sábado, 30 de noviembre de 2019

Black, pero que muy black, Friday

Cuando, años ha, impartía clases de “Sociología del consumo”, solía preguntar a los neófitos cuál era el motivo que les impulsaba a elegir tal asignatura, dado que no era obligatoria, sino de las que, antes del Plan Bolonia, eran llamadas de “libre configuración”, es decir, de las que podían admitir estudiantes de cualquier curso o carrera.
Las razones aducidas eran tan variopintas como el alumnado -desde la simple curiosidad o el interés por la materia a que les venía bien por el horario-, por lo cual, dada la diversidad del “público” asistente (bastantes alumnos de Erasmus), solía empezar el curso en plan suave con una tormenta de ideas sobre lo que les sugería, a bote pronto, la palabra consumo.
Las respuestas más frecuentes eran: comprar, ir de compras, productos, tiendas, objetos, escaparates, anuncios, grandes almacenes, hipermercados, publicidad, marketing, tarjetas de crédito, marcas, elección, moda, lujo, imagen, mercado, elegancia, dinero, gastar dinero, precios, descuentos, rebajas, regalos…
Un curso tras otro, las respuestas eran similares. Yo les insistía: Sí, todo eso está bien, pero qué más. ¿Qué es lo que falta? Y lo que, según mi criterio, faltaba, nunca aparecía.
Después de un rato de silencio, les preguntaba cuántos habían leído la Biblia, entera o algunos pasajes. Caras de estupor. Pocas manos se alzaban, ya que la Biblia no aparecía en la bibliografía recomendada, pero mostraban sorpresa cuando yo les aseguraba que, por sus respuestas, tenían un comportamiento bíblico.    
Les recordaba entonces el pasaje del Paraíso Terrenal, del Edén, un jardín en Oriente, donde Adán y Eva podían vivir en un lugar agradable, que les ofrecía todo cuanto precisaran, y ellos se podían dedicar, casi en exclusiva y según el mandato divino, a crecer y a multiplicarse (lo que planteaba problemas de otra índole, pero en clase no se trataban).
Allí, en aquel jardín, se cumplía el viejo anhelo humano de vivir sin trabajar, de consumir sin producir y, además, con el premio, de responder a un mandato divino de lo más placentero. O sea, un paraíso. Pero la cosa se torció, ahí ya recordaban la serpiente, la manzana (Apple) y la condena a vivir trabajando, a ganar el pan con el sudor de la frente y a parir con dolor. Y se acabó el paraíso.    
Entonces, ellos comprendían que sus respuestas habían sido propias de consumidores, que, es lo que eran, ya que, por edad, pocos habían tenido contacto con el mercado laboral y el mundo de la producción, que ofrece la mágica apariencia de que las cosas están ahí, a nuestra disposición.
La conclusión era obvia: no hay consumo sin producción, no hay “disfrute” de la compra sin el esfuerzo previo de haber fabricado el objeto apetecido; el trabajo es el fantasma que está, pero que no aparece, detrás de las características formales de las mercancías. Y las ideas que los estudiantes habían aportado -las marcas, la publicidad, el dinero, las tarjetas de crédito, las rebajas, etc- eran las mediaciones entre la producción y el consumo; entre el taller y la tienda o, mejor, entre la fábrica y el supermercado; entre el esfuerzo realizado, a veces en muy malas condiciones y con un salario miserable, en producir un objeto y la satisfacción de adquirirlo, claro está, mediante pago.
Con el entusiasmo que despiertan las costumbres extranjeras, hemos celebrado el "Black Friday", con gran éxito de caja, al parecer.
La gran fiesta del consumismo -no es lo mismo que el consumo-, que en España dura una semana, ha llenado las tiendas de ciudadanos, que se comportan de modo bíblico adquiriendo mercancías -no todas necesarias- que llegan, en su mayor parte, del extranjero, sin acordarse de quienes las producen y en qué condiciones lo hacen. Ni tampoco de los millones de personas que, en España, mano sobre mano, es decir paradas, esperan un contrato de empleo para entrar en el sistema económico, y que tienen ante sí, no un jubiloso "viernes negro", sino un futuro negro y más bien triste. Y con muy limitadas posibilidades de consumir. 

https://elobrero.es/opinion/37808-black-pero-que-muy-black-friday.html

miércoles, 20 de noviembre de 2019

20-N-2019

El cuadragésimo cuarto aniversario de la muerte de Franco ha pasado, como siempre, sin pena ni gloria, salvo para sus admiradores, y además oscurecido por la estela postelectoral del 10-N.
Sin embargo, desde 1975, este es el primer año en que sus restos, en el aniversario de su deceso, no reposan en el Valle de los Caídos sino en el panteón de su familia, lo cual tiene importancia no sólo simbólica, sino política.
En este año se han cumplido también ochenta del final de la guerra civil y, por primera vez, un Jefe del Gobierno español se ha desplazado a Francia para visitar las tumbas de Manuel Azaña y Antonio Machado y rendir un tardío homenaje a estas dos insignes figuras, una política y otra literaria, de la II República, y a los refugiados españoles del campo de concentración de Argelés. Como lúgubre anécdota, no se me ocurre otro adjetivo, el acto fue interrumpido por un grupo independentistas catalanes, que con sus gritos mostraban su oceánica ignorancia sobre la historia de España y de Cataluña.
Si tenemos en cuenta el clima en el que últimamente transcurre la vida política de este país y los trámites, debidos tanto a procedimientos burocráticos como a la obstrucción política, que han demorado el traslado de los restos del dictador, aprobada, en diciembre de 2017, en el Congreso, sin votos en contra pero con la abstención del PP, la conjunción de fechas no parece tanto una simple coincidencia como un designio del destino.
Ochenta años han pasado desde que acabó la guerra civil, y su recuerdo, expresado en símbolos y en carencias, aún pesa sobre la sociedad. Uno de estos recuerdos era el cadáver de Franco, sepultado con honores de Jefe de Estado en su colosal mausoleo.
Otro, son los miles de cadáveres enterrados clandestinamente en lugares ignotos, como efecto de la guerra y de la represión posterior, cuyos restos quieren recuperar muchos de sus familiares luchando, ochenta años después, a brazo partido contra la desidia, la obstrucción política y eclesiástica y la paralizante burocracia.   
El destierro de Franco al panteón de su familia era una asignatura de las que tenía pendientes de aprobar el régimen democrático. 
La recuperación de los restos de esos miles de cadáveres por los familiares que así lo deseen y la conservación de todos los demás, en un lugar que sirva de reconciliación para las generaciones más viejas y de enseñanza sobre el fanatismo y los horrores de la guerra para las más jóvenes, podría ser el necesario cierre simbólico a la etapa postbélica, que pusiera el adecuado final a una transición política hasta hoy inconclusa.
Aunque, por ahora, no parece que exista el necesario clima de acuerdo para ejecutar ese propósito, pues, enterrado definitivamente Franco como persona y desterrada su ominosa sombra de la sociedad, hay quienes han desenterrado su rancio ideario para utilizarlo como programa político en unas instituciones que son la negación de su régimen.
Quizá deban transcurrir otros ochenta años para sepultar también su obra.

sábado, 16 de noviembre de 2019

¡El obrero! (2)


¿El obrero? ¿Un diario digital que se llama “El obrero”? Sí, el obrero, o sea el trabajador, treballador, trabalhador, traballador, obrer, worker, arbeiter, ouvrier, operaio, langilea, “currante” o “currelante”, como cantaba Carlos Cano en una célebre murga, en la que quería obsequiar a los caciques con un pico y una pala para ponerlos a “currelar”.
Pero, ¿cómo se puede editar un periódico que se llame “El obrero”, en la España posmoderna? Si parece un nombre del siglo XIX o como mucho de la primera mitad del XX. Como publicación evoca la época de la prensa clandestina, las huelgas contra la dictadura, las luchas de los trabajadores aún de más atrás; los primeros sindicatos, las internacionales obreras…
Hoy nadie habla de obreros; los políticos más radicales hablan de la clase media, pero de los obreros nadie habla, quizá ¿porque ya no existen? Si todo viene de China…, pero que China sea la fábrica del mundo no elimina los obreros de otras latitudes. Con la expansión del capitalismo a escala planetaria, los obreros no han desaparecido del mundo, sino al contrario; ni tampoco de España.
En medio de la ola de neoliberalismo que nos invade y de sus aparentemente incuestionables verdades, como el carácter científico de la economía y la pretensión de ser la teoría más ajustada a la naturaleza humana y, por ende, la mejor forma de gobernar el planeta, así como la presunta racionalidad del “homo economicus”, la competencia en todas los niveles como medio y el éxito personal -medido en dinero, fama o poder, o mejor las tres cosas- como meta, la exaltación del individuo insolidario, la defensa de lo privado y excluyente y el desprecio por lo público y compartido, el exagerado tamaño del Estado mínimo y las ventajas del mercado máximo y el culto a los empresarios como únicos creadores de riqueza, el nombre de “El obrero” viene a incomodar, pues evoca situaciones injustas, desigualdad, propuestas colectivas, clases sociales y, al fin, el viejo y persistente conflicto entre el capital y el trabajo -¡maldito Marx!, que no acaba de morir-, la tensión entre los intereses empresariales y las necesidades sociales y la pugna, siempre presente, entre salarios y beneficios. O sea, algo de mal gusto; una grosería que viene a desmentir el mantra de que todos estamos unidos por un interés común, que es producir riqueza por el bien del país, pero sin atender a cómo se produce ni cómo se reparte, ni a la renta de cada cual y a las condiciones en que la percibe. 
El trabajo rudo, el empeño físico, el trabajo manual, ingrato, peligroso, la obligación rutinaria y alienante, la sujeción disciplinaria a la máquina, al ritmo establecido y a la productividad prescrita no han desaparecido, ni tampoco los contratos leoninos, las largas jornadas, los bajos salarios y los obreros parados. Esos son los rasgos del proletariado de hoy día, de los proletarios sin prole, porque España es un país disuasorio para tener, criar y educar hijos. Eso, y el color de la piel, porque el proletariado moderno, también en España, es multicolor.
No hay personas negras, mulatas ni mestizas en los círculos directivos de la economía y las finanzas, ni en los consejos de administración de las empresas del Ibex 35. Mujeres hay pocas -se quejan con razón-, pero ningún hombre que no sea blanco (y rico).
La acogida de los inmigrados, la integración, la fusión racial, social y cultural se hace por abajo, por la base de la sociedad, trabajando juntos y compartiendo fatigas, no cobrando dividendos. A eso añádase la proletarización de las profesiones, la general salarización, y veremos que todo, absolutamente todo, está producido, generado, creado por trabajadores, por obreros, por asalariados en un proceso creciente.
Por eso, sacar a la luz sus condiciones de vida y trabajo, sus necesidades, sus sueños y sus aspiraciones es una labor que parece pasada de moda, pero hoy absolutamente necesaria, si se quiere dar a conocer cómo es este país y entender un poco mejor cómo anda el mundo.


Actualización para que sirva de presentación del proyecto editorial del diario digital "El obrero".

viernes, 15 de noviembre de 2019

Cataluña, la preferida.

He terminado de leer el libro de Gregorio Morán “Memoria personal de Cataluña”. 
Ciento cuarenta páginas de letra grande que dan rápida fe del ajuste de cuentas del autor con el diario “La vanguardia” y con su propietaria, la familia del conde de Godó, teniendo como telón de fondo una crítica al pujolismo, destructor de la sociedad civil catalana y de la intelectualidad, y fundador del amplio comedero de tantos paniaguados descubiertos por el soberanismo. Sin olvidar el suicidio de la izquierda comunista, abducida por la misma oleada reaccionaria. 
Todo ello conocido, pero ahora reconocido y situado con protagonistas y personajes secundarios, aunque con algunos errores de fecha, por ejemplo el referéndum ilegal -cuyo adjetivo omite, aunque lo califica de fallido, que es confuso- no fue en 2016, sino en 2014, o la entrada en vigor del Estatut, respecto a la sentencia del Tribunal Constitucional-, y en la adscripción de personajes como Enrique Barón, que no procedía de la católica AST sino de la también católica USO.   
Por seguir con el mismo autor, he retomado el grueso librote “El cura y los mandarines”, de lectura más indigesta por la prolijidad documental y, ¿por qué no decirlo?, por la excesiva mala baba, que a veces rezuma, lo que le hace a uno desistir del empeño de leerlo. Así que, de vez en cuando, lo tomo y lo dejo sin remordimiento alguno.
Pero, como había terminado “Memoria personal de Cataluña”, lo he abierto por el capítulo “15. Cataluña, la preferida”, pg 353 y siguientes, que debería ser de lectura obligatoria para esos mozalbetes, intitulados CDR, “Tsunami democrático” o cualquier otra denominación que denote la pertenencia a un cuerpo secreto, formado por lo más selecto de la vanguardia militante, que dé la impresión de mover los hilos de la trama desde algún lugar ignoto, como si fuera la película de aventuras que esos muchachos creen estar viviendo a costa del erario y de las molestias a sus convecinos.
Para ilustrar un poco la historia reciente de Cataluña que los nacionalistas se afanan en ocultar, ahí va un parágrafo sobre un episodio del año 1964.
“Merece una reflexión el hecho de erigir en Barcelona y en 1964 un monumento a José Antonio Primo de Rivera. Un monumento monumental, valga la expresión, grande, llamativo, en lo que podía considerarse el centro de la ciudad nueva, de la burguesía emergente, vecino a la plaza de Calvo Sotelo –hoy Francesc Maciá- y en la avenida de la Infanta Carlota -hoy Josep Tarradellas-. Entre emocionado y admirado por el gesto, el diario “Arriba” dedica un editorial aún antes de la inauguración oficial: <Barcelona es la primera gran capital española que ha erigido un monumento a la memoria de José Antonio…> Es verdad que había vivido en la ciudad un par de años y había hecho aquí el servicio militar, por decirlo de alguna manera al tratarse del hijo del capitán general de la Región que saldría de Barcelona para convertirse en Dictador de toda España” (pg. 370).      

jueves, 14 de noviembre de 2019

La libertad ahora en Cataluña


¿Qué libertad exige de forma airada esa alegre muchachada que tiene Cataluña acogotada con sus acciones?
Libertad para hacer o decir, ¿qué? O mejor dicho, para hacer ¿qué más de lo que ya dicen y hacen? Porque, además, de manifestaciones pacíficas, concentraciones violentas, incendiar mobiliario urbano, quemar fotografías del Jefe del Estado y banderas españolas, cortar carreteras, ocupar aeropuertos y estaciones, interrumpir el tránsito ferroviario, impedir el tráfico días y días, cerrar la frontera, clausurar las universidades y amilanar a los adversarios políticos, ¿qué más quieren hacer?
¡Ah! ¿Que quieren que salgan ya de la cárcel unos señores que han sido juzgados con todas las garantías y condenados por su intento de fundar, a la brava, un país a expensas del territorio de otro? Bien, pero eso es bastante grave y no se consiente en ningún país serio, y desde luego, en ninguno democrático.
Pero social e incluso políticamente es menos grave que utilizar de forma desleal el poder de las instituciones para dividir profundamente la sociedad catalana y declarar a más de la mitad de los catalanes enemigos de la otra parte y, en consecuencia, tratar de expulsarlos de su propio país o de convertirlos en extranjeros dentro de él. Y por ese “grave delito” social y político, perpetrado con alevosía y cuyos efectos durarán décadas, nadie ha juzgado a los dirigentes del “procés”, tarea que queda pendiente para los ciudadanos de hoy o para los historiadores del día de mañana.
Estos jóvenes malcriados, con escasísima información y nulos conocimientos de historia, salvo la papilla maniquea suministrada por los manuales de la historietografía nacionalista, creen que todo es gratis, que las acciones, cualesquiera que sean, no tienen costes, que los hechos carecen de efectos negativos para otros, que las leyes se pueden burlar con impunidad y que los países se pueden dividir según la voluntad de unos cuantos de forma unilateral, por un rápido procedimiento y al margen de las leyes vigentes, sin pensar que habrá alguien lo impida. Y si alguien impide realizar ese sueño o deseo confundido con un derecho, ese alguien, para esos jóvenes, es un opresor.
Pero la culpa no es toda de ellos, sino de los adultos, políticos profesionales, políticos aficionados y agitadores de ocasión, que les han cantado la milonga de que todo es posible, que fundar un país a expensas de otro es una labor sencilla y divertida, que carece de consecuencias negativas para terceros y para los propios promotores.
Al fin y al cabo, si a la primera intentona no se consigue, no pasa nada; hay que volver a intentarlo hasta que el deseo se cumpla, porque el peso de la historia, de la sangre y de la tierra respalda esa demanda.  

Descentrado y desplomado

De los partidos que han sufrido mermas en apoyo electoral y representación en el Congreso en las elecciones del 10 de noviembre, el más afectado ha sido Ciudadanos.
El PSOE tiene 3 diputados menos, Unidas-Podemos 7 y ERC 2, cifras modestas ante los 47 escaños perdidos por Cs, que se ha desplomado al haberse apartado del centro, cuando más falta hace un partido bisagra que ayude a formar gobiernos. Función que, a todas luces, no cumplía. Y como la función crea el órgano apropiado para llevarla a cabo, Cs ha sucumbido por “selección natural” o por inutilidad política. 
En su origen, Cs fue un partido con dos componentes: una clara corriente liberal, económicamente neoliberal, y otra, más vaga, de tendencia socialdemócrata, presididas ambas por un fuerte sentido patriótico y nacional, como legado de su aparición en Cataluña para hacer frente al soberanismo.  
Fracasada la negociación con el PSOE y Podemos en la primavera de 2016 para investir a Pedro Sánchez, el partido se refundó en enero de 2017, prescindiendo  del ala socialdemocratizante y reafirmando el acento patriótico ante el acelerón de “procés”, ante el cual, a pesar de haber sido el partido más votado en las elecciones autonómicas de diciembre de 2017 (1.110.000 votos y 36 escaños), no supo qué hacer. 
Después, la errática dirección de Albert Rivera vetó la colaboración con el PSOE y alejó el Partido de su inicial proyecto reformista y regeneracionista abordado desde el centro político para llevarlo a competir y a gobernar, en posición subsidiaria, con la derecha desgastada y corrompida del PP y con la derecha extrema de Vox, también corrompida en algunas de sus figuras públicas. Pero sus votantes no le han acompañado en tan insólito viaje.
Rivera ha dimitido, como era preceptivo -eso le honra-, pero sin hacer la menor autocrítica de su lamentable gestión, como también debería ser preceptivo.
En vez de efectuar una imprescindible reflexión sobre las decisiones que han llevado a su partido a un desastre electoral, examen que quedará, suponemos, para sus sucesores, Rivera ha dicho que deja la política para ser feliz en la vida privada. Lo cual es muy emotivo, y hasta lírico, pero poco útil para entender un desgaste electoral tan acusado en poco tiempo. Todo el mundo quiere ser feliz, al menos, en su vida privada, pero, por ahora, en este país nadie acude a la actividad política para ser feliz, sino al contrario, para recibir estocadas de aliados y adversarios.
Seguramente desorientado por el origen de Cs en Cataluña como oposición al frente nacionalista, Rivera no entendió bien la posición y la función del centro político en España a causa de la configuración del sistema representativo y de los valores políticos dominantes en el electorado, que son muy ideológicos y poco pragmáticos. Lo cual genera estabilidad en el voto, favorecida, además, por el sistema bipartidista de hecho, erigido en torno a dos grandes partidos a escala nacional, que aglutinaban, hasta 2015, a los electores de izquierda y derecha en un sistema penalizaba otras opciones.
El centro político, por tanto, no parecía necesario, y en caso de parecerlo era difícil de fundar y mantener, ya que pesaba en la memoria el recuerdo de Unión de Centro Democrático (UCD) y el posterior fracaso de la “Operación Roca”.
UCD, inestable unión de pequeños partidos en torno a la figura de Adolfo Suárez, fue hábilmente torpedeada por la pequeña Alianza Popular, fundada por cinco ministros de Franco, porque estorbaba al proyecto de Manuel Fraga de agrupar a la “mayoría natural” en un solo partido, que fue luego el Partido Popular, que creció recogiendo el voto tanto de la población católica y reformista, recibido de UCD, como el de la base social del franquismo.
La “Operación Roca”, o Partido Reformista Democrático, fue una iniciativa de CiU, contando con algunos pequeños partidos, de esos en que todos sus miembros caben en un taxi, para fundar un partido centrista y liberal que hiciera de bisagra. En realidad, fue uno de esos movimientos pendulares de la burguesía catalana, que periódicamente la llevan desde intentar influir directamente en la política nacional a tratar de romper los vínculos con España. Ahora padecemos una de esas atávicas oscilaciones hacia la ruptura.
El confuso programa y la amalgama de personalidades que componían el PRD (Miquel Roca, Florentino Pérez, Antonio Garrigues Walker, Dolores de Cospedal, Pilar del Castillo, Rafael Arias Salgado y Gabriel Elorriaga), no pudieron evitar que se viera como una operación de CiU para influir en el resto de España en las elecciones de junio de 1986. El fracaso fue rotundo y el PRD acabó su corta existencia cuando se conoció el resultado electoral.
Más tarde, Aznar, emprendió un ilusorio “viaje al centro”, que fue una operación de cosmética de la “Segunda Transición”, pronto olvidada para optar por “una derecha sin complejos”, aprovechando que soplaba el viento de las Azores.
Lo cual no indica que, con independencia de los giros que tácticamente hicieran hacia el centro el PSOE o el PP, no hiciera falta un partido bisagra, pero esa necesidad se resolvió de otra manera.       
En España, tierra de María, según el Papa Karol Wojtyla, parece que nos encomendemos al diablo a la hora de erigir nuestras estructuras representativas. Y una de estas aportaciones bajo luciferina inspiración ha sido entregar la función de partido bisagra a partidos nacionalistas que merecen muy poca confianza, dada su histórica deslealtad y su progresiva reserva con este régimen.
De ahí, que tanto el PSOE como el PP, cuando no han obtenido la mayoría necesaria para gobernar, hayan tenido que buscar el apoyo del PNV o de CiU, o de ambos, y pagar elevadas facturas por esa interesada colaboración, que, a la larga, siempre fortalecía a los nacionalistas. Con ello, la estabilidad pendía de una deslealtad calculada con astucia mercantil, el gobierno central dependía de la periferia y la unidad territorial y la soberanía nacional estaban en manos de sus máximos objetores.
En un mundo perfecto -este no lo es-, el centro obedece a la representación política de ciudadanos que no se ubican en ninguno de los polos, digamos clásicos, de izquierda y derecha o que comparten aspectos de ambos. Responde a la idea de sociedad plural, no polarizada por el esquema maniqueo de matriz religiosa del vicio y la virtud, dividida en buenos y malos, y en amigos y enemigos más que en adversarios.
Lejos del blanco y del negro, el centro debería representar un discreto y poco estridente color gris. Por tanto, no debería ser una opción oportunista, sino una opción política marcada, sobre todo, por una posición de servicio a las otras dos opciones para facilitar el gobierno tanto de la derecha como de la izquierda o asumir la gradual aplicación de sus programas, eliminando sus aspectos más extremados.  
Pero este no es un mundo perfecto y España no es precisamente un país políticamente templado, sino más bien pasional y emotivo. Somos poco dados al compromiso, con el adversario e incluso con el aliado, que se repudia como rendición o traición desde posiciones numantinas, e inclinados a comportarnos como montagnards antes que como gentes del “llano” (le marais) -del pantano, como decía Lenin-, propensas a la negociación y al acuerdo.
Con ganas, podremos aprender con unos cientos de años más de régimen democrático, lo malo es que las circunstancias no ayudan, pues los efectos de la larga etapa de descrédito de las élites, la desafección ciudadana respecto a la clase política y los negativos efectos de la gran recesión económica, que han abierto en la sociedad una profunda brecha en rentas y oportunidades, favorecen la polaridad y la confrontación. Y Ciudadanos, dirigido por Rivera, ha perdido la orientación. Navegando entre Caribdis y Escila, no ha sabido mantener el timón en el centro y ha sido tragado por el poderoso remolino de Vox, que es ahora la perfecta encarnación política de las turbulencias de Caribdis.    


12 de noviembre, 2019.

domingo, 10 de noviembre de 2019

¡Qué mierda!... pero votaré


Esta campaña electoral, oficialmente corta pero realmente larga -4 años- me ha dejado saturado, aburrido, ahíto de tanto politiqueo, tan poca imaginación y tan poca política. El llamado debate a cinco ha sido el remate. Largo y poco útil. Los cinco galanes iban a lo suyo. Todos contra Sánchez, que hizo alguna propuesta y anunció alguna primicia, pero estuvo flojo, como ido, mirando al atril y tomando notas, pero dejando pasar las ruedas de molino con que Casado invitaba a comulgar a la audiencia cuando, nostálgico, hablaba del paro de Zapatero y de la crisis de Zapatero. Pero ¡hombre!, si la crisis fue el estallido de la burbuja que preparó el gobierno de Aznar, con la ley de liberalización del suelo. Este chico no se ha leído “La segunda transición”, de Jose Mari, ni “España, claves de prosperidad”, coordinado por Luis de Guindos.
Al contrario que Sánchez, Rivera estuvo dinámico, se ve que venía motivado y además cargado de “souvenirs”. Quiso ser el paladín de la familia, imagino que de las de clase media hacia arriba, si sigue con su idea de bajar los impuestos. Abascal, nuevo en esta plaza, e incluido, por el PP, en el grupo constitucional, debe ser por el único artículo que le gusta (el 116.3. El estado de excepción) estuvo moderado, ya que suavizó algunas cosas, pero en otras no pudo disimular lo que es: un representante del franquismo desenterrado, ahora que Franco está definitivamente enterrado. Por las pocas críticas que recibió, ninguna del PP, puede decirse que salió por la puerta grande.
Iglesias volvió a fungir como el intérprete más leal de la Constitución, él que quiso acabar con ella. Recordó que quiere entrar en el gobierno de Sánchez. A lo mejor espera que el lunes le caigan una vicepresidencia y cuatro ministerios.     
En fin, palabrería, regates, fintas, olvidos monumentales, recuerdos falseados, imposturas, medias verdades y mentiras completas… Un muermo. Y la verdad es que el país no lo merece… O quizá sí, porque algo tuvo que ver lo que votamos en abril con esta “segunda vuelta”.
Dejamos a nuestros representantes una buena papeleta, una situación muy compleja, que no han sabido gestionar bien, claro está, pero lo cierto es que no era fácil formar gobierno. El país quedó partido, está partido, en izquierdas y derechas casi mitad por mitad, las derechas están divididas y las izquierdas, también. Hay que añadir los partidos nacionalistas para que esto sea un rompecabezas, por eso lo esperable de la campaña, entendida, al menos desde julio, o mejor desde abril, hubiera sido un poco de generosidad y altura de miras, el interés por sumar y ofrecer soluciones y salidas de compromiso, mirando hacia dentro, con tanto por hacer, pero también hacia afuera (situación internacional, Europa, energía y clima, como poco). Pero dejaron pasar la ocasión, movidos por intereses a corto plazo y tácticas de partido.
Así que somos dignos de aparecer en el Guinness con la marca de la estupidez: cuatro elecciones generales en cuatro años (20/12/2015; 26/6/2016; 28/4/2019 y 10/11/2019) y cuatro gobiernos interinos -Rajoy hasta las elecciones de 2015, Rajoy desde 2016, Sánchez desde la moción de censura en 2018 y Sánchez desde 28/4/2019. Demasiada interinidad. Y ya veremos si tenemos gobierno cuando termine el año.
Esta noche, en la Sexta, hay debate preelectoral de señoras o de damas. Con poco que se esfuercen quedarán mejor que los caballeros. Pero digan lo que digan, votaré; como votaré a pesar de todo lo que han dicho los varones. Tengo el voto decidido desde el mes de julio y no quiero renunciar a ejercer este derecho. No me sabe mal ser convocado de nuevo. No es una molestia, es un acto de responsabilidad en una coyuntura difícil. A veces un voto decide un gobierno, aunque no creo que vaya a ser el mío.   

7 de noviembre de 2019



domingo, 3 de noviembre de 2019

Correas de transmisión

Los estudiantes se han convertido en un poderoso auxiliar de la Generalitat en el “procés”, si es que no son su principal agente de movilización, su vanguardia operativa. Como consecuencia, la función docente catalana está profundamente alterada: clases suspendidas, huelgas en facultades e institutos, aulas ocupadas y facultades cerradas por los alumnos, que tienen continuidad en acampadas en calles y plazas y en acciones destinadas a alterar la habitual actividad ciudadana hasta que los sentenciados cabecillas del “procés” salgan de la cárcel. Largo me lo fiais.
No es raro que los jóvenes, ellas y ellos, por disposición, por tiempo, por ganas, por vigor y llevados por sus ideales, aspiren a cambiar la sociedad en que les ha tocado vivir y quieran ver realizados sus sueños de inmediato, pues la paciencia no es una virtud juvenil.

Parece incluso lógico que, al menos, una parte de las nuevas generaciones reaccione contra el legado recibido de las precedentes, y que los jóvenes, como fruto de su tiempo, rechacen, por opresivo y limitado, el mundo legado por los adultos. Un mundo, por otra parte, percibido como sencillo, evidente y carente de complejidad -como Cataluña, una sociedad bastante más laberíntica de lo que creen las huestes de los CDR- y fácil de transformar a voluntad, pues basta intentar cambiarlo con tesón para esperar que el esfuerzo aplicado obtenga el resultado apetecido. 
Así han actuado los movimientos juveniles en otros momentos, en este y en otros países, aunque no siempre han sido loables los motivos que han impulsado a actuar a la juventud. Y basta con aludir al ejemplo de las juventudes hitlerianas, una de las mayores organizaciones del nacional socialismo alemán, que creció desde apenas 1.000 miembros en 1923 hasta contar 8 millones de disciplinados y adoctrinados muchachos en 1940, para llevar adelante, con una colaboración tan llena de idealismo como de ignorancia, el execrable proyecto de Adolfo Hitler.
No se puede afirmar que en Cataluña pueda suceder algo semejante, aunque algunos rasgos preocupantes hay, pero se debe recalcar que no siempre las minorías activas (o incluso las mayorías) tienen la razón de su parte y que no todas las protestas sociales se deben a causas justas y dignas de ser apoyadas.  
Es una revolución dicen unas pancartas exhibidas en Barcelona. En apariencia puede serlo, por los ingredientes que muestra una rebelión juvenil contra el poder del Estado sustentada en nobles palabras -libertad, democracia, independencia-, que recuerdan la lucha contra la dictadura franquista, llamada también fascista.
La palabra fascista figura profusamente en el discurso de los nacionalistas para referirse al Estado español y a todo aquel que no comulga con su manera de hacer y de pensar. Por ello, para un observador superficial, que sólo perciba las formas con que se expresa este movimiento, y para algunos nostálgicos que comparen estos sucesos con otros de su juventud, la catalana puede parecer una justa rebelión de los oprimidos; una revolución.

No es así. No hay que confundir referencias, circunstancias, objetivos, tiempos y actores, pues se puede ser víctima de una trampa de la memoria.
En un texto de 1977, referido al movimiento universitario bajo el franquismo (Materiales, extra nº 1), Paco Fernández Buey hablaba de la mala memoria del movimiento estudiantil como causa de su discontinuidad, de sus altibajos y sus crisis cíclicas, en comparación con la memoria, más estable, del movimiento obrero.

Atribuía esta mala memoria a la corta estancia de los estudiantes en la universidad -cinco o seis años-, lo que permitía que se perdieran preciosas experiencias políticas para las siguientes levas de ingresados y explicaba la relativa inconsistencia de las organizaciones de estudiantes. Añadía otras dos circunstancias: la dispersión de los estudiantes fuera de la universidad, una vez concluidos sus estudios, y la represión de la dictadura, que impedía transmitir esas experiencias de lucha. Pero, hoy, la situación en Cataluña dista de ser aquella. 
Los estudiantes piden libertad, se sienten oprimidos por el Estado español, dicen. Cada cual es dueño de sentirse oprimido por lo que crea que limita sus sueños o aspiraciones más íntimas, que pueden ser tan personalmente convenientes como colectivamente inoportunas o difíciles de llevar a cabo, pero desde el punto de vista del ejercicio de los derechos civiles, la opinión, la expresión, la recepción de información, la publicación y la manifestación en lugares públicos de los estudiantes no han sufrido merma alguna; es más, de ordinario se han excedido en su ejercicio al sofocar de manera pertinaz los derechos de quienes no piensan como ellos.

Piden libertad, pero pueden manifestarse pacífica o violentamente por las calles durante días, destrozar mobiliario urbano, cortar carreteras, colapsar transportes públicos, ocupar el aeropuerto y estaciones de tren, sabotear instalaciones ferroviarias, cerrar la frontera, hacer hogueras a placer -la ciutat cremada- y cortar el tráfico sin sufrir un gran coste. Una situación impensable durante el régimen de Franco, que era una dictadura real, difícil de imaginar para los estudiantes y para muchos de sus profesores, mientras la cruel dictadura de la España de hoy, en lo que respecta a tales derechos, no deja de ser una dictadura tan imaginaria como la república en la que algunos pretenden vivir.

Durante el franquismo, los primeros destinatarios de las protestas estudiantiles eran las autoridades académicas y después seguían en escala ascendente hasta llegar a la más alta representación del Estado, el Caudillo. Ahora, en Cataluña es al revés, la responsabilidad de la Generalitat, de la Consellería del ramo y de las autoridades académicas en la situación de la enseñanza, se pasan por alto y los estudiantes dirigen sus metafóricos tiros contra el gobierno central, que hace mucho tiempo carece de competencias en esa materia, y rectores, decanos y claustros de profesores, que no son ajenos a las elevadas tasas académicas, a los planes de estudio, la contratación de profesores, la dotación y conservación de bienes y material docente, etc, etc, no sólo han quedado exculpados de sus decisiones, sino que han dado apoyo doctrinal a la protesta y prometido un privilegio (un examen ad hoc) que sirve de recompensa a los estudiantes en huelga. 
Con lo cual, el movimiento estudiantil pierde su carácter presuntamente rebelde y se convierte en la funcional pieza de un movimiento gubernamental, impulsado desde arriba hacia abajo, desde las instituciones hasta la calle; una disciplinada correa de transmisión formada por la Presidencia de la Generalitat, el Parlament, el Govern, las autoridades universitarias, las asociaciones y los sindicatos de estudiantes para llevar a cabo un proyecto, que fue decidido desde hace mucho tiempo por una reducida élite y que está muy lejos del alcance y la comprensión de sus disciplinados ejecutantes.  
En el texto ya citado, Fernández Buey añadía que por encima de las luchas locales, el movimiento antifranquista había puesto “siempre en primer plano los elementos comunes y unitarios de la lucha contra la estructura fascista del Estado, contra la organización clasista, burocrática y centralizada de la enseñanza superior, evitando, por lo general, caer en esa simpleza reductiva que consiste en confundir Madrid con los órganos de administración del Estado y que tanto priva ahora en ciertos ambientes intelectuales”·
Y concluía su escrito con las palabras finales de un llamamiento de estudiantes comunistas catalanes, en enero de 1965: No deixem sols els estudiants de Madrid. Unim-nos a la lluita obrera per la llibertat. Lluitem per a eliminar els residus d’un SEU que no representa res, i per a suprimir tota ingerencia de les autoritats academiques. Llibertat sindical! Madrid, sí! SEU, no!
Decididamente, lo que ahora está sucediendo en Cataluña es otra cosa.


2/11/2019

https://elobrero.es/opinion/item/36283-correas-de-transmision.html