Good morning, Spain, que es
different
Decíamos que ETA no ha logrado cambiar la
estructura del poder político establecida en los pactos de la Transición, ni
alterar la configuración territorial del Estado ni tampoco invertir el sentido
de su declinante influencia.
No obstante, es innegable que, durante muchos
años, ha intentado establecer, o al menos condicionar la agenda del gobierno español,
del vasco y de la oposición.
Su mortífera actividad ha sido una referencia
casi permanente de la actualidad, llenando
la prensa de titulares, ocupando espacios informativos en emisoras de radio y
televisión, alimentando debates inacabables y sembrando polémicas todo el país.
Ha enfrentado a partidos nacionalistas y no nacionalistas, y a unos y otros
entre y dentro sí; ha dividido a las clases políticas, a la sociedad vasca y a
la española colocando con gran dramatismo, no poca tergiversación y un notable
oportunismo la remodelación territorial del Estado como el principal problema
del país y el que reclamaba una solución más urgente. Los costes de esta
presión, que se han manifestado de formas muy diferentes, son muy difíciles de
evaluar, pero a lo dicho en los textos anteriores, hay que añadir otros datos
para tener una visión más completa. En primer lugar, por la importancia que
tiene la pérdida de vidas humanas, hay que aludir a las víctimas.
Las fuentes divergen respecto al número y, claro
está, a los atentados cometidos, ya que
algunos no han sido reclamados y otros han sido rechazados por la banda, pero oscilan
entre las 840 y las 858 víctimas, 29 ocasionadas hasta el año 1974 y el resto
después, de ellas tres decenas eran niños. La etapa más mortífera estuvo entre 1978
y 1987, en que fueron asesinadas 510 personas, y 238 en sólo tres años (1978: 65;
1979: 79; 1980: 94). De ellas, 576 murieron en el País Vasco, 123 en Madrid, 54
en Cataluña, 42 en Navarra, el resto en otras provincias y sólo 10 en Francia;
el número de personas heridas supera las mil.
ETA ha tenido cerca de 150 muertos propios,
fallecidos en tiroteos con la policía, por torturas y ejecuciones, en accidentes
y suicidios o manipulando explosivos. A estas cifras hay que sumar los heridos,
los detenidos, los encarcelados y los deportados y las personas que han
abandonado el País Vasco por temor a las amenazas y extorsiones de la banda, y
las que han vivido custodiadas, en una sociedad envilecida, que, salvo honrosas
y minoritarias excepciones, ha sabido vivir de espaldas a lo que acontecía y
ahora espera pasar la página de estos años de oprobio y acordar un relato que
no sea demasiado molesto para nadie, dentro de un nacionalismo moderado, que
siga proporcionando ventajas.
Mucha gente se sorprende de que lo sucedido
durante medio siglo en Euskadi haya tardado tanto en provocar reacciones en
contra y para explicarlo recurre a los sentimientos, especialmente a algunos
tan primarios como el miedo, la rabia y el odio, y también a la búsqueda de tranquilidad,
a no buscarse problemas que no atañen directamente y a no disentir del discurso
político dominante en las instituciones y fuera de ellas. Y al hallar poca resistencia,
los violentos y sus voceros han creído que tenían de su parte a toda la
sociedad. No era cierto, como las elecciones mostraban una y otra vez, pero
mientras se ha mantenido la espiral de silencio, han preferido creerlo y hacerlo
creer.
No obstante, lo ocurrido no puede explicarse sólo
aludiendo a la subjetividad de las opiniones y de los sentimientos, sino que
hay razones, situaciones, que son objetivas y que no sólo no se han visto
perjudicadas por la violencia, sino incluso indirectamente favorecidas por
ella.
El País Vasco es una de las zonas de España con
más alto nivel de vida, una región desarrollada industrial, comercial y
financieramente desde finales del siglo XIX, con una de las mayores aportaciones
al PIB nacional y más próxima en servicios y calidad de vida a los estándares
europeos. Lo cual no sólo desmonta el mito de la propaganda abertzale, de que
es una colonia de España, sino que es una de las regiones españolas mejor
tratadas política, industrial y fiscalmente por el Estado. Euskadi no es una
colonia, sino una región privilegiada, la más privilegiada de España, de ahí
que sea el modelo en que se miran todas las demás y especialmente Cataluña. Por
eso, lo sucedido ha mostrado Euskadi como una anomalía en España y en Europa.
Durante años, el tema recurrente de la violencia
política ha dificultado discutir sobre este trato privilegiado, que tanto tiene
que ver con lo ocurrido, puesto que el terrorismo bien administrado ha servido
para mantener y aún aumentar esas ventajas.
Es de esperar, que una vez desarmada ETA,
calmados los ánimos, lo cual que tardará, y recuperada la vida normal de las
personas y de las instituciones, se puedan abordar temas que, hasta ahora, han quedado
sepultados por lo más urgente, que eran los atentados; temas como el trato
desigual, pero favorable, del sistema fiscal, el asunto de la lengua, erigida,
entre otras cosas, como barrera protectora para evitar la competencia laboral,
el sistema electoral que concede a los vascos una sobrerrepresentación sobre el
resto de electores del país, y el no menos espinoso tema de la financiación
autonómica, por la cual Euskadi percibe 4.170 euros por persona y año, y Navarra
3.266 euros/pc/año, gracias al régimen especial, frente a Madrid, que recibe
1.875 eu/pc/año; Cataluña 1.973 eu/pc/año; Andalucía 1.898 eu/pc/año; Murcia
1.880 eu/pc/a o Valencia: 1.824 eu/pc/año.
Privilegios de la comunidad
vasca, que, seguramente sin ETA pretenderlo, han sido indirectamente defendidos
con las armas en la mano. Otra ventaja.
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