sábado, 28 de junio de 2014

El agua empieza a bullir



Good morning, Spain, que es different

Para explicar la génesis de las revoluciones, aquellos manuales de marxismo leninismo, que circulaban clandestinamente entre los jóvenes durante la dictadura, afirmaban que se trataba de un proceso de transformación de la cantidad en calidad mediante un salto cualitativo, que trocaba un régimen político en otro distinto. El ejemplo más claro era el del agua, cuando, por el progresivo aumento de la temperatura, se transformaba en vapor.
Sabido es que la metodología de las ciencias naturales no se adapta bien a las ciencias sociales, pues lo que puede ser comprobado cien veces con idéntico resultado calentando agua en un matraz, es incomprobable en la sociedad, que escapa a leyes tan simples, pero el ejemplo, con “valor científico”, ayudado por nociones elementales de obstetricia -la violencia como partera de la historia- servía para creer que el dictador tenía los días contados -los tenía, era muy viejo- y que al final se impondría la razón de los oprimidos, porque su causa era justa, además de históricamente necesaria.
A la muerte del dictador la cosa no sucedió exactamente así, pues el agua, aunque subió bastantes grados, no se calentó lo suficiente, en parte porque le faltó candela, como dicen los cubanos, y también porque recibió suficientes dosis de agua fría, con lo cual lo que resultó fue una transformación templada, un régimen ni dictatorial, ni del todo democrático; ni frío ni calor, tibio pero modélico, decían los que manejaron la manguera del agua fría.
El régimen, aquel régimen instaurado en 1978 y hoy casi irreconocible, hace tiempo que está frío, helado, y, por no haber dejado hervir el agua en su momento, las bacterias que contenía se han multiplicado y lo han convertido en un pantano ponzoñoso.   
Pero hay aporte de agua limpia, que empieza a calentarse de nuevo, incluso empieza a bullir. La crisis económica y el expolio de bienes y servicios públicos, efectuado al amparo de las medidas aplicadas para salir de ella cargando los peores costes sobre la población más indefensa, se han unido al deterioro de las instituciones y al descrédito de la clase política y económica que nos ha traído hasta aquí, un lugar más cercano al tercer mundo y, desde luego, muy lejos del paraíso prometido por los profetas neoliberales.
La desafección creciente ha encontrado expresión colectiva en tres huelgas generales -una contra Zapatero y dos contra Rajoy-, movilizaciones, coloreadas mareas, ocupación de calles y plazas, acampadas, asambleas, acciones solidarias, resistencia a los desahucios y a los despidos, insubordinación ciudadana. En 2009 hubo 16.000 manifestaciones de todo tipo en toda España, en 2010 fueron 20.000, 38.000 en 2011 y ya han sobrepasado las 40.000 en 2013. El agua empieza a hervir y los partidarios del agua estancada se han puesto nerviosos y empiezan a moverse con prisa y poco tino; los inmovilistas ahora quieren correr. Los resultados de las elecciones europeas les han puesto el espejo delante de la cara mostrándoles lo que son.
La abdicación del Rey, la apresurada jura del heredero, el precipitado aforamiento del rey saliente aprovechando una Ley de Racionalización del Sector Público, que pasaba por allí, las reuniones de Rajoy con los directivos  del IBEX y del Consejo Empresarial para la Competitividad, la electoralista bajada de impuestos del Gobierno, la dimisión de Rubalcaba y la crisis del PSOE, con unas sobrevenidas elecciones primarias para elegir al Secretario General, la división de CiU, la crisis del PSC y de la izquierda más radical engullida por la opción soberanista catalana, el cabreo en UPyD, las tensiones en IU para remozar la dirección y la campaña contra “Podemos”, son muestras de que todo se precipita y que hay prisa por recobrar la compostura y colocarse en buena posición de salida de cara a las próximas convocatorias electorales.  
Pero “Podemos”, es sólo la expresión política de un profundo malestar social, el resultado de la movilización de la gente, que ha dicho basta, y eso es lo que teme la casta política y económica: que la ciudadanía asuma que es el único origen de la soberanía y que empiece a actuar en consecuencia.

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