El
recién concluido debate sobre el estado de la nación ha mostrado muy gastados a
los dos principales dirigentes políticos del país. Pero uno está desgastado por
gobernar, o por intentar gobernar, adoptando impopulares medidas para salir de
la recesión, y el otro está desgastado por razones estrictamente “populares”.
Están empatados en desgaste, pero uno haciendo y el otro estorbando. Zapatero ha
admitido su desgaste asumiendo que pierde credibilidad en las encuestas, pero
Rajoy no acaba de tenerla, aunque algunos sondeos le hayan dado inexplicablemente
como vencedor en este debate.
Zp
justificó la dureza de las últimas medidas adoptadas, contrarias a las anteriores y al programa socialdemócrata pero,
según él, necesarias, mientras que para Rajoy son insuficientes, porque lo que
hace el jefe del Gobierno es negativo o, como poco, insuficiente.
A Zp le pesa como una losa
el haber negado, primero, la crisis y, después, el haberle quitado importancia,
así como el extenso cúmulo de contradictorias medidas para paliarla puestas en
marcha en un par de años, seguidas del ajuste duro sobre los trabajadores y
usuarios de servicios públicos (pero a los ricos ni mentarlos) acometido en el
mes de mayo, que supone un giro copernicano con las anteriores y, sobre todo, una
ruptura con su política social.
En
cambio Rajoy no se ha movido del sitio. Sigue diciendo lo mismo que hace años:
que cuando gobernaba Aznar (y él, y Acebes, Trillo, Zaplana...), España iba
bien, y que si ahora España va mal es por culpa de Zapatero. Cree que podrá
repetir la frase de Aznar “el milagro soy yo” y presentarse como el gran
salvador del país. Es una solución ad
hominem a una crisis ad hominem, sin
pensar que otorga Zapatero una dimensión que no tiene.
Al
ignorar en público el carácter internacional de la crisis y el mismo carácter que
tienen las medidas para salir de ella, Rajoy se revela como un líder puramente
local y con tendencias autárquicas, pues da a entender que lo que ocurre en
España tiene una solución que depende sólo de sus ciudadanos y sobre todo de
sus gobernantes. De ahí, ese discurso nacionalista y ramplón, que dice que a Zapatero
le han dictado desde la Unión Europea lo que tenía que hacer, olvidando que
entonces era su presidente de turno, y que si hubiera gobernado el PP hubiera
ocurrido lo mismo. Así que Rajoy asume posturas de líder populista y
nacionalista y hace creer, pero sin decirlo, que sería capaz de gobernar contra
las decisiones del FMI, de la OCDE, de la UE y del BCE, cuando comulga con
ellas. En una situación económica internacional que es abrasiva para todos los
gobiernos, Rajoy se permite el lujo de culpar a un solo hombre. De lo cual se
deriva lo que ha ocurrido en el debate: que para salir de las crisis basta
echar a Zp y que él llegue a la Moncloa, para lo cual es preciso que el primero
convoque ya las elecciones. Como sabía que su adversario no iba a acceder ni él
estaba en condiciones de presentar una moción de censura (porque que hay que
trabajarla), no se ha molestado en explicar el mágico programa que habría de
sacarnos de la recesión, que sería parecido al del PSOE pero más a lo bruto.
Podía, al menos, haber matizado o dejado entrever algo de lo que tiene pensado,
si es que lo tiene, pero, desde el punto de vista político, Rajoy es un parado,
de lujo pero parado, que desdeña hacer cualquier esfuerzo que no sea electoralmente
rentable, sin embargo la política, a veces, exige hacer gestos que no lo son,
pero revelan coherencia y altura de miras.
Por
ello no ha sido extraño, que, una vez soltado el titular de las elecciones
anticipadas, como indicaba González Pons, Rajoy haya faltado a la segunda
sesión de uno de los grandes debates parlamentarios del año, porque el discurso
de los demás no le interesa; las opiniones de los partidos pequeños, de los representantes
de los partidos nacionalistas, de las regiones o de las naciones, no le
preocupan ni le ocupan, y eso que está reciente y caliente el tema del Estatut.
Rajoy es un hombre de fe;
sigue esperando que actúe la ley de la gravedad y que Zapatero caiga como la
fruta madura, mientras él sigue tumbado a la sombra del árbol.
Nueva Tribuna, 16-7-2010.
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