdo Sikes-Picot de 1916) y de promesas de independencia no cumplidas, hechas a los árabes y a los kurdos para contar con su apoyo en la lucha contra los turcos. Intrigas en parte descritas en las andanzas del militar inglés Thomas E. Lawrence (Lawrence de Arabia en la película de David Lean).     

Fundar un estado confesional judío en Palestina era meter una brasa en Oriente próximo, una región sometida a diversas apetencias imperialistas, de cultura árabe y religión hegemónicamente musulmana -aunque con católicos, ortodoxos y drusos-, donde personas extranjeras de otra religión y otra raza, blanca de origen europeo en su mayoría, con otras culturas, lenguas y tradiciones no serían bien recibidas, sobre todo si aumentaba rápidamente su afluencia y su tendencia a expandirse.

La fundación de un estado judío en el cercano Oriente tenía el claro propósito colonial de ocupar el territorio perdido por los turcos con un estado de corte europeo, aunque con otra apariencia, basado en la presunta legitimidad aducida por los judíos de reclamar como propia una tierra que decían haber abandonado en el siglo primero de la era cristiana, pero que les estaba reservada por una voluntad inapelable, superior a cualquier pacto político entre seres humanos.

En 1918, el Plan Balfour fue rechazado por los árabes y en 1919 por el Congreso General Sirio, celebrado en Damasco, además de por colectividades judías de Europa y América. Entre 1919 y 1928 se celebraron siete congresos palestinos en los cuales se rechazó de forma reiterada y se reafirmó el deseo de hacer de Palestina un estado independiente. Pero el flujo migratorio de los judíos hacia Palestina no cesó y los choques armados se hicieron frecuentes.

Además de los llegados en el siglo XIX, entre 1919 y 1923 llegaron 35.000 judíos y otros 70.000, la mitad de ellos polacos, entre 1924 y 1928, y se multiplicaron los atentados. En 1929, un acto del Betar, un grupo armado israelí antecedente del Irgún, provocó un pogromo (estrago) contra los judíos en Jerusalén y una serie de enfrentamientos que se saldaron con cerca de 300 muertos.

En 1936, con una huelga general comenzó la gran revuelta árabe, que en los tres años siguientes provocó 7.000 víctimas. En julio de 1937, una bomba hizo explosión en el mercado árabe de Haifa matando a 74 personas y dejando heridas a más de cien.

La llegada de los nazis al gobierno en Alemania supuso un salto cualitativo, pues, por un lado, acentuó la huida de judíos hacía otros países, entre ellos Palestina, cuya población judía, en 1941, sobrepasaba las 110.000 personas. Y, por otro, contenía un plan extraordinario para resolver la “cuestión judía”, basado en la depuración étnica y en la conquista del espacio vital necesario para que la élite de una raza superior -la raza aria- pudiera instaurar, sobre una amplia región del este europeo, un régimen político totalitario, que habría de durar mil años.

 

José Manuel Roca, 1/4/2024, para El obrero.es

 



[1] Los aficionados a la historia de la II Guerra mundial y al cine, recordarán que el “Ajax”, junto con otros dos cruceros ingleses, el “Ëxeter” y el “Aquiles”, libraron, en el estuario del Río de la Plata, una batalla contra el crucero alemán “Graff Spee”, sin lograr hundirlo. 

jueves, 21 de marzo de 2024

Autonomía cultural nacionalista.

 Dedicada a los neogaribaldinos y otros grupos sumatorios, que no suman, porque habitan en el planeta Liliput.
La frase es del "camarrada" Lenin. En ruso, no sé cómo sonará, pero en castellano lo que dice es bien clarito.

"El Partido del proletariado rechaza resueltamente la llamada “autonomía cultural nacional”, que consiste en sustraer de la competencia del Estado los asuntos escolares, etc, para ponerlos en manos de una especie de dietas nacionales. Este plan crea fronteras artificiales entre los obreros que viven en la misma localidad y que incluso trabajan en la misma empresa, según su pertenencia a esta o la otra “cultura nacional”; es decir, refuerza los lazos entre los obreros y la cultura burguesa de cada nación por separado, mientras que la tarea de la socialdemocracia consiste en fortalecer la cultura internacional del proletariado del mundo entero".

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martes, 12 de marzo de 2024

Aquel día once de marzo

Aquel día, sobre todo por la mañana, yo también creí que los atentados en Madrid eran obra de ETA. Era lo más fácil y casi lo habitual, pues teníamos un terrorismo doméstico que desde hacía 36 años venía produciendo víctimas cada cierto tiempo; últimamente civiles, incluso niños, y en su historial no faltaban los atentados indiscriminados, como los de Barajas y Atocha en Madrid, con bombas dejadas en las consignas en su insensata campaña contra el turismo, o el de la cafetería Rolando en la calle del Correo, también en Madrid, o el atentado de Hipercor, en Barcelona. Ibarretxe había atribuido a ETA la autoría en su primera intervención, pero lo desmintió Otegui, que debía tener información fiable.

En conversaciones con amigos a lo largo del día, un día intenso, con muchas llamadas, fue apareciendo la posibilidad de que fuera un acto de fanáticos islamistas. La idea no era descabellada, pues según se iba conociendo la magnitud de los atentados, el número de mochilas con explosivos, la elección de los lugares y el número de víctimas, de muertos y heridos, la operación parecía desbordar la capacidad de los etarras, es más, parecía un acto insensato, desmesurado, que por su poder destructivo suponía el suicidio de la banda.

Un atentado de esas dimensiones impediría cualquier negociación y crearía tal repulsa en la ciudadanía que privaría a los etarras de apoyo social; sería su fin. Y en realidad, lo fue, porque después de aquello, lo que hiciera ETA no sólo sería minúsculo, sino que carecería de sentido político, porque ese día y los siguientes todo cambió; el país se entristeció, quedó paralizado por el horror y con la sensación de haber entrado de golpe en otra época, ya anunciada de modo sangriento en septiembre de 2001, con el derribo de la Torres Gemelas en Nueva York.

La mañana del día 11, mientras preparaba el café escuché como una detonación lejana y tembló el cristal de la ventana de la cocina, y mi hija, que se estaba tomando un cola-cao, me lo confirmó. Después hubo otro ruido apagado, con otro temblor. Parecía como si hubiera estallado una bombona de butano o algo así, ya que descarté, por ilógico, un atentado con bombas en un barrio de trabajadores. ¿Quién podía querer hacer daño a gente que se estaba preparando para ir a trabajar?

Puse la radio -la SER- y de modo disperso, con interrupciones, conexiones, palabras de aquí y de allá, noticias de un sitio y otro se fue recomponiendo el rompecabezas y aclarando el itinerario diseñado por los matarifes -Santa Eugenia, El Pozo, Atocha- en su camino hacia la apoteosis final en el nudo de comunicaciones que es Atocha, que por fortuna falló en algunos aspectos, con el correspondiente ahorro de víctimas.

Cuando se hubieron marchado mi mujer y mi hija, bajé a la calle y me encaminé a la estación, donde un poco antes de las 8 de la mañana solía tomar el tren de cercanías para ir a la facultad, pero ese día había huelga, aún así pensaba acudir a una concentración de profesores, pero los atentados cambiaron los planes de todo el mundo. 

Antes de llegar, me encontré con un espectáculo dantesco, la calle estaba llena de restos de metal, de plástico, ladrillos, escombros, trozos de cable. El cuerpo de un hombre yacía tirado junto a la acera, había salido despedido de la estación, que había perdido parte del techo y algunas paredes. La tremenda detonación había ocurrido con el tren parado, uno de los vagones estaba destrozado, abierto por el techo y partido brutalmente por la mitad… Y recuerdo de modo confuso, el ruido de las sirenas, luces azules y rojas, coches de la policía, bomberos, sanitarios, ambulancias, camillas, ruido, agitación y socorros improvisados…y las ganas de vomitar. Y eso que había pasado mucho rato desde que sonó la explosión. Al pronto, el desastre me recordó fotografías de Beirut en sus peores momentos. 

Ante aquello me sentí impotente y para evitar ser un estorbo me volví a casa, impaciente a ver si había noticias de mi hija, que todos los días a esa hora hacia un transbordo en la estación de Atocha. En cuanto llamó por teléfono y me dijo que estaba bien, bajé a la calle.

El barrio estaba conmocionado, la gente iba y venía, preguntaba por sus familiares y por sus vecinos. Niños y jóvenes andaban por la calle, pues el colegio y el instituto, situados frente a la estación, habían sido desalojados para destinar las instalaciones a lo que hiciera falta y porque hasta el colegio habían llegado restos humanos. Algunos de esos niños no sabían que a esa hora eran huérfanos. Sus padres, como en un rutinario día cualquiera se habían dirigido a la estación a tomar un tren donde les esperaba la muerte.

Supimos que había vecinos heridos, uno de ellos, Emiliano con mal pronóstico. Estuvo ingresado bastante tiempo y falleció al cabo de un año a consecuencia del daño recibido; siempre lo añado a la cifra de víctimas de aquella salvajada.

El día fue tremendo, incapaz de centrar la atención en otra cosa fui de la radio a la televisión y de esta al teléfono, que no dejó de sonar en todo el día, con llamadas de familiares y amigos que saben que vivimos cerca de la estación de El Pozo y que tomo el tren por la mañana casi a diario.

Por la tarde, la asociación de vecinos convocó una concentración ante el edificio de la Asamblea de Madrid. No fue un acto oficial, ni hubo representantes políticos, sino una reunión espontánea de gente con caras largas buscando el contacto humano y dando y solicitando información. Allí, entre lo que contaban unos y otros, con noticias procedentes de fuentes, sobre todo, extranjeras, empezó a parecer verosímil que los autores de los atentados fueran terroristas islamistas e inmediatamente se relacionó con la invasión de Iraq el año 2003.

El día había sido atroz, esa noche mi mujer y yo estuvimos viendo las noticias hasta muy tarde y apenas pudimos descansar. No olvidaré aquel día once de marzo.

11 de marzo de 2024

  

    

viernes, 8 de marzo de 2024

Ucrania: dos años

Respuesta a los comentarios de Luis Marchand y a Agus Salva, a un recordatorio mío de la invasión de Ucrania en febrero de 2022. 

Luis, Salva, gracias, colegas. Creo que la guerra, con la ocupación del territorio, la destrucción de las condiciones de vida, la privación del futuro para miles de personas y la actualidad de la muerte es el fenómeno más visible y más cruel de otros conflictos que están detrás y que no se suelen abordar porque son muy molestos, muy dolorosos o muy complejos para la simpleza que reina en la izquierda postmoderna, boba, blanda, buenista y sentimental, para la cual la prédica -o el sermón- del diálogo y el acuerdo, de la deseable reconciliación y el entendimiento entre personas y culturas, es la coartada para no enfrentarse al mundo real, que exige, a quienes dicen formar una corriente política, pronunciarse sobre la vida y la muerte de unos o de otros. Es así de simple para quienes aspiran a servir de referencia, al menos informativa, a la gente, a orientar el sentido del voto y llegar a gobernar y a moverse en un mundo conflictivo, renunciando al papel que les corresponde a las oenegés o a las religiones y con el que parecen querer competir. Es más cómodo y menos comprometido encerrarse en la burbuja moral para no tener que adoptar decisiones que pueden ser dramáticas. 

Uno de los conflictos que hay detrás es la pugna entre Estados Unidos y Rusia, que exige revisar la naturaleza de ambos, dejando al margen, de ser posible, los tópicos más conocidos.

El otro es sacar la guerra del primer plano del análisis para detenerse en la lucha por la hegemonía, en las bases que la sustentan y en cómo se ejerce por cada uno de esos actores, lo cual remite a la cultura, no sólo a la política y menos aún al ejército, y a la civilización.

11-M-2004. XX aniversario (2)

 2La opinión del Gobierno: sin duda, ETA

No obstante, al día siguiente, a las 11,30, en rueda de prensa previa al Consejo de Ministros, Aznar afirma que el Gobierno ha dado toda la información de que dispone y en que mantendrá siempre su compromiso de transparencia e insiste en la autoría de ETA -No concedo el beneficio de la duda a quien mantiene su voluntad criminal y ha estado siempre (...) dispuesto a descargarla sobre personas inocentes- pero sin citarla -La banda terrorista tan bien conocida en nuestro país-, y cuando se le solicita que aclare cuál de las dos líneas de investigación es la prioritaria, se escabulle: Estamos ante un atentado terrorista terrible. No me pidan que juegue a las quinielas. En la rueda de prensa posterior al Consejo, ante preguntas de los periodistas insistiendo en lo mismo, indica que el Ejecutivo ha dado toda la información. No hay ningún aspecto que conozca el Gobierno que no se haya puesto en conocimiento de la opinión pública.

Con los indicios aparecidos y la información proveniente del extranjero -junto con la de Madrid, han caído las bolsas de Nueva York y Tokio, efecto que los atentados de ETA nunca han producido- las dudas sobre la autoría del ETA se extienden. En los mismos periódicos las opiniones se dividen[1]. En canales de televisión extranjeros se atribuye el atentado a grupos de fanáticos islamistas y, en primera plana, el diario gallego La voz de Galicia atribuye a Al Qaeda la autoría del atentado.

El diario abertzale Gara publica un editorial que lleva por título “Barbaridad inadmisible”. Por la tarde, en llamadas telefónicas efectuadas a este diario y a Euskal Televista, un portavoz de ETA afirma que la banda no es responsable de los atentados de Madrid (volverá a desmentirlo el domingo), pero el ministro del Interior, que estimó verosímil el anuncio de ETA de declarar una tregua en Cataluña porque le permitía criticar al Gobierno tripartito catalán y al PSOE, no concede el menor crédito a estos avisos. Tampoco Urdaci, jefe de informativos de TVE, pues, aduce, al no haber sido grabada la llamada no se puede analizar la voz y comprobar si coincide con la de otros mensajes de ETA. Y tampoco Rajoy, que en varias declaraciones ha seguido defendiendo la hipótesis central del Gobierno, le concede el menor crédito.

A las 18,30, el ministro del Interior comunica el hallazgo de una bolsa de deporte conteniendo explosivo (goma 2), pero, como luego se ha sabido, el mecanismo para hacerla estallar es el mismo que los utilizados en los atentados de Bali y de Casablanca. En ese momento, en medios policiales se disipan las dudas que pudieran existir acerca de quienes son los autores del atentado, pero de eso no se informa a la opinión pública.

Esa tarde, multitudinarias manifestaciones bajo el mismo lema se producen en todo el país. En la que, pese a la intensa lluvia, tiene lugar en un entristecido Madrid, grupos de manifestantes gritan ¿Quién ha sido? ante la presencia de Aznar, creando una situación de gran tensión y perplejidad en la cabecera del cortejo, en la que junto al Gobierno aparecen, por vez primera, el príncipe y las infantas, así como representantes de los principales partidos y sindicatos, ex presidentes del gobierno, altos cargos de la Unión Europea y primeros ministros de varios gabinetes extranjeros. En otros lugares de España y en una veintena de ciudades del extranjero se efectúan concentraciones similares. En Barcelona, Rato y Piqué son insultados por unos manifestantes que les llaman asesinos. 

Como suele ocurrir en situaciones de emergencia, millones de personas, más de dos en Madrid, han acudido a manifestarse en solidaridad con las víctimas y contra el terrorismo respaldando la interesada convocatoria del Gobierno -Con las víctimas del terrorismo, con la Constitución-, pero también ha empezado a percibirse la desconfianza hacia la información proporcionada por el ministro del Interior y crece la sospecha de que la poca claridad sobre la autoría de los atentados sea utilizada en beneficio del Partido Popular en las elecciones del próximo domingo. La reserva de una parte importante de la ciudadanía está justificada, porque la manipulación informativa no ha terminado.

La noche del día 12, después de asistir a las multitudinarias manifestaciones, los espectadores de Telemadrid, la cadena autonómica madrileña controlada por el gobierno de Esperanza Aguirre, ven alterada la programación. Sin previo aviso, se reemplaza la película norteamericana Vidas paralelas por Asesinato en febrero, que reconstruye el asesinato del diputado vasco Fernando Buesa y de su escolta, Jorge Díaz, a manos de ETA, en febrero del 2000.

 El sábado, día 13, jornada de reflexión, lo que no obsta para que el diario El Mundo publique una entrevista a Mariano Rajoy, Zaplana comparece en La Moncloa indicando que el Gobierno está informando con total transparencia y vuelve a reafirmar la autoría de ETA, trasladando la carga de la prueba a quienes opinan lo contrario: Algunos parece que quieren descartar que pueda ser la banda criminal y asesina ETA, cuando todo apunta, salvo que se demuestre lo contrario, y hay líneas de investigación en marcha de las que se ha dado cuenta, que, desde luego, no nos debería causar ninguna sorpresa que fueran los criminales y asesinos de la banda terrorista ETA. Poco después, Acebes vuelve a informar en parecidos términos -la prioridad es la banda que lleva 30 años y 900 muertos en España-, pero añade que puede existir una colaboración entre grupos terroristas.



[1] Por ejemplo, en El País del 12 de marzo, J. L. Cebrián: “Terrorismo en El Pozo”, F. Savater: “Autopsia”, I. Sánchez-Cuenca: “ETA mata y se suicida”, R. Alonso: “El espejismo del IRA”, J. Ramoneda: “Al estilo Al Qaeda”, E. Ekaizer: “En la mira de ETA y de Osama”, J. Marías: “De buena mañana”, J. Pradera: “Ni ley del Talión ni rendición”, A. Muñoz Molina: “Con plomo en las entrañas”. En La Vanguardia de la misma fecha, W. Laqueur, en “Madrid”, señala que el atentado se trata de un anticipo de lo que está por venir, K. Aulestia: “Las horas de silencio”, M. Carol: “El 11-M”, S. Cardús i Ros: “No es un análisis: sólo un balbuceo”, F. Ónega:  “¿Quién puede ser tan criminal?”, F-M. Alvaro: “Actores sin máscara”, F. De Carreras: “Contra el fanatismo”. En El Mundo del mismo día: F. Jiménez Losantos: “Madrid-Perpiñán”, Esperanza Aguirre: “No podrán con la libertad y la ley”, R. Regás: “Barbarie y muerte”, A. Ruiz Gallardón: “Trenes llenos de vida”, C. García Abadillo: “Terrorismo, contradicciones y cintas coránicas”, V. Prego: “Jamás lo olvidaremos”, R. Del Pozo: “Nuestro 11-M, atacaron al corazón”, M. Sintes: “Estar a la altura”, T. Fernández Auz: “Malditos asesinos”, F. Umbral: “Detener el aire”.

11-M-2004. XX aniversario (1).

1. La opinión del Gobierno: ante la duda, ETA

El día 11 de marzo de 2004 será de los que no se olviden en mucho tiempo. La brutalidad de los atentados conmociona toda Europa y más lejos. La ciudad de Madrid se sumerge en un torbellino de perplejidad, tristeza, dolor, socorros frenéticos y solidaridad a raudales. A medida que transcurre el día y se percibe la magnitud de la tragedia la actividad ciudadana se va paralizando. La gente regresa pronto a sus casas y parte de la hostelería y la industria del ocio cierra sus negocios. 

La campaña electoral se suspende, se establece la comunicación entre los responsables políticos (en varios casos rota desde hace tiempo), se hacen las primeras declaraciones y se busca explicación a unos hechos terribles, cuya autoría, por seguir una dilatada y macabra costumbre, apunta a ETA.

Numerosas muestras de solidaridad llegan de toda España y del extranjero, pero los primeros en expresar su pesar y su rechazo son los vascos, se diría que, movidos, como escribe Kepa Aulestia al día siguiente, por el sentimiento de culpa de pertenecer a una colectividad en cuyo nombre unos pocos podían cometer tal atrocidad.   

A las 9,30 de la mañana, un consternado Ibarretxe dice ante las cámaras de televisión: Los terroristas son simplemente alimañas... Qué monstruosidad, qué espanto tan grande...ETA está escribiendo sus últimas páginas. Pero Arnaldo Otegui le corrige: No contemplo ni como hipótesis que ETA esté detrás de esos atentados. Porque ETA a lo largo de su historia siempre ha avisado de la colocación de los explosivos. Rechaza el atentado y lo atribuye a un operativo de la resistencia árabe. Lo cual no aclara mucho, porque Otegi es un habitual exculpador de las barbaridades de ETA, y porque ésta no siempre ha avisado de sus intenciones -recuérdense las bombas trampa- ni ha asumido todos los atentados cometidos (el de la cafetería Rolando, en Madrid, por ejemplo).

Aznar convoca parcialmente al Gobierno, pero no al Gabinete de crisis (que se reúne por vez primera el 17 de marzo). En la reunión, de la que no existe acta, están presentes los vicepresidentes R. Rato y J. Arenas, el ministro del Interior, A. Acebes, el ministro portavoz Zaplana, el secretario General de Presidencia J. Zarzalejos y el secretario de Estado de Comunicación, A. Timmermans. Ni la ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, ni los responsables de Defensa, F. Trillo, y de Hacienda, C. Montoro, miembros natos del gabinete de crisis.

Tampoco el jefe de los servicios de inteligencia (CNI), Jorge Dezcallar -fuera de juego hasta el día 16-. Su ausencia, la de los responsables de Exteriores y Defensa, y la presencia de dos altos cargos relacionados con la comunicación (Zaplana y Timmermans) dejan traslucir las intenciones de cómo el Presidente pretende abordar la crisis.

Aznar tampoco reúne el Pacto Antiterrorista, ni cita a representantes de otros partidos, a los que les hace llegar su opinión -Espero que no haya dudas de que ha sido un atentado, indica por teléfono a Zapatero- y la invitación para acudir a una manifestación convocada para el día 12.

Con estas decisiones, el Gobierno piensa afrontar la crisis en solitario y obtener los posibles réditos, si los hay, también en solitario. Para ello, despliega una intensa actividad en el campo de la información o, mejor, de la comunicación. Aznar en persona telefonea a los directores de varios periódicos de Madrid y Barcelona (volverá a hacerlo por la tarde) indicándoles que el Gobierno no duda de la autoría de ETA. Desde La Moncloa se transmite el mismo mensaje a los corresponsales de la prensa extranjera.

A las 13,30, el ministro del Interior anuncia la cifra de muertos en ese momento -173 y 600 heridos- e indica su creencia de que ETA es la autora del atentado, calificando de intolerable cualquier intoxicación por parte de miserables que apunte hacia otros autores. Poco después interviene Zapatero, que acepta la versión del Gobierno -Estamos ante el atentado más horrendo de ETA- y llama a la unidad democrática frente al terrorismo.  

A las 14,30 interviene Aznar. Se refiere al 11 de marzo como una fecha en la historia de la infamia y califica a los autores de asesinos fanáticos. Habla de la banda terrorista pero no cita a ETA. Anuncia tres días de luto oficial e invita a los ciudadanos a acudir, al día siguiente, a la manifestación convocada con el lema: Con las víctimas del terrorismo, con la Constitución, por la derrota del terrorismo. La alusión a la Constitución, convertida otra vez en patrimonio particular del PP, trata de reforzar la idea de que se trata de dar una respuesta a aquellos que no la aceptan: ETA.

Esa idea sobre quiénes son los autores se traslada al Consejo de Seguridad de la ONU, donde, en ausencia de Inocencio Arias, la representante española, Ana Menéndez, presenta una resolución urgente condenando a ETA por los atentados de Madrid, que a pesar de las dudas de los presentes se aprueba. Cuatro días después, conocidos los verdaderos autores, Arias se verá obligado a pedir disculpas.

Sin embargo, esa misma tarde, el Ministerio de Asuntos Exteriores envía un mensaje a todas las embajadas españolas señalando a ETA como autora de los atentados y advirtiendo de la intención de otras fuerzas políticas de desviar las sospechas hacia otros grupos terroristas. Otto Schilly, ministro alemán de del Interior, criticará, días después, a su homólogo Ángel Acebes, porque hubo retrasos, imprecisión y cosas inciertas en la información del gobierno español.

A las 20,15, poco después de que la policía haya difundido las fotografías de nueve miembros de ETA presuntamente relacionados con el atentado, Acebes anuncia el hallazgo de la furgoneta Kangoo y la apertura de una segunda línea de investigación, pero recalca que la línea esencial sigue siendo ETA. Opinión que Aznar confirma en una ronda de llamadas a directores de varios diarios.

A las 20,30, el Rey, en una comparecencia extraordinaria -la primera desde el intento de golpe del 23-F de 1981- habla por televisión. Muestra su repulsa, condena el atentado, pero no menciona a ETA, y exhorta a la unidad.

A las 21,30, la agencia Reuters comunica que el londinense Al-Quds Al-Arabi, diario propalestino impreso en lengua árabe, ha recibido una nota en la que un grupo cercano a Al Qaeda se hace responsable de los atentados de Madrid.     

Esa misma noche, la desactivación de la bomba hallada en una mochila en el apeadero de El Pozo permite obtener nuevos datos, que dirigen definitivamente la investigación policial hacia grupos islamistas.