La demografía acude en auxilio de los podadores de los derechos sociales, o mejor dicho, los podadores acuden a los datos demográficos para justificarlos.
En el caso de la propuesta
de atrasar dos años la edad de jubilarse, algunos de sus defensores aducen como
un argumento incuestionable el hecho de que, en España, la esperanza de vida se
ha alargado.
Según estudios demográficos de
toda solvencia, vivimos más; es cierto, pero tales estudios no prescriben que
debamos trabajar más años. Vivir más tiempo parece una razón de peso, pero la
demografía no indica cómo tenemos que vivir ni cuánto tenemos que trabajar. No
es la naturaleza (la biología) la que dicta las normas laborales, sino las
decisiones políticas, aunque se ocultan, en general, detrás de medidas
económicas presuntamente racionales, reforzadas, en este caso, por datos
demográficos presuntamente irrefutables.
La OCDE, el FMI, ese ente
llamado El Mercado (financiero, claro),
ese otro ente llamado UE, o “Bruselas”, el Banco Central Europeo, el inevitable
MAFO (el de Cibeles), la otra banca, que tampoco es manca, Quintás, el de las
Cajas, y tantos otros partidarios del globo sonda lanzado por Zapatero, que se
jubilarán cuando quieran y con el riñón cubierto, expresan, por un lado, la aviesa y conocida intención de que las peores
consecuencias de la crisis caigan sobre quienes no la han provocado y, por
otro, la vieja apetencia de la patronal de obligar a trabajar lo más posible.
No indican los estudios de
población que las mujeres deban percibir, de promedio, un salario inferior en
un 25% al que perciben los hombres por realizar el mismo trabajo. Y aún menos,
que debamos colocarnos a la cabeza de Europa en el número de contratos temporales
y entre los primeros puestos en accidentes laborales. Lo que sí señala la
demografía es el bajo crecimiento vegetativo de la población. La tasa de
fertilidad es de las más bajas del mundo (España ocupa el lugar 203, en una
lista de 220 países). En 1980, esta tasa era de 2,2 hijos por mujer, hoy es de
1,3 hijos por mujer, y en los últimos cinco años ha aumentado en un 30% el
número de mujeres que tienen el primer hijo después de los 35 años. Pero estas
cifras no indican misterios de la naturaleza, sino la persistencia de un modelo
económico que dificulta la natalidad y la formación de nuevas familias. España
es de los países de la UE donde los jóvenes abandonan más tarde el domicilio
paterno, pero este fenómeno no tiene causas biológicas (una maduración sexual
más tardía) ni afectivas (la persistencia de formas infantiles de apego), sino
políticas. La falta de pisos baratos, por ausencia de oferta de vivienda
pública, la precariedad laboral y los bajos salarios han generado desde hace
décadas, con gobiernos del PSOE y del PP, una situación disuasoria para quienes
pretenden emanciparse y formar una familia.
Por ahí es por donde los
llamados expertos -expertos ¿en qué?- deberían empezar para tratar de salir de
la crisis, por eso y por un reparto más equitativo de la riqueza nacional, pero
han optado por la receta de siempre: que quienes tienen empleo, trabajen más, y
por mantener una gran bolsa de trabajadores parados para que tiren hacia abajo
de los salarios -siempre habrá quien pueda trabajar más barato- y de las
condiciones laborales -siempre habrá quien acepte una jornada laboral más larga por el mismo salario-.
El objetivo es obtener una población asalariada amedrentada y sometida y
un ejército industrial de reserva que acepte como un premio lo que los
empresarios que quieran ofrecer.
Como vivimos más, y el trabajo es un bien preciado en
un país con más de 4 millones de parados, ahora nos quieren vender la dicha de
morir trabajando. Como Errol Flynn; con las botas puestas. Y por ahí no hay que
pasar.
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