Tiempos salvajes nº 3, febrero, 2004.
Siempre es duro aceptar una
derrota política; mucho más para quienes habían creido que la victoria estaba
asegurada. Este es el problema más acuciante para el Partido Popular, que, seis
meses después de celebradas las elecciones generales, sigue sin haber aceptado
responsabilidad alguna en el veredicto de las urnas.
Las destempladas reacciones que
siguieron al escrutinio de los votos ya anunciaban que la digestión del
descalabro iba a ser lenta y difícil y en qué iba a consistir lo que llamaron oposición
patriótica. La obligada aceptación del juego democrático efectuada la noche
electoral dio pronto paso a descalificar la labor de algunos medios de
información, a acusar al PSOE de ventajismo y a los ciudadanos que votaron
contra el PP.
Aislados por la soberbia y por un
inmoderado complejo de superioridad, que Aznar (¿quién se concede una medalla
si no piensa que es el mejor?) trasladó a todo el partido, creyeron a pies
juntillas todo lo que difundía su aparato de propaganda (el marketing les
pierde) y permanecieron sordos y ciegos ante la realidad del país. Todo iba
bien; eran el mejor gobierno desde la Transición, y desde la reunión de las
Azores contaban con los mejores aliados. Así, pues, las elecciones no podían
perderse. Si las perdieron no fue por su causa, sino por la perfidia del PSOE y
de algunos medios de información, que aprovecharon los atentados del 11 de
marzo en su favor.
Desde entonces esta ha sido la
interpretación oficial de las elecciones, que ha ido acompañada de
descalificaciones al PSOE -es el partido del odio; Zapatero va a
empobrecer España-, gestos destemplados como la llamada telefónica del
ciudadano Aznar a G. W. Bush para indicarle que era contrario al regreso de las
tropas de Iraq (un desestimiento irresponsable, escribía en ABC el
26/4/04) y una persistente obstrucción cuando han podido. Pero donde se ha
mostrado más claramente el empecinamiento en aquella interesada interpretación
de los hechos y la exculpación del Gobierno Aznar en la manipulación
informativa que siguió a los atentados, ha sido en la comisión de investigación
sobre el 11 de marzo, que el PP ha querido convertir en una investigación sobre
lo que hizo el PSOE en aquellas fechas, olvidando quien gobernaba entonces.
Así, pues, hemos asistido a una
doble estrategia de la
confusión. Por un lado, los medios de información de la
derecha han puesto en circulación la fábula de una conspiración para desalojar
al PP del Gobierno, en la que confusamente se mezclan el GAL, ETA, Al Qaeda,
los confidentes y los servicios de información marroquíes y franceses. Y por
otro lado tratan de boicotear a la comisión de investigación solicitando
informes insólitos y comparecencias improcedentes para inundarla de información
no pertinente y desviarla de sus objetivos. Pero a pesar del desplante del
fiscal Fungairiño -que alardea de no estar informado-, de la actuación circense
de Martínez Pujalte y Del Burgo, de la comparecencia de Acebes, que repitió
impertérrito la lección aprendida y pidió, de nuevo, que se investigase la
relación de ETA con Al Qaeda y a quienes han sembrado la infamia, hemos
podido conocer las contradicciones entre la versión dada por los mandos de los
cuerpos de seguridad y los servicios de información y la sostenida por quienes
entonces gobernaban. El propio ex director general de la Guardia Civil
descartó la participación de ETA y la teoría de que el atentado tuviera como
objeto provocar la derrota del PP en las elecciones, y el director del CNI (Dezcallar) afirmó que en esos días su servicio había sido mantenido al margen. También hemos
conocido en qué condiciones y con qué recursos trabajan los cuerpos de
seguridad del Estado. Hemos sabido que se había abandonado el seguimiento de
sospechosos unos días antes de producirse el atentado; que el CNI investigaba a
varios de los presuntos autores de la masacre; que existen montones de cintas
en lengua árabe pendientes de traducir y que en no pocos casos los agentes
filman los seguimientos con sus vídeos domésticos. Y la causa de que esto
ocurra es siempre la misma: la falta de presupuesto. A esto hay que añadir que
en los ocho años de mandato de Aznar se ha prescindido de unos 7.000 efectivos
de la policía, entre investigadores y agentes. De manera que las medidas
preventivas contra el terrorismo, de las que alardeaba Aznar para ponerse a la
altura de sus socios de las Azores, eran pura retórica o una clara muestra de
imprudencia, pues, desde el atentado de Casablanca, en mayo de 2003, servicios
de información españoles y extranjeros habían avisado de que España podría ser
un objetivo del terrorismo islamista.
Desechada por el PSOE la idea, compartida en
su día con el PP, de que Aznar no aportaría nada nuevo a la comisión, cuando se
ha pedido recientemente que comparezca en el PP han tenido otra rabieta.
Zaplana ha señalado que esta es la comisión de la mentira y ha
solicitado que también sea llamado Zapatero.
La
comparecencia de Aznar es obligada. Teniendo en cuenta la
forma autoritaria en que gobernó el partido (y todo
lo demás), él es quien sabe mejor que nadie lo que hizo el Gobierno aquellos
días. El jefe del Ejecutivo era Aznar, y Acebes era el lorito aplicado que
despachaba en la Moncloa antes de ofrecer la información precocinada a la prensa. Pero además,
Aznar debe comparecer porque ha sido el principal teórico del terrorismo en el
PP y el que ha convertido la lucha contra él en el eje principal de la política
nacional e internacional. Y como
Presidente del Gobierno en aquellos aciagos días debe aclarar: 1) ¿Por qué, a
la luz de sus luminosas ideas sobre el terrorismo, no se adoptaron medidas en
consonancia y se dejaron al margen los informes de la policía y servicios
secretos sobre grupos islamistas vinculados con Al Qaeda? 2). Tras los
atentados, ¿por qué no se convocó inmediatamente el Pacto Antiterrorista, como
propuso Zapatero? 3) ¿Por qué no se formó inmediatamente un
Gabinete de crisis? 4) ¿Por qué ese gobierno reducido no guardó actas de sus
reuniones en un momento de tal trascendencia? 5) ¿Por qué no se reunió
realmente el gabinete de crisis hasta el día 16 de marzo para adoptar medidas
relacionadas con el terrorismo? Por todo ello, cabe sospechar que, en una
situación de emergencia nacional, el Gobierno funcionó más como el comité
electoral del PP que como un gabinete de crisis.
La estrategia del PP, seguir defendiendo
contra viento y marea la gestión del anterior gobierno, es equivocada y muestra
que la retirada de Aznar no se ha producido. No está en Yuste, como él
anunciaba, sino mandando desde FAES. El
PP, una vez pagado el precio político de sus errores con la derrota en las
urnas, podría haber aprovechado los trabajos de la comisión para renovar su
equipo. La depuración hubiera sido más fácil, pues no surgiría desde dentro del
partido sino a consecuencia de un informe del Congreso. Pero quieren salvar la
casa con todos los muebles, lo cual no es posible, y cada vez lo será menos, porque
a medida que pasan los días vamos conociendo aspectos ignorados de su gestión,
tanto en los grandes números (el déficit cero estaba maquillado, el presupuesto de Fomento agotado para varios
años, ignorados los informes contrarios al trasvase del Ebro, la financiación
de Izar con fondos de la Unión Europea fue ilegal), como en detalles (la
medalla de Aznar pagada con fondos públicos, el libro de Cascos en homenaje a
sí mismo costeado del mismo modo y las cuantiosas subvenciones a una asociación
patrocinada por Ana Botella), así como nuevos datos sobre otra muestra de
opacidad del gobierno popular: el accidente del Yakolev-42, que convierte al ex
ministro Trillo en campeón de la doblez o en maestro de la incompetencia.
El gran problema del Partido Popular es
que no se atreve a enjuiciar de manera crítica la etapa de Aznar, porque de
ello saldrían todos mal parados -Aznar por llevar el partido y el Gobierno por
donde los llevó, y el resto por seguirlo de manera entusiasta- y se pondría en
duda el partido sin fisuras ofrecido como modelo, desvelando que el
hiperliderazgo sólo era autoritarismo o un insólito caso de encantamiento colectivo
ejercido por una persona con poco carisma, que es casi peor, porque todo el
partido habría seguido a Aznar como al flautista de Hamelín.
Las muestras de haberlo entendido
son escasas: Zaplana ha saludado con entusiasmo la primera conferencia de Aznar
en la universidad de Georgetown, en la que defendió la esencia secular de
España y situó el origen del terrorismo de Al Qaeda en la invasión árabe del
año 711. Así, los atentados del 11 de marzo no tendrían tanto que ver con la
(ilegal, según Kofi Annan) decisión de invadir Iraq, el frente central de la
guerra contra el terrorismo, según Aznar, como con la aspiración de
recuperar Al Andalus. Pero mentiría si dijera que me disgusta esta persistencia
en el error. Al contrario: a ver si así pierden las próximas elecciones, y las
otras, y las otras...
Caballo loco
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