Noticias viejas para estar al día
En 1958, el novelista León Uris, hijo
de polacos judíos emigrados a EE.UU., escribió,
tras una estancia en Israel, el relato de un episodio de 1947 acaecido
frente al puerto de Haifa. El libro –Exodus
(Éxodo, en la edición española)- alcanzó
un inmediato éxito de ventas y fue llevado a la pantalla en 1960, por Otto
Preminger, con guión del propio Uris y de Dalton Trumbo. Ambos, libro y
película, contribuyeron a popularizar la causa (y los mitos) del moderno Estado
de Israel.
El “SS Exodus”, fue el antiguo paquebote
“President Garfield”, utilizado por EE.UU. durante la IIª Guerra mundial, que,
en 1946, fue adquirido a través de intermediarios por el grupo paramilitar sionista
Haganá (origen del futuro ejército israelí), con el fin de trasladar judíos
europeos a Palestina, entonces bajo protectorado británico. El 11 de julio de
1947, zarpó del sur de Francia con 4.500 personas a bordo, con el propósito de
arribar al puerto de Haifa el día 18, pero, cuando se hallaba a 40 kms de su
destino, fue abordado por tropas británicas procedentes del crucero “Ajax”
(superviviente de la batalla del Río de la Plata), que causaron tres muertos y
varios heridos antes de hacerse con el
control del buque.
En el convulso mundo de
posguerra, el incidente provocó un conflicto internacional, que requirió la
intervención de la ONU, pero sirvió para extender la simpatía hacia los
supervivientes del holocausto y aumentar el número de partidarios de fundar el
Estado de Israel. Sin embargo, los viajeros del “Exodus” no lograron
desembarcar en Haifa y fueron devueltos a Europa. Muchos de ellos intentaron,
por diversos medios, llegar a Palestina pero fueron interceptados y confinados
en Chipre bajo vigilancia británica. Sólo llegaron a Palestina en 1949, tras la
proclamación del Estado de Israel en 1948. Entonces comenzó el éxodo de los que habían vivido allí, pues Palestina
no era una tierra sin habitantes, como afirmaba la propaganda sionista -los judíos son un pueblo sin tierra y
Palestina es una tierra sin pueblo-, sino habitada desde hacía milenios por
antiguos vecinos y ocasionales adversarios de los históricos israelitas, los
filistin, denostados filisteos de la Biblia, cuyos descendientes no tenían nada
que ver en el holocausto ni con la vesanía de los nazis, pero sobre los que
recayó el peso de pagar la elevada factura con que los europeos quisieron lavar
su mala conciencia, por no haber querido parar antes los pies a Adolfo
Hitler.
Los palestinos, perseguidos de
forma implacable por grupos terroristas judíos antes de la proclamación
unilateral del estado de Israel en mayo de 1848, pasaron de hallarse bajo
protectorado británico a ser exiliados u ocupados en su tierra por gentes
llegadas de todo el mundo, cuyo único lazo de unión era la religión, ni
siquiera el idioma, y la posibilidad de empezar una nueva vida a expensas de la
de otros, que no se habían movido del sitio en milenios. Desde entonces, ni el acoso ni la pérdida de territorio han cesado y la situación de los palestinos ha ido empeorando con el
tiempo, especialmente en los últimos años, cuando con el apoyo de los gobiernos
conservadores norteamericanos, la extrema derecha religiosa y el ejército han
introducido en la población israelí la intolerancia y el criterio militar como
patrones de vida y han socavado el régimen democrático instaurando de hecho una
teocracia militar, que no admite ningún desafío, pues eso es lo que suponía esa
flotilla de 6 barcos, que, emulando al “SS Exodus”, pretendía romper el cerco de
Gaza y llevar a los sitiados 10.000 toneladas de ayuda humanitaria.
La respuesta del Gobierno de
Netanyahu ha sido la habitual, brutal y desproporcionada, como si se enfrentara
a los nazis: en un acto de piratería, los comandos del Tsahal han asaltado los barcos, han producido una decena de muertos
y bastantes heridos y han secuestrado a todos los civiles que viajaban en
ellos. Para sentirse agredido, el ejército israelí, uno de los más poderosos y
sofisticados del mundo, ha tenido que desplazarse mar adentro, a 70 millas
náuticas de la costa, sobrepasando las 20 millas de aguas territoriales que
Israel considera “suyas”, pero que están frente a las costas palestinas de Gaza,
y enfrentarse a una tropa de activistas civiles desarmados, diputados e
intelectuales de varios países. Gente peligrosa sin duda, porque les da por pensar
y actuar contra los imperiales designios de Israel.
Además de las declaraciones
oficiales de condena, hay que empezar a privar a Israel del trato de privilegio
que la Unión Europea le dispensa y a imponer sanciones, que, como es natural no
contarán con el apoyo norteamericano, pero eso se da por descontado. Pero los
palestinos, además de ayuda humanitaria inmediata, necesitan propagar mejor su
causa y que alguien que sepa haga una buena película sobre este trágico
episodio.
Nueva
Tribuna, 2-6-2010
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