Noticias viejas para estar al día
A
83.000 millones de pesetas asciende el último regalo del Gobierno de Aznar a
sus amigos. Esa es la cantidad que entregaron, deprisa y corriendo antes de las
elecciones (si cuela, cuela), las empresas operadoras por la concesión de las
licencias de telefonía móvil de última generación. La cifra puede parecer alta
pero es una bicoca. Sólo Telefónica, en otra de esas brillantes operaciones de
Villalonga (otro beneficiario del régimen), ofreció 1,3 billones en un concurso
para optar a lo mismo fuera de España.
Otros
gobiernos han obtenido cifras billonarias al sacar las concesiones a concurso.
El alemán ha obtenido 8,4 billones de pesetas, con lo cual se ha puesto a
pensar qué hace con el superávit. Mientras tanto, nuestro Gobierno, en los
presupuestos para el año 2001 habla de llegar al déficit cero, ¡cuando podía
haber tenido superávit!
No
es que nuestros ministros sean idiotas (que a veces lo son), sino que tienen
menos sensibilidad social que una almeja. Ese dineral se podía destinar a
cubrir gastos sociales (pensiones, asistencia sanitaria, viviendas baratas,
becas, ayudas), invertir en investigación, educación primaria, secundaria, la
olvidada F.P. y la universitaria, o mejorar vías públicas o infraestructuras,
pero no; eso no, porque les horroriza repartir, así que si no hay superávit, no
hay reparto.
El
caso de la telefonía móvil no ha sido un hecho aislado, porque forma parte de
esa mentalidad de apropiarse de lo colectivo para transformarlo en bienes privados.
No es esta una burguesía al viejo estilo, que creaba riqueza, sino de una
burguesía parásita, que no crea nada y se apropia de lo ya existente, en
especial si es de propiedad pública.
En
la última legislatura, en un proceso bastante oscuro, realizado con prisas y de
manera poco clara, se han privatizado 43 empresa públicas, por las cuales el
Estado ha ingresado cerca de 5 billones de pts.
Si
se compara con lo obtenido en Alemania con las licencias de telefonía móvil, la
cifra es ridícula, dada la magnitud de las empresas privatizadas, entre las que
se encuentran Argentaria, Repsol, Auxini, Endesa, Aceralia, Telefónica,
Retevisión, Enagás, Tabacalera, Enatcar, Iberia y Aldeasa.
Lo
dicho: un regalo a costa de expoliar el patrimonio público. Pero con ello no han
bajado los precios con la consiguiente ventaja para los consumidores, ni se han
creado más puestos de trabajo (al contrario), ni el mercado se ha vuelto más
competitivo. Se han creado oligopolios privados, grandes empresas que se
reparten un mercado cautivo o acuerdan precios para evitar la competencia, pero
sobre todo, y ese es el objetivo buscado, se ha creado en torno al Partido
Popular una espesa tela de araña de intereses económicos. Y eso, siendo
comedidos, se llama clientelismo.
Otoño
de 2000.
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