Good morning, Spain (que es different)
Lo
que quiere Ángeles Caso es muy bonito y lo quiere mucha gente, yo también; un
poco de paz, el amor de los suyos, no perder el sentido crítico ni la
percepción del dolor ajeno. Parece que desea un refugio íntimo ante el caos de
fuera. No quiere dinero, ni fama, ni poder, la gran trilogía del triunfo
personal, que nos han vendido los profetas del neoliberalismo antes de salir
corriendo llevándose nuestro dinero, nuestro trabajo, nuestra sanidad, nuestra
enseñanza y, sobre todo, nuestro futuro.
Lo
que quiere Caso no parece mucho, y es lo más importante de la vida, pero es
imposible de conseguir porque es un deseo que está prohibido a la inmensa
mayoría de la población de España, condenada a sufrir las recetas de la
austeridad. El gran problema es que hoy son muy pocos los que pueden vivir como
quieren, los muchos sólo puede vivir como les dejan, pues asistimos a un robo
colosal de la riqueza colectiva, acumulada en el Estado a costa de años del
esfuerzo laboral y fiscal de la población asalariada (el 85% de la recaudación
del IRPF procede de las rentas del trabajo y sólo el 15% de la aportación del capital), robo
que está obligando a miles de personas a cambiar su vida, a modificarla, a
rehacerla, no cómo ellos quisieran, sino como otros lo imponen.
Cada vez está más claro que no hay soluciones individuales para todos, y que contra esa agresión organizada por muy pocos, sólo es efectiva la reacción coordinada de los muchos perjudicados. Ha llegado, de forma dramática, la hora de los esfuerzos concertados, de la lucha colectiva, de la solidaridad y de la movilización multitudinaria, si aspiramos a detener el camino hacia el horroroso mundo al que nos quieren llevar los que dicen que saben.
Cada vez está más claro que no hay soluciones individuales para todos, y que contra esa agresión organizada por muy pocos, sólo es efectiva la reacción coordinada de los muchos perjudicados. Ha llegado, de forma dramática, la hora de los esfuerzos concertados, de la lucha colectiva, de la solidaridad y de la movilización multitudinaria, si aspiramos a detener el camino hacia el horroroso mundo al que nos quieren llevar los que dicen que saben.
Ante
la urgencia de los acontecimientos, el comisario Strelnikov, el antaño
estudiante Pavel Antípov, le dice al doctor Yuri Zhivago: Ya no hay lugar para
la vida privada...
No digo que estemos en la
misma situación que Rusia a principios de los años veinte, pero este es el
momento de arrimar el hombro, aunque sólo sea para defenderse, porque la paz
del hogar y sus tesoros -la charla, el instante de cariño, la carcajada, el
minuto de belleza diario- los están destruyendo desde fuera: lo han decidido en
la Moncloa, en Bruselas y en Berlín.
Reeditado el 7 de julio de 2014.
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