sábado, 30 de septiembre de 2017
Fascistización
Efectivamente, en el nacionalismo catalán hay embriones de fascistización, pero el fascismo implica más cosas: la militarización y uniformización de las masas para movilizarlas jerárquica y ordenadamente; el encuadramiento separado de los adherentes (por grados de afinidad, edades y sexos); la creación de la policía del partido; el culto al líder -un pueblo, una lengua, un líder- que en Cataluña no existe (no hay tal líder, hay varios y poco carismáticos); la destrucción violenta de los adversarios (asaltos y progromos); la unidad del partido como base de la unidad del pueblo y del Estado, bajo la dirección del líder (caudillo, duce o führer); la concepción violenta de la vida y de la política ("vivere pericolosamente" de Mussolini), como consecuencia de la lucha (Mein Kampf de Hitler) por la supremacía del mejor (racismo, clasismo).
viernes, 29 de septiembre de 2017
“Colonos”
Good morning, Spain, que es different
Qué equivocado estaba yo, lo admito, en el asunto de “los colonos” en Cataluña. Obnubilado por las caravanas de pioneros en las películas del Oeste, me había despistado tal denominación, que reemplaza a la antigua, más clasista pero igual de despectiva, de “xarnegos”, pero leyendo lo que dicen los nacionalistas estoy obligado a cambiar de opinión.
https://elobrero.es/opinion/item/4227-colonos.html
Qué equivocado estaba yo, lo admito, en el asunto de “los colonos” en Cataluña. Obnubilado por las caravanas de pioneros en las películas del Oeste, me había despistado tal denominación, que reemplaza a la antigua, más clasista pero igual de despectiva, de “xarnegos”, pero leyendo lo que dicen los nacionalistas estoy obligado a cambiar de opinión.
Hasta
ahora había creído que los “xarnegos”, “los colonos”, eran trabajadores y
familias de regiones deprimidas de España, principalmente del ámbito rural, que,
por no irme más atrás, en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, se habían
desplazado hacia las grandes ciudades y las zonas más desarrolladas de España
(Cataluña, entre otras) y de Europa, buscando las oportunidades de trabajar que
faltaban en sus localidades de origen.
Gente
sencilla que aspiraba a vivir mejor, o simplemente a vivir o a sobrevivir, y
que, un buen día, liquidaba lo poco que tenía, dejaba su casa y con una maleta
de madera o de cartón viajaba en tren, en tercera clase (hoy desaparecida),
hasta Cataluña a buscarse un porvenir mejor trabajando en la industria, en la
construcción o donde pudiera, y resignándose a fijar su domicilio en cualquier andurrial,
en un alejado barrio dormitorio de la periferia de Barcelona o de otra ciudad
industrial, quizá en una chabola o en alguna otra variedad de infravivienda en
zonas sin urbanizar y carentes de servicios asistenciales.
Eso
creía yo, intoxicado por la lectura de los libros de Francisco Candel, por los
testimonios de cristianos como Alfonso Carlos Comín, por lo que contaba la
propaganda del PSUC y otros partidos de izquierda, por los panfletos sobre las
huelgas de Sabadell, del Barberá o del Vallés y por lo que denunciaban los
movimientos vecinales, que relataban las duras condiciones de integración de
“los colonos”.
Pero,
qué equivocado estaba yo, con el cerebro lavado por aquella literatura falaz y subversiva,
porque el objetivo de “los colonos” era muy distinto. Su pretensión, conseguida
ya hoy, fue desplazar a los autóctonos de los puestos de mando en todos los
ámbitos de la sociedad catalana donde fuera posible.
La
penetración tuvo éxito y pronto ocuparon los cargos directivos de los bancos y
cajas de ahorros de Cataluña, de las compañías energéticas, de las eléctricas,
del gas y del agua. También coparon los puestos más altos en grandes empresas como
SEAT, Nissan, Perfumes Puig, Roca Sanitarios, Grupo Torras, Damm, Freixenet
(¡ay! el cava), Almirall, Grifols, Ferrer y hasta se atrevieron a entrar en los consejos de administración de Vichy
Catalán y Casa Tarradellas. ¡Insultante!
Pero
no se conformaron con eso, pues, dispuestos a penetrar en lo más hondo de la
economía catalana con el fin de someterla a España, ocuparon las juntas
directivas del Círculo de Economía, de FEPIME Cataluña, de Empresarios de
Cataluña y hasta del viejo Fomento del Trabajo. También se apropiaron de la gerencia
de la Feria de Muestras, la Fira de BCN. ¡Inaudito!
La
secreta invasión pretendía también adulterar la cultura catalana, por lo cual
la ofensiva les llevó a controlar la prensa, la radio, la televisión y asociaciones
e instituciones culturales como el MACBA, la Fundación La Caixa, el Centre de
Cultura Contemporània de Barcelona, el Ateneu Barcelonés, la Biblioteca de
Cataluña, El Institut d’Estudis Catalans, la Coral Sant Jordi, el Omnium
Cultural y el Centre Excursionista de Catalunya, como si el Cadí y el Montseny les
pertenecieran. ¡Blasfemia!
No
satisfecha su apetencia con tales apropiaciones, se aprestaron a disputar, y lo
consiguieron, el control del Liceo y del Palau de la Música, con los resultados
que todos conocemos: la ópera entregada a autores italianos y alemanes y las
arcas del Palau vaciadas de manera misteriosa. Pero, con todo, eso no ha sido
lo peor, sino que con una imperdonable muestra de osadía han llegado a dirigir
el Barça, que, como todo el mundo sabe, es más que un club de fútbol. ¡Señor,
qué tragedia!
Sólo
les falta conquistar la escarpada abadía de Montserrat, pero es cuestión de
tiempo.
El desastroso resultado para
Cataluña ha sido nutrir las colas de las oficinas de empleo con miles de altos
cargos, portadores de ilustres apellidos catalanes y acrisolados currículos
profesionales, que, elegantemente trajeados, buscan un empleo precario y mal
pagado al haber sido desplazados de sus despachos en instituciones catalanas y grandes
empresas por unos avispados “colonos” sin escrúpulos. Y eso no se puede
consentir: es, por tanto, justa esta rebelión contra ocupantes tan
desagradecidos. https://elobrero.es/opinion/item/4227-colonos.html
Pereza
Good morning, Spain, que es different
No
me gustan los escraches, ni las presiones, ni los actos chulescos, ni los
insultos cruzados entre partidarios y detractores del referéndum, en Cataluña y
fuera de ella, así que cuando leo y veo que en varias ciudades grupos de
personas han despedido con aplausos, gritos de “a por ellos” y banderas
nacionales (constitucionales), y en algún caso con presencia de mandos oficiales,
a los policías y guardias civiles que han sido enviados a Cataluña, pienso si
no nos habremos vuelto locos, porque no entiendo las razones de tales “homenajes”.
¿Son acaso enviados a una misión peligrosa? ¿Van a conquistar otro país? ¿Son los
independentistas catalanes delincuentes a los que hay que atrapar?
¿A
quién se le ha ocurrido esta idea de casquero?, con perdón de los casqueros, o ¿es
el resultado de actos espontáneos en un clima de opinión que favorece la
insensatez colectiva? Si es así, qué mal estamos.
Al
ver las fotos, de pronto me he acordado de gritos como aquel de “Pujol, enano,
habla castellano”, que tanto han hecho por emponzoñar el problema, con
independencia de las cuentas que tenga pendientes la familia Pujol con la administración
de justicia.
Los
policías y guardias civiles que se han enviado a Cataluña no son los tercios de Spínola que iban al norte a impedir
que en Flandes se pusiera el sol, por utilizar el título de la obra teatral del
catalán Eduardo -Eduard- Marquina. Un disparate, los gritos y las banderas no
la obra de teatro, aunque en todo este asunto del refrendo y del “procés” hay
mucho de teatral, de impostación, de estudiada gesticulación por todas partes. Y
un exceso de banderas y de banderías. Y dentro de esta lógica, en un gesto de
ampuloso patriotismo, desde el PP de Madrid se pide una jura de bandera
multitudinaria, como respuesta al referéndum del 1 de octubre.
Pero
hombre, o mujer, pues no sé de quién ha sido la idea, déjense de juramentos y
den más argumentos, a los que se quieren separar y a los que no queremos que
haya separación alguna, porque hasta ahora, por parte del Gobierno y del Partido
Popular, han faltado razones políticas, económicas, culturales, sociales,
artísticas, deportivas o geoestratégicas en favor de la permanencia de Cataluña
en España. Se diría que no las tienen, pero a mucha gente ya no le basta con la
vieja retórica de la unidad de España fundada en la gesta de Don Pelayo, la Reconquista,
América, Lepanto y el imperio donde no se ponía el sol.
El patriotismo de hoy debería
estar fundado en razones más actuales, que en el PP no se ven por parte alguna.
Y conformarse con el argumento de la salida de Cataluña de la Unión Europea, me
parece pobre y cómodo, porque se hace descansar la defensa de lo que se
considera un bien nacional en la opinión de terceros países. Lo dicho, percibo
mucha pereza entre estos patriotas.
martes, 26 de septiembre de 2017
Carta abierta al diputado Pablo Iglesias
Señoría:
Madrid, 24 de septiembre de 2017
https://elobrero.es/opinion/item/4097-carta-abierta-al-diputado-pablo-iglesias.html
Perplejo
me hallo ante el grito “Viva Cataluña libre y soberana” lanzado al aire
barcelonés en la última Diada, efecto, sin duda, del clima político imperante,
de la emoción del evento y de la devota lectura de “Victus”, novelesca versión
de la ficción nacionalista de los hechos de 1714.
En
su lugar, para mejorar su información sobre el tema, humildemente le sugiero la
lectura sosegada de los capítulos “5. El engaño del pacto de Génova” y “6. El
mito de 1714”, de la obra de Henry Kamen “España y Cataluña. Historia de una
pasión”, el capítulo “3. Cataluña en la monarquía hispánica”, de la “Historia
mínima de Cataluña” de Jordi Canal, el capítulo “4º. La ocasión del
tricentenario”, de “Cataluña. El mito de la secesión”, de Juan Arza y Joaquim
Coll, así como la entretenida cronología del procés, que Francesc de Carreras hace en “Paciencia e
independencia. La agenda oculta del nacionalismo”, entre otros libros de
reciente publicación sobre este tema.
De
lectura más indigesta -en castellano antiguo- pero también recomendable para
próceres y líderes políticos son “Los cinco libros postreros de la segunda
parte de los Anales de la Corona de Aragón”, especialmente desde el cuarto
volumen, relativo el reinado de D. Hernando II, llamado el Católico, escritos
por Gerónimo Zurita y editados en Zaragoza, con real licencia y coste, en 1668.
Que, como su señoría sabe, alude a hechos que para algunos son el origen de este
embrollo.
El
grito de su señoría en la Diada no puede sólo ser debido a un impulso
irrefrenable en un momento de exaltación, pues abunda en las declaraciones
ambiguas sobre este problema que percibo en su Partido, como la que hizo Irene
Montero, el pasado día 9, afirmando que los “mossos” deben cumplir la
Constitución y también la legislación catalana, lo que ratifica la posición de
Podemos a favor de celebrar un referéndum, aunque sea para estar en contra de
la secesión.
La
frase de la diputada me parece, sencillamente, una incoherencia y el intento
(vano) de contentar a todos poniendo una vela a dios y otra al diablo, pues es
difícil cumplir órdenes que son contradictorias, a no ser que los “mossos” retiren,
el cercano día de autos, las urnas por la mañana, acatando el mandato judicial,
y las repongan por la tarde, obedeciendo
órdenes de la Generalitat.
Siguiendo
este escueto razonamiento, poco creativo, lo admito, se me antoja que el grito
de su señoría -¡Viva Cataluña libre y soberana!- es chocante en boca de quien
aspira a ser presidente o vicepresidente del Gobierno de España, a no ser que
aspire a gobernar un país demediado o fragmentado. Y como sé de buena tinta que
su señoría es republicano, descarto que desee legar a sus sucesores un país en
porciones, como ocurría antaño cuando los reyes repartían los reinos entre sus
vástagos, encajo, por tanto, ese grito en el marco general de su noción de España
como “una realidad multinacional” o “un Estado con varias naciones que tienen
derecho a decidir”, y sobre el papel, supuestamente aglutinador, que pueden
cumplir los sucesivos refrendos de autodeterminación en un Estado español teóricamente
federal.
He
de señalar, señoría, que la noción de la España plurinacional, tan grata a las
izquierdas, es ambigua y aporta más confusión que claridad, porque multiplica
el problema al ofrecer de forma general un derecho misterioso -el derecho a
decidir- a unas naciones cuyo número no señala.
Si
tal derecho se concediera a Cataluña, o al País Vasco, que iría detrás, o a
Galicia, ¿qué razón habría para negárselo a Andalucía y a Castilla? ¿O a
Murcia, que buenas pruebas de federalismo dio en la rebelión cantonal? ¿O a
cualquier otra de las posibles naciones que podrían surgir al amparo de tal
caramelo? ¿Y quién garantizaría, que, con olvido de los resultados, aun
positivos para la permanencia de España tal cual es, el país no se paralizaría
políticamente en lo que se refiere a los asuntos generales y comunes de todas
las “naciones”, casi como ocurre ahora, al tener que abordar un inacabable
rosario de refrendos en las múltiples naciones que sin duda habrían de surgir? Eso
pasando por alto el estado de división interna en que quedarían tales naciones
tras someterse a esa prueba, como sucede ahora en Cataluña.
No,
señoría, no me parece sensato tal propósito, que entiendo obedece a la asentada
y nefasta propensión de las izquierdas de conceder, por principio, un plus de
legitimidad a los nacionalistas y admitir sus razones y sus mitos con escasa
resistencia cuando no con aquiescencia, lo que equivale a regalar a la derecha
la representación del país en su conjunto. Decisión más incomprensible aún,
teniendo en cuenta el calificativo de franquista que su Partido adjudica al
Partido Popular. Admita su señoría como poco congruente, que partidos que se consideran
de izquierdas (y antifranquistas tardíos), regalen, por táctica o por
estrategia, el país a su peor adversario y se conformen con intentar gobernar
alguna de sus regiones (o naciones) aceptando dócilmente el discurso de las
derechas locales.
Pues
de eso va lo que ocurre en Cataluña, donde la derecha local, contando con la
general indiferencia y el apoyo suicida de las izquierdas, ha logrado convencer
a una parte considerable de la población de que sus particulares intereses son
los intereses de todos los catalanes. La maniobra, acelerada en los últimos
años pero debida a un persistente trabajo de propaganda realizado durante
décadas, ha creado la impresión de que existen unos objetivos comunes entre la
minoría que desde hace al menos un siglo ha detentado no sólo el poder
económico y político, sino el cultural, artístico e incluso el deportivo en
Cataluña, y la inmensa mayoría de la población, especialmente la asalariada,
que ha llegado de otros lugares de España para contribuir con su esfuerzo al
buen resultado económico, que el discurso nacionalista atribuye a la superioridad
del pueblo catalán sobre el resto de habitantes de España. Lo cual desprende
penetrantes efluvios de una supremacía racial (franca, germánica o
presuntamente danesa) y de clase.
Circunstancias
que su señoría sabrá desvelar como falacias del discurso de los nacionalistas,
pues, como marxista o exmarxista, es conocedor de que, sin negar la habilidad
de los catalanes para los negocios, la prosperidad de la región se debe a las
favorables condiciones de su ubicación geográfica, al clima y a la orografía,
así como a la acción del capitalismo, que genera un desarrollo desigual concentrando
la riqueza donde es más fácil producirla, lo que explica el auge económico de
unas regiones y la despoblación y el empobrecimiento de otras, que contribuyen
a costa de su desarrollo a la prosperidad de las primeras. Diferencias que un
Estado democrático y mínimamente igualitario debe tratar de paliar
transfiriendo fondos públicos y esfuerzo inversor desde las zonas ricas hacia
las que lo son menos. Y decisiones a las que los partidos nacionalistas de las
regiones ricas se oponen como gato panza arriba, alegando ser víctimas de expolio,
maltrato, opresión colonial u odio ancestral, para librarse de semejante carga.
Seguramente, su señoría, que
según propia confesión “lleva la izquierda tatuada en las entrañas”, habrá
advertido que, tras la bandera de la independencia y las grandes palabras, se
esconde el deseo egoísta de no repartir la riqueza.
Pero
si no merece apoyo el objetivo de Puigdemont y compañía, tampoco lo merece el
procedimiento, pues se lleva a cabo con trucos y de forma atropellada. Las
leyes del referéndum y de Transitoriedad se han elaborado en secreto y aprobado
con prisa, marginando las garantías de cualquier ley que se tenga por democrática
y del propio Estatut, cuya defensa esgrimían hace años los que han preparado el
dislate de un refrendo que hasta para el PNV carece de validez.
Debo
advertir a su señoría que, desde el punto de vista de un peatón de la política,
la actitud de Podemos ante el “procés” ha sido la de nadar y guardar la ropa,
pero ha acabado llegando a la playa del independentismo. Pues, si
Podemos
defiende la celebración de un referéndum acordado y con garantías (para mostrarse
contrario a la secesión), no se entiende que apoye el simulacro del 1 de
octubre, al que ha llamado “movilización” (también Colau). Movilización es
cualquier cosa, pero en este caso, es apoyar el desafío de Puigdemont, lo que
lleva a preguntar qué haría su señoría si fuera presidente o vicepresidente del
Gobierno español, ¿dejaría tranquilamente que Cataluña se desgajara de España,
aunque fuera a instancias de sus amigos Doménech, Fachin y Colau? ¿Dejaría hacer a quienes representan el 48%
de los votos de unas elecciones consideradas plebiscitarias y despreciaría la
opinión de quienes representan el 52% o aplicaría los recursos que concede la
ley al Gobierno para impedirlo?
Sinceramente,
señoría, no me parece buena idea apoyar a los adversarios de Rajoy para
desgastar a Rajoy, en primer lugar, porque son muy semejantes a éste, y en
segundo, porque objetivamente también son adversarios de Podemos.
Entiendo
que su señoría tenga prisa por sacar al Partido Popular de la Moncloa y corregir la decisión que un día tuvo en su
mano, y que, por un exceso de confianza o un error de principiante, no supo
aprovechar para hacerlo posible, pero ahora no valen las prisas por sacar a
Rajoy del Gobierno y reformar la Constitución, a lo que el Partido Popular se
ha negado reiteradamente, aunque ahora, bastante tarde, empieza a admitir esa
posibilidad.
Señoría,
admito que, tras una vigencia de 39 años, revisar la Constitución es una tarea
necesaria, pero no sólo para que los nacionalistas catalanes u otros “se sientan
cómodos”, o aún más cómodos.
Y
si, para terminar, me permite utilizar la fórmula que su señoría empleó en
Zaragoza para dirigirse a Pedro Sánchez, le digo: compañero Iglesias, para
deponer a Rajoy, no caigas en la trampa de hacer causa común con la derecha de Cataluña,
que ha recortado salarios y derechos, ha privatizado bienes públicos y está corrompida
hasta el tuétano. No caigas en la trampa de apoyar el insolidario proyecto de
los privilegiados de una región privilegiada.Madrid, 24 de septiembre de 2017
https://elobrero.es/opinion/item/4097-carta-abierta-al-diputado-pablo-iglesias.html
domingo, 24 de septiembre de 2017
El “procés” y sus fantasmas
Good morning, Spain, que es
different
Ahíto
estoy del “procés”, nombre de reminiscencias kafkianas, que algún fontanero de la Generalitat ha escogido
para designar la operación de separar, de modo unilateral, Cataluña de España.
Aunque por el procedimiento con que se va a consumar la secesión -la “desconexión”-
más bien parece obra de un electricista.
La
elección de tal término intenta quitar importancia al hecho de dividir un país
(en realidad dos, pues Cataluña está partida por la mitad) y reducir los costes
que ello conlleve para sus habitantes, transmitiendo la impresión poco fundada de que se tratará de un proceso administrativo
rápido, neutro, políticamente indoloro y además rentable, y tan sencillo como
accionar un interruptor de la luz.
El
“procés” es un fenómeno que responde a circunstancias -en Cataluña y en España-
de hoy; es un fenómeno nuevo, original, es verdad, pero inspirado en hechos y
figuras del pasado, y poblado de fantasmas.
Admitiendo
la originalidad de utilizar la palabra “desconexión” en el caso de una secesión
política, “desconexión” es la aportación catalana a la idea del “procés”, que
es de origen vasco, abertzale, por más señas, pues durante años los etarras y
su orla de simpatizantes han estado predicando las bondades de un “proceso” que
quería ser de paz y a la vez de independencia, es decir, de una cosa por la
otra.
Como
es de matriz vasca la martingala del “derecho a decidir”, en abstracto, con que
el lendakari Ibarretxe arropaba su famoso Plan para convertir el País Vasco en
un estado asociado a España, en el que los vascos (sobre todo el PNV y sus apoyos
políticos y económicos) se reservaban un Estado propio pero compartían en buena
armonía el mercado español y el de la Unión Europea. Tontos no son.
También
es de matriz vasca el pacto fiscal, que, tras las elecciones catalanas de 2010,
celebradas en plena recesión económica, propuso Artur Mas a Rajoy para reducir
el déficit que (presuntamente) España tenía con Cataluña, que cifraba en los
célebres 16.000 millones de euros y pretendía reducir a la mitad. Como no hubo
acuerdo, pronto se abrió paso la idea de que “España nos roba” y de que con ese
dinero, los catalanes, todos, vivirían mejor si pudieran administrarlo sin la
tutela de España.
La
asamblea extraordinaria, formada por diputados, senadores, eurodiputados y
alcaldes de ciudades de más de 50.000 habitantes, que propone Pablo Iglesias,
es una especie de Udalbiltza (la asamblea de municipios vascos nacionalistas
que debía apoyar aquel “proceso”, en el que ETA llevaba la voz cantante).
También
tiene ecos vascos la batasunización de los jóvenes nacionalistas; la guerra de
banderas, la quema de retratos, emblemas y carteles no nacionalistas, las
pitadas a las autoridades “españolas”, la ocupación callejera, las amenazas a
los que no comparten la ideología oficial y oficiosa, el intento de doblegar a
quienes se resisten a aceptar el discurso supremacista de la Generalitat y de su
orla de organizaciones, recuerdan la kale
borroka. Incluso Rufián, ese diputado poco pulido, se inspira en frases de
Yon Idígoras para ilustrar con poco éxito sus desabridas arengas en el Congreso.
Para disipar las dudas que pudiera haber sobre algún parecido con Dinamarca, ahí
están el apoyo de Bildu al “procés” y la presencia de Otegui en Barcelona.
Los
fantasmas de Casanova y Pau Clarís (pero no de Cambó) se han paseado por
Barcelona, arropados por el recuerdo del “Corpus de sangre” y por los cánticos
de “Els segadors” y “La estaca” (¿contra quién?). El apoyo de la Iglesia
despierta el fantasma del viejo carlismo.
También
las espectrales figuras de Maciá y de Companys han reaparecido, pero nadie
parece dispuesto a afrontar el coste que puede acarrear su emulación, ni
siquiera el económico de unas multas, cuantiosas es cierto, porque “la pela es
la pela”. Como diría Jordi Pujol: ¿Y esto, quién lo paga? Y ante esa molesta
pregunta, es mejor hacerse el sueco que el danés.
En
un alarde de desvarío los mandamases de la Generalitat han utilizado los
nombres Rosa Parks y Martin Luther King para compararse con ellos y justificar
su posición. Fantasmones del presente se cobijan en fantasmas del pasado.
Otras
y otros políticos todoterreno, flotadores natos, se ven a sí mismos como reencarnaciones
de Talleyrand, capaces de sobrevivir al declive de un régimen y a la
instauración de otro, de gobernar en un país viejo y en un país nuevo, con
monarquía o con república, con refrendo o sin refrendo, antes y después del día
D, sin romperse ni mancharse, en un perfecto ejercicio de acrobacia, ante a los
topetazos con que Puigdemont ha despertado al don Tancredo que habita en la
Moncloa.
También
hay quienes, en este centenario de la revolución rusa, se ven como afortunados
intérpretes de una historia que se repite: para ellos se ha producido la
revolución de febrero de 1917 y sostienen a Puigdemont “como la soga sostiene
al ahorcado”, que es como Lenin decía que había que sostener a Kerenski, hasta
que llegue la Revolución de Octubre, del 1 de octubre, claro está. Falta poco
para librarse del zar español y fundar una república, donde, por fin, con
juvenil ilusión, se pueda aplicar un programa anticapitalista.
Para los independentistas, la
“desconexión” es un fenómeno mágico que hará realidad los contradictorios
sueños de quienes impulsan el “procés”, pues la han presentado como un tránsito
rápido y tranquilo desde la sumisión a España a la soberanía catalana y del
robo (de España) a la honradez en la administración propia; como el paso que va
de la escasez y la precariedad provocadas por la crisis (de España) a la
riqueza bien administrada por “gent tan ufana y tan superba”; todo se arreglará
con la independencia y Cataluña triunfante “tornará a ser rica i plena”. Pero,
de salir adelante, que es difícil, la “desconexión” abrirá en la nueva
república la caja de Pandora que dejará escapar las tensiones que anidan en esa
coyuntural y heteróclita alianza.
jueves, 14 de septiembre de 2017
700
El auge de los nacionalistas catalanes es obra, sobre todo, de ellos mismos; luego del sistema electoral que les ha sobrerrepresentado y les ha permitido jugar un papel político en toda España muy superior a su representación social. El PSOE y el PP lo podían haber corregido, pero no han querido.
Las izquierdas han tenido un posición muy contradictoria y a veces francamente débil, y la derecha ha tenido un postura bastante cerril sobre la unidad de España, que suele confundir con uniformidad. Zapatero metió la pata y Maragall quiso ser más nacionalista que CiU y ERC, que pugnaron por ver quién hacía más difícil que el nou Estatut pudiera aprobarse. Y el PP, después de que Aznar hablara catalán en la intimidad, se equivocó en las dos tácticas que ensayó. Estando en la oposición, "patriótica" la llamaron, y para desgastar a Zp organizaron todo aquel sarao de las mociones con el Estatut, el recurso el Tribunal Constitucional, España se balcaniza, aquella mención de Fraga a Covadonga para recuperar España, el boicot a los productos catalanes, el intento de organizar un referéndum sobre la unidad de España y otras cosas por el estilo. Todo muy entretenido. Ya en el Gobierno, la táctica ha sido la contraria: no hacer nada, ni por activa ni por pasiva; les ha faltado discurso político y no han intentado neutralizar los argumentos de los nacionalistas y fortalecer a los catalanes que no lo son. Quieren la unidad de España, pero no saben por qué ni para qué. Y el recurso a la ley en un partido que se la salta cuando le conviene es una defensa muy débil. Y los nacionalistas, crecidos; no supieron parar a un alcalde que montó un referéndum por su cuenta y a hora quieren parar a 700. Un dislate.
Las izquierdas han tenido un posición muy contradictoria y a veces francamente débil, y la derecha ha tenido un postura bastante cerril sobre la unidad de España, que suele confundir con uniformidad. Zapatero metió la pata y Maragall quiso ser más nacionalista que CiU y ERC, que pugnaron por ver quién hacía más difícil que el nou Estatut pudiera aprobarse. Y el PP, después de que Aznar hablara catalán en la intimidad, se equivocó en las dos tácticas que ensayó. Estando en la oposición, "patriótica" la llamaron, y para desgastar a Zp organizaron todo aquel sarao de las mociones con el Estatut, el recurso el Tribunal Constitucional, España se balcaniza, aquella mención de Fraga a Covadonga para recuperar España, el boicot a los productos catalanes, el intento de organizar un referéndum sobre la unidad de España y otras cosas por el estilo. Todo muy entretenido. Ya en el Gobierno, la táctica ha sido la contraria: no hacer nada, ni por activa ni por pasiva; les ha faltado discurso político y no han intentado neutralizar los argumentos de los nacionalistas y fortalecer a los catalanes que no lo son. Quieren la unidad de España, pero no saben por qué ni para qué. Y el recurso a la ley en un partido que se la salta cuando le conviene es una defensa muy débil. Y los nacionalistas, crecidos; no supieron parar a un alcalde que montó un referéndum por su cuenta y a hora quieren parar a 700. Un dislate.
lunes, 11 de septiembre de 2017
Un plus de legitimidad
Good morning, Spain, que es different
Hoy, día 11 de septiembre, aniversario también
del golpe militar que, en 1973, derrocó al gobierno de la Unidad Popular en
Chile, y de los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York, en 2001, se
celebra la gran jornada festiva y reivindicativa de La Diada en Cataluña, en el
tenso clima de opinión con el que se mueve el llamado “procés” hacia la
independencia.
¿Y cómo hemos llegado hasta aquí?, es lógico
preguntarse. Razones hay de bastante peso y responsabilidades, también. Explicar
lo ocurrido no es fácil, pero lo voy a intentar aportando algunas causas, según
mi modesto entender.
La primera de ellas es el “plus de legitimidad”
democrática con que, para las izquierdas y gran parte de la “progresía”, cuentan
los micronacionalismos y el déficit de legitimidad que sufre el nacionalismo
español o gran nacionalismo. Aunque en esto del nacionalismo, además de la
extensión territorial, hay que tener en cuenta la intensidad de la adhesión,
pues, como en casi todo asunto político, hay grados: se puede ser muy
nacionalista o poco nacionalista, muy patriota o poco patriota.
La dictadura franquista ha tenido efectos
duraderos sobre la sociedad española y uno de los más persistentes y políticamente
negativos es haber sembrado una gran confusión ideológica. La dictadura
trastocó no sólo costumbres sociales, conceptos económicos, usos comerciales, criterios
políticos y valores morales, sino ejes fundamentales que sirven de guía en la acción
política. Así se puede decir que uno de los éxitos más notorios de Franco fue el
haber logrado confundir a sus más radicales adversarios -las izquierdas- para que
perdiesen referencias esenciales de su actuación y tomasen España como país por
lo que sólo era su régimen; el todo por la parte -la dictadura- ostentosamente más
visible, y lo temporal, accidental, por lo permanente.
El uso propagandístico de los términos patria y
España durante cuarenta años hizo que el rechazo de la dictadura, del patrioterismo
franquista y del indigesto nacionalismo español llevara también al rechazo de España,
cuyo nombre como país por encima de sus circunstancias políticas aún levanta
ampollas en algunos sectores de la izquierda, que prefieren utilizar en su
lugar la alternativa fórmula de “Estado español”, que es cosa muy distinta, y término
que debería ser de uso aberrante entre marxistas, conocedores, en teoría, de lo
que es el Estado y de lo que no lo es.
En los últimos años del franquismo, los
movimientos nacionalistas ofrecieron uno de los frentes de desgaste del régimen,
no el mayor ni el principal, pero sí uno de ellos, en el que las izquierdas,
sin hacer muchos distingos -no era fácil- entre lo que era oposición a la
dictadura y lo que era aversión a España, vieron unos potenciales aliados.
En aras de paliar enfrentamientos y de
facilitar los acuerdos sobre las líneas maestras del nuevo régimen democrático,
en la Transición se hizo tabula rasa del pasado y, por tanto, los casos de deslealtad
de la Generalitat catalana y del Gobierno Vasco con la República quedaron a
beneficio de inventario. Con ello, los partidos nacionalistas, sin mácula alguna
y habiéndose mostrado opuestos al franquismo se presentaron con una factura
pendiente, que era recuperar cuanto antes el autogobierno que se les debía. Y
todo aquel que pusiera en solfa sus demandas era un fascista, un secular enemigo del pueblo, de la lengua y de
la cultura autóctona.
Administrada esta vacuna contra las críticas,
los nacionalistas empezaban a correr con ventaja en el nuevo régimen. Y el
sistema electoral así lo recogió.
Las izquierdas antifranquistas reconocieron la “deuda”
con los nacionalistas, aceptaron casi todas sus reclamaciones políticas,
incluso el derecho a la secesión, y dieron por bueno el discurso con que
históricamente justificaban sus pretensiones.
Contando
con ese plus de legitimidad y tan estimable ayuda, las
fuerzas nacionalistas no han dejado de crecer y las izquierdas, seducidas por
los cantos de las sirenas nacionales, no han dejado de menguar.
Publicado en El obrero, el 9/9/2017, y en Nueva tribuna el 11/9/2017.
sábado, 9 de septiembre de 2017
20 razones para no votar el 1 de octubre
El próximo día 20 de octubre no iré a votar...
1. Porque no puedo. Soy catalán pero no resido en
Cataluña, aunque me gustaría figurar en su censo para contar entre los
abstencionistas.
2.
Porque el resultado del refrendo carecerá de
efectos jurídicos. Tendrá efectos políticos pero no jurídicos, ya que está
convocado por un gobierno autonómico que carece de competencias en esa materia
y se celebrará al amparo de una ley que está suspendida por el Tribunal
Constitucional.
3.
Porque está al margen de las resoluciones de la
ONU, de la opinión de la Unión Europea (Comisión de Venecia) y porque su
resultado, aun siendo positivo para los planes de los independentistas, no será
reconocido por dichas instituciones.
4.
Porque no puede ser legal el resultado de un
acto ilegal. Otra cosa es que estemos ante la deliberada ruptura del orden constitucional
o, dicho con claridad, ante proceso revolucionario dirigido por la derecha
catalana mediante una disimulada sedición.
5.
Porque el procedimiento para elaborar y aprobar
la ley que lo ampara ha carecido de garantías democráticas (publicidad,
informes preceptivos, tiempo para consultas y plazos para enmiendas, discusión,
oportunidades a la oposición) y se ha llevado con prisa, secreto y con trampas,
forzando el reglamento de la cámara catalana y normas establecidas en el
Estatut.
6.
Porque se ignoran las condiciones en que se ha
de celebrar la consulta, imagino que elaboradas con el mismo sigilo que recorre
todo el proceso y que se conocerán a última hora.
7.
Porque el resultado será irrelevante, dado que
responde a una decisión ya tomada, que es la declaración unilateral de
independencia 48 horas después de celebrado. Y han preparado una salida airosa:
que basta la mitad más uno de los votos favorables, con una participación del
30 por ciento.
8.
Porque, contra lo propagado, los secesionistas
no representan a Cataluña ni a la mayoría de los catalanes. En las últimas
elecciones autonómicas (27/9/2015), que calificaron de plebiscitarias,
obtuvieron el apoyo del 35% del censo, el 48% de los votos y el 53% de los
escaños, pero en vez de aceptar el parco resultado del “plebiscito”, decidieron
forzar la máquina y apretar el acelerador para alcanzar sus fines.
9.
Porque la mayoría parlamentaria obtenida -72
diputados (62 de JuntspSí y 10 de la CUP) sobre 135- no alcanza la mayoría
cualificada de 2/3 que exige el Estatuto catalán y no parece una proporción
aceptable para acometer un proceso que intenta fundar un país a partir de la
segregación de otro. Y que no cuenta con el apoyo del 52% de los votantes.
10. Porque
no quiero contribuir a privar de su país a muchos catalanes que también se
sienten españoles, ni colaborar en fragmentar España y dividir Cataluña entre los buenos catalanes (secesionistas)
y los malos catalanes (fachas, botiflers, vendidos, españolistas), que se
sentirán extraños en la Cataluña homogéneamente perfilada que anhelan los
nacionalistas.
11. Porque
no comparto el dictamen de que la movilización de la ciudadanía catalana se debe
a una razonada desafección respecto a España, aunque reconozco el éxito
obtenido por los nacionalistas en hacer creer que existe una ofensiva contra la
lengua catalana, odio hacia Cataluña o un secular expolio de su riqueza a manos
de españoles. Consignas como “España nos roba”, que tanto éxito tienen, tratan
de exculpar el expolio de bienes públicos perpetrado por los gobiernos de CiU y
encubrir a los ladrones locales, pero
están muy lejos de expresar los flujos económicos reales entre Cataluña y el
resto de España.
12. Porque
tampoco comparto el argumento de que la justa indignación de gran parte de la
ciudadanía catalana por los negativos efectos de la crisis económica y las
medidas de austeridad adoptadas para salir de ella, tenga su única causa en lo
decidido “por España” o por “Madrid”, como repiten los secesionistas, dado que
Cataluña comparte con el resto del país el mismo sistema productivo, el mismo
modelo de crecimiento económico y padece, por ende, los mismos efectos. Y que, por
estar vinculada a un sistema económico internacional, se ha visto obligada a
aceptar, como el resto de España, las medidas dictadas por la Comisión Europea,
el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional para salir de la
crisis. En ese aspecto, tan culpable de ello es Mas como Rajoy.
13. Porque,
como asalariado durante toda mi vida laboral, mi suerte ha estado ligada a la
de los trabajadores en general, y por tanto a los resultados de sus
reclamaciones y sus luchas, a su unidad y organización. Y en este proyecto, los
trabajadores catalanes tienen poco que ganar y mucho que perder, si rompen sus lazos
con el resto de los trabajadores de España. Incluso podrían ser utilizados como
masa de maniobra contra ellos, en futuros conflictos.
14. Porque
como socialista utópico (en España sólo se puede ser socialista utópico), mi
simpatía está con los que menos tienen, “con los pobres de la tierra”, como
escribía José Martí en sus “Versos sencillos”, o con los “condenados de la
tierra”, como los llamaba Frantz Fanon. Y en este aspecto lo que más me importa
es la desigualdad, el injusto reparto de la riqueza producida socialmente. Por
eso no quiero apoyar un nacionalismo de privilegiados, de ricos que no quieren compartir
parte de lo que tienen con otras zonas de España que lo necesitan.
15. Porque,
como socialista doblemente utópico, la aspiración de alcanzar algún día un país
más igualitario y socialista no pasa por separarlo en unidades menores para poder
hacerlo antes, si ello fuera posible, pues la división más importante del país
no está en las diferencias territoriales, sino en las diferencias de renta
dentro de cada territorio. La tarea más importante para abordar las
desigualdades entre españoles no es repartir territorios, sino repartir mejor
la riqueza dentro de cada uno de ellos. Y eso no está en los planes de Junts pel
Sí. Tampoco en los de Rajoy.
16. Porque,
aun reconociendo la legitimidad del sentir nacionalista, albergo un gran recelo
hacia un proyecto político pergeñado por un banquero corrompido y seguido
durante años por un partido implicado en graves casos de corrupción y
despilfarro público, con sus sedes embargadas judicialmente, y que ha tenido
que cambiar de nombre para sobrevivir.
17. Porque
rechazo la idea que obnubila las mentes de algunas personas de izquierda de que
para sacar del gobierno de España a la derecha del Partido Popular,
recortadora, privatizadora y corrupta, hay que apoyar a la derecha recortadora,
privatizadora y corrupta de Cataluña. O de que para acabar con la monarquía hay
que fundar una serie de pequeñas repúblicas.
18. Porque
no comparto la idea de que este país no tiene remedio, o al menos remedio todos
juntos, y que la principal responsabilidad de ello recae en Castilla, tal como
señaló Ortega en su España invertebrada:
“Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho”. Con lo cual, la
solución estaría en la disgregación por regiones (o naciones, para otros),
buscando, cada una a su manera, un futuro más dichoso como país independiente.
19. Porque
como catalán, español y europeo, o como europeo, español y catalán, y teniendo
en cuenta la situación actual de Cataluña, de España y de Europa (y del mundo),
la secesión de Cataluña sería perjudicial para Cataluña, para España y para
Europa.
20. Porque en un mundo cada vez más interconectado (globalizado), donde las acciones de los actores (países, gobiernos, alianzas, corporaciones, empresas o grupos de presión) repercuten inexorablemente sobre el resto y donde los grandes actores imponen sus condiciones, la fundación de estados de pequeño tamaño favorece el poder de los grandes. Y no quiero favorecer tan desigual correlación.
Publicado en "El obrero", el 9 de septiembre de 2017.
20. Porque en un mundo cada vez más interconectado (globalizado), donde las acciones de los actores (países, gobiernos, alianzas, corporaciones, empresas o grupos de presión) repercuten inexorablemente sobre el resto y donde los grandes actores imponen sus condiciones, la fundación de estados de pequeño tamaño favorece el poder de los grandes. Y no quiero favorecer tan desigual correlación.
Publicado en "El obrero", el 9 de septiembre de 2017.
jueves, 7 de septiembre de 2017
Nocturnidad y alevosía
Good morning,
Spain que es different (and Catalonia too)
Nocturnidad y alevosía
Precedido por el truco de recusar a los
miembros del Tribunal Constitucional para tratar de evitar una rápida reacción
ante lo que se preparaba, ayer, con la atrabiliaria actuación de la Presidenta
del Parlament, señora Forcadell, y con secreto, opacidad, prisa, abuso de autoridad,
nocturnidad, alevosía, desprecio de la cortesía parlamentaria e incluso de las
reglas de la buena educación, la exigua mayoría parlamentaria independentista (72
diputados de 135), pero no electoral (48% de los votos, 35% del censo), consumó
el primer acto del choque de trenes aprobando la ley con que la Generalitat
intenta celebrar un referéndum de autodeterminación el día 1 de octubre.
Pasando por encima de la opinión de los
letrados de la Cámara, evitado el dictamen del Consejo de Garantías
Estatutarias, vulnerando el reglamento y el propio Estatut, que exige una
mayoría cualificada de dos tercios (90 diputados) para aprobar una ley de semejante
trascendencia, y desoyendo las protestas de los diputados de la oposición, que
representan a la mayoría electoral (52%), la Ley del referéndum se introdujo a
la fuerza en el orden del día.
A partir de ahí, transcurrió la
apresurada tramitación, sin publicidad, sin plazos, sin debate, sin informes y
dictámenes previos, de una ley que había permanecido oculta a los ojos de la
oposición parlamentaria y de la ciudadanía, y que fue desvelada con el tiempo
justo para ser leída y votada sin resistencia. Que una ley que nace en tan
deplorables circunstancias sea la que debe amparar la fundación, dicen que
democrática, de un nuevo país, desgajado territorialmente de España, ofrece una
idea bastante aproximada de lo que sus promotores tienen en la cabeza, que es
un tipo de Estado propio de otras latitudes, quizá una república bananera, quizá
la Turquía de Erdogán.
Ayer, no sólo se consumó el primer acto
del prometido choque de trenes, desde que, en su investidura en noviembre de
2010, Artur Mas anunció que Cataluña iniciaba un proceso de transición nacional
y ponía rumbo de colisión, sino que la mayoría independentista del Parlament
comenzó una revolución en el derecho al inaugurar una nueva era política en
Cataluña, en España y en el mundo entero, que invierte la jerarquía jurídica
hasta ahora vigente, de que las normas de menor rango se subordinan a las de
mayor rango.
Siguiendo la lógica recién
establecida, cualquier municipio de Cataluña, por la sola voluntad de los
representantes de sus moradores y en uso de una soberanía que no desea
compartir, se puede declarar instancia jurídica suprema y elaborar unas normas,
que, aun siendo locales, sean consideradas superiores a todas las demás y
actuar en consecuencia. Con lo cual puede decidir si se constituye en república
independiente dentro de la hipotética nueva república de Cataluña, en una monarquía
independiente fundando una nueva dinastía, continuar unido a España como un
privilegiado enclave o incluso solicitar al Congreso de Estados Unidos su
admisión como nuevo estado de la Unión, tal como en su día hizo Cartagena, en
tiempos del cantón. Un adelanto, vamos.
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