sábado, 30 de septiembre de 2017

Fascistización

Efectivamente, en el nacionalismo catalán hay embriones de fascistización, pero el fascismo implica más cosas: la militarización y uniformización de las masas para movilizarlas jerárquica y ordenadamente; el encuadramiento separado de los adherentes (por grados de afinidad, edades y sexos); la creación de la policía del partido; el culto al líder -un pueblo, una lengua, un líder- que en Cataluña no existe (no hay tal líder, hay varios y poco carismáticos); la destrucción violenta de los adversarios (asaltos y progromos); la unidad del partido como base de la unidad del pueblo y del Estado, bajo la dirección del líder (caudillo, duce o führer); la concepción violenta de la vida y de la política ("vivere pericolosamente" de Mussolini), como consecuencia de la lucha (Mein Kampf de Hitler) por la supremacía del mejor (racismo, clasismo).

viernes, 29 de septiembre de 2017

“Colonos”

Good morning, Spain, que es different

Qué equivocado estaba yo, lo admito, en el asunto de “los colonos” en Cataluña. Obnubilado por las caravanas de pioneros en las películas del Oeste, me había despistado tal denominación, que reemplaza a la antigua, más clasista pero igual de despectiva, de “xarnegos”, pero leyendo lo que dicen los nacionalistas estoy obligado a cambiar de opinión.
Hasta ahora había creído que los “xarnegos”, “los colonos”, eran trabajadores y familias de regiones deprimidas de España, principalmente del ámbito rural, que, por no irme más atrás, en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, se habían desplazado hacia las grandes ciudades y las zonas más desarrolladas de España (Cataluña, entre otras) y de Europa, buscando las oportunidades de trabajar que faltaban en sus localidades de origen.
Gente sencilla que aspiraba a vivir mejor, o simplemente a vivir o a sobrevivir, y que, un buen día, liquidaba lo poco que tenía, dejaba su casa y con una maleta de madera o de cartón viajaba en tren, en tercera clase (hoy desaparecida), hasta Cataluña a buscarse un porvenir mejor trabajando en la industria, en la construcción o donde pudiera, y resignándose a fijar su domicilio en cualquier andurrial, en un alejado barrio dormitorio de la periferia de Barcelona o de otra ciudad industrial, quizá en una chabola o en alguna otra variedad de infravivienda en zonas sin urbanizar y carentes de servicios asistenciales.
Eso creía yo, intoxicado por la lectura de los libros de Francisco Candel, por los testimonios de cristianos como Alfonso Carlos Comín, por lo que contaba la propaganda del PSUC y otros partidos de izquierda, por los panfletos sobre las huelgas de Sabadell, del Barberá o del Vallés y por lo que denunciaban los movimientos vecinales, que relataban las duras condiciones de integración de “los colonos”.
Pero, qué equivocado estaba yo, con el cerebro lavado por aquella literatura falaz y subversiva, porque el objetivo de “los colonos” era muy distinto. Su pretensión, conseguida ya hoy, fue desplazar a los autóctonos de los puestos de mando en todos los ámbitos de la sociedad catalana donde fuera posible.        
La penetración tuvo éxito y pronto ocuparon los cargos directivos de los bancos y cajas de ahorros de Cataluña, de las compañías energéticas, de las eléctricas, del gas y del agua. También coparon los puestos más altos en grandes empresas como SEAT, Nissan, Perfumes Puig, Roca Sanitarios, Grupo Torras, Damm, Freixenet (¡ay! el cava), Almirall, Grifols, Ferrer y hasta se atrevieron a entrar en  los consejos de administración de Vichy Catalán y Casa Tarradellas. ¡Insultante!
Pero no se conformaron con eso, pues, dispuestos a penetrar en lo más hondo de la economía catalana con el fin de someterla a España, ocuparon las juntas directivas del Círculo de Economía, de FEPIME Cataluña, de Empresarios de Cataluña y hasta del viejo Fomento del Trabajo. También se apropiaron de la gerencia de la Feria de Muestras, la Fira de BCN. ¡Inaudito!
La secreta invasión pretendía también adulterar la cultura catalana, por lo cual la ofensiva les llevó a controlar la prensa, la radio, la televisión y asociaciones e instituciones culturales como el MACBA, la Fundación La Caixa, el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, el Ateneu Barcelonés, la Biblioteca de Cataluña, El Institut d’Estudis Catalans, la Coral Sant Jordi, el Omnium Cultural y el Centre Excursionista de Catalunya, como si el Cadí y el Montseny les pertenecieran. ¡Blasfemia!
No satisfecha su apetencia con tales apropiaciones, se aprestaron a disputar, y lo consiguieron, el control del Liceo y del Palau de la Música, con los resultados que todos conocemos: la ópera entregada a autores italianos y alemanes y las arcas del Palau vaciadas de manera misteriosa. Pero, con todo, eso no ha sido lo peor, sino que con una imperdonable muestra de osadía han llegado a dirigir el Barça, que, como todo el mundo sabe, es más que un club de fútbol. ¡Señor, qué tragedia!
Sólo les falta conquistar la escarpada abadía de Montserrat, pero es cuestión de tiempo.
El desastroso resultado para Cataluña ha sido nutrir las colas de las oficinas de empleo con miles de altos cargos, portadores de ilustres apellidos catalanes y acrisolados currículos profesionales, que, elegantemente trajeados, buscan un empleo precario y mal pagado al haber sido desplazados de sus despachos en instituciones catalanas y grandes empresas por unos avispados “colonos” sin escrúpulos. Y eso no se puede consentir: es, por tanto, justa esta rebelión contra ocupantes tan desagradecidos.   


















https://elobrero.es/opinion/item/4227-colonos.html

Pereza

Good morning, Spain, que es different

No me gustan los escraches, ni las presiones, ni los actos chulescos, ni los insultos cruzados entre partidarios y detractores del referéndum, en Cataluña y fuera de ella, así que cuando leo y veo que en varias ciudades grupos de personas han despedido con aplausos, gritos de “a por ellos” y banderas nacionales (constitucionales), y en algún caso con presencia de mandos oficiales, a los policías y guardias civiles que han sido enviados a Cataluña, pienso si no nos habremos vuelto locos, porque no entiendo las razones de tales “homenajes”. ¿Son acaso enviados a una misión peligrosa? ¿Van a conquistar otro país? ¿Son los independentistas catalanes delincuentes a los que hay que atrapar?  
¿A quién se le ha ocurrido esta idea de casquero?, con perdón de los casqueros, o ¿es el resultado de actos espontáneos en un clima de opinión que favorece la insensatez colectiva? Si es así, qué mal estamos.
Al ver las fotos, de pronto me he acordado de gritos como aquel de “Pujol, enano, habla castellano”, que tanto han hecho por emponzoñar el problema, con independencia de las cuentas que tenga pendientes la familia Pujol con la administración de justicia.  
Los policías y guardias civiles que se han enviado a Cataluña no son los  tercios de Spínola que iban al norte a impedir que en Flandes se pusiera el sol, por utilizar el título de la obra teatral del catalán Eduardo -Eduard- Marquina. Un disparate, los gritos y las banderas no la obra de teatro, aunque en todo este asunto del refrendo y del “procés” hay mucho de teatral, de impostación, de estudiada gesticulación por todas partes. Y un exceso de banderas y de banderías. Y dentro de esta lógica, en un gesto de ampuloso patriotismo, desde el PP de Madrid se pide una jura de bandera multitudinaria, como respuesta al referéndum del 1 de octubre.
Pero hombre, o mujer, pues no sé de quién ha sido la idea, déjense de juramentos y den más argumentos, a los que se quieren separar y a los que no queremos que haya separación alguna, porque hasta ahora, por parte del Gobierno y del Partido Popular, han faltado razones políticas, económicas, culturales, sociales, artísticas, deportivas o geoestratégicas en favor de la permanencia de Cataluña en España. Se diría que no las tienen, pero a mucha gente ya no le basta con la vieja retórica de la unidad de España fundada en la gesta de Don Pelayo, la Reconquista, América, Lepanto y el imperio donde no se ponía el sol.
El patriotismo de hoy debería estar fundado en razones más actuales, que en el PP no se ven por parte alguna. Y conformarse con el argumento de la salida de Cataluña de la Unión Europea, me parece pobre y cómodo, porque se hace descansar la defensa de lo que se considera un bien nacional en la opinión de terceros países. Lo dicho, percibo mucha pereza entre estos patriotas.       


martes, 26 de septiembre de 2017

Carta abierta al diputado Pablo Iglesias

Señoría:
Perplejo me hallo ante el grito “Viva Cataluña libre y soberana” lanzado al aire barcelonés en la última Diada, efecto, sin duda, del clima político imperante, de la emoción del evento y de la devota lectura de “Victus”, novelesca versión de la ficción nacionalista de los hechos de 1714.
En su lugar, para mejorar su información sobre el tema, humildemente le sugiero la lectura sosegada de los capítulos “5. El engaño del pacto de Génova” y “6. El mito de 1714”, de la obra de Henry Kamen “España y Cataluña. Historia de una pasión”, el capítulo “3. Cataluña en la monarquía hispánica”, de la “Historia mínima de Cataluña” de Jordi Canal, el capítulo “4º. La ocasión del tricentenario”, de “Cataluña. El mito de la secesión”, de Juan Arza y Joaquim Coll, así como la entretenida cronología del procés, que Francesc de Carreras hace en “Paciencia e independencia. La agenda oculta del nacionalismo”, entre otros libros de reciente publicación sobre este tema.
De lectura más indigesta -en castellano antiguo- pero también recomendable para próceres y líderes políticos son “Los cinco libros postreros de la segunda parte de los Anales de la Corona de Aragón”, especialmente desde el cuarto volumen, relativo el reinado de D. Hernando II, llamado el Católico, escritos por Gerónimo Zurita y editados en Zaragoza, con real licencia y coste, en 1668. Que, como su señoría sabe, alude a hechos que para algunos son el origen de este embrollo.
El grito de su señoría en la Diada no puede sólo ser debido a un impulso irrefrenable en un momento de exaltación, pues abunda en las declaraciones ambiguas sobre este problema que percibo en su Partido, como la que hizo Irene Montero, el pasado día 9, afirmando que los “mossos” deben cumplir la Constitución y también la legislación catalana, lo que ratifica la posición de Podemos a favor de celebrar un referéndum, aunque sea para estar en contra de la secesión.
La frase de la diputada me parece, sencillamente, una incoherencia y el intento (vano) de contentar a todos poniendo una vela a dios y otra al diablo, pues es difícil cumplir órdenes que son contradictorias, a no ser que los “mossos” retiren, el cercano día de autos, las urnas por la mañana, acatando el mandato judicial,  y las repongan por la tarde, obedeciendo órdenes de la Generalitat.
Siguiendo este escueto razonamiento, poco creativo, lo admito, se me antoja que el grito de su señoría -¡Viva Cataluña libre y soberana!- es chocante en boca de quien aspira a ser presidente o vicepresidente del Gobierno de España, a no ser que aspire a gobernar un país demediado o fragmentado. Y como sé de buena tinta que su señoría es republicano, descarto que desee legar a sus sucesores un país en porciones, como ocurría antaño cuando los reyes repartían los reinos entre sus vástagos, encajo, por tanto, ese grito en el marco general de su noción de España como “una realidad multinacional” o “un Estado con varias naciones que tienen derecho a decidir”, y sobre el papel, supuestamente aglutinador, que pueden cumplir los sucesivos refrendos de autodeterminación en un Estado español teóricamente federal.
He de señalar, señoría, que la noción de la España plurinacional, tan grata a las izquierdas, es ambigua y aporta más confusión que claridad, porque multiplica el problema al ofrecer de forma general un derecho misterioso -el derecho a decidir- a unas naciones cuyo número no señala.
Si tal derecho se concediera a Cataluña, o al País Vasco, que iría detrás, o a Galicia, ¿qué razón habría para negárselo a Andalucía y a Castilla? ¿O a Murcia, que buenas pruebas de federalismo dio en la rebelión cantonal? ¿O a cualquier otra de las posibles naciones que podrían surgir al amparo de tal caramelo? ¿Y quién garantizaría, que, con olvido de los resultados, aun positivos para la permanencia de España tal cual es, el país no se paralizaría políticamente en lo que se refiere a los asuntos generales y comunes de todas las “naciones”, casi como ocurre ahora, al tener que abordar un inacabable rosario de refrendos en las múltiples naciones que sin duda habrían de surgir? Eso pasando por alto el estado de división interna en que quedarían tales naciones tras someterse a esa prueba, como sucede ahora en Cataluña.
No, señoría, no me parece sensato tal propósito, que entiendo obedece a la asentada y nefasta propensión de las izquierdas de conceder, por principio, un plus de legitimidad a los nacionalistas y admitir sus razones y sus mitos con escasa resistencia cuando no con aquiescencia, lo que equivale a regalar a la derecha la representación del país en su conjunto. Decisión más incomprensible aún, teniendo en cuenta el calificativo de franquista que su Partido adjudica al Partido Popular. Admita su señoría como poco congruente, que partidos que se consideran de izquierdas (y antifranquistas tardíos), regalen, por táctica o por estrategia, el país a su peor adversario y se conformen con intentar gobernar alguna de sus regiones (o naciones) aceptando dócilmente el discurso de las derechas locales.
Pues de eso va lo que ocurre en Cataluña, donde la derecha local, contando con la general indiferencia y el apoyo suicida de las izquierdas, ha logrado convencer a una parte considerable de la población de que sus particulares intereses son los intereses de todos los catalanes. La maniobra, acelerada en los últimos años pero debida a un persistente trabajo de propaganda realizado durante décadas, ha creado la impresión de que existen unos objetivos comunes entre la minoría que desde hace al menos un siglo ha detentado no sólo el poder económico y político, sino el cultural, artístico e incluso el deportivo en Cataluña, y la inmensa mayoría de la población, especialmente la asalariada, que ha llegado de otros lugares de España para contribuir con su esfuerzo al buen resultado económico, que el discurso nacionalista atribuye a la superioridad del pueblo catalán sobre el resto de habitantes de España. Lo cual desprende penetrantes efluvios de una supremacía racial (franca, germánica o presuntamente danesa) y de clase.  
Circunstancias que su señoría sabrá desvelar como falacias del discurso de los nacionalistas, pues, como marxista o exmarxista, es conocedor de que, sin negar la habilidad de los catalanes para los negocios, la prosperidad de la región se debe a las favorables condiciones de su ubicación geográfica, al clima y a la orografía, así como a la acción del capitalismo, que genera un desarrollo desigual concentrando la riqueza donde es más fácil producirla, lo que explica el auge económico de unas regiones y la despoblación y el empobrecimiento de otras, que contribuyen a costa de su desarrollo a la prosperidad de las primeras. Diferencias que un Estado democrático y mínimamente igualitario debe tratar de paliar transfiriendo fondos públicos y esfuerzo inversor desde las zonas ricas hacia las que lo son menos. Y decisiones a las que los partidos nacionalistas de las regiones ricas se oponen como gato panza arriba, alegando ser víctimas de expolio, maltrato, opresión colonial u odio ancestral, para librarse de semejante carga.
Seguramente, su señoría, que según propia confesión “lleva la izquierda tatuada en las entrañas”, habrá advertido que, tras la bandera de la independencia y las grandes palabras, se esconde el deseo egoísta de no repartir la riqueza.
Pero si no merece apoyo el objetivo de Puigdemont y compañía, tampoco lo merece el procedimiento, pues se lleva a cabo con trucos y de forma atropellada. Las leyes del referéndum y de Transitoriedad se han elaborado en secreto y aprobado con prisa, marginando las garantías de cualquier ley que se tenga por democrática y del propio Estatut, cuya defensa esgrimían hace años los que han preparado el dislate de un refrendo que hasta para el PNV carece de validez.
Debo advertir a su señoría que, desde el punto de vista de un peatón de la política, la actitud de Podemos ante el “procés” ha sido la de nadar y guardar la ropa, pero ha acabado llegando a la playa del independentismo. Pues, si
Podemos defiende la celebración de un referéndum acordado y con garantías (para mostrarse contrario a la secesión), no se entiende que apoye el simulacro del 1 de octubre, al que ha llamado “movilización” (también Colau). Movilización es cualquier cosa, pero en este caso, es apoyar el desafío de Puigdemont, lo que lleva a preguntar qué haría su señoría si fuera presidente o vicepresidente del Gobierno español, ¿dejaría tranquilamente que Cataluña se desgajara de España, aunque fuera a instancias de sus amigos Doménech, Fachin y Colau?  ¿Dejaría hacer a quienes representan el 48% de los votos de unas elecciones consideradas plebiscitarias y despreciaría la opinión de quienes representan el 52% o aplicaría los recursos que concede la ley al Gobierno para impedirlo? 
Sinceramente, señoría, no me parece buena idea apoyar a los adversarios de Rajoy para desgastar a Rajoy, en primer lugar, porque son muy semejantes a éste, y en segundo, porque objetivamente también son adversarios de Podemos.   
Entiendo que su señoría tenga prisa por sacar al Partido Popular de la Moncloa y corregir la decisión que un día tuvo en su mano, y que, por un exceso de confianza o un error de principiante, no supo aprovechar para hacerlo posible, pero ahora no valen las prisas por sacar a Rajoy del Gobierno y reformar la Constitución, a lo que el Partido Popular se ha negado reiteradamente, aunque ahora, bastante tarde, empieza a admitir esa posibilidad.
Señoría, admito que, tras una vigencia de 39 años, revisar la Constitución es una tarea necesaria, pero no sólo para que los nacionalistas catalanes u otros “se sientan cómodos”, o aún más cómodos.
Y si, para terminar, me permite utilizar la fórmula que su señoría empleó en Zaragoza para dirigirse a Pedro Sánchez, le digo: compañero Iglesias, para deponer a Rajoy, no caigas en la trampa de hacer causa común con la derecha de Cataluña, que ha recortado salarios y derechos, ha privatizado bienes públicos y está corrompida hasta el tuétano. No caigas en la trampa de apoyar el insolidario proyecto de los privilegiados de una región privilegiada.

Madrid, 24 de septiembre de 2017

https://elobrero.es/opinion/item/4097-carta-abierta-al-diputado-pablo-iglesias.html

domingo, 24 de septiembre de 2017

El “procés” y sus fantasmas

Good morning, Spain, que es different

Ahíto estoy del “procés”, nombre de reminiscencias kafkianas, que algún fontanero de la Generalitat ha escogido para designar la operación de separar, de modo unilateral, Cataluña de España. Aunque por el procedimiento con que se va a consumar la secesión -la “desconexión”- más bien parece obra de un electricista.
La elección de tal término intenta quitar importancia al hecho de dividir un país (en realidad dos, pues Cataluña está partida por la mitad) y reducir los costes que ello conlleve para sus habitantes, transmitiendo la impresión poco fundada  de que se tratará de un proceso administrativo rápido, neutro, políticamente indoloro y además rentable, y tan sencillo como accionar un interruptor de la luz.
El “procés” es un fenómeno que responde a circunstancias -en Cataluña y en España- de hoy; es un fenómeno nuevo, original, es verdad, pero inspirado en hechos y figuras del pasado, y poblado de fantasmas.
Admitiendo la originalidad de utilizar la palabra “desconexión” en el caso de una secesión política, “desconexión” es la aportación catalana a la idea del “procés”, que es de origen vasco, abertzale, por más señas, pues durante años los etarras y su orla de simpatizantes han estado predicando las bondades de un “proceso” que quería ser de paz y a la vez de independencia, es decir, de una cosa por la otra.
Como es de matriz vasca la martingala del “derecho a decidir”, en abstracto, con que el lendakari Ibarretxe arropaba su famoso Plan para convertir el País Vasco en un estado asociado a España, en el que los vascos (sobre todo el PNV y sus apoyos políticos y económicos) se reservaban un Estado propio pero compartían en buena armonía el mercado español y el de la Unión Europea. Tontos no son.
También es de matriz vasca el pacto fiscal, que, tras las elecciones catalanas de 2010, celebradas en plena recesión económica, propuso Artur Mas a Rajoy para reducir el déficit que (presuntamente) España tenía con Cataluña, que cifraba en los célebres 16.000 millones de euros y pretendía reducir a la mitad. Como no hubo acuerdo, pronto se abrió paso la idea de que “España nos roba” y de que con ese dinero, los catalanes, todos, vivirían mejor si pudieran administrarlo sin la tutela de España.
La asamblea extraordinaria, formada por diputados, senadores, eurodiputados y alcaldes de ciudades de más de 50.000 habitantes, que propone Pablo Iglesias, es una especie de Udalbiltza (la asamblea de municipios vascos nacionalistas que debía apoyar aquel “proceso”, en el que ETA llevaba la voz cantante).
También tiene ecos vascos la batasunización de los jóvenes nacionalistas; la guerra de banderas, la quema de retratos, emblemas y carteles no nacionalistas, las pitadas a las autoridades “españolas”, la ocupación callejera, las amenazas a los que no comparten la ideología oficial y oficiosa, el intento de doblegar a quienes se resisten a aceptar el discurso supremacista de la Generalitat y de su orla de organizaciones, recuerdan la kale borroka. Incluso Rufián, ese diputado poco pulido, se inspira en frases de Yon Idígoras para ilustrar con poco éxito sus desabridas arengas en el Congreso. Para disipar las dudas que pudiera haber sobre algún parecido con Dinamarca, ahí están el apoyo de Bildu al “procés” y la presencia de Otegui en Barcelona.
Los fantasmas de Casanova y Pau Clarís (pero no de Cambó) se han paseado por Barcelona, arropados por el recuerdo del “Corpus de sangre” y por los cánticos de “Els segadors” y “La estaca” (¿contra quién?). El apoyo de la Iglesia despierta el fantasma del viejo carlismo.
También las espectrales figuras de Maciá y de Companys han reaparecido, pero nadie parece dispuesto a afrontar el coste que puede acarrear su emulación, ni siquiera el económico de unas multas, cuantiosas es cierto, porque “la pela es la pela”. Como diría Jordi Pujol: ¿Y esto, quién lo paga? Y ante esa molesta pregunta, es mejor hacerse el sueco que el danés.
En un alarde de desvarío los mandamases de la Generalitat han utilizado los nombres Rosa Parks y Martin Luther King para compararse con ellos y justificar su posición. Fantasmones del presente se cobijan en fantasmas del pasado.
Otras y otros políticos todoterreno, flotadores natos, se ven a sí mismos como reencarnaciones de Talleyrand, capaces de sobrevivir al declive de un régimen y a la instauración de otro, de gobernar en un país viejo y en un país nuevo, con monarquía o con república, con refrendo o sin refrendo, antes y después del día D, sin romperse ni mancharse, en un perfecto ejercicio de acrobacia, ante a los topetazos con que Puigdemont ha despertado al don Tancredo que habita en la Moncloa.
También hay quienes, en este centenario de la revolución rusa, se ven como afortunados intérpretes de una historia que se repite: para ellos se ha producido la revolución de febrero de 1917 y sostienen a Puigdemont “como la soga sostiene al ahorcado”, que es como Lenin decía que había que sostener a Kerenski, hasta que llegue la Revolución de Octubre, del 1 de octubre, claro está. Falta poco para librarse del zar español y fundar una república, donde, por fin, con juvenil ilusión, se pueda aplicar un programa anticapitalista.    

Para los independentistas, la “desconexión” es un fenómeno mágico que hará realidad los contradictorios sueños de quienes impulsan el “procés”, pues la han presentado como un tránsito rápido y tranquilo desde la sumisión a España a la soberanía catalana y del robo (de España) a la honradez en la administración propia; como el paso que va de la escasez y la precariedad provocadas por la crisis (de España) a la riqueza bien administrada por “gent tan ufana y tan superba”; todo se arreglará con la independencia y Cataluña triunfante “tornará a ser rica i plena”. Pero, de salir adelante, que es difícil, la “desconexión” abrirá en la nueva república la caja de Pandora que dejará escapar las tensiones que anidan en esa coyuntural y heteróclita alianza. 

jueves, 14 de septiembre de 2017

700

El auge de los nacionalistas catalanes es obra, sobre todo, de ellos mismos; luego del sistema electoral que les ha sobrerrepresentado y les ha permitido jugar un papel político en toda España muy superior a su representación social. El PSOE y el PP lo podían haber corregido, pero no han querido.
Las izquierdas han tenido un posición muy contradictoria y a veces francamente débil, y la derecha ha tenido un postura bastante cerril sobre la unidad de España, que suele confundir con uniformidad. Zapatero metió la pata y Maragall quiso ser más nacionalista que CiU y ERC, que pugnaron por ver quién hacía más difícil que el nou Estatut pudiera aprobarse. Y el PP, después de que Aznar hablara catalán en la intimidad, se equivocó en las dos tácticas que ensayó. Estando en la oposición, "patriótica" la llamaron, y para desgastar a Zp organizaron todo aquel sarao de las mociones con el Estatut, el recurso el Tribunal Constitucional, España se balcaniza, aquella mención de Fraga a Covadonga para recuperar España, el boicot a los productos catalanes, el intento de organizar un referéndum sobre la unidad de España y otras cosas por el estilo. Todo muy entretenido. Ya en el Gobierno, la táctica ha sido la contraria: no hacer nada, ni por activa ni por pasiva; les ha faltado discurso político y no han intentado neutralizar los argumentos de los nacionalistas y fortalecer a los catalanes que no lo son. Quieren la unidad de España, pero no saben por qué ni para qué. Y el recurso a la ley en un partido que se la salta cuando le conviene es una defensa muy débil. Y los nacionalistas, crecidos; no supieron parar a un alcalde que montó un referéndum por su cuenta y a hora quieren parar a 700. Un dislate.

lunes, 11 de septiembre de 2017

Un plus de legitimidad

Good morning, Spain, que es different  
Hoy, día 11 de septiembre, aniversario también del golpe militar que, en 1973, derrocó al gobierno de la Unidad Popular en Chile, y de los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York, en 2001, se celebra la gran jornada festiva y reivindicativa de La Diada en Cataluña, en el tenso clima de opinión con el que se mueve el llamado “procés” hacia la independencia.
¿Y cómo hemos llegado hasta aquí?, es lógico preguntarse. Razones hay de bastante peso y responsabilidades, también. Explicar lo ocurrido no es fácil, pero lo voy a intentar aportando algunas causas, según mi modesto entender.
La primera de ellas es el “plus de legitimidad” democrática con que, para las izquierdas y gran parte de la “progresía”, cuentan los micronacionalismos y el déficit de legitimidad que sufre el nacionalismo español o gran nacionalismo. Aunque en esto del nacionalismo, además de la extensión territorial, hay que tener en cuenta la intensidad de la adhesión, pues, como en casi todo asunto político, hay grados: se puede ser muy nacionalista o poco nacionalista, muy patriota o poco patriota.     
La dictadura franquista ha tenido efectos duraderos sobre la sociedad española y uno de los más persistentes y políticamente negativos es haber sembrado una gran confusión ideológica. La dictadura trastocó no sólo costumbres sociales, conceptos económicos, usos comerciales, criterios políticos y valores morales, sino ejes fundamentales que sirven de guía en la acción política. Así se puede decir que uno de los éxitos más notorios de Franco fue el haber logrado confundir a sus más radicales adversarios -las izquierdas- para que perdiesen referencias esenciales de su actuación y tomasen España como país por lo que sólo era su régimen; el todo por la parte -la dictadura- ostentosamente más visible, y lo temporal, accidental, por lo permanente.  
El uso propagandístico de los términos patria y España durante cuarenta años hizo que el rechazo de la dictadura, del patrioterismo franquista y del indigesto nacionalismo español llevara también al rechazo de España, cuyo nombre como país por encima de sus circunstancias políticas aún levanta ampollas en algunos sectores de la izquierda, que prefieren utilizar en su lugar la alternativa fórmula de “Estado español”, que es cosa muy distinta, y término que debería ser de uso aberrante entre marxistas, conocedores, en teoría, de lo que es el Estado y de lo que no lo es.   
En los últimos años del franquismo, los movimientos nacionalistas ofrecieron uno de los frentes de desgaste del régimen, no el mayor ni el principal, pero sí uno de ellos, en el que las izquierdas, sin hacer muchos distingos -no era fácil- entre lo que era oposición a la dictadura y lo que era aversión a España, vieron unos potenciales aliados.
En aras de paliar enfrentamientos y de facilitar los acuerdos sobre las líneas maestras del nuevo régimen democrático, en la Transición se hizo tabula rasa del pasado y, por tanto, los casos de deslealtad de la Generalitat catalana y del Gobierno Vasco con la República quedaron a beneficio de inventario. Con ello, los partidos nacionalistas, sin mácula alguna y habiéndose mostrado opuestos al franquismo se presentaron con una factura pendiente, que era recuperar cuanto antes el autogobierno que se les debía. Y todo aquel que pusiera en solfa sus demandas era un fascista, un secular enemigo del pueblo, de la lengua y de la cultura autóctona.
Administrada esta vacuna contra las críticas, los nacionalistas empezaban a correr con ventaja en el nuevo régimen. Y el sistema electoral así lo recogió.
Las izquierdas antifranquistas reconocieron la “deuda” con los nacionalistas, aceptaron casi todas sus reclamaciones políticas, incluso el derecho a la secesión, y dieron por bueno el discurso con que históricamente justificaban sus pretensiones.
Contando con ese plus de legitimidad y tan estimable ayuda, las fuerzas nacionalistas no han dejado de crecer y las izquierdas, seducidas por los cantos de las sirenas nacionales, no han dejado de menguar.

Publicado en El obrero, el 9/9/2017, y en Nueva tribuna el 11/9/2017.

sábado, 9 de septiembre de 2017

20 razones para no votar el 1 de octubre

El próximo día 20 de octubre no iré a votar...
1. Porque no puedo. Soy catalán pero no resido en Cataluña, aunque me gustaría figurar en su censo para contar entre los abstencionistas.
2.    Porque el resultado del refrendo carecerá de efectos jurídicos. Tendrá efectos políticos pero no jurídicos, ya que está convocado por un gobierno autonómico que carece de competencias en esa materia y se celebrará al amparo de una ley que está suspendida por el Tribunal Constitucional.
3.    Porque está al margen de las resoluciones de la ONU, de la opinión de la Unión Europea (Comisión de Venecia) y porque su resultado, aun siendo positivo para los planes de los independentistas, no será reconocido por dichas instituciones.
4.    Porque no puede ser legal el resultado de un acto ilegal. Otra cosa es que estemos ante la deliberada ruptura del orden constitucional o, dicho con claridad, ante proceso revolucionario dirigido por la derecha catalana mediante una disimulada sedición.
5.    Porque el procedimiento para elaborar y aprobar la ley que lo ampara ha carecido de garantías democráticas (publicidad, informes preceptivos, tiempo para consultas y plazos para enmiendas, discusión, oportunidades a la oposición) y se ha llevado con prisa, secreto y con trampas, forzando el reglamento de la cámara catalana y normas establecidas en el Estatut. 
6.    Porque se ignoran las condiciones en que se ha de celebrar la consulta, imagino que elaboradas con el mismo sigilo que recorre todo el proceso y que se conocerán a última hora.
7.    Porque el resultado será irrelevante, dado que responde a una decisión ya tomada, que es la declaración unilateral de independencia 48 horas después de celebrado. Y han preparado una salida airosa: que basta la mitad más uno de los votos favorables, con una participación del 30 por ciento.
8.    Porque, contra lo propagado, los secesionistas no representan a Cataluña ni a la mayoría de los catalanes. En las últimas elecciones autonómicas (27/9/2015), que calificaron de plebiscitarias, obtuvieron el apoyo del 35% del censo, el 48% de los votos y el 53% de los escaños, pero en vez de aceptar el parco resultado del “plebiscito”, decidieron forzar la máquina y apretar el acelerador para alcanzar sus fines.
9.    Porque la mayoría parlamentaria obtenida -72 diputados (62 de JuntspSí y 10 de la CUP) sobre 135- no alcanza la mayoría cualificada de 2/3 que exige el Estatuto catalán y no parece una proporción aceptable para acometer un proceso que intenta fundar un país a partir de la segregación de otro. Y que no cuenta con el apoyo del 52% de los votantes.
10. Porque no quiero contribuir a privar de su país a muchos catalanes que también se sienten españoles, ni colaborar en fragmentar España y dividir  Cataluña entre los buenos catalanes (secesionistas) y los malos catalanes (fachas, botiflers, vendidos, españolistas), que se sentirán extraños en la Cataluña homogéneamente perfilada que anhelan los nacionalistas.
11. Porque no comparto el dictamen de que la movilización de la ciudadanía catalana se debe a una razonada desafección respecto a España, aunque reconozco el éxito obtenido por los nacionalistas en hacer creer que existe una ofensiva contra la lengua catalana, odio hacia Cataluña o un secular expolio de su riqueza a manos de españoles. Consignas como “España nos roba”, que tanto éxito tienen, tratan de exculpar el expolio de bienes públicos perpetrado por los gobiernos de CiU y encubrir a los ladrones locales,  pero están muy lejos de expresar los flujos económicos reales entre Cataluña y el resto de España.  
12. Porque tampoco comparto el argumento de que la justa indignación de gran parte de la ciudadanía catalana por los negativos efectos de la crisis económica y las medidas de austeridad adoptadas para salir de ella, tenga su única causa en lo decidido “por España” o por “Madrid”, como repiten los secesionistas, dado que Cataluña comparte con el resto del país el mismo sistema productivo, el mismo modelo de crecimiento económico y padece, por ende, los mismos efectos. Y que, por estar vinculada a un sistema económico internacional, se ha visto obligada a aceptar, como el resto de España, las medidas dictadas por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional para salir de la crisis. En ese aspecto, tan culpable de ello es Mas como Rajoy.  
13. Porque, como asalariado durante toda mi vida laboral, mi suerte ha estado ligada a la de los trabajadores en general, y por tanto a los resultados de sus reclamaciones y sus luchas, a su unidad y organización. Y en este proyecto, los trabajadores catalanes tienen poco que ganar y mucho que perder, si rompen sus lazos con el resto de los trabajadores de España. Incluso podrían ser utilizados como masa de maniobra contra ellos, en futuros conflictos.
14. Porque como socialista utópico (en España sólo se puede ser socialista utópico), mi simpatía está con los que menos tienen, “con los pobres de la tierra”, como escribía José Martí en sus “Versos sencillos”, o con los “condenados de la tierra”, como los llamaba Frantz Fanon. Y en este aspecto lo que más me importa es la desigualdad, el injusto reparto de la riqueza producida socialmente. Por eso no quiero apoyar un nacionalismo de privilegiados, de ricos que no quieren compartir parte de lo que tienen con otras zonas de España que lo necesitan.
15. Porque, como socialista doblemente utópico, la aspiración de alcanzar algún día un país más igualitario y socialista no pasa por separarlo en unidades menores para poder hacerlo antes, si ello fuera posible, pues la división más importante del país no está en las diferencias territoriales, sino en las diferencias de renta dentro de cada territorio. La tarea más importante para abordar las desigualdades entre españoles no es repartir territorios, sino repartir mejor la riqueza dentro de cada uno de ellos. Y eso no está en los planes de Junts pel Sí. Tampoco en los de Rajoy.
16. Porque, aun reconociendo la legitimidad del sentir nacionalista, albergo un gran recelo hacia un proyecto político pergeñado por un banquero corrompido y seguido durante años por un partido implicado en graves casos de corrupción y despilfarro público, con sus sedes embargadas judicialmente, y que ha tenido que cambiar de nombre para sobrevivir.
17. Porque rechazo la idea que obnubila las mentes de algunas personas de izquierda de que para sacar del gobierno de España a la derecha del Partido Popular, recortadora, privatizadora y corrupta, hay que apoyar a la derecha recortadora, privatizadora y corrupta de Cataluña. O de que para acabar con la monarquía hay que fundar una serie de pequeñas repúblicas.
18. Porque no comparto la idea de que este país no tiene remedio, o al menos remedio todos juntos, y que la principal responsabilidad de ello recae en Castilla, tal como señaló Ortega en su España invertebrada: “Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho”. Con lo cual, la solución estaría en la disgregación por regiones (o naciones, para otros), buscando, cada una a su manera, un futuro más dichoso como país independiente.
19. Porque como catalán, español y europeo, o como europeo, español y catalán, y teniendo en cuenta la situación actual de Cataluña, de España y de Europa (y del mundo), la secesión de Cataluña sería perjudicial para Cataluña, para España y para Europa.
20. Porque en un mundo cada vez más interconectado (globalizado), donde las acciones de los actores (países, gobiernos, alianzas, corporaciones, empresas o grupos de presión) repercuten inexorablemente sobre el resto y donde los grandes actores imponen sus condiciones, la fundación de estados de pequeño tamaño favorece el poder de los grandes. Y no quiero favorecer tan desigual correlación.

Publicado en "El obrero", el 9 de septiembre de 2017. 

jueves, 7 de septiembre de 2017

Nocturnidad y alevosía

Good morning, Spain que es different (and Catalonia too)


Nocturnidad y alevosía
Precedido por el truco de recusar a los miembros del Tribunal Constitucional para tratar de evitar una rápida reacción ante lo que se preparaba, ayer, con la atrabiliaria actuación de la Presidenta del Parlament, señora Forcadell, y con secreto, opacidad, prisa, abuso de autoridad, nocturnidad, alevosía, desprecio de la cortesía parlamentaria e incluso de las reglas de la buena educación, la exigua mayoría parlamentaria independentista (72 diputados de 135), pero no electoral (48% de los votos, 35% del censo), consumó el primer acto del choque de trenes aprobando la ley con que la Generalitat intenta celebrar un referéndum de autodeterminación el día 1 de octubre.
Pasando por encima de la opinión de los letrados de la Cámara, evitado el dictamen del Consejo de Garantías Estatutarias, vulnerando el reglamento y el propio Estatut, que exige una mayoría cualificada de dos tercios (90 diputados) para aprobar una ley de semejante trascendencia, y desoyendo las protestas de los diputados de la oposición, que representan a la mayoría electoral (52%), la Ley del referéndum se introdujo a la fuerza en el orden del día.
A partir de ahí, transcurrió la apresurada tramitación, sin publicidad, sin plazos, sin debate, sin informes y dictámenes previos, de una ley que había permanecido oculta a los ojos de la oposición parlamentaria y de la ciudadanía, y que fue desvelada con el tiempo justo para ser leída y votada sin resistencia. Que una ley que nace en tan deplorables circunstancias sea la que debe amparar la fundación, dicen que democrática, de un nuevo país, desgajado territorialmente de España, ofrece una idea bastante aproximada de lo que sus promotores tienen en la cabeza, que es un tipo de Estado propio de otras latitudes, quizá una república bananera, quizá la Turquía de Erdogán.   
Ayer, no sólo se consumó el primer acto del prometido choque de trenes, desde que, en su investidura en noviembre de 2010, Artur Mas anunció que Cataluña iniciaba un proceso de transición nacional y ponía rumbo de colisión, sino que la mayoría independentista del Parlament comenzó una revolución en el derecho al inaugurar una nueva era política en Cataluña, en España y en el mundo entero, que invierte la jerarquía jurídica hasta ahora vigente, de que las normas de menor rango se subordinan a las de mayor rango.
Siguiendo la lógica recién establecida, cualquier municipio de Cataluña, por la sola voluntad de los representantes de sus moradores y en uso de una soberanía que no desea compartir, se puede declarar instancia jurídica suprema y elaborar unas normas, que, aun siendo locales, sean consideradas superiores a todas las demás y actuar en consecuencia. Con lo cual puede decidir si se constituye en república independiente dentro de la hipotética nueva república de Cataluña, en una monarquía independiente fundando una nueva dinastía, continuar unido a España como un privilegiado enclave o incluso solicitar al Congreso de Estados Unidos su admisión como nuevo estado de la Unión, tal como en su día hizo Cartagena, en tiempos del cantón. Un adelanto, vamos.