El
domingo, toca patria; todos unidos, en la capital de España, bajo la bandera
nacional; el resto de la semana se imponen la bronca, el insulto y la
deslealtad. Así entiende el Partido
Popular (y los partidos que le siguen) la actividad política cuando sus
miembros deben dejar la bancada azul, que creen de su exclusiva propiedad.
Con
esta manifestación, la primera por ahora, el Partido Popular recupera la actividad
callejera, que, con diversos motivos y el apoyo de la Curia, ensayó contra
Zapatero en trece ocasiones, con marchas y concentraciones.
Nada
nuevo, porque ha sido la forma (mala forma) de estar en la oposición desde que
Aznar, subido en el carro de la “revolución conservadora”, dio por concluida la
hegemonía socialdemócrata y acomodó el partido a los nuevos tiempos, con una enérgica
mezcla de neoliberalismo económico, servilismo imperial (Azores), neoconservadurismo
clerical y persistentes resabios de la dictadura, a los que la derecha (y la
Curia) aún no han renunciado.
Lo
que está haciendo Casado es la reedición de la “oposición patriótica”, que el
PP, indignado por el adverso resultado electoral de 2004, montó a Zapatero, el
Jefe del Gobierno más insultado de la historia reciente, al que los voceros más
cualificados del momento, acusaron, entre otras cosas, de gobernante ilegítimo.
Sánchez
ha sido calificado de usurpador, además de traidor y felón, y de “okupa”, por
haber llegado a la jefatura del Gobierno mediante el procedimiento legal de una
moción de censura contra el Gobierno de Rajoy. Reemplazo que casi fue una
medida obligada por la decencia, en lógica respuesta una sentencia de la
Audiencia Nacional contra el Partido Popular, acusado de un largo repertorio de
delitos, por los cuales condenaba a 29 personas a cumplir 351 años de cárcel.
A
Pablo Casado, a la sazón vicesecretario de Comunicación del PP, le parece mal
aquel higiénico desalojo, porque cree, con nula sensatez y poco fundamento para
el cargo que ocupaba, que un gobierno corrompido representa mejor los intereses
de España de cara al exterior (¡menuda “Marca España”!) y que facilita las
cosas dentro de la madre patria, como en el caso de Cataluña, porque ignora que
una de las causas de la pasividad del Gobierno de Rajoy, tanto ante la Unión
Europea como ante las desmedidas pretensiones de la Generalitat, era su actitud
acomplejada por los numerosos casos de corrupción que el partido acumula.
Sánchez
tenía por delante una etapa difícil, dado el interesado y frágil apoyo
proporcionado por los partidos que le llevaron al Gobierno, además de la crispada
oposición del PP y C’s, y por los grandes retos a los que se enfrentaba, que
eran aprobar unos presupuestos con más contenido social para tratar de revertir
las medidas de austeridad y facilitar la relación con la Generalitat para
reducir la tensión con el Gobierno. La intransigencia de los independentistas,
que tienen en su mano la aprobación de las cuentas del Estado, no ha permitido
ni lo uno ni lo otro. Hasta hoy.
El
Gobierno ha cometido errores, claro; ha hecho declaraciones que después se ha
visto obligado a matizar o a desmentir; ha anunciado decisiones que luego ha
corregido, pero no se le puede negar que ha tenido interés, aunque ha pecado de
candidez, en ofrecer una salida dialogada al callejón en que se han metido los
independentistas, pero eso no explica la posición de Casado, cuya agria actitud
responde a causas también domésticas (la sombre creciente de Vox), que le ha
llevado a recurrir al consabido soniquete de que la izquierda quiere romper el
país.
¿Recuerdan
la balcanización de España augurada por Aznar cuando Zapatero negociaba con
ETA, después de que lo hubiera hecho él con nulo resultado? ¿Recuerdan aquella
acusación de que Zapatero negociaba secretamente la “entrega de Navarra” a ETA?
Era una mentira, una deslealtad y un disparate, pero Casado ha vuelto a recurrir
al mismo bulo ahora acusando a Sánchez de entregar Cataluña a los
independentistas, sabiendo que eso no está en la intención del Gobierno y de
que no es legalmente posible.
Tampoco
la elección de un posible “relator” en la negociación con la Generalitat ha
sido el motivo para convocar la manifestación, ni explica la crispación de
Casado, colocado ya en la estela de Abascal sin ningún disimulo
La
gesticulación de Casado pretende tapar los años de desidia del PP ante el
emponzoñamiento progresivo del problema en Cataluña, disimular lo que no hizo
el Gobierno de Rajoy, ni tampoco él, como parte del “staff” o a título
particular, como simple diputado.
¿Qué
hizo Casado el 14 de noviembre de 2009, cuando hubo una consulta soberanista en
166 municipios de Cataluña? Nada, que se sepa. ¿Y qué hizo el 27 de septiembre
de 2012, cuando el Parlament aprobó realizar un referéndum de autodeterminación
durante la Xª legislatura autonómica? ¿Y qué hizo el 19 de diciembre de ese
año, cuando CiU y ERC firmaron un pacto de legislatura que incluía una consulta
en 2014 sobre el futuro político de Cataluña? ¿Y que hizo o dijo el 23 de enero
de 2013, jornada en la que el Parlament aprobó una declaración que proclamaba
al pueblo catalán sujeto político y jurídico soberano? ¿Y qué hizo el día 12 de
febrero de ese año cuando la Generalitat fundó el Consejo Asesor para la
Transición Nacional? ¿Estaba enterado de que el 19 de septiembre de 2014, el
Parlament aprobó la Ley de Consultas propuesta por CiU y ERC?
Es
de suponer que Casado haría algo más que resignarse cuando Artur Mas, para
burlar la suspensión del referéndum del día 9 de noviembre decidida por el
Tribunal Constitucional, convirtió la convocatoria en un “acto participativo”
¿Y qué hizo el día 1 de marzo de 2016, cuando la Mesa del Parlament formó tres
ponencias para tramitar en secreto las leyes de ruptura? Como vicesecretario de
Comunicación, debería haber viajado a Barcelona para afearles su conducta, por
lo menos.
Los sucesos más recientes
ocurridos en Cataluña hasta llegar a la aplicación del artículo 155 de la
Constitución son más conocidos, pero, ante la intervención inmediata y enérgica
que Casado exige a Sánchez, hay que recalcar los años de pasividad de Rajoy en
la marcha de los acontecimientos impuesta por la osadía de los independentistas.
Y eso no se tapa con falso patriotismo ni envolviéndose en la bandera del
Estado, que, hasta nueva orden, no se agota en la calle de Génova ni representa
en exclusiva al Partido Popular. Otro día hablaremos de sus acompañantes.