Good morning, Spain (que es
different)
Tras
el efímero gobierno de Calvo Sotelo y la desmembración de UCD, el PSOE llegó al
Gobierno en otoño de 1982, suscitando grandes expectativas con su programa de
reformas resumido en la consigna “Por el cambio”. Afortunado lema, que años después
también utilizó el Partido Popular, enemigo secular de los cambios, y que con
el tiempo ha quedado establecido como un incontrovertible principio de la actividad
política. Quien aspire a ganar unas elecciones debe prometer cambios, aunque sea conservador.
Desprovisto
de contenido preciso, el cambio utilizado
por los dos grandes partidos apela a la simple alternancia, lo importante no es
lo que el cambio trae en las alforjas,
sino el hecho de cambiar. El cambio luego
ha sido el recambio, la alternancia en el poder en el régimen bipartidista, un
canovismo de hecho, que ha permitido cambiar y volver a cambiar sin que nada importante
llegase a cambiar, tal como prescribe el principio lampedusiano. Con tanto
cambio hemos llegado al inmovilismo, a la parálisis política, al deterioro
institucional y a la tentación gatopardesca, que han traído el imparable
deterioro del régimen político surgido de la Transición.
Ayer,
en el PSOE, el 49% de los militantes dio su apoyo a Pedro Sánchez para
sustituir a Rubalcaba en la Secretaría General. Era la primera vez que todos
los afiliados podían hacerlo. Eso era un cambio.
Quien esto escribe desconoce el programa del vencedor
y cómo lo llevará a cabo, lo cual será la prueba de fuego para ver si se trata
de un cambio o de un recambio. Hemos escuchado tantas promesas de cambios, que,
para juzgar, hay que esperar a verlos realizados o, una vez más, incumplidos.
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