Tiempos salvajes nº 1, septiembre-octubre, 2003
Vivimos
en tiempos salvajes y paradójicos, en los que no sólo se han derrumbado
regímenes políticos de dimensiones continentales, se han alterado sistemas
económicos completos, se han trastocado fronteras y erosionado principios
fundamentales de las sociedades, que estaban sustentados en grandes ideologías,
sino que los utilitarios valores (a veces simples consignas políticas o lemas
publicitarios) que, en los países desarrollados occidentales, los han
sustituido para servir de doméstico aglutinante social, son desmentidos cada
día por la fuerza de los hechos. La legitimación del ya omnipresente sistema
capitalista va contra los acontecimientos, que niegan, más pronto que tarde, lo
que los discursos de sus defensores afirman. Los aparentemente indiscutibles
valores de la empresa privada -racionalidad, agilidad, innovación,
flexibilidad, competencia, eficacia- y las cualidades del mercado -información,
libertad, competencia, transparencia- en que se apoya el discurso económico dominante,
acaban de recibir una serie de golpes demoledores en Estados Unidos, el país
que mejor los representa.
Mundos
opacos
Una
de las evidencias de la abismal distancia que separa los principios doctrinales
del liberalismo económico de las prácticas habituales de sus agentes la podemos
hallar en el mercado financiero, que es hoy día el factor más dinámico del
capitalismo extendido a escala mundial y el más claro exponente de la lógica
del sistema; el mercado financiero es ya simplemente el mercado. Pero la
Bolsa, el mercado de capitales, no representa un mercado libre y transparente,
donde los inversores adecuadamente informados dirigen, en buena lógica
capitalista, su dinero hacia las empresas que gozan de buena salud y presentan
mejores expectativas a largo plazo, sino un mercado opaco y enloquecido,
dominado por el beneficio a corto plazo y por operaciones especulativas cuyo
secreto conocen unos pocos. Hemos podido observar como cotizaban a la baja las
acciones de empresas con un sólido patrimonio y un funcionamiento regular,
mientras subía como la espuma el precio de las acciones de empresas de novísima
tecnología que contaban con poco más que con un nombre sonoro y, al parecer,
magníficas posibilidades de negocio en el futuro.
Desde
hace un año las principales bolsas del mundo se han desplomado, impulsadas
hacia el abismo por el vertiginoso descenso de las empresas de la llamada nueva
economía, de la economía en la era de Internet, que muestran así su verdadera
dimensión, aunque después de haber llenado los bolsillos de unos cuantos
avispados directivos, capaces todavía de vender humo a precio de oro y de
engañar a algunos de los más versados “tiburones” del mercado (la compra de
Lycos por Terra, la filial de Telefónica, mostró a Villalonga como un ambicioso
pardillo, que jugaba, naturalmente, con dinero ajeno).
A
consecuencia de la investigación suscitada en los EE.UU. por el escándalo de la
empresa de telefonía Worldcom, cuyo presidente se había hecho con un paquete de
más de 800.000 acciones de varias empresas antes de que empezaran a cotizar en
Wall Street, se ha podido conocer de primera mano algo que ya se sospechaba. En
un informe elaborado por dos empleados de la empresa inversora Salomon, Smith
& Barney se cuenta como ésta y otras compañías del ramo ofrecían a clientes
selectos información confidencial para poder comprar títulos con ventaja sobre
otros inversores. Así, la manipulación del mercado bursátil junto con la
complicidad política y el tráfico de influencias, la información privilegiada,
el maquillaje financiero o la contabilidad creativa se han revelado prácticas
muy extendidas en el llamado capitalismo de casino -pero con trampas- o en la
economía de amiguetes, que tiene como fin enriquecer a los directivos de las
empresas a costa de engañar a los accionistas y a los empleados, y de burlar,
además, al fisco. Y con la pérdida de integridad y de transparencia de la Bolsa
ha quedado en entredicho la pretendida capacidad autorreguladora del mercado de
capitales, de tal manera que, aun contraviniendo las actitudes ultraliberales
que caracterizan al Gobierno republicano, George W. Bush ha anunciado su
intención de reformar las leyes para duplicar las penas de cárcel para los
directivos corruptos y crear una comisión federal para investigar estos delitos
económicos.
Las
dificultades financieras de Worldcom y sobre todo de Enron, cuya crisis es para
algún analista norteamericano tan significativa como el atentado del 11 de
septiembre del año pasado, han sido los dos avisos más serios sobre el rumbo
que está tomando la economía norteamericana, pero no han sido casos únicos,
pues la lista de empresas enredadas en prácticas poco ortodoxas es muy larga:
además de Enron (la séptima compañía de EE.UU.) y Worldcom (segunda operadora
de telefonía) están, entre otras, Dynegy (rival de Enron), Arthur Andersen
(auditora de Enron, Worldcom, Global Crossing y Halliburton), Duke Energy,
Adelphia (sexta empresa de televisión por cable), Xerox (la primera fabricante
de fotocopiadoras del mundo), Merrill Lynch (el primer broker de EE.UU.),
Rhythms NetConnections, Qwest Communications (la cuarta de EE.UU.), Tyco
International, Merck, Global Crossing, Bristol-Myers, Enterasys, Computer
Asociates, Kmart, Imclone Systems, Peregrine Systems, Network Asociates, Lucent,
Rite Aid, AOL Time-Warner y Halliburton Corporation, la compañía petrolera de
la que fue presidente el actual vicepresidente Dick Cheney, que está acusado de
fraude. Hasta un total de sesenta grandes compañías están siendo investigadas
por la Securities and Exchange Comission (SEC), la agencia norteamericana
equivalente a la
Comisión Nacional del Mercado de Valores, por si sus
actividades constituyeran delito, y los máximos responsables de las 690 grandes
compañías que cotizan en Bolsa y que facturan más de 1.200 millones de $
anuales -entre ellas Rolls Royce, IBM, Aegon, Cable & Wireless- han debido
jurar que sus cuentas reflejan realmente la situación de las empresas, y luego
deberán hacerlo las casi 17.000 empresas que cotizan en Bolsa, incluidas las extranjeras.
Pero se han conocido casos semejantes en Europa: Francia (Vivendi, France
Telecom), España (BBV, Telefónica), Suiza (AAB), Austria (un holding de grandes
bancos), por no hablar ya de Italia, donde el Jefe del Gobierno, Silvio
Berlusconi, está modificando de prisa y corriendo la legalidad vigente, porque
de aplicarse (que no se aplica) podría llevarle a la cárcel por sus irregulares
actividades financieras.
Por
lo que respecta a Worldcom, la segunda operadora de telefonía a larga distancia
de EE.UU. (trabaja con más de sesenta países), sus directivos presentaron, en
el 2001, unos beneficios ficticios de 1400 millones de dólares y transformaron,
con malas mañas contables, 3.850 millones de gastos en 3.850 millones en
inversiones de capital a largo plazo. Según expertos, la compañía tendrá que
rebajar en 52.000 millones de euros su inflado valor contable y es dudoso que
pueda remontar la situación de quiebra. De momento, está en suspensión de pagos
y, dejando aparte las sanciones económicas o penas de cárcel que puedan recaer
sobre los responsables de este fraude, el destrozo es de tal magnitud que
17.000 de sus 67.000 trabajadores van a ser despedidos.
El
caso de la compañía eléctrica Enron es más complejo, puesto que presenta un
comportamiento fraudulento en varios ámbitos. Por la parte contable, sus
responsables, a través de una complicada red de empresas filiales, hincharon de
manera artificial los beneficios para ocultar a los accionistas su nivel real
de endeudamiento, y por la parte productiva,
manipularon los precios y utilizaron diversas tácticas para generar excesos de
demanda energética en California mientras exportaban electricidad fuera del
estado con el fin de producir cortes y restricciones en el suministro. Falta
decir que, al mismo tiempo que tales operaciones provocaban la quiebra de la
empresa, más de ciento cincuenta altos ejecutivos de la compañía se hacían
millonarios.
Piratas
de confianza
Cuando
el discurso patronal adopta un tono pedagógico y paternal sobre los fines sociales
del beneficio privado utiliza con frecuencia una figura retórica que alude a la
(presunta) afinidad de intereses entre los trabajadores, la dirección y los
accionistas de la empresa. Según esta metáfora, una empresa es una nave en la
que todos caben y de cuya travesía, aunque tengan funciones distintas, todos
obtienen ventajas. Lo importante, por tanto, es llegar a buen puerto. La
metáfora de la nave presupone la confianza entre todos los componentes de la
empresa y busca mejorar la colaboración de todos los navegantes, desde el
capitán hasta el grumete. Pero hoy, la intención pedagógica de este discurso
tiene que cambiar, especialmente en sus conclusiones, en la vieja moraleja,
porque, a la luz de la experiencia, los capitanes de empresa ya no merecen la
confianza de la tripulación ni de los armadores -los accionistas-, porque son
verdaderos piratas que desvalijan su propio barco antes de echarlo a pique y
huir con el botín (generalmente a un paraíso fiscal).
En
un momento en que la globalización económica está impulsada por actividades que
cuentan con cuatro rasgos esenciales -inmediato, inmaterial, permanente y
planetario- como señala Ramonet en Un mundo sin rumbo, la influencia del
mercado de capitales, que ya es continuo, se ha vuelto determinante en economía,
y por tanto, para las grandes empresas es fundamental llegar a cotizar en
Bolsa. Para ello es importante mostrar una imagen saludable de su situación
económica, y con tal de lograrlo ofrecen a sus directivos unos estímulos
desorbitados, como las opciones de compra de acciones (stock options)
entre otros, lo cual ha acabado pervirtiendo el propósito inicial, pues falsear
los datos contables para ofrecer una buena imagen pública de la empresa y
conseguir que suba el precio de sus acciones se ha convertido en una práctica
demasiado extendida entre los directivos de grandes empresas.
El
economista Paul Samuelson señalaba el pasado verano (El País, Negocios,
25-VIII-2002): Lo que los recientes escándalos enseñan es que, en realidad,
las opciones sobre la adquisición de acciones han servido para tentar a los
directores generales para que hagan aquello que a la larga lleva a las empresas
a la bancarrota en vez de convertirlas en un negocio más eficaz que proporcione
trabajo a más gente. Esta es la forma de sacar partido al juego de las opciones
sobre acciones: creas falsos beneficios y luego las vendes a quien suspira por
tus propios millones, mientras los empleados y los acreedores encajan el golpe.
Así,
las empresas se embarcan en operaciones financieras muy arriesgadas, que las
hacen crecer artificialmente y alcanzar altas cotizaciones en Bolsa, pero luego
viene la manipulación de la contabilidad para ocultar los reveses y el dinero
desviado hacia los altos directivos. Las tretas contables, la ingeniería
financiera, la contabilidad creativa, el maquillaje contable o como se quiera
llamar a esa manipulación de los libros no tiene otra finalidad que ocultar, o
posponer el descubrimiento, de lo que luego se revelan como estafas y quiebras
fraudulentas, porque en gran parte de los casos, la ruina de las compañías ha
ido acompañada por un rápido y desmesurado enriquecimiento de sus consejeros,
de su presidente o de una parte de sus directivos.
Poco
tiempo antes de que Nortel, empresa fabricante de productos de
telecomunicación, anunciara un plan de reajuste con despidos de empleados, su
director financiero, Terry Hungle, aumentaba ilegalmente su plan de jubilación
con un aporte de 380.000 euros procedentes de la caja de la empresa. La empresa
helvético-sueca ABB informa de que sus dos presidentes se habían asegurado unas
pensiones de 155 millones de euros, muy por encima de las que les correspondían
legalmente. Adelphia ha suspendido pagos porque el fundador y sus tres hijos
habían utilizado la empresa como su banco particular y habían destinado 3.100
millones de dólares a otros negocios, entre ellos a comprar decenas de
apartamentos en Manhattan y a construirse un campo de golf.
El
presidente de Tyco International, Dennis Kozlowsky, procesado de momento por tomar
un millón de dólares de la empresa para comprar cuadros, también ha recibido de
la compañía préstamos sin interés por valor de más de cien millones de dólares.
El presidente de la
farmacéutica Imclone está acusado de vender acciones de la
compañía al tener información confidencial sobre la probable desautorización de
un fármaco anticanceroso que la empresa produce.
Bernie
Ebbers, el presidente de Worldcom, se había concedido un préstamo (con dinero
de la empresa, naturalmente) de 375 millones de dólares con el que había
comprado un rancho gigantesco (66.000 hectáreas ) en Canadá. Scott Sullivan,
exdirector financiero de la quebrada Worldcom , se está construyendo en
Florida una mansión valorada en más de 50 millones de dólares.
El
presidente de Global Crossing, conocedor de la mala situación de la empresa y
sin informar de ello a los accionistas, vendió sus títulos y se embolsó 630
millones de dólares antes de que la empresa quebrara. Parte del botín lo ha
invertido en construirse una casa en Los Ángeles valorada en 65 millones de
dólares. También es escandaloso el caso del presidente de Enron, Kenneth Lay,
que alentó a los empleados a comprar acciones de la empresa mientras él,
conociendo su situación real, vendía las suyas.
En
Francia, a Vivendi le ha costado 20 millones de dólares de indemnización el
despido pactado de J. M. Messier, el presidente que la ha llevado al desastre.
Según
indica Rosa Townsend (El País-Negocios 28-VIII-2002) los presidentes
ejecutivos de las veinticinco mayores compañías norteamericanas que se hallan
en suspensión de pagos han recibido en conjunto unas liquidaciones de 3.300
millones de dólares, a pesar de haberlas hundido y de haber provocado el
despido de más de 100.000 empleados. Lo que ante los ojos de la gente corriente
parece el mundo al revés y un premio a la incompetencia, lo señalaba Samuelson
en el mismo artículo: el pueblo llano nunca ha comprendido la realidad; las
opciones sobre acciones son la principal razón de por qué en el 2002 los
directores generales ganan 400 veces más que el sueldo medio de un empleado,
mientras que en los años 80 era 40 veces superior.
En
cuanto a remuneraciones, merece citarse el caso de la “jubilación de oro” del
presidente de la
General Electric , Jack Welch, cuya fortuna se calcula en unos
900 millones de dólares. En el 2000, su último año en activo en la compañía,
percibió una remuneración de 16 millones de dólares, y tras jubilarse ha
quedado como asesor externo por la módica cantidad de 86.500 dólares por 30
días anuales de trabajo y 17.000 dólares más por cada día adicional dedicado a la empresa. Puede
utilizar, además, sin cargo los aviones y helicópteros de la compañía, un coche
con conductor para él y para su mujer, utilizar un piso de la empresa en
Manhattan con todos los gastos pagados, así como los de sus otras cuatro
residencias en EE.UU., incluyendo facturas de teléfono, ordenadores y un
mobiliario en el que General Electric se ha gastado 7,5 millones de dólares.
Por si fuera poco, había pactado el pago de facturas de los restaurantes y
tenía asiento reservado, también a cargo de la compañía, en partidos de
baloncesto, de base ball, en los
campeonatos del Open de tenis y de Wimbledon y en la ópera de Nueva York. Las
cláusulas de este acuerdo secreto de jubilación con General Electric han sido
desveladas por la mujer de Welch en su demanda de divorcio (cherchez la
femme).
Como
no son casos aislados, y aunque no se conoce la extensión de este fenómeno
dentro y fuera de los EE.UU, no es difícil entender que o bien se trata de un
capitalismo desprovisto de cualquier resto de la ética que Weber le atribuyó en
sus comienzos y que, abandonada ya la moral fundacional -la rigurosa moral del
pionero-, actúa impulsado por un lógica que reposa en un hedonismo compulsivo y
en la búsqueda desenfrenada de dinero y poder sin reparar en medios, o bien que
los chanchullos son consustanciales con el sistema, como ya lo había advertido
Marx, en 1873, en el postfacio a la segunda edición de El Capital: Desde
1848, la producción capitalista comenzó a desarrollarse en Alemania, y ya hoy
da su floración de negocios turbios.
José
M. Roca
24
de octubre del 2002, para la
revista Tiempos salvajes
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