Good
morning, Spain, que es different
Decía Otegui, ayer, calcando el comunicado de ETA sobre su desarme (El País, 10/4/2017): “Aquí
estamos siempre en la batalla del relato y cómo se va a construir el relato y
yo creo que, desgraciadamente, en el ADN cultural español siempre existe cierta
tendencia a la humillación, y siempre se entienden las cosas en términos de ganadores
y perdedores”.
Tiene poca gracia leer que un sujeto que ha
pertenecido a un grupo armado, que por medio del terrorismo ha mantenido
amedrentada durante décadas a la población vasca que no comulgaba con sus ideas,
hable de humillación y no se vea reflejado en lo que dice.
Mucha menos gracia tiene cuando se recuerda que
sus conmilitones, coreados por los socorristas que nunca han faltado, han echado
sobre sus víctimas el vilipendio de la sospecha para dar a entender que si habían
acabado muertos es porque se lo merecían (asesinados y humillados).
Y finalmente, si no fuera trágico, sería para
partirse de risa pensar que puede ser creíble un relato sobre lo sucedido en el
País Vasco (y en el resto de España) que no hable de vencedores y de vencidos,
formulado por quienes pretendieron librar una guerra contra dos estados -España
y Francia- con la evidente intención de vencer a costa de lo que fuera. Basta
recordar sus primeros documentos.
“Hace falta que el pueblo vasco se rinda a la
evidencia, de una vez por todas, de que Euskadi, es decir, nosotros, nos
hallamos en estado de guerra con el ocupante extranjero por obra y gracia de
éste, no nuestra; estado de guerra que no cesará hasta que la última pulgada de
nuestro territorio nacional se haya liberado” (Zutik nº 17, 1963).
Y
también: “Nos consideramos en guerra con
España y con Francia; ni más ni menos (…) Hemos perdido en 1937 una batalla
pero no la guerra; la guerra no ha acabado. No acabará mientras esté el invasor
en tierra vasca. Sí, estamos en guerra. Y tenemos prisa por ganarla”. (Zutik
nº 18, 1963).
“Nosotros,
en 1964, no pretendemos más que recoger la antorcha y continuar el camino.
Suponemos que los héroes de 1936-1937 no pidieron permiso a sus mayores para
luchar, sufrir y morir. No pensamos hacer menos. Y que nadie se haga ilusiones:
igual que entonces, hace falta ahora luchar, sufrir y morir." (“Carta a los vascos
de buena fe”, Zutik nº 22, abril,
1964).
Pasando por alto la alusión a 1937, que debe
ser un recordatorio falseado de la rendición del Gobierno vasco a las tropas italianas
aliadas de Franco, es fácil entender que a ETA y a sus portavoces les resulte
molesto mentar todo esto, es decir, recordar cuáles fueron sus objetivos iniciales,
perseguidos con tesón hasta hace cuatro días, y que ahora, de cara al futuro,
pretendan disimular la derrota y edulcorarla con un relato, que, como dice
Otegui: “No hablaría de salvar la cara. Yo
diría que esta tesis, de que ETA es una organización que nace de este pueblo y
al final entrega las armas a este pueblo, forma parte de ese relato, y es un
relato de una parte, como lo son todos los relatos. Pero es un relato que se
hace en términos constructivos, no se hace en contra de nadie. Es un relato que
permite planear una dinámica que no pretende ofender o humillar a nadie, sino
que busca cerrar un capítulo de la forma más digna posible”. De la forma más
digna, ¿para quién?
No debe zanjarse con tanta facilidad, con un
“The End” a gusto de sus cofrades, la trágica intervención del terror como
instrumento político, durante casi 60 años, en la actividad política del País
Vasco y del resto de España, y sobre la vida cotidiana de mucha gente ajena a los
planes de los abertzales, como señalaba la ponencia Oldartzen, aplicada, desde
1994, para “socializar el sufrimiento”
por medio de la “kale borroka” y de atentados contra la población civil. No, no
debe hacerse.
Desde el punto de vista del objetivo militar, ETA
aún no se ha disuelto, aunque carece de sentido su existencia como organización
armada sin armas (si es que no retiene algunas para mantenerse como garante del
proceso democrático en Euskadi, que ese ha sido uno de sus insólitos
propósitos), pero desde el punto de vista de los objetivos iniciales -vencer en
una guerra para independizar el País Vasco-, su trayectoria como Movimiento
Revolucionario Vasco de Liberación Nacional (según la definición de su Iª
Asamblea) ha concluido.
Pero, ¿ha logrado “liberar” al País Vasco de la
“opresión colonial” española? No, porque no existía tal opresión, pero, sobre
todo, porque no ha cambiado la situación política dentro y fuera de Euskadi. ¿Ha
logrado la independencia de Euskadi? No. ¿Ha logrado unificar las siete
provincias vascas de Euskadi Norte y Euskadi Sur, en alguna suerte de fórmula
política si no soberana al menos semisoberana? Tampoco. ¿Ha logrado la anexión
de Navarra? No, aunque ha logrado crear un movimiento anexionista navarro.
Hay que decir que ETA también ha contemplado la
posibilidad de alcanzar sus propósitos mediante una negociación, pero los gobiernos
españoles siempre se han topado con la exigencia de aceptar la Alternativa KAS
o sus sucesivas adaptaciones, la Alternativa Democrática (1995) o la llamada Ahora el
Pueblo, Ahora la Paz (2004), como base de una negociación sobre “unos mínimos democráticos”.
Entre estos (Zutabe 110, abril 2006),
había dos principales: 1) Los presos: “su
puesta en libertad es una condición democrática para la resolución del
conflicto, ya que no hay paz sin amnistía. Son militantes políticos que están
encarcelados por luchar por los derechos de Euskal Herria”. 2) La
desmilitarización: “No es posible
asegurar una situación de paz hasta que sean expulsadas las fuerzas armadas que
durante largos años han oprimido a Euskal Herria”. También era imprescindible
que la “Ertzaintza desactive a sus
cuerpos especiales”.
En un comunicado de junio de 2006, ETA se
mostraba bastante alejada de la intención de rendirse y señalaba otra vez el
mínimo democrático y la solución: la paz llegaría con la negociación y el
acuerdo. Con ellos, “Euskal Herria
lograría unos mínimos democráticos con los que poder construir su futuro,
recuperar su territorialidad y la responsabilidad plena sobre su soberanía
y el Estado español alcanzaría la
estabilidad política necesaria para poder dar soluciones estructurales a su
profunda crisis política”.
Es decir, según el delirante redactor del
comunicado, quien estaba en crisis era el Estado español, no ETA, la cual acudía
en su ayuda con una solución negociada, pero con la condición de que el
resultado de la negociación se respetase por el Gobierno en los siguientes
términos: “Al final de este proceso, la
ciudadanía vasca deberá tener la palabra y la capacidad de decisión en torno a
su futuro, sin ningún tipo de límites. El Gobierno español debe expresar su
compromiso de respetar lo que el pueblo vasco acuerde y decida sobre su futuro.
ETA emplaza al Gobierno español para que pase de las palabras a los hechos,
dando los pasos necesarios para garantizar que ninguna legislación,
ordenamiento jurídico ni Constitución sean obstáculos o límites en el
desarrollo de la decisión que mayoritariamente adopte el pueblo vasco”.
Bien: ¿ha logrado ETA una amnistía general para
sus presos? No. ¿Ha logrado su reunificación y acercamiento a cárceles del País
Vasco? No. Puede que este objetivo se alcance, pero no ha podido impedir que la
mayoría sus presos haya asumido la vía de reinserción (Vía Nanclares) propuesta
por los gobiernos para acogerse a los beneficios que les pudieran corresponder.
¿Ha logrado que la policía y la guardia civil
se retiren del País vasco? No. ¿Ha logrado que el Gobierno vasco desactive los
cuerpos especiales de la Ertzainza? Tampoco.
¿Ha conseguido que en Euskadi se convoque un referéndum
para que los ciudadanos vascos puedan optar por la independencia? No. Es más, ha
logrado que, de momento, el PNV se haya alejado de ese objetivo.
No ha logrado llegar a un acuerdo con los gobiernos español y francés para revestir la entrega de las armas del boato de una ceremonia oficial que mostrara la rendición como una especie de armisticio entre contendientes parejos en armas y razones. Ni tampoco lo ha conseguido del gobierno español para intentar "arañar" una negociación de última hora para retirar la guardia civil del País Vasco o acercar a los presos a cambio del desarme.
Así, pues, sola y aislada, sin otro apoyo que el de su entorno y algún socorrista despistado, ha entregado las armas de manera unilateral -¡qué remedio quedaba!- a una comisión internacional, que nadie reconoce.
No ha logrado llegar a un acuerdo con los gobiernos español y francés para revestir la entrega de las armas del boato de una ceremonia oficial que mostrara la rendición como una especie de armisticio entre contendientes parejos en armas y razones. Ni tampoco lo ha conseguido del gobierno español para intentar "arañar" una negociación de última hora para retirar la guardia civil del País Vasco o acercar a los presos a cambio del desarme.
Así, pues, sola y aislada, sin otro apoyo que el de su entorno y algún socorrista despistado, ha entregado las armas de manera unilateral -¡qué remedio quedaba!- a una comisión internacional, que nadie reconoce.
A día de hoy, tanto ETA como Otegui no se
quieren acordar de lo afirmado en el comunicado sobre la tregua de 1998, que dio
paso al Pacto de Estella: “El objetivo no
es ni la ‘pacificación’, que propone en su plan parcial el Ardanza que ha
guiado la españolización durante una larga década, ni mucho menos consiste en
dar una ‘imagen política’ a esa ‘pacificación’ a modo de autoengaño o
tranquilizante de conciencia de la izquierda abertzale.
Estarán
engañando a la sociedad quienes busquen detrás de este profundo paso de ETA la
‘normalización’ y una paz sin que nada cambie. Eso será tan falso como que el
problema de Euskal Herria es que ETA hace frente al enemigo a través de la
lucha armada. No
habrá paz si no se asienta sobre los derechos de Euskal Herria, ya que ese es
el núcleo del conflicto que vivimos: que se le deniegan sus derechos a Euskal
Herria, que no podemos organizar la sociedad como queremos”.
Visto lo visto, parece que lo quieren es tranquilizar
la conciencia de la izquierda abertzale.
11/4/2017
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