jueves, 12 de junio de 2014

Un tipo larguirucho con un Winchester



Le debo al recientemente fallecido James Stewart la imagen que, al menos para mí, mejor ha representado el mundo de las películas del Oeste: la del jinete solitario que aparece al principio de la película en un inmenso escenario natural y que, al final de la misma, cumplida ya su misión, hace el recorrido inverso y se pierde, también solo y a lomos de un caballo, en el paisaje.
En Flecha rota (D. Daves, 1950), una de las primeras películas de las que tengo recuerdo y, junto con Huracán, de las del Oeste que antes pude contemplar, el papel de jinete solitario lo desempeñaba James Stewart, que, al comenzar la cinta, de ser un punto que se movía lentamente en un paisaje inmenso llenos de piedras y cactus, se iba acercando al espectador al paso de su caballo, un apaloosa, hasta alcanzar un plano desde el que era  plenamente reconocible. 
Esa secuencia, u otras parecidas, se han repetido en un montón de buenas (y de malas) películas del género, de tal manera que, si tuviera que resumir en pocos rasgos algo común a las películas del Oeste, diría que es la imagen de un hombre, de un caballo y de un paisaje. Luego se añaden otros personajes, pero el jinete solitario permanece y el paisaje sigue imponiendo su presencia aunque cambie el escenario.
Para mí, Stewart ha representado muy bien uno de los tipos humanos de las películas del Oeste, no el del tipo duro, que cuadra mejor a John Wayne, Richard Widmark, Kirk Douglas, Burt Lancaster o Clint Eastwood, sino el tipo sensible, algo tímido, complejo y, en algunos casos, algo cínico, desde la temprana Arizona (George Marshall, 1939) hasta la paródica El club social de Cheyenne (Gene Kelly, 1970), ya en el declive del género, pasando por Winchester 73 (Anthony  Mann, 1950), Horizontes lejanos (Mann, 1952), la citada Flecha rota, Colorado Jim (Mann, 1953), en uno de sus papeles de hombre más duro, Tierras lejanas (Mann, 1954), El hombre de Laramie (Mann, 1955), La última bala (James Neilson, 1957), la extraordinaria Dos cabalgan juntos (John Ford, 1961), junto a Richard Widmark (otro westerner), El hombre que mató a Liberty Valance (1961), junto a John Wayne, en El gran combate (1964) como el cínico y flemático Wyatt Earp, ambas de Ford, La conquista del Oeste (Ford, Hathaway, Marshall, 1962) o en el Último pistolero (Don Siegel, 1976), junto a un envejecido John Wayne, que hizo su último papel antes de morir de cáncer.
Tampoco puedo olvidarme de los lucidos papeles de Stewart en las películas que hizo con Frank Capra -Vive como quieras (1938), Caballero sin espada (1939) o ¡Qué bello es vivir! (1946)-, de las que rodó con Hitchcock -El hombre que sabía demasiado, la extraordinaria La ventana indiscreta, la tramposa Vértigo-, ni de Historias de Filadelfia (Cukor, 1940), ni del inolvidable médico que acelera la muerte de su mujer y se oculta, después, tras la gruesa nariz del payaso Botones (El mayor espectáculo del mundo, De Mille, 1952).
Pero a pesar de todo, de los distintos papeles, de los diversos registros que se encuentran en su extensa filmografía -por ejemplo, encarnando a Glenn Miller en Música y lágrimas (Anthony Mann, 1954), o al aviador Lindberg en El Héroe solitario (Billy Wilder, 1957) o en El vuelo del Fénix (Robert Aldrich, 1964)-, para mí, James Stewart seguirá asociado a la figura de un vaquero larguirucho, armado con un rifle Winchester, que con frecuencia luce unas zamarras cortas de mangas.

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