martes, 11 de abril de 2017

ETA. Juventud y fanatismo (3)

Respuesta a Luki:

Hola, chavalín.
Planteas un tema interesante. Vamos a ello. Primer asunto, la edad. Para mí, y cada día que pasa lo tengo más claro (porque soy más viejo): los años influyen de modo importante en la perspectiva política (y en otras, pero hablamos ahora de eso), aunque la edad no actúa fatalmente sí condiciona la visión política por todo lo que arrastra desde el punto de vista biológico, psicológico y sociológico. 
Por sus pocos años, falta de experiencia, escaso conocimiento teórico y de la vida, ganas de hacer cosas, vitalidad (hacer más que pensar), impaciencia, ganas de comerse el mundo, búsqueda de modelos, etc, el papel que los jóvenes desempeñan y han desempeñado ha sido crucial en aquellos partidos o movimientos que buscan o han buscado cambios drásticos y urgentes en la sociedad, no sólo en la izquierda (los años sesenta, movimiento de los derechos civiles, revolución cultural, antifranquismo, etc), sino en la derecha (falange, fascismo, nazismo) y en las religiones: la católica, con las nuevas congregaciones fundamentalistas de motivados jovenzuelos (kikos, etc), o islámica, con sus jóvenes fanáticos que buscan ser mártires y asesinos.
Yo creo que a nosotros, no sólo a la UCCO sino a la izquierda sociológica de la época, nos ocurría lo mismo: que, con escaso conocimiento y nula experiencia vital, teníamos una visión bastante simplificada de la realidad, que, movidos por una ética de los fines, nos permitía albergar infundadas esperanzas sobre cómo cambiarla radical y prontamente.
Creo, igualmente, que en la crisis de la UCCO y de las demás organizaciones de la izquierda radical, la edad jugó un papel importante, no sólo a la hora de interpretar el cambio de régimen, el cambio de perspectiva, el alejamiento de las transformaciones más profundas, etc, etc, en definitiva: cómo se saldó la Transición, sino que todo eso, esa realidad desconcertante, que algunos intuíamos y otros ni sospechaban, supuso un choque (y un desencanto) y nos colocó ante un proceso de maduración acelerado, que se saldó como ya sabemos.
La ponderación que los años introducen permite obtener una visión de la realidad social más matizada, más rica, más compleja y, por tanto, más difícil de cambiar, especialmente de manera radical y urgente, que es lo que nosotros queríamos y los abertzales pretenden (con el acelerador de las bombas), porque nos obliga a admitir los límites de las cosas, y en primer lugar los límites de nuestros deseos, de nuestra capacidad y de nuestra propia fuerza física y mental. Eso es la madurez, que sobreviene con crisis y dudas acerca de casi todo y sobre todo, sobre la trayectoria de la propia vida. Hay quien acepta eso en el terreno de la política y hay quien lo acepta en la edad, pero no en la política y se niega a crecer, a madurar. No dejan de hacerme gracia las personas que de manera orgullosa dicen que siguen teniendo las mismas ideas de cuando eran jóvenes, porque entonces de poco les ha valido el paso del tiempo. Se pueden conservar ciertas ideas, valores o principios morales (igualdad, justicia, solidaridad, etc) pero admitiendo los límites en cada uno de ellos, viendo las dificultades de conseguirlos y pensando en cuáles deben ser los medios adecuados para llevarlos a cabo. En definitiva, que hay gente de la nuestra, o cercana, que manteniendo eso, en realidad se niega a envejecer, al conservar como un tesoro los mismos sueños y deseos juveniles.
Volvamos a los vascos. Naturalmente que quienes están en la cárcel lo que quieren es tener una oportunidad de salir, y si para conseguirlo hay que renunciar a la lucha armada, pues renuncian y basta. No están convencidos, pero sí vencidos. Pero no me refiero especialmente a ellos, sino a los que estando fuera han ido cambiando, no por la presión de la cárcel, sino de los acontecimientos, de la calle, de sus lecturas, de la experiencia, empezando por los de las primeras escisiones, por ejemplo Eugenio del Río, Patxi Iturrioz, Onaindía, y luego otros como Chema Montero, Kepa Aulestia, Iñaki Esnaola, Julen Madariaga, Álvarez Emparantza y tantos otros, que han optado por abandonar y condenar el terrorismo.
Son gentes que han conocido la dictadura, la de verdad, mientras que esos jovenzuelos de la kale borroka, con cuatro consignas en la cabeza y ganas de follón (follón que, con el paraguas del PNV, les ha permitido durante muchos años jugar a que eran revolucionarios quemando autobuses, papeleras, tiendas y sedes de partidos con bastante impunidad) creen (cuestión de fe, más ignorancia, más interés) que siguen en un estado de excepción (imaginario) porque lo dicen los santones de ETA y Batasuna. Y algunos de esos jóvenes con mentalidad de porteros de discoteca son los que ahora dirigen ETA.
Respecto al brazo político, creo que hay poco lugar para la disidencia, más aún, creo que no hay ninguno. Batasuna es una organización monolítica y autoritaria, que dirige con mano de hierro un movimiento social menguante, que, hasta ahora, no se le ha ido de las manos; no ha permitido que las diferencias salgan hacia fuera ni que cristalicen en una corriente disidente. Los disidentes se han tenido que marchar, algunos individualmente y otros en grupo (Aralar). Y mientras no se dividan, no hay nada que esperar. La férrea disciplina y una movilización continua han permitido hasta ahora mantener la idea de que fuera de la secta no hay salvación, pero eso está cambiando.    
El discurso es ambiguo necesariamente, pues en primer lugar han tenido buenos maestros para moverse entre dos aguas (el PNV es una anguila): entre la legalidad y la ilegalidad; entre los votos y las bombas; entre estar en las instituciones y practicar el terrorismo, a lo que hay que añadir otros motivos propios, internos, no sólo tácticos, que son, a) mantener la unidad interna, y esa ambigüedad representa el esfuerzo por conciliar posturas; b) necesidad de contar con el respaldo de ETA, pues les da pavor dejar de tenerlo, ya que c) renunciarían a la legitimidad de ETA (a su pasado “heroico”, a su historia como organización y a parte importante de su identidad, y les preocupa mucho la identidad) y d) saben que sin las pistolas detrás, en un terreno de libertad y de concurrencia electoral sin amenazas, son una fuerza minoritaria. Y entonces se les acabaría el momio de que son el pueblo vasco en marcha hacia un futuro luminoso, etc. Serían, sencillamente, un partido político más, con sus mitos, sus banderas y sus rituales, pero sin la ventaja de contar con el respaldo del brazo armado.   

6 de marzo de 2010

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