miércoles, 9 de julio de 2014

Ricos buenos, pobres malos



Good morning, Spain (que es different)
Tal cómo se practica por sus actuales seguidores, el neoliberalismo es un simple dogma con la pretensión de tener una base científica -la desigualdad natural de las personas- y un incuestionable fundamento moral -el innato egoísmo de los seres humanos-, que otorga justificación económica y legitimidad política a los intereses de los grupos económicos más poderosos; es el ideario que ampara la conducta depredadora de las élites y permite dormir tranquilamente a los más afortunados, sin dudas morales que perturben su descanso. Es el opio que se administran los ricos para adormecer su conciencia tras expoliar a los pobres, cuya conducta ha sido previamente criminalizada para favorecer el atropello.
Con el auge del neoliberalismo, los ricos, especialmente si son empresarios, han sido ennoblecidos con toda clase de calificativos laudatorios, que justifican su privilegiada posición social como efecto de su actividad emprendedora, de su esfuerzo por competir y de afrontar riesgos para aportar riqueza a la sociedad. De hecho se les considera los únicos creadores de riqueza, mientras los trabajadores son sólo un instrumento auxiliar para producirla. Los ricos lo son, porque han sabido combinar sus capacidades naturales con la habilidad de elegir bien el camino que conduce al triunfo. 
En cambio los pobres han descendido de categoría, pues han pasado de ser considerados los tontos causantes de su propia desgracia, a ser claramente tenidos por mala gente. Ya no son personas, que, a causa de sus deficiencias naturales y de su mala elección, se muestran incapaces de adaptarse al ritmo que impone el mercado desregulado; ya no son los seres que no saben aprovechar las múltiples oportunidades que ofrece el sistema competitivo, sino que rechazan tal sistema y tales oportunidades y pretenden vivir mantenidos con fondos públicos, al margen del esfuerzo y de la competencia universales; así, ya no son sólo parásitos sino delincuentes; no son marginales, sino rebeldes que rechazan el sistema, pero pretenden vivir a su costa. Son, por tanto, enemigos del sistema económico y social, donde todos los demás aceptan las reglas del juego y se afanan cada día, y como tales deben ser tratados por el aparato represivo del Estado, que, en función de las nuevas necesidades, no deja de aumentar en elementos coercitivos y punitivos, como se encargan de recordarlo cada día los delegados gubernativos y los responsables policiales, y el ministro del Interior y el de Justicia, siempre que tienen ocasión.

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