José Antonio es una persona de su época. Un
señorito idealista, que tuvo un impulso prometeico hacia las clases laboriosas,
a las que quiso redimir del capitalismo y, a la vez, apartarlas del comunismo.
Heredero del pesimismo del 98, hizo un proyecto regeneracionista para sacar a España
del lugar subalterno en que la percibía, mediante un esfuerzo colectivo de
reconstrucción que uniera a las personas por encima de clases y partidos –“Urge rehacer España sobre bases nuevas,
fuertes y justas (…) No hay más que un camino: nada de derechas ni de
izquierdas; nada de más partidos: un gran movimiento nacional, esperanzado y
enérgico, que se proponga como meta la realización de una España grande, libre
y unida. De una España para todos los españoles, ni mediatizada por poderes
extranjeros, ni dominada por el partido o la clase más fuerte” escribe en
1935.
Pero al mismo tiempo, por familia (militar),
por religión (católica), por el ambiente político de la época (fascismo) y por
las teorías de las élites que estaban de moda entonces (Mosca, Pareto, Michels,
Ortega), concebía esa tarea de modo autoritario, jerárquico: todo el país
marchando detrás de los jefes, que eran los mejores, pues se percibe en sus
escritos un espíritu de autoperfección que es muy de Ortega, en el sentido de que el país
debe estar gobernado por una minoría selecta, producto de su esfuerzo constante
por perfeccionarse; una aristocracia no de casta ni de sangre, sino de
individuos autorrealizados por su esfuerzo en alcanzar la perfección.
Pero como tú dices, una cosa es J. A. y otra la
Falange, en particular la Falange de retaguardia durante la guerra civil y la
que, en 1939, llega al poder de modo subsidiario con los vencedores.
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