miércoles, 28 de febrero de 2018

Simbólica rebeldía


No se puede negar a los independentistas tesón en sus demandas ni ganas de enredar en cuanto pueden. Ni capacidad para movilizar a sus adheridos, sean confesos o vergonzantes. Y esta vez, esta semana (ya veremos lo que preparan para la siguiente), ha sido con la celebración de la mayor feria mundial de teléfonos móviles y comunicaciones (Mobile World Congress), que reúne en Barcelona a 2.300 empresas de cerca de 200 países.
El acontecimiento podría haber sido inscrito en la habitual actividad comercial de la ciudad, como un signo de vitalidad, y acogido por las oportunidades de empleo (ocasional y mal pagado, todo hay que decirlo) y de negocio que depara, pero ha bastado la visita del Rey para que se encendieran todas las alarmas en la “simbólica república” en que los independentistas creen vivir.
El Rey de España tiene la osadía de visitar la ciudad condal, de viajar a Cataluña (Spain, of course), a dar solemnidad en la inauguración de un evento mundial y a despejar dudas, de paso, sobre la estabilidad institucional de Cataluña de cara a los inversores en Cataluña, precisamente, y eso no se puede tolerar, y los “indepes” preparan su comité de recepción al “republican style”.
Vale, eso cabe dentro de su disparatada lógica de desafiar continuamente las instituciones públicas, pero no cabe esperarlo en la alcaldía de Barcelona. 
Ada Colau ha sido hasta hace poco tiempo una maestra en el arte de estar atenta a tirios y a troyanos para moverse, como una veleta, según soplara el viento del este o del oeste, del centro o de la periferia, pero al arreciar la tramontana, ese fortísimo ventarrón que sopla desde Gerona, ha perdido sus dotes de funambulista y ha caído del lado “simbólico” con gran alegría de los secesionistas que la cuentan como una de los suyos desde que partió peras con el PSC en el Ayuntamiento.
Colau ha rehusado acudir a recibir al Rey y demás autoridades en el acto previo a la inauguración del Congreso, indicando que representa a los ciudadanos de Barcelona. Pero no es así, como autoridad más alta del municipio, representa a todos, a independentistas y no independentistas, a monárquicos y republicanos, reales o simbólicos, pues el Congreso no se celebra allí por decisión de Ada Colau ni sólo de sus concejales, de sus electores (muchos de ellos contrarios a la independencia) y de los ciudadanos favorables al “procés”.
Se puede entender que no le guste pasar por ese trance, pero es que eso y otras cosas no siempre agradables van con el cargo (y con el sueldo); el ejercicio de un poder público lo mismo permite recibir un trato preferente, loas y parabienes, y proporciona fama y honores, que obliga, también, a pasar por situaciones que personalmente pueden no gustar.
Pero a los suyos y a sus confluentes asociados de Podemos les ha gustado el desplante. Para Pablo Echenique, Colau se ha comportado no como una sierva, sino como una ciudadana del siglo XXI. Vale, colega, pero es que Colau no es una simple ciudadana, que pueda hacer de su capa un sayo, sino que es la alcaldesa de la segunda ciudad de España en importancia política y económica, al menos hasta que los independentistas logren convertirla en un pueblo del Ampurdán.
Se puede, también, entender que Colau conserve sus arrestos de cuando era una activa militante de la Plataforma Antidesahucios y que quiera mostrar algún conato de rebeldía -rebelde pero con causa- respecto al protocolo oficial, pero esa independencia personal respecto a las responsabilidades del cargo en las instituciones es más aparente que real, pues no se ha visto respaldada por otras decisiones comprometidas, como recibir a los 700 alcaldes independentistas, que, el día 16 de septiembre del 2017, se concentraron en la plaza de Sant Jaume, a los que saludó -“No estáis solos”-, o por recibir, el 21 de febrero, a los familiares de los políticos independentistas que están en prisión preventiva, no por sus ideas, sino por sus actos, que pueden ser delitos -los jueces lo dirán-; ni por colgar en la fachada del Ayuntamiento una pancarta pidiendo libertad para los presos políticos o por enviar a tres concejales a recibir, en mayo de 2016, a Arnaldo Otegui -recibir al Rey era un acto de pleitesía, recibir a Otegui, ¿qué es?-, que ofreció una conferencia en un local municipal. El  Ayuntamiento podía haber cedido simplemente el local sin significarse en la gira del dirigente abertzale a Barcelona, arropado por la CUP, ERC y JxSí, pero Colau, como alcaldesa, implicó al Concejo en este caso y en los anteriores. Utilizó una institución pública para los fines de su partido.   
Tampoco ha mostrado su independencia como cargo institucional al considerar a Puigdemont “legítimo president” de la Generalitat, pero ¿de la autonómica o de la republicana?, ni al afirmar que Barcelona “estará al lado de cualquier proceso soberanista”, ni al colaborar en edulcorar el sentido del referéndum de autodeterminación del 1 de octubre, animando a la gente a acudir a votar calificándolo de “movilización ciudadana”.  
Ante el trance de tener que recibir al Rey, Colau podría haber aceptado el protocolo del acto con todas sus consecuencias, o podía no haber comparecido en la recepción ni en la inauguración del Congreso, o llevando las cosas al límite, podía haber dimitido movida por un profundo sentimiento republicano. Pero lo que no es de recibo es presentarse después a cenar, a compartir mesa y mantel con el Jefe del Estado, desairado un rato antes
Cualquier cosa hubiera sido preferible, antes que mostrar que la sedicente izquierda alternativa llega mentalmente confusa y con hambre atrasada.

martes, 27 de febrero de 2018

Almirall

El otro día, en una de las pocas librerías merecedoras de tal nombre que quedan en Madrid, me topé con un ejemplar de “España tal como es” de Valentí Almirall. Inmediatamente dije: ¡mío! Y gracias a esa decisión estoy pasando buenos ratos leyendo la obrita de este federalista sobre la España finisecular (la primera edición, en artículo, es de 1887), pues, a pesar de sus tópicos y exageraciones, ofrece un buen retrato de los años finales del siglo XIX y del pantano que fue restauración borbónica de 1875, la Restauración por excelencia, pero no la primera ni la última.
Así escribe Antoni Jutglar en el Estudio preliminar: “Resulta indudable que “España tal como es” constituye el trabajo de Valentí Almirall de mayor envergadura sobre la problemática del conjunto español. Señaladas las exageraciones, las caricaturas y sarcasmos que contiene la obra, lo más importante de la misma es su denuncia, sin tapujos ni enmascaramientos, de la realidad caciquista de la España de la Restauración. Con lo cual, insisto, se adelante  en muchos años a la labor de Joaquín Costa (… que) Valentí Almirall había denunciado meridianamente, aportando material, datos y ejemplos de valor muy estimable (…) Al mismo tiempo, con sus exageraciones indiscutibles, Almirall nos presenta la mediocre realidad de aquella España, en que se encontrarían inmersos los miembros de la generación del 98 (…) Ese retrato general de una España llena de defectos y precariedades (a pesar de las palabras y oropeles con que los políticos de la Restauración pretendían esconder la menguada realidad de una España esclerótica, explotada por unos cuantos señoritos, paniaguados, etc) es una obra maestra de la pluma de Almirall y constituye un documento de gran importancia para la reconstrucción de una época que está -todavía- relativamente cercana y que, por tanto, sigue pesando de alguna manera sobre nuestro presente”.
Esto indicaba Jutglar en 1983, pero el tiempo transcurrido desde que la obra fue escrita, a finales del siglo XIX, y prologada, a finales del siglo XX, no ha quitado interés a su lectura en el siglo XXI, pues parte de los hechos y, sobre todo, de las actitudes de entonces son fáciles de reconocer en la España de nuestros días, que parece sacudida por el choque entre la prisa de los seguidores más fanáticos de Almirall y la indolencia de los seguidores más mediocres de Cánovas del Castillo, que carecen de la habilidad y la cultura de este. Los primeros son conscientes del momento de crisis y tratan de aprovecharlo en su favor; los segundos, se resisten a reconocer la agonía de este régimen y sólo aspiran a prolongarlo dejando que las cosas se pudran. Como entonces.
Valentí Almirall: “España tal como es”, Barcelona, Anthropos, 1983. Léanlo y disfruten.  

domingo, 25 de febrero de 2018

Ramos Oliveira. II República

“La experiencia demuestra que cuando se inicia una revolución concediendo autonomías se decreta el fracaso de la revolución y de las autonomías.
En España, la discreción aconsejaba que la política autonomista de los republicanos (en sentido genérico, burgueses y proletarios) se circunscribiera al caso catalán. Pero la República, al organizarse, en realidad, sobre el módulo federal, ofreció la autonomía a cuantas regiones la solicitaran (…)
Inserto en la Constitución con alcance general el derecho de autonomía, no ofrece dudas que a ningún movimiento regionalista, cualquiera que fuese su condición, que obtuviera las dos terceras partes de los sufragios regionales para el Estatuto, podría negárselo la República sin contradecir su propia ley. Con tan flagrante inconsecuencia, pues, quisieron los republicanos hacer excepción con los vascos, por tratarse de un partido católico y conservador y ser bien conocido su separatismo.
Donde el problema no existía, la República iba a crearlo. La República creaba un nuevo interés, y en torno a él se congregaban ya ilusiones y apetitos que cada día pedirían satisfacción con mayor impaciencia y más poder. Así, el nacionalismo vasco llegaría a contagiar, después de lograda la autonomía, a gentes afiliadas toda su vida al internacionalismo, ahora políticamente corrompidas por el poder que la autonomía les puso en la mano; y en labios de viejos socialistas se oiría la extraña frase de que era vascos antes que socialistas. Cosa nunca escuchada hasta entonces.
Los regionalistas gallegos se trocaron, a favor de la liberalidad republicana, en organización política que pretendía equipararse en el área estatal con la antigua y vigorosa nacionalidad de Cataluña.
Con todo el esfuerzo que el asunto requería, el regionalismo valenciano izó, asimismo, su bandera, advirtiendo a la República que también en esta comarca había costumbres particulares.
En Andalucía también pusieron a ondear una enseña regional, y el grupo de cordobeses y sevillanos que la levantó expresó sus pretensiones de que presidiera otro estadito.
Por su parte, una tertulia de aragoneses estimó patriótico deber conseguir que Aragón no quedara preterido en el reparto de libertades y proclamó su aspiración a la igualdad con Cataluña, Galicia, el País Vasco, Andalucía y Valencia (…) Estaba claro que el período constituyente no se cerraría jamás, pues siempre habría alguna región absorbida internamente en la lucha por la autonomía, esto es, por la constitución regional.
Nadie se atreverá a negar la diversidad geográfica y folclórica de España. Pero ninguna gran nación se compone de un solo pueblo, raza o unidad folclórica; y es incuestionable que ni las características geográficas y étnicas, ni la existencia de un dialecto o una lengua primitiva, ni la perpetuación anacrónica de varios fueros medievales, ni una manera peculiar de danzar o arrancar sonidos a curiosos instrumentos musicales, se pueden aceptar como base del derecho a constituir un estado o fundar instituciones políticas particulares”.
A. Ramos Oliveira: “III. El nacionalismo catalán” en “La unidad nacional y los nacionalismos españoles”, Méjico, Grijalbo, 1970.

sábado, 17 de febrero de 2018

Lengua, código

A propósito de un comentario sobre la lengua.

Y sobre todo, es el deseo de entenderse como una necesidad básica de los seres humanos. El lenguaje es una consecuencia del deseo humano de cooperar, de colaborar, de solicitar y prestar ayuda y, en definitiva, de superar la limitada capacidad de las personas para sobrevivir en soledad. El asociarse permite unir esfuerzos y transmitir experiencia y conocimientos y, por tanto, vivir en mejores condiciones y evolucionar más deprisa, y para ello es necesario el lenguaje, que, en resumen, es el sistema de códigos compartido que permite la cooperación. Quienes renuncian a un código compartido, están indicando que no quieren o no tienen nada que compartir con quienes se expresan en él.

viernes, 16 de febrero de 2018

Seguimos “en funciones”


Good morning, Spain, que es different

Como una barca varada en la arena, nos hemos parado. Hemos encallado; políticamente no nos movemos. 
Ni en Barcelona ni en Madrid, los dos centros de poder donde se concentra y se resuelve hoy la vida nacional, sucede algo digno de mentarse; repetición, porfía, empecinamiento: nada. Palabras, intentos, dejar hacer, dejar pasar, pero la Generalitat sigue sin presidente, por el empeño de la guardia pretoriana de Puigdemont de investirlo President “in absentia” pero en plasma, y la guardia pretoriana de Rajoy empeñada en no pasar ni una en el Congreso. Trece leyes aprobadas en 2017 y 45 vetos a las propuestas de la oposición. Sin iniciativas legislativas se quitan a los opositores oportunidades de hacer su labor. Estupendo.
Rajoy, tranquilo, muy en lo suyo, ni gobierna ni deja gobernar y deja pasar el tiempo, pero el vicio del perro del hortelano, que ni come ni deja comer, se ha enseñoreado también de la Generalitat. ¿Quién iba a pensar que Rajoy y Puigdemont se pudieran comportar como almas gemelas? Ni el Gobierno central ni el autonómico tienen aprobados los presupuestos para este año, que es lo mínimo que se puede pedir para funcionar como gobiernos. Pues, vale.
Tras la breve legislatura de 2016, Rajoy, en 2018, sigue actuando como si fuera el Presidente del gobierno en funciones de 2015. Y ahí estamos, varados.
Les dejo un párrafo de “España invertebrada” y saque cada cual sus conclusiones: “Castilla se transforma en lo más opuesto a sí misma: se vuelve suspicaz, angosta, sórdida, agria. Ya no se ocupa de potenciar la vida de las otras regiones; celosa de ellas, las abandona a sí mismas y empieza a no enterarse de lo que en ellas pasa.
Si Cataluña y Vasconia hubiesen sido las razas formidables que ahora se imaginan ser, habrían dado un terrible tirón de Castilla cuando ésta comenzó a hacerse particularista, es decir, a no contar debidamente con ellas. La sacudida de la periferia hubiera acaso despertado las antiguas virtudes del centro y no habrían, por ventura, caído en la perdurable modorra de idiotez y egoísmo que ha sido durante tres siglos nuestra historia”. Pues eso.

domingo, 11 de febrero de 2018

Televisióno pública

A propósito de suprimir la emisora catalana TV3 y todas las emisoreas autonómicas.
Defiendo la radio y la tv públicas, no serviciales de los partidos gobernantes sino como servicios públicos, con programas de calidad, con información lo más objetiva posible, con formación y divulgación (artística, científica y cultural, en general), con entretenimiento culto, no chabacano, que se proponga la mejora intelectual de la ciudadanía como meta (hacer mejores ciudadanos y, a ser posible, mejores personas), y gestionadas con criterios de profesionalidad, neutralidad, eficacia y control del gasto, al margen de los vaivenes de los partidos políticos. Lo ideal sería que, tanto en la radio como en la tv públicas, no se notaran en sus programas los cambios de gobierno.

Portavoza

Sobre el uso del vocablo "portavoza", defendido por la portavoz de "Podemos", Irene Montero.


Este asunto no es sólo lingüístico, sino sobre todo heurístico, pues no hace referencia sólo al uso correcto o incorrecto de la lengua, sino al conocimiento del mundo; no alude al conocimiento del idioma y a los necesarios o innecesarios cambios en la gramática y, luego, en el diccionario, sino al conocimiento y posibles cambios en la sociedad.
La heurística hace referencia a los procedimientos para investigar, a los métodos para conocer y a las técnicas más adecuadas para plantear y resolver un determinado problema. Y, desde el punto de cambiar las desiguales relaciones entre hombres y mujeres, cambiar, a capricho, como en este caso, el uso las palabras no parece una buena solución.
Sí responde, en cambio, al deseo de llamar la atención y de transgredir, en lo que parece una de las habilidades de Podemos, con declaraciones "ostentóreas", como diría Jesús Gil, que era otro transformador de la lengua (y del urbanismo), para mostrar una rebelde y juvenil osadía.
La portavoz de Podemos parece estar inspirada por el positivismo norteamericano, con su típica visión individualista del mundo y de la vida, y por los libros de autoayuda, que centran todo el esfuerzo (y toda la culpa de lo que le suceda) en el individuo, en si quiere o no quiere cambiar su situación y, sobre todo, en si puede o no puede intentarlo, pues todas las situaciones, por malas que sean (y las de las mujeres lo son), se pueden superar a base de esfuerzo y de voluntad; querer es poder, y todo esfuerzo acaba teniendo su recompensa, ya que no existen barreras estructurales (políticas, económicas, culturales, raciales, sexuales, etc) que lo impidan, pues, en una sociedad que niega la existencia de clases sociales (y en consecuencia, la lucha de clases) y donde se celebra la movilidad y se impulsan el ascenso social y el éxito (medido en fama, poder y dinero), el único obstáculo es la voluntad de los individuos.
Esta es la "filosofía" del "american way of life", el soporte ideológico del estilo de vida norteamericano, difundido en novelas y películas -"yo puedo"-, asimilado por la nueva izquierda. Y Podemos lo lleva en el tuétano.

sábado, 10 de febrero de 2018

Izquierdas y autodeterminación (1)


El intento, por ahora fallido, de los partidos nacionalistas catalanes de declarar de modo unilateral la independencia de Cataluña ha colocado en primer término y de modo imperativo el espinoso asunto de la cuestión nacional.
Es este uno de los temas recurrentes de la vida política española desde que concluyó la Transición (ya lo era antes, pero expresado de otra manera), pues, con etapas de más intensidad -el Plan Ibarretxe (2003-2005) y “el procés” (2012-2017), no han dejado de estar presentes en la agenda política las demandas de los partidos nacionalistas vascos y catalanes, como fruto de la tenacidad de grupos activos (y en el caso vasco, con apoyo armado) que han hecho de la acción contenciosa su razón de existir.
La compulsiva búsqueda de unos signos que definan una identidad colectiva fuerte y duradera lleva a los grupos nacionalistas a preguntarse por el ser y el devenir y, en consecuencia, por los lazos simbólicos y materiales que aseguren la permanencia de la comunidad imaginada, desde la noche de los tiempos hasta la actualidad, para cumplir el mandato de la tierra y ocupar el lugar que la historia les tiene asignado como sujetos políticos entre las otras naciones.
La construcción con éxito de un artificioso relato que vincula el pasado heroico y remoto -la perdida edad de oro- con el presente no puede eludir el interrogante que preside la relación entre el hoy y el mañana, entre la (sometida) nación del presente y la (triunfante) nación del futuro como país independiente, o entre lo que los nacionalistas son y lo que creen que merecen. Hiato que debe salvarse mediante una constante ofensiva política.
La enfermiza interrogación de los movimientos nacionalistas sobre sí mismos y la insatisfacción percibida entre lo que consideran potenciales capacidades de su superior naturaleza y las limitadas expectativas políticas que ofrece el orden vigente, les han llevado a ejercer una incesante presión sobre el Gobierno central y las instituciones públicas para descentralizar la gestión política y administrativa y ampliar, así, el marco de sus competencias, hasta llegar, cuando han creído tener el respaldo social suficiente, a plantear la descentralización completa, es decir, constituirse en países independientes y realizar la transición entre el ser y el deber ser, que, en el caso que nos ocupa, es el tránsito desde lo que Cataluña es a lo que, según los nacionalistas, debería ser.  
Olvidemos considerar si una mágica “desconexión” con España, plasmada en una vergonzante declaración de independencia carente de cualquier requisito democrático, es un medio eficaz para pasar del ser al deber ser, porque detrás de las preguntas sobre la identidad de Cataluña y sobre su futuro como nación, que han alentado “el procés” -¿Qué es Cataluña? ¿Qué debe ser Cataluña? ¿Qué puede ser Cataluña?-, hay otras que remiten a la unidad de España y la diversidad nacional, a la vinculación de sus regiones (o naciones) y a qué cosa o ente es España. ¿Es una nación o sólo es un Estado? ¿Es una nación o varias naciones? En todo caso, ¿Cuáles naciones? ¿Cuántas naciones? ¿Y cuántos posibles estados?
Estas preguntas ya se plantearon en los años finales de la dictadura y durante la Transición, y los partidos de la izquierda, primero casi todos, y después los de la izquierda radical ofrecieron unas respuestas tan diferentes, que, realmente, la pregunta quedó sin contestar de modo concluyente, aunque el problema político quedó, de momento, resuelto con el desarrollo del Estado autonómico.

Fragmento del artículo publicado en “El viejo topo” nº 361, febrero, 2018.

martes, 6 de febrero de 2018

Identidad

Lo que mucha gente llama identidad es sólo la expresión más exagerada del sentido gregario; la llamada de la tribu, el acrítico acogimiento de la masa, en la cual el individuo no encuentra su identidad, sino que la pierde. Esta gente, que en realidad intenta dar un sentido épico a su vida anodina, no pretende realmente formar o descubrir su identidad, sino tener un pretexto para perderla y diluirse en una colectividad con unos rasgos -una identidad- pronunciados, fuertes y duraderos que permitan distinguir esa colectividad de las otras o del país o del mundo en general; esa gente añora la pertenencia a una iglesia o una secta, a un director espiritual o a un jefe político que les diga lo que deben hacer como miembros de un colectivo escogido.

Triunvirato catalán

Tal como está el asunto de enredado y para salir de una puñetera vez del atasco y elegir, por fin, un Govern que gobierne (y que no sólo sea la junta directiva del aparato de propaganda del independentismo), propongo superar la propuesta de organizar dos presidencias con la antigua figura del triunvirato.
Una forma política de origen latino y, por tanto, catalán, pues, como afirman algunos, Cataluña es anterior al imperio romano, con lo cual los neorrepublicanos simbólicos estarían recuperando una forma primigenia de su cultura política.
La figura del triunvirato, además de hacer posible el Govern, acabaría con las disputas entre los independentistas, pues repartiría las funciones de la presidencia de la Generalitat entre las tres fuerzas en conflicto.
Así, en vez de Pompeyo, César y Craso, la tricefálica presidencia cataláunica estaría repartida entre JxCat, ERC y la CUP, con el pequeño inconveniente de que al ser sólo tres los cargos a cubrir no habría paridad por sexos (o por géneros), pues por JxCat, Puigdemont sería la figura indiscutida, por parte de ERC, la otra presidencia se reservaría a Junqueras, y la de la CUP sería seguramente para Anna Gabriel. De este modo, habría una copresidencia en Bruselas, otra en Barcelona (¡ojo!) y otra en Estremera, y puestos a gobernar desde lejos, tanto da hacerlo en plasma desde Bruselas como desde Estremera, pues, como está demostrado que gangsters, financieros corruptos y capos mafiosos han seguido dirigiendo sus negocios reales desde la trena, lo mismo se puede dirigir desde allí una república simbólica. Lo que sucede también, es que no es lo mismo estar de turista en Bélgica viviendo en un chalet de p. m., que vivir cautivo en una celda en las cercanías de Madrit, la ciudat aborrecida.  
Esta revolucionaria reforma, que podría exportarse con éxito a otros países (“Made in Catalonia” o “Marca España”, tanto monta, monta tanto), necesitaría un reacomodo de las sedes presidenciales. La sede de Estremera, por el momento, no se puede dejar, pues la decisión escapa a la voluntad de ERC. La sede de Bélgica tampoco se podría trasladar, quizá sí unos kilómetros más allá o más acá, pero la que convendría trasladar es la sede de Barcelona, por razones evidentes.
La primera es que la ciudad de Barcelona, en la que aún persisten los restos del viejo esplendor cultural y del cosmopolitismo, se va convirtiendo en territorio no grato a los independentistas, a pesar de los buenos oficios de la alcaldesa, cada día más claros, en favor de estos. La segunda, es que Barcelona será, con toda legitimidad, la capital de Tabárnia y, por tanto, sede política y futuro domicilio del legítimo Presidente, el honorable Albert Boadella, cuando regrese de su exilio en Madrid (Spain), y sería un contrasentido que la misma ciudad fuera la capital de dos estados, algo así como Jerusalén, con el lío que tienen, y que tuviera dos presidentes, vecinos y al tiempo adversarios, que se encontraran en el Liceo, en el Nou Camp o en el Mercat de la Boquería.
Queda el problema de fijar la tercera sede, que no puede ser otro lugar que Gerona, ya que el pensamiento gerundense, si es que puede llamarse así, ha sido el inspirador de toda esta fallida aventura, cuya dimensión comarcal se percibe en las expectativas y en cada uno de los actos de sus promotores.