domingo, 23 de abril de 2017

El estratega español y el sabio chino

Tiempos salvajes nº 4, otoño 2004.

El accidente de helicóptero (Cougar) que este verano ha provocado la muerte de 17 militares españoles en Afganistán ha reavivado el ardor guerrero del Partido Popular. Tanto Zaplana como Rajoy han establecido un abusivo paralelismo entre las situaciones de Iraq y Afganistán y acusado de incoherente a Zapatero por sacar tropas españolas del primero y mantenerlas en el segundo, porque, según ellos, las tropas españolas tienen idénticas misiones en ambos países. Aunque siguiendo la lógica de la política internacional del PP, mejor sería decir que las tropas españolas deben de acudir a donde sean requeridas por nuestro principal aliado, el gobierno norteamericano.

¿Una o dos guerras?
Son belicistas, no pueden negarlo, pero chapuceros, y no estaban preparados para aquella guerra -que nunca buscaron, según Aznar[1]-, ni material ni siquiera sicológicamente. Pues, más que a una meditada y debatida cuestión de Estado y, en consecuencia, de partido (en el PP el tema de Iraq nunca se discutió), la decisión de vincularse sin condiciones a los belicosos planes de la Casa Blanca para derrocar a Sadam Hussein respondió al personal deseo de Aznar[2]. Dados los rasgos de su personalidad y en la alta estima en que él mismo se tiene, no es descartable que, por encima de la prudencia en una cuestión de Estado tan trascendente como participar en una guerra, prevaleciera el deseo de sentirse importante, de sentarse entre grandes estadistas y de rendir pleitesía al amo del mundo, pues, procediendo del franquismo sociológico, Aznar conoce muy bien la deuda de la derecha española con los gobiernos de los EE.UU., que, junto con el Vaticano, legitimaron la dictadura ante los regímenes democráticos occidentales.
Pero participar en una guerra no es un asunto baladí. No es el desembarco de unos infantes en el islote de Perejil. Aznar, y detrás todo el PP, metió a España en una guerra que, en apariencia, se iba a librar contra un régimen político y en un escenario acotado y lejano creyendo que sus peores efectos no podrían alcanzarnos. Y dejando ahora al margen los falaces argumentos empleados para justificar la operación, la decisión fue doblemente irresponsable. Primero, por implicar a España en un conflicto que, por el fondo y por la forma, estaba bastante alejado de sus intereses, y segundo, porque después no se adoptaron las medidas adecuadas a tan dramática decisión.
Participar, aún como fuerza auxiliar, en un conflicto armado voluntariamente buscado supone algo más que difundir retórica belicista. Las medidas adoptadas de cara a aquella guerra lejana fueron propagandísticas, destinadas a una opinión pública que era mayoritariamente contraria. En este aspecto de la política exterior, Aznar y los suyos se han revelado tan mediocres como en casi todo lo demás. En realidad, los hechos han mostrado que ninguno de los aparecieron en la foto de las Azores había hecho los deberes de cara a la seguridad de sus poblaciones.
Pero además Aznar partía de un error fundamental. La simplista percepción del problema -todos los terrorismos son iguales- le permitía, por un lado, vincular la política exterior -la lucha contra Al Qaeda- con las necesidades de la política interior, en la que la lucha contra la ETA cumplía una función destacada en su discurso sobre la unidad de España, que es uno de los ejes principales del programa del Partido Popular. Y, por otro lado, justificaba el incondicional apoyo al gobierno de los EE.UU., presentado como el primer paladín contra el terrorismo islamista, brindado por el partido español que se tenía como el único capaz de enfrentarse a ETA sin concesiones. De esta manera, Aznar y Bush, aparecían ante la opinión pública como dos hombres buenos unidos contra el principal enemigo de la civilización occidental: el terrorismo. 
Sin embargo, una vez admitida la poco apropiada e interesada calificación norteamericana de llamar guerra a la lucha contra el terrorismo, esta artificiosa ligazón que vinculaba la política exterior a una estrategia interior reforzando la lucha contra ETA planteaba no una guerra en dos frentes, interno y externo, contra el mismo enemigo, sino, para ser coherente con la calificación adoptada, librar dos guerras simultáneamente. Confiado el conflicto externo a la dirección norteamericana, Aznar se centró de manera obsesiva en la lucha contra ETA, olvidando que la participación española en un conflicto exterior obligaba a su Gobierno a dotarse de dos estrategias, dos, destinadas a enfrentarse con dos enemigos muy distintos en naturaleza y objetivos. Y este reto era excesivo para el Gobierno de Aznar, como los dramáticos hechos del 11 de marzo de 2004 pusieron de relieve.

El estratega español y el sabio chino
Apenas medio año después de haberse perpetrado durante su mandato el atentado terrorista más grave de la historia de España, el ex presidente del gobierno utilizaba el tema del terrorismo para impartir su primera lección en la universidad de Georgetown[3].
Como EE.UU. es un país que se considera en guerra, Aznar empezó su disertación con la cita de un teórico de la guerra: No estoy aquí para darles una clase de historia (...) Lo que me gustaría hacer hoy es compartir con ustedes unas ideas que he ido desarrollando a lo largo de los años en la lucha contra el terrorismo. No soy futurólogo, pero conozco algunas cosas acerca del terror (...) En primer lugar, la victoria es posible si entendemos por encima de todo a qué nos enfrentamos. Es la vieja máxima del gran pensador chino Sun Tzu: “Conoce a tu enemigo”.
La frase no es exactamente de Sun Tzu (o Sun Zi), pero cabe en su noción de la guerra, pues el sabio chino escribe: Quien conoce al enemigo y se conoce a sí mismo vencerá sin ser derrotado. Idea que completa con otra: Quien conoce al enemigo y se conoce a sí mismo disputa cien combates sin peligro. Quien conoce al enemigo pero no se conoce a sí mismo, vence una vez y pierde otra. Quien no conoce al enemigo ni se conoce a sí mismo es derrotado en todas las ocasiones.
Aunque las máximas del teórico chino pueden utilizarse con provecho para referirse a la guerra comercial y a conflictos no armados -un clásico siempre tiene ideas aprovechables-, hay que precisar que Sun Zi escribe en una coyuntura en que los encuentros armados evolucionan desde las altamente ritualizadas luchas de la aristocracia, propias de la etapa histórica llamada de Primaveras y otoños (años 770-476 a.n.e.), a los choques entre ejércitos formados con levas de campesinos, en la época de los Reinos combatientes (años 476-221 a.n.e) [4]; es decir, en la transición desde la guerra de élites a la guerra de masas, y no es este el caso de la lucha contra el terrorismo -más bien lo contrario-, ni el del propio terrorismo islamista, pues el esperado levantamiento de las masas musulmanas, solicitado por Ben Laden[5], contra los infieles de Occidente no acaba de producirse, tal como ha señalado Gilles Kepel en repetidas ocasiones. Pero es Von Clausewitz[6] quien hace más precisa la idea del sabio chino: El primer acto de discernimiento, el mayor y más decisivo que ejecutan un estadista y un jefe militar, es el de establecer correctamente la clase de guerra que están librando (...) Es este, por tanto, el primero y el más amplio de todos problemas estratégicos.
Es evidente que Aznar, con esa simpleza de ideas sobre el terrorismo que le caracteriza -todos los terrorismos son iguales-, estaba confundido respecto al enemigo con que se enfrentaba. La guerra es un camaleón, añade el general prusiano remedando a Sun Zi, quien señala la guerra es el arte de engañar-. Pero Aznar, si es que la conocía, utilizó la máxima al revés y creyó que podría engañar, no al enemigo, sino a los ciudadanos españoles para obtener su  respaldo en una guerra librada lejos, impopular y con altas probabilidades de no poderse ganar. Y con respecto al enemigo, no definió correctamente el tipo de guerra, o de combate, que estaba librando, sino que se dejó convencer por las decisiones del gobierno norteamericano, presuntamente tan mal informado como él mismo, a tenor de lo que luego se ha sabido y de lo que su gobierno aseguró en aquellos aciagos días de marzo de 2004 (y de lo que han seguido manteniendo después): que el enemigo era otro, era ETA. Y pensando en ETA no se puede derrotar a Al Qaeda, como los hechos han mostrado. Entre otras razones, porque Aznar, enrolado sin reservas en el bando de los belicistas fotografiados en las Azores, olvidó (o desconocía) la primera máxima del maestro chino, de la cual deriva el resto de la obra: La guerra es el asunto más importante para el Estado. Es el terreno de la vida y de la muerte, la vía que conduce a la supervivencia o a la aniquilación. No puede ser ignorada.
Como también él y los ministros de su gabinete concernidos por el tema -Trillo, de quien dependían los servicios de espionaje, y Acebes, de quien dependía la policía- hicieron caso omiso de otra de las recomendaciones de Sun Zi (p. 210) cuando dice: La capacidad de previsión no se obtiene ni de los dioses ni de los espíritus, ni por analogía con eventos pasados, ni por conjeturas. Proviene únicamente de los informes de quienes conocen el estado real del enemigo. Cinco son las clases de espías que pueden emplearse: los agentes indígenas, los agentes interiores, los agentes dobles, los agentes sacrificables y los agentes a preservar. Cuando estas cinco clases de espías actúan de forma simultánea, sin que nadie sepa sus métodos, se les denomina la <malla inescrutable> y constituyen el tesoro más preciado del soberano.
Consejo muy necesario cuando el enemigo -el terrorismo- carece de forma precisa, como el sabio chino señala en otra de sus citas: El grado más alto en las disposiciones militares es llegar a no tener forma. El no tener forma hace que ni el más sutil de los espías pueda sondearte y que ni el más sabio de los estrategas pueda urdir planes contra ti (...) Así como el agua carece de forma permanente, en la guerra tampoco hay un potencial estratégico permanente. Aquel capaz de obtener la victoria adaptándose a las variaciones y transforma-ciones del adversario es designado <inescrutable>. Y Aznar lo desconocía todo acerca de lo que los expertos han llamado formas de la guerra asimétrica, pero volvamos al tema de la información y a la importancia de los espías.
Hay que recordar ahora, que, desde el punto de vista de la seguridad del Estado, que ha sido uno de los argumentos más utilizados por el PP para justificar controvertidas decisiones tanto sobre el terrorismo interior como sobre el exterior, el modo en que Aznar llegó al Gobierno en 1996 tuvo como una de sus consecuencias la remodelación de los servicios de inteligencia (CESID), porque habían quedado erosionados al ser utilizados sin ningún tipo de recato por el Partido Popular en la áspera campaña para desalojar de La Moncloa a Felipe González. Para alcanzar ese fin, a Aznar no le importaron gran cosa los agentes indígenas, los interiores, los exteriores y los agentes dobles, pues todos parecían agentes a sacrificar con tal de llegar al Gobierno central. Todo se puso en juego en aquella operación, como luego reconoció Luis M. Anson[7], uno de los participantes en la trama para derribar el gobierno de González: Fue una operación de acoso y derribo. Algunos lo hicimos desde el convencimiento honesto de que era un servicio esencial al sistema democrático. Lo cierto es que desde una labor crítica normal no se conseguía desalojar a González del poder (...) González era un hombre de una potencia política de tal calibre, que era necesario llegar hasta el límite (...) Había que terminar con González, esa era la cuestión. Al subir el listón de la crítica se llegó a tal extremo, que en muchos momentos se rozó la estabilidad del propio Estado. Eso es verdad. Tenía razón González cuando denunció ese peligro... pero era la única forma de sacarlo de ahí.
Con respecto a la posterior utilización de los reorganizados servicios secretos,  por las declaraciones de responsables de la policía y del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) en la comisión de investigación del 11-M hemos podido saber que el Gobierno de Aznar prestó escasa atención a los informes de sus espías. Bien al contrario, y a pesar de los numerosos antecedentes, los miembros del gabinete se emplearon en quitar importancia a los avisos ignorando la extensa lista de atentados perpetrados hasta la fecha por fanáticos islamistas[8], porque admitirlos y obrar en consecuencia suponía aceptar una de las objeciones de quienes se oponían a la participación de España en la invasión de Iraq.
Al aviso del CNI, en octubre de 2003, sobre el precedente para la seguridad española que suponía el atentado perpetrado en Casablanca[9], en mayo, que acabó con la vida de 45 personas, cuatro de ellas españolas, Acebes respondió con una declaración de propaganda Nuestras fuerzas de seguridad no han bajado la guardia en ningún momento. La respuesta a este desafío consiste en mantener la atención, confiar en la preparación de los expertos y mantener la colaboración internacional. La ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, negó que se tratara de un atentado contra intereses españoles. Zaplana señaló que no existía ningún indicio objetivo o dato concreto que indicara que España podía sufrir un ataque terrorista, y Aznar, subiéndose al carro de la guerra preventiva de Bush, en un foro militar[10] señaló que las acciones anticipatorias eran el método más eficaz para luchar contra el terrorismo internacional. 
Pero en su comparecencia ante la Comisión parlamentaria del 11-M fue incapaz de explicar cuáles fueron las medidas preventivas adoptadas. Descargó en el Ministro del Interior y en el Secretario de Estado de Seguridad la descripción de esas hipotéticas medidas y afirmó que entonces se estimó escasa la posibilidad de sufrir un atentado. En lo cual no mentía, como lo ratificó posteriormente la opinión de Javier Rupérez[11]: El 11-M, como antes del 11-S, nos cogió a todos absolutamente desprevenidos. Testimonio que sorprende en un notorio miembro de un partido que ha arrastrado a su país a una guerra no deseada.
En una de esas declaraciones que pasarán a las antologías de la mala baba, Aznar, en la misma sesión de la Comisión, señaló con la suficiencia que le caracteriza que no había que buscar a los autores de los atentados del 11 de marzo en lejanos desiertos y en montañas, sino más cerca. Y, evidentemente, era aquí donde había que buscar y donde la policía buscó. Pero no donde apuntaban Acebes, Aznar y Zaplana, en las guaridas de ETA en el País Vasco y en el sur de Francia, sino mucho más cerca: en el barrio de Lavapiés, en el corazón de Madrid, capital de España, a tres kilómetros escasos del Palacio de La Moncloa, donde Aznar residía cuando se produjeron los hechos. Y los autores, fanáticos islamistas pronto localizados, respondían al escenario bélico que Aznar había descrito, un mes antes, en su conferencia de Georgetown -Toda guerra tiene su frente central. En la guerra fría fue Alemania; hoy, en la guerra contra el terror islámico, es Iraq. Esto lo debemos aceptar y entender-, pero que deliberadamente olvidaba con tal de insistir en la autoría de ETA, por supuesto sin aportar ni uno solo de los datos incontestables, que, según él, probaban que había existido relación entre islamistas y etarras. Pero hasta hoy, las investigaciones de servicios de información nacionales y extranjeros no han podido hallar ni un solo indicio que confirme tal aserto.
Evidentemente, Aznar tiene dos discursos: uno para los ciudadanos españoles, donde, en función de sus intereses electorales, el terrorismo islamista pasa a segundo plano y carga la autoría de los atentados del 11-M sobre una oscura trama en la que aparecen mezclados sin orden ni concierto terroristas vascos y fanáticos islamistas, confidentes de la policía, agentes de los servicios secretos franceses y marroquíes, medios de información y el principal partido de la oposición, puestos todos de acuerdo para cometer un brutal acto de terrorismo y desalojar al Partido Popular del Gobierno.
El otro discurso es para el público norteamericano, plasmado en la sorprendente lección de Georgetown, que en sus primeras frases incluye una advertencia a quienes no estuvieran ya enterados: Ya se han acabado las ambigüedades: a lo que debemos hacer frente primordialmente, en tanto que sociedades democráticas, es al terrorismo islámico. Ni más ni menos. La frase fue olvidada en cuanto Aznar volvió a España y declaró, un mes después, en la Comisión del 11-M, donde, apoyándose en la idea de que todos los terrorismos son iguales y de que al final acaban teniendo conexiones, repitió la disparatada cantinela de la concurrida conjura para producir un vuelco electoral con un atentado atroz. Con ello, recordaba a sus partidarios cual era la posición oficial del PP sobre el asunto -echar humo y aumentar la confusión- y calificaba de correcta la actuación de su gobierno, a pesar de los testimonios en contra de responsables de la policía y de los servicios de información, recogidos tanto en la Comisión del 11-M como en el sumario que instruye el juez Del Olmo.
Es decir, medio año después de los atentados y contra la manifestado en su "lección" en la Universidad de Georgetown, Aznar reafirmaba la tesis puesta en circulación el mismo día de los atentados y se negaba a admitir errores o negligencias en la actuación de su gobierno en materia de terrorismo.
Sin embargo, el jefe de la Unidad Central de Información Exterior indicó en la Comisión del 11-M que entre 2002 y 2003 no se produjo en el ministerio ninguna reunión monográfica sobre el terrorismo islamista. Tampoco se abordó el tema en la comisión de Justicia e Interior del Congreso, ni en los plenos, ni se reforzó el gasto de los departamentos concernidos en los Presupuestos Generales del Estado, a pesar de que tanto los servicios de información de la policía y de la guardia civil había facilitado al Gobierno documentos reservados sobre actividades de fanáticos islamistas en suelo español. Desde el año 2003, el Ministerio del Interior tenía en su poder vídeos en los que clérigos como Abu Qutada predicaban la yihad. Se ha sabido también que en el ministerio dirigido por Acebes se almacenaban cientos de cintas procedentes de las grabaciones de las comunicaciones efectuadas por la Dirección General de Instituciones Penitenciarias a los presos islamistas acusados de terrorismo, y que finalmente se destruían por carecer de intérpretes de lengua árabe (sólo contaban con traductores de inglés, francés y euskera). Otro tanto sucedió con cartas de detenidos, incluso recientemente ha aparecido un video con la reclamación de la autoría los atentados del 11-M, procedente de la casa de Leganés donde se suicidaron sus autores y que al parecer estaba extraviado.
Desde 1996 la policía tenía noticia de los contactos de musulmanes residentes en suelo español con redes internacionales de fanáticos islamistas. Un caso significativo es el del argelino Alekema Lamari, detenido en Valencia en 1997 y procesado por el juez Garzón, en 1999, por su pertenencia al Grupo Islámico Armado (GIA), que, gracias a una argucia procesal y a la tardanza del Tribunal Supremo en notificar la sentencia en firme a la Audiencia Nacional, salió en libertad en 2002. Después se pierde su rastro hasta que aparecen sus restos junto con los de los otros seis terroristas que se suicidaron en Leganés.
En la Comisión de investigación parlamentaria del 11-M, Ignacio Astarloa, secretario de Estado de Seguridad durante la etapa de Acebes, reconoció los fallos policiales anteriores a la fecha del atentado, calificando la situación de desastre. Y efectivamente, no podía ser de otra manera: a consecuencia de las decisiones del Gobierno de equilibrar el presupuesto y alcanzar el cacareado <déficit cero>, durante la etapa de Aznar los cuerpos policiales se redujeron en casi 7.000 efectivos y en varias decenas de investigadores. También hemos conocido la falta de recursos económicos y materiales, que, en muchos casos,  obligaba a los agentes a trabajar con material propio, como filmar seguimientos con videos caseros, o a abandonar investigaciones por falta de presupuesto.
Por lo tanto, las medidas anticipatorias contra el terrorismo eran sólo un sueño del gran estadista que pretendía ser Aznar. La preparación para la guerra, una verdadera chapuza, y la utilización provechosa de los servicios de información, un verdadero desastre, que ha permitido, a lo largo de al menos una década, que Al Qaeda haya utilizado suelo español a su antojo para planear y cometer sus mayores atentados.




[1] Para asegurarnos la victoria debemos aceptar y entender que estamos en guerra. Obviamente, no es una guerra convencional o tradicional, pero sin duda es una nueva forma de conflicto. Una guerra que nunca buscamos, que ha caído sobre nosotros impuesta por la lógica implacable del enemigo (Aznar, en Georgetown, octubre, 2004) 
[2] Aznar estaba tan decidido como Blair a invadir Iraq, escribe Alistair Campbell, en Los años de Blair, donde recoge su experiencia como jefe de prensa y director de estrategia del premier británico entre los años 1994 y 2003. En uno de sus pasajes recoge la preocupación de Aznar cuando confiesa a Blair que sólo el 4% de los españoles apoya la guerra de Iraq.
[3] “La lección de Aznar en Georgetown”, El Siglo nº 618, 4-10 octubre de 2004, p. 23 y ss.
[4] Véase la interesante introducción de Albert Galvany a la obra de Sun Zi: El arte de la guerra, Madrid,  editada por Trotta, 2002.
[5] La idea está muy presente en el mensaje de Ben Laden a la cadena de televisión Al Yazira, tras los atentados de Washington y Nueva York, que dice en uno de sus párrafos iniciales: “Alá ha bendecido a un grupo de vanguardia de los musulmanes, la primera línea del Islam, para destruir América” y llegar a la conclusión siguiente: “Cada musulmán, después de este acontecimiento, debe luchar por su religión, atacar a los altos funcionarios de los Estados Unidos, empezando por el jefe internacional de los infieles...”. en A. Elorza (2002): Umma. El integrismo en el Islam, Madrid, Alianza, Apéndices, p. 380.
[6] C. Von Clausewitz: De la guerra, Barcelona, Labor, 1976, p. 60.
[7] Entrevista de Santiago Belloch publicada en la revista Tiempo de 23 de febrero de 1998.
[8] La lista es larga y diversos los objetivos. Y el modo va desde el coche bomba al atentado suicida: 25-VI-1996. Arabia Saudí (19 soldados yanquis muertos; 386 heridos); 7-VIII-1998. Kenia y Tanzania. Embajadas de EE.UU. (224 muertos, 12 norteamericanos, y casi 5000 heridos); 12-X-2000. Aden (Yemen). Atentado suicida. Destructor norteamericano USS Cole (17marineros muertos y 35 heridos); 11-IX-2001. Nueva York, Washington (Pentágono) y Pensilvania. Atentado suicida (2981 muertos); 23-I-2002. Karatchi (Pakistán). Asesinado un periodista norteamericano; 17-III-2002. Islamabad (Pakistán) Templo protestante (5 muertos, 46 heridos); 11-IV-2002. Yerba (Túnez). Sinagoga (21 muertos); 8-V-2002. Karatchi (Pakistán). Sinagoga (14 muertos,11 franceses, y más de 20 heridos); 6-X-2002. Yemen. Petrolero francés Limburg (1 muerto); 12-X-2002. Bali (Indonesia). Discoteca (202 muertos, más de 300 heridos); 28-XI-2002. Mombasa (Kenia). Hotel israelí (18 muertos, 80 heridos); 31-I-2003. Kandahar (Afganistán). Autobús (16 muertos, 300 heridos); 12-V-2003. Riad (Arabia Saudí). Barrio de occidentales (35 muertos, 9 norteamericanos, y 200 heridos); 16-V-2003. Casablanca (Marruecos). Atentado suicida (45 muertos, 4 españoles, y 60 heridos); 5-VIII-2003. Yakarta (Indonesia). Hotel Marriott (12 muertos, 150 heridos); 8-XI-2003. Riad (Arabia Saudí) Zona residencial (17 muertos, 100 heridos); 15-XI-2003. Estambul (Turquía). Dos sinagogas (23 muertos, 65 heridos); 20-XI-2003. Estambul. Consulado y banco británicos (27 muertos, 450 heridos). Puede encontrarse una cronología más extensa en las páginas finales de la obra de Gilles Kepel Fitna. Guerra en el corazón del Islam, Barcelona, Paidós, 2004.
[9] Los autores llegaron a Casablanca procedentes de Madrid.
[10] El 20 de octubre de 2003, en un discurso en la Escuela Superior de las Fuerzas Armadas, titulado “La política española de defensa en nuestro mundo”, Aznar señalaba: “La lucha contra un terrorismo bajo formas de destrucción masiva exige una nueva forma de entender la seguridad. Diferenciando menos lo interior y lo exterior, sin límites geográficos definidos, como ya señalé anteriormente, la eficacia de este combate lleva a emprender acciones de carácter anticipatorio, aunque estén restringidas a casos determinados”. 
[11] Javier Rupérez, hoy director ejecutivo del Comité contra el Terrorismo de Naciones Unidas. Entrevista de E. Ekaizer, El País, 22 abril, 2005, p. 21.

No hay comentarios:

Publicar un comentario