lunes, 10 de abril de 2017

Balance de un desastre político (2)

Good morning, Spain, que es different

La ceremonia organizada por ETA para entregar las armas y los explosivos a las autoridades francesas, concluyó el sábado con la indicación de los “zulos” donde se hallaban. Punto final. ¿Final? No.
Hay que hablar todavía de algunas cosas antes de dar por acabado este episodio y cederlo a los historiadores, porque está por medio la inmediata elaboración de un relato sobre lo sucedido desde que se fundó, en agosto de 1959, a partir del grupo Ekin (jóvenes del PNV), hasta el día en que su última rama (ETAm), ya simplemente ETA, entrega las armas el 8 de abril de 2017.
En primer lugar hay que apuntar algunos factores que explican la persistencia de los rasgos originarios de una ETA fiel a sí misma a lo largo de casi sesenta años.
Uno de ellos es el vascocentrismo. Es decir, que, a la actitud narcisista de todo nacionalismo, se añade la complacencia abertzale de creerse el centro de todo lo que ocurre: España gira alrededor de Euskadi y Euskadi gira alrededor de ETA. Actitud que han traslucido sus ambiciosos objetivos y su lenguaje, en el que una retórica ampulosa y prepotente denotaba unas pretensiones que estaban lejos de lo ETA decía representar -ETA es Euskal Herria- y de lo que sus recursos humanos y materiales le permitían alcanzar. De ahí venían los triunfales comunicados, creídos a pies juntillas por sus seguidores, para dar la impresión de ir ganando, cuando realmente iban perdiendo. 
Otro factor es la fidelidad a los principios doctrinales originarios y la estimación de que el programa político está hecho de una vez y para siempre. El dictamen sobre la situación de Euskadi formulado durante la dictadura franquista, que tuvo como resultado un programa cuyo núcleo era utilizar la lucha armada para fundar un País Vasco independiente y euskaldún, se ha seguido considerando válido muchos años después, como si la situación de Euskadi, de España, de Europa y del mundo siguiera siendo la misma... hasta que la democracia llegara al País Vasco de la mano de una ETA triunfante.
La estrategia para aplicar este programa y las tácticas de coyuntura han ido cambiando pero siguen sin ser revisados los efectos de aquel dictamen fruto del dogmatismo y la impaciencia, que describía la relación entre el País Vasco y España como la de una nación subyugada colonialmente por otra y prefiguraba una acción política de tipo tercermundista, en función de un supuesto antagonismo entre España y Euskal Herria; entre la dictadura española y la (primigenia) democracia vasca; entre la colonia y la metrópoli; entre el capitalismo español y el socialismo euskaldún.
Lo que se vio favorecido por el modelo organizativo adoptado y por la actividad clandestina, que han dificultado la perspectiva analítica, la reflexión interna y la renovación doctrinal, en una organización encerrada en una estructura sectaria y volcada en la acción, en particular, la acción armada, y en la cual la formación teórica y política de los militantes ha ocupado un lugar marginal y catequístico respecto a la instrucción técnica requerida por las actividades violentas.
ETA reveló su insolvencia teórica a medida que la consolidación de la reforma surgida de los pactos de la Transición cuestionaba la existencia de la nación imaginada, histórica, culturalmente euskalduna y políticamente homogénea, y permitía la emergencia de una sociedad vasca diversa y políticamente plural (la más plural de España), ante la cual el antagonismo armado derivado de un esquema bipolar carecía de sentido. La muerte de Franco y la Transición dejaron a ETA sin referentes.
 Así, en vez de un enemigo exterior, simbolizado por el general Franco, cuyas fuerzas armadas (de ocupación) representaban un capitalismo explotador y el centralismo español, aparecieron múltiples adversarios, adversarios políticos en el mismo País Vasco y dentro del propio campo nacionalista. Con ello la lucha se diversificaba, se atomizaba y la postulada rebelión armada de la nación vasca, la guerra popular contra el ejército español, quedaba reemplazada por la pugna entre partidos; la lucha se desplazaba desde el terreno bipolar y militar hasta el terreno civil y multipolar, desde el enfrentamiento armado a la competición electoral para ocupar mayores cuotas de poder en las instituciones.
ETA quedó sorprendida por los cambios y no supo actuar en consecuencia; al contrario, pretendió seguir combatiendo de la misma forma contra el mismo enemigo, que apenas había cambiado, tratando de mantener mediante el terror y la propaganda las mismas condiciones de la dictadura. 
El mayor esfuerzo de ETA ha ido destinado a prolongar el franquismo, a tratar de convencer a los suyos de que la situación no había cambiado, de que la dictadura persistía; es decir, a justificar su pereza teórica o su incapacidad para reconocer los cambios y llevar a sus adherentes a luchar contra un fantasma. Y, como paradoja, a ocupar, para los vascos no nacionalistas, el lugar dejado por la dictadura franquista al decretar una dictadura abertzale, que tenía como objeto sofocar la disidencia respecto a los objetivos finales de su programa: instaurar un país independiente, para formar una sociedad racial, política e ideológicamente homogénea, gobernada desde un Estado totalitario.
La incapacidad de ETA se ha revelado clamorosa en los últimos veinte años, cuando las circunstancias se han hecho en España, en Europa y en el mundo, mucho más complejas.
Hoy, con muchos años de retraso, sus dirigentes están haciéndose a la idea de que tienen que cambiar, pero, fieles a sus tradiciones, intentan hacer cambiar a todos los demás y además imponer las condiciones, los plazos y los fines de este cambio, aunque dadas sus escasas fuerzas, sólo como simulación. Pero algo tienen que “vender” a sus cofrades.

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