Haciendo memoria.
Rebuscando entre papeles, me he topado con un
artículo del año 2006, que reproducía en parte una charla del año 2000, del que entresaco el siguiente párrafo: "En los años 60 y
70, entre la “gente maja”, es decir, antifranquista, se puso de moda un
término –<tomar conciencia>-, que era una aberración semántica
(tomar conciencia es gramaticalmente similar a tomar horchata) pero
señalaba la necesidad de entender, de ser conscientes de lo que ocurría
en España y más allá. Eran un par de palabrejas de separaban el mundo
de los alienados del mundo de los iniciados, de los seres conscientes;
los que estaban orientados y sabían lo que había que hacer.
La
conciencia solía tomarse en dosis, como un bebedizo, en uno o varios
seminarios, en los cuales un iniciado nos abría los arcanos de la
concepción materialista de la historia.
Después de varios seminarios
bien cargados de conciencia ya se tenían las claves de cómo funcionaba
el mundo y de por qué lo hacía, y ya se podía pensar en cambiarlo. Con
tan ligero equipaje teórico, los que en los años sesenta teníamos
alrededor de 20 años nos aprestamos a transformar el mundo de manera
radical (desde la raíz) y no de otra forma, pues la fuerza de nuestro
empeño no residía tanto en un real conocimiento del mundo, como en la
creencia de que poseíamos ese saber. Nuestra titánica tarea de pretender
cambiar el mundo de manera revolucionaria no era tanto una consecuencia
de la ciencia como de la fe; un efecto de haber <tomado
conciencia> en dosis excesivas. Sin embargo, el proceso de conocer el mundo -no digamos
ya el de transformarlo- se reveló una tarea algo más compleja, que requiere un
poco más de tiempo".
"Del ciudadano acrítico: el retorno del idiota", Escrits nº 21, hivern 2006, Barcelona.
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