Hola, chavalín.
Planteas un tema interesante. Vamos a ello. Primer asunto, la edad. Para
mí, y cada día que pasa lo tengo más claro (porque soy más viejo): los años
influyen de modo importante en la perspectiva política (y en otras, pero
hablamos ahora de eso), aunque la edad no actúa fatalmente sí condiciona la
visión política por todo lo que arrastra desde el punto de vista biológico, psicológico y sociológico.
Por sus pocos años, falta de experiencia, escaso
conocimiento teórico y de la vida, ganas de hacer cosas, vitalidad (hacer más
que pensar), impaciencia, ganas de comerse el mundo, búsqueda de modelos, etc,
el papel que los jóvenes desempeñan y han desempeñado ha sido crucial en
aquellos partidos o movimientos que buscan o han buscado cambios drásticos y
urgentes en la sociedad, no sólo en la izquierda (los años sesenta, movimiento
de los derechos civiles, revolución cultural, antifranquismo, etc), sino en la
derecha (falange, fascismo, nazismo) y en las religiones: la católica, con las
nuevas congregaciones fundamentalistas de motivados jovenzuelos (kikos, etc), o islámica, con
sus jóvenes fanáticos que buscan ser mártires y asesinos.
Yo creo que a nosotros, no sólo a la UCCO sino a la izquierda sociológica
de la época, nos ocurría lo mismo: que, con escaso conocimiento y nula
experiencia vital, teníamos una visión bastante simplificada de la realidad, que,
movidos por una ética de los fines, nos permitía albergar infundadas esperanzas
sobre cómo cambiarla radical y prontamente.
Creo, igualmente, que en la crisis de la UCCO y de las demás organizaciones
de la izquierda radical, la edad jugó un papel importante, no sólo a la hora de
interpretar el cambio de régimen, el cambio de perspectiva, el alejamiento de
las transformaciones más profundas, etc, etc, en definitiva: cómo se saldó la Transición, sino que todo eso, esa realidad desconcertante, que algunos
intuíamos y otros ni sospechaban, supuso un choque (y un desencanto) y nos
colocó ante un proceso de maduración acelerado, que se saldó como ya sabemos.
La ponderación que los años introducen permite obtener una visión de la
realidad social más matizada, más rica, más compleja y, por tanto, más difícil
de cambiar, especialmente de manera radical y urgente, que es lo que nosotros
queríamos y los abertzales pretenden (con el acelerador de las bombas), porque
nos obliga a admitir los límites de las cosas, y en primer lugar los límites de
nuestros deseos, de nuestra capacidad y de nuestra propia fuerza física y
mental. Eso es la madurez, que sobreviene con crisis y dudas acerca de casi
todo y sobre todo, sobre la trayectoria de la propia vida. Hay quien acepta eso
en el terreno de la política y hay quien lo acepta en la edad, pero no en la
política y se niega a crecer, a madurar. No dejan de hacerme gracia las
personas que de manera orgullosa dicen que siguen teniendo las mismas ideas de
cuando eran jóvenes, porque entonces de poco les ha valido el paso del tiempo.
Se pueden conservar ciertas ideas, valores o principios morales (igualdad, justicia,
solidaridad, etc) pero admitiendo los límites en cada uno de ellos, viendo
las dificultades de conseguirlos y pensando en cuáles deben ser los medios adecuados para
llevarlos a cabo. En definitiva, que hay gente de la nuestra, o cercana, que
manteniendo eso, en realidad se niega a envejecer, al conservar como un tesoro los mismos
sueños y deseos juveniles.
Volvamos a los vascos. Naturalmente que quienes están en la cárcel lo que
quieren es tener una oportunidad de salir, y si para conseguirlo hay que
renunciar a la lucha armada, pues renuncian y basta. No están convencidos, pero
sí vencidos. Pero no me refiero especialmente a ellos, sino a los que estando
fuera han ido cambiando, no por la presión de la cárcel, sino de los
acontecimientos, de la calle, de sus lecturas, de la experiencia, empezando por
los de las primeras escisiones, por ejemplo Eugenio del Río, Patxi Iturrioz, Onaindía,
y luego otros como Chema Montero, Kepa Aulestia, Iñaki Esnaola, Julen
Madariaga, Álvarez Emparantza y tantos otros, que han optado por abandonar y
condenar el terrorismo.
Son gentes que han conocido la dictadura, la de verdad, mientras que esos
jovenzuelos de la kale borroka, con cuatro consignas en la cabeza y ganas de
follón (follón que, con el paraguas del PNV, les ha permitido durante muchos
años jugar a que eran revolucionarios quemando autobuses, papeleras, tiendas y
sedes de partidos con bastante impunidad) creen (cuestión de fe, más
ignorancia, más interés) que siguen en un estado de excepción (imaginario)
porque lo dicen los santones de ETA y Batasuna. Y algunos de esos jóvenes con
mentalidad de porteros de discoteca son los que ahora dirigen ETA.
Respecto al brazo político, creo que hay poco lugar para la disidencia, más
aún, creo que no hay ninguno. Batasuna es una organización monolítica y
autoritaria, que dirige con mano de hierro un movimiento social menguante,
que, hasta ahora, no se le ha ido de las manos; no ha permitido que las
diferencias salgan hacia fuera ni que cristalicen en una corriente disidente.
Los disidentes se han tenido que marchar, algunos individualmente y otros en
grupo (Aralar). Y mientras no se dividan, no hay nada que esperar. La férrea
disciplina y una movilización continua han permitido hasta ahora mantener la
idea de que fuera de la secta no hay salvación, pero eso está cambiando.
El discurso es ambiguo necesariamente, pues en primer lugar han tenido
buenos maestros para moverse entre dos aguas (el PNV es una anguila): entre
la legalidad y la ilegalidad; entre los votos y las bombas; entre estar en las
instituciones y practicar el terrorismo, a lo que hay que añadir otros motivos
propios, internos, no sólo tácticos, que son, a) mantener la unidad interna, y
esa ambigüedad representa el esfuerzo por conciliar posturas; b) necesidad de
contar con el respaldo de ETA, pues les da pavor dejar de tenerlo, ya que c)
renunciarían a la legitimidad de ETA (a su pasado “heroico”, a su historia como
organización y a parte importante de su identidad, y les preocupa mucho la
identidad) y d) saben que sin las pistolas detrás, en un terreno de libertad y
de concurrencia electoral sin amenazas, son una fuerza minoritaria. Y entonces
se les acabaría el momio de que son el pueblo vasco en marcha hacia un futuro
luminoso, etc. Serían, sencillamente, un partido político más, con sus
mitos, sus banderas y sus rituales, pero sin la ventaja de contar con el
respaldo del brazo armado.
6 de marzo de 2010
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