miércoles, 31 de octubre de 2018

José Antonio

Respuesta a Isabel García Bejarano


José Antonio es una persona de su época. Un señorito idealista, que tuvo un impulso prometeico hacia las clases laboriosas, a las que quiso redimir del capitalismo y, a la vez, apartarlas del comunismo. Heredero del pesimismo del 98, hizo un proyecto regeneracionista para sacar a España del lugar subalterno en que la percibía, mediante un esfuerzo colectivo de reconstrucción que uniera a las personas por encima de clases y partidos –“Urge rehacer España sobre bases nuevas, fuertes y justas (…) No hay más que un camino: nada de derechas ni de izquierdas; nada de más partidos: un gran movimiento nacional, esperanzado y enérgico, que se proponga como meta la realización de una España grande, libre y unida. De una España para todos los españoles, ni mediatizada por poderes extranjeros, ni dominada por el partido o la clase más fuerte” escribe en 1935.
Pero al mismo tiempo, por familia (militar), por religión (católica), por el ambiente político de la época (fascismo) y por las teorías de las élites que estaban de moda entonces (Mosca, Pareto, Michels, Ortega), concebía esa tarea de modo autoritario, jerárquico: todo el país marchando detrás de los jefes, que eran los mejores, pues se percibe en sus escritos un espíritu de autoperfección que es  muy de Ortega, en el sentido de que el país debe estar gobernado por una minoría selecta, producto de su esfuerzo constante por perfeccionarse; una aristocracia no de casta ni de sangre, sino de individuos autorrealizados por su esfuerzo en alcanzar la perfección.
Pero como tú dices, una cosa es J. A. y otra la Falange, en particular la Falange de retaguardia durante la guerra civil y la que, en 1939, llega al poder de modo subsidiario con los vencedores.   

lunes, 29 de octubre de 2018

Cotarelo. Izquierda y nacionalismo


La izquierda jamás entendió bien el nacionalismo luego de la Revolución francesa. Por una ironía mordaz de la historia, el sustituto de la izquierda sumida en una crisis de sombrías perspectivas son, precisamente, los más absurdos tipos de nacionalismo. Por lo demás, algunos actuales quizá aseguren seguir un programa de izquierda. Cuando ésta no es capaz de acometer su propia revisión doctrinal con visas de éxito, nada de extraño tiene que alguien se apropie algunos de sus postulados con fines de glorificación de la aldea.

Cotarelo, R. (1989): La izquierda: desengaño, resignación y utopía, Barcelona, Ediciones del Drac, p. 51.

Cotarelo. No nacionalismo.


No existe un discurso antinacionalista desde una actitud no nacionalista; es un absurdo parecido al de un agnóstico pretendiendo convencer al ateo o al creyente de que crea o deje de creer. El no nacionalista, caso de existir, que lo dudo, será indiferente respecto a los razonamientos del nacionalista, pero no puede negar el derecho de los demás a serlo. Carece de sentido, pues, que los nacionalistas españoles, entre los cuales me cuento (si bien sólo entre los comedidos y ocasionalmente descomedidos), pretenden ser no nacionalistas con el único fin de obstaculizar el nacionalismo ajeno.

R. Cotarelo (2006): La izquierda en el siglo XXI, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, p. 148.

¿Estamos peor que hace un año?


Estoy de acuerdo con la descripción de María José, pero no con la conclusión: al cabo de un año no estamos peor. Salvo la CUP y alguno más, todos los dirigentes del "procés" han ido recalando en la realidad de una manera u otra, disfrazándola, claro, para no reconocer que iban en serio y que el intento fracasó. El último en hacerlo ha sido Tardá: "Fue una improvisación", iban descubriendo las cosas sobre la marcha, dice ahora, pero hace un año todo lo tenían clarísimo. 
Aquellas jornadas históricas, que formaban parte de la epopeya de un pueblo en marcha, resulta que eran de broma; aquellas declaraciones incendiarias de Forcadell, resulta que eran para celebrar una jornada simbólica; las elecciones plebiscitarias resulta que no lo eran tanto, que el "voto de tu vida" era mucho menos trascendente, etc, etc.
Hoy, el bloque soberanista está dividido: JuntsxSi atomizada; CiU rota; el PDCat expulsado del grupo liberal europeo por corrupto; Puigdemont, huído y a lo suyo con la Crida; ERC también a lo suyo; dirigentes en la cárcel o en el exilio, Torra, el racista transparente, es un baldón por sus actitudes diarias, y por ahí fuera, nadie apoya la secesión del país. Y ya veremos cómo escapan Colau sus mariachis. 
¿Qué los nacionalistas aún tiene fuerza para presionar a Sánchez? Cierto, pero para aprobar los presupuestos del Estado, ese mismo Estado al que piden clemencia amparándose en el disimulo, de que iban de broma, de que jugaban de farol. Y no sabemos a cambio de ¿qué? ¿De un indulto? Es posible que lo haya, pero es bastante probable que antes los responsables sean juzgados. Después, ya veremos.
Hay distancia entre la apariencia y lo real, apunta J. L. Vergara. Cierto, y entre lo real y la percepción de lo real por las personas, pero hay factores que indican que, para sus promotores, la independencia iba en serio: uno de ellos es la planificación del proceso en el tiempo y el cumplimiento de las fases y los plazos (independencia en 18 meses,  con refrendo o sin él).
Otro factor es la persistencia a pesar de los reveses -propios (vetos de la CUP) y externos (Supremo y Constitucional); otro es proclamar públicamente el desafío constante a la legalidad; otro es la ferocidad de los discursos, el tono crispado, el odio sembrado por los oradores, que no mentían ni fingían. ¿Se puede fingir cada día, durante cinco años, ese victimismo indignado, ese afán revanchista, esa aversión a España, esa apelación a los agravios históricos y a la rebelión? No, los oradores no fingían: se lo creían y lo hicieron creer a sus seguidores. Sólo estando ellos convencidos podían convencer a los demás.
Otro factor es el esfuerzo aplicado a movilizar a la gente, a diadas, a “embajadas”, a “estructuras de Estado”, refrendos y concentraciones, y otro factor es el dinero, legal e ilegal, invertido en todo ello. ¿Alguien cree que todo lo anterior es una improvisación, como dice Tardá, y que se pone en marcha un movimiento social de esas dimensiones sólo para celebrar un simulacro, un acto simbólico, una jugada de farol o algo para lo que no estaban preparados?


domingo, 28 de octubre de 2018

Capitalismo "gore"


A propósito del artículo "Capitalismo gore y necropolítica en el México contemporáneo" de Sayak Valencia Triana

Me parece que lo sustancial del artículo sobre el capitalismo "gore" ya está descubierto, señalado y criticado desde hace tiempo. 
La utilización de nuevas palabras -biomercado- sólo designa viejos hechos ya descritos por Engels sobre la clase obrera inglesa, en “Los anales franco-alemanes” o por Marx en “El capital”. El capitalismo siempre ha sido "gore" y sólo ha dejado de serlo cuando la rebelión de sus victimas le ha forzado a ello. 
"Gore" era el trabajo infantil en fábricas y minas; "gore" era la jornada laboral de 16 horas diarias de hombres y mujeres; "gore" era la ley de pobres; "gores" eran la esclavitud y el tráfico de esclavos; "gore" ha sido la colonización europea; "gore" fue la Iª Guerra mundial, primera guerra entre imperios coloniales; más "gore" fue la II Guerra Mundial, con 60 millones de muertos, 22 de ellos rusos; "gore" fueron los 100.000 bielorrusos ahorcados por la SS en tres meses; "gore" han sido los campos de concentración y de exterminio de los nazis; "gore" fue el bombardeo de Dresde; "gore" fue el uso de la bomba atómica en Hirosima y Nagasaki; "gore" ha sido la guerra del Vietnam, "gore" lo que ha venido después en otros conflicto armados... 
"Gore" son las medidas "financieras" del FMI y las "económicas" de la OCDE, y no las llamamos biomercantiles, biofinancieras ni bioeconómicas, porque no hace falta, ya que afectan, para eso están, a la vida y al trabajo de millones de personas, de las cuales se pretende obtener no sólo su rendimiento mental y físico en el trabajo y la renuncia sus derechos laborales y civiles como ciudadanos, sino su rendición espiritual, su obediencia, la sumisión de su cuerpo y de su mente al desorden establecido y su renuncia a rebelarse.

Lectura. Día 2. Solé Tura


Segundo día de la cadena de lectura.
Hoy, toca un libro de Jordi Solé Tura,
de 1967. Es una reedición de 2017 de "Catalanismo y revolución burguesa", con comentarios de Javier Cercas, Joan Botella y Borja de Riquer. Transcribo un párrafo del autor de la edición castellana de 1974: "Mi hipótesis de trabajo es que la historia del nacionalismo catalán, en sus diversas fases, es la historia de una revolución burguesa frustrada (…) El nacionalismo catalán nació, se desarrolló y dio de sí lo mejor de sus energías en el período en que el modo de producción capitalista pugnaba por elevarse en el plano hegemónico sin conseguirlo plenamente. Al secular esfuerzo de la burguesía industrial catalana por ejercer su hegemonía en el bloque dominante, sin conseguirlo en ningún momento, corresponde en el plano político e ideológico un planteamiento que va del asalto directo al poder central (hasta el período revolucionario abierto en 1868, en líneas generales) al asalto periférico (fase nacionalista). La primera fase terminó con un compromiso inestable, de carácter oportunista (Restauración) y la segunda con otro compromiso a largo plazo y a nivel superior (cuyos comienzos podríamos situar en 1917), del que todavía no ha salido ni es probable que salga ya. El drama de la burguesía catalana es que en ninguna de estas fases ha conseguido alzarse con la victoria".
Propongo como nuevos eslabones de esta cadena libresca a Joaquim Pisa, Isabel García Bejarano y Jose Luis Vergara.
Me faltan otros cuatro para completar los siete preceptivos, pero los citados (y citada, ¡ojo!) ya pueden ir preparando las portadas de sus libros. Si aceptan la invitación, claro está.

sábado, 27 de octubre de 2018

Franco y sus restos 2


En respuesta a mis amables cuestionadores voy a intentar explicarme mejor.
La exhumación de los restos de Franco ha vuelto a desatar viejos demonios del país; en unos, más bien de la derecha, por la osadía de sacarlos del Valle de los Caídos; en otros, de la izquierda, por el posible traslado a la catedral de la Almudena. Han vuelto a salir a la palestra el clericalismo y el anticlericalismo, respaldados con opiniones que invitan a la confusión, porque mezclan lo público con lo privado y lo político con lo religioso.
Ya que no ha sido decisión de la familia ni tampoco de la Iglesia sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos, entiendo, que el Gobierno asuma la tarea política de adoptar una decisión que llega con retraso, porque los honores al dictador debieron concluir al mismo tiempo que la dictadura; con la restauración del régimen democrático, en el mismo día que la Constitución entró en vigor, porque suponía, en teoría o al menos formalmente, la negación del régimen anterior. No se hizo por razones diversas, pero se debía hacer.
Una vez decidida la exhumación, el destino de los restos corresponde a la familia y a la entidad que quiera aceptarlos, sabiendo lo que públicamente significa esa acogida. La familia compromete a la Conferencia Episcopal porque quiere que la Iglesia ampare al dictador. Y cualquier entidad religiosa quedaría comprometida si los acogiera. Pero la Iglesia debe a Franco la situación de privilegio que disfruta y seguramente atenderá la petición de la familia. Así, pues, ambos quedan comprometidos con un nuevo pacto, que es un remedo de aquel espíritu de cruzada del año 1937. Ellos sabrán.
A partir de aquí, entiendo que acaba la función del Gobierno. Podría ser una cuestión de Estado, apunta Agus Salva. Podría. ¿Pero no se ayuda a la Iglesia con los presupuestos del Estado?, señala, justamente, José Gabriel. Pues, sí, visto así podría ser una cuestión de Estado, pero es mejor que no lo sea, desde el punto de vista de separar la Iglesia y el Estado, que es la gran confusión que hay que deshacer yendo al origen de este embrollo, que es el Acuerdo de enero de 1979 con el Vaticano, que era la actualización del Concordato con Franco, pero adaptado a la nueva situación del país. La Iglesia, al menos la parte más representativa, apoyó la Transición como una reconciliación entre españoles, pero se cuidó muy bien de conservar los privilegios.
Desde el punto de vista de separar lo más posible la Iglesia del Estado, la actividad política de los actos religiosos, los asuntos públicos, que son generales, de las cuestiones de fe, que son particulares, incluso íntimas, entiendo que el Gobierno no debe influir sobre las decisiones de la Curia, pero debe tomar buena nota de ellas, y se cargará de razón para frenar las intenciones de los obispos cuando se entrometan en asuntos políticos, queriendo moldear las leyes civiles con el enfoque de su moral particular.
Creo que en este asunto, como en otros, estamos ante una falsa representación, de lo cual resulta que actuamos normalmente sobre una ficción. España ¿es católica? ¿Representa la Iglesia católica la creencia religiosa de los habitantes de España? ¿De cuántos? Ahí está el quid del asunto. El número de católicos es un misterio, pero el trato que recibe la Iglesia por parte del Estado sigue siendo el mismo que si fuera la religión del país y del Estado. Y eso es lo que se debe corregir. Pero hasta ahora, por razones bastante complejas, no ha habido manera de poner el cascabel al gato.   
 

Franco y sus restos 1


A propósito del traslado de los restos de Franco.
Que el dictador sea, probablemente, enterrado en la catedral de la Almudena, en Madrid, no se puede considerar que sea un gol que la derecha ha colado al Gobierno de Sánchez.
La derecha ganó la guerra, sí, y rindió homenaje a quien le complugo, eso son hechos, datos inmodificables; otra cosa es que aún pervivan beneficios simbólicos o materiales que pudo obtener de su victoria, y uno de ellos es mantener con honores los restos del dictador en un mausoleo a su memoria, erigido por su voluntad y construido por prisioneros políticos. Una vez sacados los restos de ese cenotafio, su destino definitivo corresponde, a mi entender, a la familia del dictador y, si finalmente, acaban en un recinto religioso, a la jerarquía eclesiástica.
La aprobación o la reprobación de ese enterramiento, creo que corresponde a quienes se consideren seguidores de esa fe, es decir a los católicos, a los cuales, como seguidores de la doctrina evangélica, les debería de revolver las entrañas. No entiendo, por tanto, las manifestaciones callejeras de "gente de la izquierda" para impedir que los restos de Franco acaben en la catedral de la Almudena, como si fueran católicos practicantes, que a lo mejor lo son, en cuyo caso, su conducta política sería coherente con su fe. Pero no parece el caso.
Lo que creo que procede es la crítica política a los efectos de esa decisión, que muestran los persistentes vínculos de la familia del dictador, y de gran parte de la derecha española, con la Iglesia católica, así como la aquiescencia de la Conferencia Episcopal con la decisión de la familia, que es una muestra más del lazo establecido por la derecha y la Iglesia para conspirar contra el gobierno de la República y alentar el golpe de Estado de 1936, que degeneró en una guerra civil, que el Vaticano, a petición de la Curia española, calificó de cruzada. Franco, que hizo de su régimen un centinela del occidente cristiano frente al comunismo y la masonería, gozó del privilegio de intervenir en el destino de los obispos y entraba en las catedrales bajo palio, mantuvo esa alianza con un pacto específico, el Concordato, renovado secretamente en 1978, mientras se discutía la Constitución. 
Transcurridos más de 40 años desde la muerte del dictador, extraña que por ambas partes, la familia y un sector de la derecha y la Iglesia, se mantenga esa secular alianza del sable y el altar, como una persistente anomalía en un Estado moderno y democrático.


Lectura. Día 1. Tocqueville.


Primer día de lectura. Me he unido a una cadena, que ignoro dónde, cuándo y quién la empezó, que consiste en publicar durante 7 días la cubierta de 7 libros y solicitar a 7 personas distintas (Dios no vale, que son tres en una) a hacer lo mismo para continuarla.
Como le comentaba a María José Peña, que es quien me ha invitado y a la que agradezco el honor, un servidor, por deformación profesional sólo lee "peñazos", así que no sé si mi participación en la cadena será de utilidad. Suelo dejarme influir por el momento político, así que algunos libros que colgaré son del "tema", es decir monotemáticos sobre "el procés", pero el primero es diferente. Se trata de "El Antiguo Régimen y la Revolución", de Alexis de Tocqueville, en edición reciente (2010) con una buena introducción. Una lectura que es un complemento necesario a las obras sobre la Revolución francesa, porque Tocqueville analiza, de manera muy pormenorizada, la que sucedía antes y establece las rupturas y las continuidades entre el Antiguo Régimen y lo sucedido después de 1789. 
El Prefacio del autor es sensacional y no me resisto a transcribir un párrafo: "Los mismos déspotas no niegan que la libertad sea excelente; sólo que no la desean más que para sí mismos y sostienen que los demás son por completo indignos de ella. Así, pues, no se difiere por la opinión que se debe tener sobre la libertad, sino por la estima más o menos grande que se tiene de los hombres. Se puede, por tanto, decir de manera rigurosa que la inclinación que se muestra hacia el régimen absoluto está en razón directa al desprecio que se profesa hacia el propio país".
Que vaya preparando el libro Monse Ac, que es la primera persona seleccionada para seguir la cadena.

jueves, 25 de octubre de 2018

Ineficacia y corrupción

Hace un par de días, con referencia a una alusión a Dionisio Ridruejo en un artículo de Santos Juliá ("Corrupción española", El País, 19-X-2018), adjunté la cita del último en la que hablaba del tema. Ahora adjunto, como complemento, unos párrafos sobre el contexto económico, procedentes del artículo de José Luis García Delgado “Estancamiento industrial e intervencionismo económico durante el primer franquismo”, en Josep Fontana (ed.): España bajo el franquismo, Barcelona, Crítica, 1986. 

Ahí van, por si son de interés, porque, a la vista de lo que sale en la prensa y de cómo están de ocupados los juzgados en los casos de corrupción, tengo la impresión de que no nos hemos desprendido del todo de aquellos malos hábitos.

“De Autarquía <con mayúscula, como señaló Estapé, entendida como medio para alcanzar la independencia económica, pero también como sublimación del aislamiento político y de una <desconfianza casi alérgica hacia cualquier relación exterior> (según Navarro Rubio). Énfasis retórico que se corresponde con el afán ordenancista de una administración que hereda hábitos militares (de la etapa de Primo de Rivera) en la dirección de la economía y, también, por qué no, con los hábitos cuarteleros del propio Franco y de sus más estrechos colaboradores. El rasgo exclusivo de la economía en esos años -ha podido por eso escribirse- <no consistía en el racionamiento de los artículos que escaseaban, ni en el control de precios, sino en la torpeza del aparato que administraba los controles y en el hecho de considerar el dirigismo y la autarquía no como expediente temporal, sino como la política correcta y permanente para un Estado imperial militar> (Carr: “España. 1808-1975”)”.
“Dominio asfixiante de la burocracia y múltiples irregularidades administrativas serán, en esas condiciones, una secuela ineludible, componiendo otro rasgo definitorio del régimen intervencionista aludido. Que no sólo deriva del carácter preventivo y general de la intervención; también de la multiplicidad de órganos con funciones ejecutivas o asesoras de regulación económica, que desemboca en <la desorganización y en el caos producido por la suma de actuaciones públicas parciales o sectoriales incoherentes> (Fuentes Quintana: “El Plan de Estabilización económica, 25 años después”, ICE). (García Delgado, p. 185).
“Pero el principal motivo de ineficacia tiene su raíz en las características mismas del sistema de intervención que además, y no debe pasarse por alto, establecido con carácter provisional y extraordinario, va a prolongar su vigencia durante largo tiempo, en particular, como ya se ha repetido, durante los años cuarenta. De ineficacia y también de corrupción que se refleja en la profusa ramificación de actuaciones irregulares que eluden o burlan las normas interventores. En algunos casos, dichas prácticas pueden dar lugar a la formación y desarrollo de mercados clandestinos paralelos (“negros”) a los intervenidos; en otros a la aparición de una suerte de precoz <economía subterránea>, en sectores donde la pequeña empresa y el trabajo doméstico conservan todavía amplias posibilidades de mantenimiento; y en los más, finalmente, a prácticas de corrupción sin paliativos” (García Delgado, p. 186).
“Con los testimonios fragmentarios de que por ahora se dispone, lo que sí puede sostenerse es la generación de “rentas de situación” que derivan de una intervención tan drástica como transgredible, cuando el tráfico con divisas, con licencias de información, con cupos y cualesquiera otros expedientes arbitrados para sortear la penuria (Fontana y Nadal: “España 1914-1970”), se convierten en actuaciones particularmente lucrativas; y cuando, por decirlo de otra forma, los “negocios” y las prácticas especulativas fraudulentas -el afán de ganancias inmediatas- sustituyen a la actividad empresarial convencional. Y se podrán hacer distintas valoraciones de la acumulación de capital generada a través de unos u otros procedimientos -en una situación en la que los salarios se rezagan ampliamente respecto de las alzas de precios-, pero no admite discusión el hecho mismo de la redistribución de la renta durante esta etapa a favor de quienes se pudieron aprovechar de las situaciones mencionadas. Como tampoco podrá ponerse en duda que, en esas circunstancias, la corrupción es un cultivo espontáneo, la inevitable consecuencia del <ejercicio arbitrario de un poder discrecional> (Fuentes Quintana, ibid). (García Delgado, p. 188).

Ridruejo. Corrupción


Fragmentos del libro: Escrito en España (1ª edición, 1961), Madrid, 2ª edición revisada, 1963, G. Del Toro, 1976.

De dos instrumentos se han servido las oligarquías, las camarillas y sus fuerzas de asistencia para llegar a destruir toda vida civil en España. El primero ha sido la violencia represiva, esto es, el terror. El segundo ha sido la corrupción metódica. En ciertas ocasiones ambos métodos han sido empleados simultánea-mente y no hay aún razones para creer que se haya renunciado enteramente al primero, aunque debe admitirse que sus formas son ya sumamente tenues y su uso excepcional (1976, p. 116).
El final de la guerra había promovido una fiebre de recuperación y renovado los normales afanes de prosperidad, anegados durante tres años por un ascetismo espontáneo o forzoso. Pero el carácter anarquizante del burgués español le sugería la conveniencia de dar a ese programa de recuperación y prosperidad una visión muy personalista: la de empezar por su propia casa. <¿Es que hemos hecho la guerra para esto?>, era la frase que se escuchaba tan pronto surgía alguna dificultad o se exigía de alguien algún sacrificio. Allí donde al privilegio social, por modesto que fuera, se unía el otro privilegio recién adquirido -el de vencedor-, se imponía inmediatamente la idea de un premio merecido, de una ganancia exigible (1976, p. 130).
Todo comenzó a ser de <estraperlo>: el pan y las sábanas, la carne y el hierro para la construcción, el aceite y el algodón en bruto para la manufactura. No haría falta mucho para que también las personas estuvieran en venta. El primer obvio resultado de este tejemaneje fue, por supuesto, la miseria desesperada de los más pobres, desvalidos y amedrentados, y la prosperidad casi inverosímil de los más ricos, protegidos y asegurados por su buena posición política (1976, p. 130).
Llegado un cierto momento, la implicación de este sistema, en el que todos resultaban corrompidos y corruptores al mismo tiempo, alcanzó una vastedad  enorme. Todo el mundo estaba en el ajo y estar, poder llegar a estar en el ajo, era la aspiración de la mayoría de los que el azar o la incapacidad mantenían excluidos. Alcanzar a vivir, para los más pequeños, y acumular fortunas, para los más grandes, llegó a ser una ocupación tan absorbente que no quedaba espacio para nada más (1976, p. 132).
Ni un solo alto cargo, ni un solo familiar y cliente de los muchos que especulaban con el nombre de los mayores jerarcas, conoció la incomodidad ni el peligro. El nuevo poder había descubierto algo mucho mejor que la represión y la discriminación, algo que servía no sólo para aplastar al enemigo, sino para prevenir las defecciones o exigencias de los amigos y llevar al país a una vergonzosa y culpable conciencia de <todos somos unos>, fundada en la culpabilidad cuando no en el agradecimiento (1976, p. 133).

lunes, 22 de octubre de 2018

II República

Comentario a una noticia sobre la censura en la II República, colgado por J.L. Vergara.

La II República no fue el desastre que la derecha inventó para justificar el 18 de julio, ni el régimen idealizado que defiende cierta izquierda nostálgica. Fue un régimen inestable, efecto de la crisis de la Restauración, de la caída de la monarquía por su propio peso -otro rey que abandonó-, de la impaciencia de las izquierdas, no necesariamente democráticas, de la debilidad de los republicanos (moderados y divididos), de las insidias de los obispos, de las carencias del pueblo, de la resistencia de la burguesía y de la oligarquía a ceder privilegios, de la deslealtad de catalanes y vascos, de la crisis económica de 1929 (que explica la prisa de los sindicatos) y de la progresiva fascistización de Europa. 
¿Que hubo censura? Lo más probable. ¿Que la había en los países de alrededor? Pues, seguramente y quizá más, y que, en España, la hubo mucho más desde 1939.

jueves, 18 de octubre de 2018

Vivir en catalán

Pero, ¿qué es eso de "vivir en catalán"? 
Ese es el sueño de quien tiene un empleo en una empresa local de Gerona o, en un pueblo de la Cataluña profunda, es propietario de una mercería que vende ropa interior fabricada en Mataró, que tiene una familia, un círculo de amigos y una clientela que habla sólo catalán y cuya perspectiva del mundo no va más allá de la comarca o de la provincia. Ahí se entiende el intento de ser independentista, de vivir "en catalán", creyendo estar al margen de la marcha del mundo. 
Pero es difícil pensar que se puede "vivir en catalán" dependiendo del resto de mundo, y para eso sólo basta contemplar lo que se tiene más cerca: un teléfono Galaxy, Huauei, Nokia, Apple, un horno Bosch, una lavadora Miele, una batidora Brown, un microondas Siemens, un televisor Samsung, una aspiradora Nilfisk, un ordenador Philips, un coche Opel, Ford, Volkswagen o Renault, llevar ropa fabricada en China, en Taiwan o en la India y calzado fabricado en Filipinas o en Vietnam. ¿Es posible creer que se "vive en catalán" con un empleo en una empresa o un banco, que trabajan no sólo en y para Cataluña sino fuera de ella, para el resto de España, para Europa o para el mundo? ¿Es posible pensar que "se vive "en catalán" cuando la mayor parte de la dieta en que se basa ese vivir se debe a productos procedentes de fuera de Cataluña, empezando por el pan, comercializados por grandes empresas francesas o alemanas? Es el sueño de la autarquía de Juan Palomo (Colom, en este caso) con proyección internacional -yo me lo produzco, yo me lo como y además exporto (a la UE, que al final, me reconocerá como estado independiente.Pero, ¿qué cuento es este? Pues millones de personas se lo han creído.

miércoles, 17 de octubre de 2018

Enterrar a Franco

Franco es un muerto que lleva cuarenta años de cuerpo presente, es decir, estorbando como un espectro que ronda por las instituciones representativas españolas y se entromete en los quehaceres políticos de los vivos.
El fundador de una larga dictadura, enterrado con honores en un monumental panteón, es, en sentido metafórico, un “muerto”, un lastre para el país, un baldón para un régimen que se pretende democrático y una carga difícil de soportar no sólo para los gobiernos que se tengan por tales, sino para los ciudadanos ante un déspota que abolió los derechos de la moderna ciudadanía para devolver a los españoles a la condición de súbditos. Ha pasado demasiado tiempo desde su muerte como para seguir soportando esta anomalía, difícil de explicar en un país de la Unión Europea.
Cuarenta años va a cumplir la Constitución, que, en teoría, enterró la dictadura y ya va siendo hora de enterrar definitivamente a su fundador como una tarea pendiente de la Transición, aún inconclusa. Es, por tanto, digno de elogio el intento del Gobierno de Sánchez y de quienes le han apoyado en el Congreso, de sacar los restos del dictador del Valle de los Caídos y entregarlos a sus familiares para que les den sepultura donde les plazca. 
Lo que no se entiende bien es la resistencia del PP y de C’s a apoyar la medida escudándose en la forma de hacerlo, porque no es una cuestión de forma -el decreto o la prisa de la que acusan al Gobierno, al querer concluir una tarea acometida con cuatro décadas de retraso-, sino de fondo, en un caso, y, en apariencia, de grosero oportunismo, en el otro.
Cuando debería estar clara la naturaleza del régimen franquista, resulta que no lo está: para unos fue una dictadura, un régimen político de excepción surgido de una guerra civil provocada por un fallido golpe militar, pero para otros, aún muchos, fue sólo un régimen autoritario, incluso paternal, más predemocrático que antidemocrático, pues contenía un germen democrático que fructificó cuando halló las condiciones oportunas para ello. Fue un régimen político estricto y necesario porque los españoles somos difíciles de gobernar, pero que puso las bases de la España de hoy mediante una larga etapa de paz social y desarrollo económico. Amén.
El Partido Popular no sólo ha sido el custodio de la memoria maquillada de aquel régimen político, bloqueando los intentos habidos para facilitar la investigación sobre todos los aspectos de la guerra civil y la dictadura, sino que asume no pocos de sus valores morales y de sus actitudes políticas y defiende a capa y espada la permanencia de lugares y monumentos dedicados a la mantener el recuerdo de hechos y de muy cuestionables personajes del bando vencedor, que participaron en aquella etapa funesta.
Como resultado de esta obstrucción, la figura de Franco, la fortuna legada y las andanzas financieras de sus herederos siguen siendo un tabú no sólo para el gran público, sino para la investigación académica y fiscal, y la fundación privada que conserva sus documentos está cerrada a cal y canto, pero financiada con dinero público. Igual que los fondos documentales de otros ministerios referidos a aquella época están protegidos de la curiosidad de historiadores y ciudadanos por el secreto de Estado con la etiqueta de materia clasificada. A más de 70 años de distancia de aquellos sucesos, hay episodios cubiertos por el tupido velo del secreto administrativo, el fervor profesional de sus celadores y el carácter oficial reservado, que los considera un asunto que afecta nada menos que a la seguridad nacional.
Sin recurrir a pormenores propios de investigadores, tampoco existe en gran parte de la población un conocimiento, siquiera a grandes rasgos, de lo que fueron aquellas décadas. Para gran parte de las nuevas generaciones, la II República y la guerra civil son sucesos confusos, y de la larga dictadura, que en sus últimos años está temporalmente más cerca, así como de la figura del general Franco, que influyó de modo decisivo en el destino de este país entre julio de 1936 y diciembre de 1976, tienen un conocimiento bastante superficial. De Franco saben que fue un general autoritario y poco más, si es que lo saben. Pero sin un cabal conocimiento de nuestra historia reciente, el momento presente es poco comprensible, aunque quizá sea eso lo que se persigue con tanta opacidad.
Esa pedagógica labor de esclarecimiento y difusión de un pasado tan cercano no tendría que recaer sólo en los historiadores. Demandarla debería ser una necesidad ciudadana y acometerla con seriedad una prioridad del Estado y de la clase política, pues sin ella no seremos un país civilizado, democrático y reconciliado, al menos en el plano histórico, consigo mismo; pues conocer es empezar a entender, a entendernos.

martes, 16 de octubre de 2018

Libros

Respuesta a un invitación de María José Peña (en FB).

En qué brete me pones, María José, pues, por deformación profesional, suelo leer "ladrillos" en vez de amenas novelas. En eso tengo un pacto con mi santa esposa: ella me cuenta las novelas que lee y yo le cuento los ensayos que trasiego.
No tengo un "hit parade" de los libros que más me han gustado o más me han influido, que han sido muchos y dependiendo, también, del momento en que los leí me han influido de un modo u otro. Aunque eso plantea aun trabajo de introspección que podría ser laborioso y a la vez bonito e instructivo, como sería hacer una biografía intelectual; un repaso, en la memoria, de libros y momentos vitales, según la edad, la situación familiar y laboral y la afición o la influencia política o cultural del momento. Voy a buscar esos 7 libros y en un rato te los envío.

Aron. Totalitarismo.

Cada vez que las democracias han estado en presencia de un régimen autoritario han creído que los hombres en pugna eran lo suficientemente razonables como para preferir un buen compromiso a una mala guerra. Así, los hombres dados al compromiso nunca han logrado comprender lo que ya había explicado Georges Sorel desde principio de siglo: que hay un tipo de hombres que prefiere lograr sus objetivos a través de la lucha más que por la negociación y el compromiso; un tipo de hombre para quien la negociación y el compromiso son atributos detestables. Hago alusión aquí a las “Refléxions sur la violence” de Georges Sorel (de 1908), donde explica que el compromiso y la negociación responden a un espíritu de bajeza, y que la afirmación intransi-gente de su punto de vista -la voluntad incondicional de triunfo- ostenta una virtud. 
Otro ejemplo es el libro “Mein kampf”, donde Hitler explica de forma clara que los partidos democráticos, al carecer de doctrina, pueden establecer compromisos, pero que los grupos o partidos que respondan a una filosofía total no pueden admitir el espíritu de compromiso, aplicando de manera integral su voluntad. De ahí resulta que, cuando los hombres de las democracias establecen compromisos en política exterior con los sistemas totalitarios, corren el riesgo de no comprender que el compromiso, para sus interlocutores, no es una solución definitiva, sino sólo una etapa de cara a una reclamación suplementaria.

Raymond Aron (1997): Introducción a la filosofía política, Barcelona, Paidós, 1999, p. 119. 

Cansado de Casado


El PP ha contado con una buena gavilla de dirigentes histriónicos, oradores mediocres y diputados faltones, cuya trayectoria he seguido con interés decreciente, debo decirlo, pero es que con Casado no puedo.
El repelente niño del máster me saca de quicio cuando repite todos los tópicos que hasta ahora han recitado sus mayores, desde el Liderísimo, que ejerce de padrino, hasta el Silentísimo, que no habla pero medita leyendo el “Marca”, incluyendo, claro está, las aportaciones de la variada gama de lideresas.
Lo peor de Míster Máster es cuando se pone españolazo y estupendo y quiere impartir doctrina, que no historia (seguramente no la tiene aprobada), sobre la grandeza de España, en el aniversario del descubrimiento de América por Cristóbal Colón, cuyo viaje, nos descubre, estuvo financiado con capital privado.
Ahí le sale a Casado la veta neoliberal, aprendida deprisa y corriendo en vaya usted a saber qué máster, y se merece un cero patatero no sólo en historia moderna, sino en economía actual, de la que no sabe de la misa la media, porque se cree todos los mantras que se “explican” en las escuelas de negocios y de administración de empresas, etc, etc.
Si lo que quiere decir o sugerir Casado es que Colón como “emprendedor” -esa palabra mágica, que pronuncian con unción en el PP- era un adelantado a su tiempo, pues yerra. Entonces no existía la libre empresa, sino que la actividad comercial se hacía bajo licencia regia, es decir con autorización real. Aún faltaba mucho tiempo para que pensadores como Petty, Locke, Mandeville, Hutcheson, Quesnay, Hume, Ferguson, Malthus o Smith fueron colocando las bases de lo que sería el primer liberalismo económico.          
El viaje de Colón fue financiado por los Reyes Católicos, una parte con dinero prestado por un judío valenciano, pero con la garantía del Estado, es decir, del reino, y luego reembolsado por Castilla. O sea, como ahora, en que la crisis financiera ha revelado que el capitalismo, impulsado por modernísimas teorías sobre el mercado desregulado sólo puede subsistir bajo el amparo del Estado. Si una empresa privada que gestiona una autopista -construida por capricho en tiempos del Liderísimo- no obtiene el beneficio esperado, el Estado se hace cargo de ella y de cinco o seis más. Si una empresa constructora, propiedad del directivo de un club de fútbol, emprende la insensata tarea de inyectar gas en el suelo y fracasa, como estaba previsto, el Estado le indemniza. Si los fabricantes de coches no venden lo que quieren a causa de la crisis, el Estado prepara el plan renove para incentivar las ventas. Si las empresas eléctricas se ven forzadas por la Unión Europea a concurrir al régimen de mercado, que no es otra cosa que un oligopolio, el Estado decide que los costes del tránsito a la competencia los paguen los consumidores en vez de detraerse de los beneficios, que son cuantiosos. Si, por una política comercial insensata, los bancos están en peligro de quiebra, el Estado les ayuda con una inyección de 66.000 millones de euros de los que no se espera recuperar ni la décima parte, y el resto irá a  fondo perdido. O sea liberalismo en estado puro. El país se endeuda, es decir, todos nos endeudamos y nos vemos obligados a renunciar a parte importante del gasto social del Estado, y no pasa nada.
Ahora bien, si el Gobierno de Sánchez decide subir el salario mínimo a 900 euros al mes, entonces el niño Pablito pone el grito en el cielo y profetiza una crisis devastadora, con lo cual muestra de parte de quién está en esta España llena de españoles, mucho españoles, pero lo suyos son los españoles ricos. Un asco de niño.

martes, 9 de octubre de 2018

Mito y modernidad

Buen resumen del fascismo, Montse, pero tengo un par de matices. Uno es la importancia de los mitos. No hay fascismo sin relato mítico, sin culto a las leyendas, que, claro está, se remontan a un pasado idealizado, una edad de oro. El fascismo (y el nazismo), como irracionalismo -asalto a la razón, lo llama Lukacs-, es una reacción virulenta contra la Ilustración y, por tanto, un combate contra el logos desde el mito. Pero es también una reacción contra los efectos políticos de la Ilustración: los derechos individuales de los ciudadanos, la igualdad de estos ante el Estado y ante la ley y la elección democrática. El fascismo restaura la figura del súbdito, sumergido en la masa del pueblo homogéneo, como conjunto de siervos del Estado totalitario, dirigido de forma autoritaria por el líder carismático: un conducator, un duce, un fuhrer, un caudillo, que interpreta directamente el sentir del pueblo y conoce (misteriosamente) sus verdaderos intereses. Respecto a la modernidad, el fascismo es contradictorio, pues lo apuntado por Montse no es obstáculo para que el fascismo sepa admirar y aprovecharse de los logros técnicos y científicos de la era moderna, incluso para ejercer su dominación y llevar adelante sus planes de crear una nueva humanidad, en particular un hombre nuevo, que es una pretensión completamente moderna. Es conocida la relación del fascismo con el futurismo de Marinetti y sus amigos (el culto a la velocidad, al coche, a las fábricas, a la vida moderna y agitada, a la guerra -higiene social-, y al arte como algo vivo -quemar los museos-). Y está la pretensión de crear un mundo completamente distinto sobre la base de crear un ser humano nuevo, una raza superior, mediante la selección de individuos, la procreación inducida -la madres teutonas-, la esterilización o la muerte de los llamados defectuosos o degenerados, la vida sana, la gimnasia, el deporte, etc, para lograr una raza de señores que ha de dominar el mundo. Y como muestra de estética política, tanto el nazismo como el fascismo eran muy modernos.

lunes, 8 de octubre de 2018

Preguntas, preguntas…


En los años finales de la dictadura, cuando la quebrantada salud de Franco ponía a los prebostes de su Régimen en la difícil coyuntura de tener que pensar sobre el futuro de una España sin Franco, pero quizá con franquismo, y en las fuerzas de la oposición -la reformista y la revolucionaria- se elucubraba sobre el porvenir del país después de la dictadura, las preguntas -¿Qué es España? ¿Es una nación o sólo es un Estado? ¿Es una nación o varias naciones? ¿Cuántas naciones? Y, sobre todo, ¿cuántos posibles estados?- se volvieron a plantear, y de forma más apremiante durante la etapa de la Transición y, sobre todo, durante el período constituyente.
A tales preguntas, los partidos de la izquierda, primero casi todos y después los de la izquierda radical, ofrecieron respuestas tan diferentes, que, en realidad, las preguntas o la pregunta esencial -¿Qué es España?- quedaron sin contestar de modo concluyente, aunque el problema político quedó aparentemente resuelto con el desarrollo del Estado autonómico, contemplado en el Título VIII de la Constitución de 1978, referido a la organización territorial del Estado. 
La llamada transición política -la Transición- consistió en el intento de desmontar el tinglado político erigido por el franquismo a lo largo de cuarenta años. Las consideraciones sobre lo que se hizo y lo que se tenía que haber hecho, el balance entre lo intentado y lo conseguido, entre lo reformado y lo conservado; el dictamen, en suma, sobre la correlación de fuerzas en aquella difícil coyuntura y sobre el resultado del conflicto, concentrado en muy poco tiempo, entre fuerzas sociales y políticas muy dispares en entidades y objetivos, que actuaban, por lo tanto, en muy diferentes sentidos sobre la sociedad, suscitan cuarenta años después opiniones enfrentadas.
Visto de modo rápido y superficial, nos hemos alejado bastante de aquel sistema, aunque parece que no todo lo necesario, pues vuelven a plantearse algunas de las viejas preguntas, ahora inducidas por la agónica interrogación sobre el ser y el destino de Cataluña, que los partidos nacionalistas han planteado como cuestión esencial a la ciudadanía catalana y de rebote al resto del país, pues detrás de preguntas como ¿Qué es Cataluña? ¿Qué ha sido Cataluña? ¿Qué debe ser Cataluña? ¿Qué puede ser Cataluña? ¿Cuándo volverá a ser “rica y plena”? ¿Cuándo podrá ser una nación independiente y “triunfante”?-, hay otras preguntas y, claro, otras respuestas.
Son preguntas que aluden a la otra parte del problema, a la que, según los nacionalistas, es su verdadera causa; es decir, que remiten a España, a la cuestión de la unidad y la diversidad nacional, a la vinculación de sus regiones (o naciones) y a qué cosa o entidad es España.
¿Qué es España? ¿Es una nación o sólo es un Estado? ¿Es un imperio reducido a su mínima dimensión? ¿Es un Estado moderno o conserva reminiscencias feudales? ¿Es un Estado consolidado o es un Estado fallido?, como aseguran algunas voces. ¿Es una nación o varias naciones? En todo caso, ¿qué tipo de naciones? ¿Cuáles naciones? ¿Cuántas naciones? Y, sobre todo, ¿cuántos posibles estados? Ahí lo dejo.

domingo, 7 de octubre de 2018

Río Bravo


Interesante, Joaquim Pisa. 
Desconocía el origen de “Río Bravo” en la serie “Gunsmoke”, aunque sí conozco la película de Nathan Juran (1953) del mismo nombre, estrenada en España con el título de “A sangre y fuego” y protagonizada por Audie Murphy.
Hubo una réplica española a Blueberry, que fue McCoy, de Palacios, un ex oficial sudista, inspirado en los rasgos físicos de Robert Redford, mientras Giraud, que barría para casa, dibujó a Blueberry con los de Belmondo. 
Y volviendo a “Río Bravo”, ya que has citado a la protagonista femenina, Angie Dickinson, señalo la importancia que tienen las mujeres en las películas de H. Hawks.
Las películas del Oeste suelen ser películas de hombres, de conflictos entre hombres, que se resuelven violentamente, a golpes o a tiros, o muestran relaciones de clara camaradería, salvo, por ejemplo, en “El hombre de las pistolas de oro” (“Warlock”) de E. Dmytryk (1959), donde hay una relación bastante turbia entre H. Fonda y A. Quinn. Pero en general, la homosexualidad está desterrada del Western (apuntada en “Un hombre llamado caballo”; E. Silvestein, 1970). En el western las mujeres tienen un papel de contrapunto, muy en su papel tradicional de reposo del guerrero o punto final de las correrías del aventurero, en brazos de la bella y del hogar.
Sin embargo, Hawks, en “Río Bravo”, da un papel activo a Angie, que lleva la iniciativa amorosa, y en su continuación, “El Dorado”, emplea a dos protagonistas femeninas, que no se limitan a estar guapas, aunque repite los principales papeles masculinos: John Wayne, Robert Mitchum, sheriff borracho, que ocupa el lugar de Dean Martin, el joven James Caan (Misisipi) que ocupa el de Ricky Nelson y el veterano Arthur Hunnicut, hace las veces de Walter Brennan. 
El papel activo de las mujeres, que tienen la iniciativa amorosa, se percibe también en “Hatari”.

viernes, 5 de octubre de 2018

Apresados por los presos


El gobierno de Quim Torra está, otra vez, al borde de la ruptura –y del ataque de nervios- por las diferencias entre JuntsxCat y ERC sobre cómo sustituir a los diputados suspendidos en sus funciones por el juez Llarena.
Después de tres meses de arbitraria suspensión por la sola voluntad de los nacionalistas, ayer, Roger Torrent volvió a suspender las sesiones del Parlament hasta la semana que viene, en la que los nacionalistas esperan haber encontrado una fórmula para ponerse de acuerdo sobre qué hacer con Puigdemont y otros 5 diputados independentistas.
Sabido es que el President Torra, en su calidad de servicial vicario en tierra catalana del “legítimo” President Puigdemont, fugado y residente en tierra extraña y sin embargo amiga, no ejerce su cargo para ocuparse de los problemas de la ciudadanía catalana sino para llevar adelante el insensato proyecto de la república independiente. República, cuyo futuro depende sobre todo de las decisiones del Estado español, pero como proyecto verosímil para sus seguidores depende de la feble alianza de sus promotores -JunsxCat, ERC y la CUP-, cada día más deteriorada. Que, aparte de las tareas ordinarias de agitación y propaganda, gran parte de la actividad de la Generalitat y del Parlament se reduzca a tener en cuenta las opiniones de los políticos presos y de los políticos fugados, obliga a pensar que el proyecto está embarrancado y que la Generalitat y los diputados independentistas están cautivos de los presos.
Afortunadamente, esto sucede antes de que Cataluña pudiera ser imaginada como una república independiente. Imagínense lo que sucedería a partir del día siguiente de haber alcanzado esa meta y los promotores tuvieran que repartirse el botín.           

miércoles, 3 de octubre de 2018

Mao en BCN


Aludiendo a la lucha de clases en China, Mao Tsetung, un maestro chino que hoy día parece que vivió hace milenios, decía, usando un lenguaje un poco esotérico, que las contradicciones externas actúan a través de las internas y que las unas y las otras merecen distinto tratamiento, el cual debe darse atendiendo a los polos que presentan tales contradicciones, para lo cual es preciso no sólo determinar en cada momento cuál es la contradicción principal, que actúa sobre las contradicciones secundarias, sino el aspecto principal de esa contradicción. Un lío filosófico de tomo y lomo, heredado de Lenin y resumido en unas cuartillas. Hoy no hablamos así, pero es que Mao era chino y los chinos son culturalmente raros. Y además era un chino en guerra, un revolucionario, que libraba una guerra contra el ejército nipón, contra su aliado el Kuomintang y dentro de su propio partido contra sus dogmáticos camaradas, que preferían pensar poco y buscar con falsilla las soluciones en vez estrujarse el magín para localizar dónde estaban los nudos de los problemas, es decir, las contradicciones.
Esas herméticas recomendaciones proceden de unas conferencias dadas en el Instituto Político y Militar Antijaponés de Yenán y recuerdan la vieja sabiduría de Sun Zi en “El arte de la guerra”, que desborda la estrategia militar y deviene en un estudio sobre el ejercicio del poder, con enseñanza válidas para la política, la filosofía, la economía, la sicología de masas o la gestión empresarial.
Arrumbada la arqueología dialéctica del saber marxista y el utillaje de los partidos de la III Internacional, nadie, o casi nadie, en la izquierda moderna se expresa con ese lenguaje ni busca detectar la contradicción fundamental de la sociedad o la contradicción principal, ni pone en relación el modelo productivo con las formas políticas, la estructura social con los partidos, ni habla de clases sociales, de quiénes las representan y de qué necesidades, aspiraciones o intereses expresan, ni trata, por tanto, de determinar cuál puede ser la fuerza motriz que impulse los cambios o la fuerza dirigente que los guíe; ni de señalar las alianzas de clase o determinar el bloque hegemónico, porque la política se ha convertido -pervertido- en una actividad superestructural, alejada de la realidad.         
Las contradicciones, abstracciones filosóficas que expresan la polaridad de los intereses sociales enfrentados, existen y nos cuesta percibirlas en movimiento, pero la actividad política está dedicada a afrontarlas y a tratar de resolverlas de modo favorable a nuestro interés, aun sin tener clara conciencia de su existencia.
Respecto a Cataluña, lo que se ha presentado públicamente como “el problema catalán” no expresa la contradicción fundamental de la sociedad catalana, sino la contradicción principal -España vs Cataluña-, externa, cuyo polo dominante viene dado por la presión de los partidos nacionalistas que forman el bloque hegemónico, atravesado a su vez por contradicciones secundarias.
Rajoy, que no conoce otra filosofía que los juegos tácticos de los entrenadores de fútbol, aceptó el juego de los nacionalistas y admitió la contradicción principal, se situó en el polo opuesto al de estos -España-, pero sin ser consecuente con ello, pues en vez de tratar de neutralizar el polo dominante fortaleciendo el suyo, adoptó la posición tibetana de quien no aspira a transformar el mundo sino a contemplarlo desde las alturas del Himalaya, que para él eran las ventanas altas del palacio de la Moncloa. Y cuando quiso actuar favoreció el polo que pretendía combatir, de modo que fortaleció la contradicción externa.
Las izquierdas catalanas, con diversos matices, también han aceptado como eje de su actuación la contradicción principal ofrecida por los nacionalistas -España vs Cataluña-. Pero el nuevo gobierno, al cambiar el trato hacia la Generalitat, está debilitando la contradicción externa -España vs Cataluña- y potenciando una contradicción secundaria -las diferencias dentro del bloque dominante-, que puede ayudar a que se perciba con más claridad una contradicción interna -nacionalistas vs no nacionalistas-, hasta ahora secundaria, pero que se puede convertir en la contradicción principal y expresar el verdadero problema del asunto 
Pedro Sánchez, ¿será maoísta?  

martes, 2 de octubre de 2018

Marx. Todo se vende


Hubo un tiempo, como en la Edad Media, en el que solamente se cambiaba lo superfluo, el excedente de la producción sobre el consumo. Hubo, también, un tiempo en el que no sólo lo superfluo, sino todos los productos, todas las existencias industriales pasaron al comercio; toda la producción dependía del cambio (…) Llegó por fin un tiempo en el cual todo lo que los hombres habían considerado inalienable llegó a ser objeto de cambio, de tráfico y se podía enajenar. Es el tiempo en el cual las mismas cosas que hasta entonces se transmitían, nunca, sin embargo se cambiaban; se daban, pero no se vendían; se adquirían, pero no se compraban: virtud, amor, opinión, ciencia, conciencia, etc; todo, en fin, pasó al comercio. Es el tiempo de la corrupción general, de la venalidad universal o, hablando en términos de economía política, el tiempo en el que toda cosa, moral o física, al convertirse en valor venal, se lleva al mercado para apreciarla en su más justo valor.

Marx (1846-1847): Miseria de la filosofía, Madrid, Júcar, 1974, pp. 72-73.

lunes, 1 de octubre de 2018

Problemas

Desengáñate, José Gabriel, en otros países tampoco los resuelven. Los problemas si se atienden, se negocian, se aplacan y se aplazan, pero casi nunca se resuelven del todo, porque vuelven a aparecer con otra cara o con otro aspectos al cabo del tiempo. Mientras seamos humanos, los mismos humanos, generaremos los mismos o parecidos conflictos. La política es el arte de abordarlos para intentar resolverlos sin violencia, o para aplazarlos convenientemente; la guerra suele ser el intento de resolver los problemas de una vez y para siempre, pero la historia enseña que eso ocurre raras veces.

Mercado

De acuerdo con un par de matices: 1. Lenin apostó por la industrialización acelerada y por la parcial reintroducción del mercado, pero con un fuerte control estatal: en una ocasión dijo que el comunismo era la electrificación -la modernización económica- más los soviets -el poder del Estado obrero-. 2. Que la intervención sea del Estado; si el Estado coacciona el liberalismo no lo acepta, pero si la coacción viene del capital, en particular del gran capital, entonces la coacción es buena. El liberalismo se funda en la libre competencia de los productores, que se someten a las leyes del mercado, pero en realidad esa teórica competencia sólo puede darse en una etapa embrionaria del capitalismo, entre pequeños productores, o bajo una fuerte intervención del Estado, que regule las competencia entre los pequeños y los grandes productores. El gran enemigo de la economía de mercado, no es sólo la planificación desde el Estado, al estilo soviético, sino la regulación desde dentro del mercado efectuada por los monopolios. Al final, aunque todos los concurrentes al mercado aceptan en teoría someterse a la competencia, la máxima aspiración de cada uno de ellos, es escapar y tratar de imponer sus propias normas (productos, cantidades, precios). Loa monopolios, trusts, cárteles, holdings y otras formas de asociación del capital son los resultados de los intentos de escapar a la competencia y de controlar el mercado, o un sector del mercado.

Aquel error inmenso


Uno de octubre
Se cumple ahora un año de los sucesos que señalaron el máximo grado de estupidez del gobierno central respecto al proceso iniciado por los partidos nacionalistas para alcanzar de forma unilateral la independencia de Cataluña.
El gobierno de Rajoy dio cumplida muestra de no entender lo que tenía delante, que era, en primer lugar, el viejo problema de conjugar la unidad del Estado con la diversidad cultural y la descentralización política y administrativa, y en segundo lugar, y como efecto del primero, el continuo avance de los nacionalistas hacia la meta repetidamente anunciada, que era celebrar un referéndum que respaldara la unilateral legislación del Parlament sobre la fundación de la república catalana, sin encontrar otra respuesta que las suspensiones del Tribunal Constitucional y las advertencias de Rajoy de aplicar la ley, a que estaba obligado.
Un presidente cansado y un gobierno paralizado, que parecían seguir en funciones, no sólo faltos de habilidad para librar la fundamental batalla de las ideas, dejando que los soberanistas construyeran su relato victimista sin hallar refutación alguna, sino también desprovistos de los más instintivos reflejos para responder a un desafío que aumentaba día a día en audacia y determinación, dejaron crecer un movimiento social, que, por suponer una amenaza para la supervivencia del Estado, lo era también para el partido gobernante. En el Partido Popular, con la pasividad de sus dirigentes, parecían apostar por el suicidio como fuerza política.  
El equipo de Rajoy adoptó la cómoda fórmula franquista de que aguantar es vencer -el que resiste, gana-, pero aguantar sin hacer ni decir algo es rendirse, es colocar la pasiva terquedad en lugar de la actividad y de la habilidad.
El Gobierno fue incapaz de elaborar un discurso que neutralizara los mitos nacionalistas; no supo señalar los lazos económicos, financieros, políticos, históricos, culturales y religiosos -también éstos- de Cataluña con el resto de España, ni la similitud de las formas de vida y trabajo, consumo y ocio de los catalanes con los habitantes de otras regiones, ni tampoco los principios políticos generales ni los derechos civiles como horizonte de toda la sociedad española. No supo apuntar las ventajas que para una región desarrollada como Cataluña supone permanecer dentro de España, ni señalar los elevados costes que tendría la independencia no sólo para España sino para la nueva república. El Ejecutivo no sólo era incapaz de ganar adeptos para la causa de la unidad, sino para conservar el respaldo de los catalanes contrarios a la independencia. Pero eso no ha sido sólo culpa de Rajoy, sino de los gobiernos centrales de cualquier signo, lo que explica que, en Cataluña, la minoría independentista hoy ostente la hegemonía política y desde luego la ideológica, a la que se han rendido las fuerzas de la vieja izquierda y ante la que dudan, inquietas e inestables, las de la nueva.
A pesar de estar anunciado con meses de antelación y ser parte de un proceso de desafíos continuos puesto en marcha desde hace años, el Gobierno reaccionó como si se hubiera visto sorprendido por la celebración del referéndum y actuó tarde y con torpeza, con dureza y sin tacto. Falto de información y de preparación, cedió al viejo reflejo autoritario enviando repentinamente una buena proporción de efectivos de la policía nacional, que fueron acuartelados en un buque de recreo pintado con personajes de dibujos animados infantiles -Piolín-, lo que al despropósito de la operación se añadía el escarnio por la falta de tacto de quienes la dirigían.
Así, la intervención de las fuerzas de la policía nacional para intentar impedir que el día 1 de octubre de 2017 se celebrara el referéndum ilegal, que debía ratificar la decisión de la mayoría no cualificada del Parlament, ofreció las imágenes que los impulsores del “procés” necesitaban para mostrar su condición de víctimas de la opresión española. Imágenes que reemplazaron no a mil palabras, sino a los millones de palabras necesarias para explicar lo que realmente sucede en Cataluña desde hace casi una década y que el Gobierno no escribió ni pronunció.
Imágenes bien administradas, que fueron aceptadas sin reserva, engullidas y metabolizadas por la prensa extranjera y por algunos políticos y jueces belgas y alemanes, que les confirmaban un discurso previo, tesoneramente difundido por las “embajadas” de la Generalitat, sobre la opresión de Cataluña por el Estado español, pues parecían mostrar la brutal respuesta de un poder ajeno a Cataluña, de un poder distante -en Madrid, España-, que enviaba sus fuerzas de intervención, fuerzas extranjeras que se superponían a las fuerzas policiales catalanas, para impedir que la ciudadanía catalana ejerciera un derecho legítimo.
Aquel día, el ministro del ramo y la vicepresidenta del Gobierno dieron pruebas de una incompetencia que tardará mucho tiempo en igualarse.

Monarquía y sociademocracia


Respuesta a un post en FB.

La monarquía y la socialdemocracia tienen poco que ver entre sí, pues responden a principios y a sujetos distintos, pero el quid de la cuestión está en si pueden coexistir o no en el mismo Estado y contribuir a dar forma a la misma sociedad.
En algunos lugares, la forma monárquica es incompatible con cualquier intención representativa de los ciudadanos, como en otros lo es la forma republicana del Estado, pues también hay repúblicas despóticas, pero en otros países, la monarquía con funciones limitadas puede coexistir con una fuerte representación socialdemócrata en el parlamento e incluso con gobiernos socialdemócratas, como lo prueban los países del norte de Europa -Dinamarca, Noruega, Suecia...-, que, por otro lado, son los que han llevado más lejos los proyectos socialdemócratas a través de los programas del Estado del bienestar.