Good morning, Spain, que es
different
Esperanza
Aguirre, licenciada en derecho (aunque no lo parece), técnico de Información y
Turismo, condesa consorte de Bornos y Grande de España, no cuenta con hechos meritorios
en su haber en el campo de la política, si esta palabra significa ocuparse del
bien común mediante la gestión de los asuntos generales. Si es al revés, ha
cumplido con creces, pues ha utilizado sus muchos cargos públicos para defender,
como corresponde a su acendrada fe neoliberal, la primacía del interés privado.
Aguirre
es corresponsable, en primer lugar, de haber contribuido, en los ámbitos de su
competencia, a desatar la involución conservadora, que está arrasando las
economías de las clases sociales políticamente más débiles, y de colaborar en el
saqueo del país de forma legal e ilegal, pues el despilfarro y los gastos
faraónicos de sus mandatos son también formas de corrupción y de saqueo, porque
detrás de ellos siempre hay beneficiarios políticamente afines.
Es
célebre por su ambición y su tenacidad; un mal enemigo, incluso para los suyos
-“Usted no me conoce”-, pero con todo, es un prototipo (una prototipa); un
ejemplo típico de lo que es hoy una persona de derechas dedicada a la política
en España, un prototipo del PP, que suma lo nuevo y lo viejo: es mujer, pero tan
autoritaria y despótica, incluso respecto a otras mujeres, como cualquier varón
machista; es ambiciosa e intrigante, aunque nunca ha llevado hasta el final su
aspiración a dirigir el PP; es pija pero también populachera, al mismo tiempo
que muestra un agudo sentido de clase; ha gobernado con opacidad y desprecio
del contrario, sin respetar las formas más elementales de la democracia y
haciendo la vista gorda, por lo menos, al corro de personas corrompidas que ha
elegido como colaboradores más cercanos, aunque ella ha reducido esta impresión
al afirmar que, de 500 cargos que ha nombrado, sólo dos le había salido “ranas”.
Son más.
Aguirre
representa a la perfección la suma de excesos y carencias de la actual derecha
española, remozada a medias y superficialmente moderna pero siempre con un pie
en el pasado, en el franquismo y aún más atrás, mientras se apunta a las nuevas
corrientes neoliberales y neoconservadoras y al capitalismo más salvaje; representa
a una derecha conservadora en lo moral (católica), reaccionaria en las
costumbres y revolucionaria en lo económico (lo sucedido en España desde 2012
es una revolución, hacia atrás, como nunca la izquierda hubiera imaginado poder
hacerla hacia delante, en esta época y en tan poco tiempo).
Aguirre
es enemiga de los servicios públicos, y lo ha demostrado al reducirlos,
trocearlos y privatizarlos. Podría parecer una contradicción lógica que
Aguirre, que se declara partidaria de la empresa privada y del Estado mínimo,
no esté al frente de una empresa y que toda su vida laboral se reduzca a la de
una profesional de la política, cobrando de ese Estado que tanto denigra y que
tan bien la trata, pero es una estrategia para utilizar el Estado a favor de
las estratos sociales mejor situados.
Desde
hace años, Aguirre es una de las caras visibles de un tipo de capitalismo
parasitario y salvaje, que busca hacer negocios fáciles a coste del patrimonio público
y en el que la patronal puede imponer sus reglas sin cortapisas con ayuda del
gobierno regional.
La carrera política de Aguirre
es larga, aunque contradictoria con los que dice son sus principios, pues
defiende ante todo la libertad, de los individuos y del mercado, el riesgo, la libre
iniciativa, la competencia, la aventura de emprender y de innovar y el interés
privado, pero lleva décadas viviendo de un Estado del que abomina. Hay que
hacer una salvedad: cuando Aguirre como la derecha hablan de libertad, en
realidad hablan de otra cosa, hablan del poder; de la capacidad de actuar como
quieran sin respetar límites de ningún tipo; de actuar sin frenos legales y
mucho menos morales. Hablan del poder desnudo, de la fuerza; de utilizar en su
favor y hasta donde quieran todo lo que permita la correlación de fuerzas, que,
dada la desfalleciente situación de las izquierdas, está desplazada a su favor.
En realidad, es un submarino de los intereses privados más parasitarios y del
capitalismo especulador, aquellos que abominan de la competencia y viven de
expoliar el patrimonio público.
27 de abril de 2017
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