Fragmentos del libro: Escrito en España (1ª edición, 1961),
Madrid, 2ª edición revisada, 1963, G. Del Toro, 1976.
De
dos instrumentos se han servido las oligarquías, las camarillas y sus fuerzas
de asistencia para llegar a destruir toda vida civil en España. El primero ha
sido la violencia represiva, esto es, el terror. El segundo ha sido la
corrupción metódica. En ciertas ocasiones ambos métodos han sido empleados
simultánea-mente y no hay aún razones para creer que se haya renunciado
enteramente al primero, aunque debe admitirse que sus formas son ya sumamente
tenues y su uso excepcional (1976, p. 116).
El
final de la guerra había promovido una fiebre de recuperación y renovado los
normales afanes de prosperidad, anegados durante tres años por un ascetismo
espontáneo o forzoso. Pero el carácter anarquizante del burgués español le
sugería la conveniencia de dar a ese programa de recuperación y prosperidad una
visión muy personalista: la de empezar por su propia casa. <¿Es que hemos hecho
la guerra para esto?>, era la frase que se escuchaba tan pronto surgía
alguna dificultad o se exigía de alguien algún sacrificio. Allí donde al
privilegio social, por modesto que fuera, se unía el otro privilegio recién
adquirido -el de vencedor-, se imponía inmediatamente la idea de un premio
merecido, de una ganancia exigible (1976, p. 130).
Todo
comenzó a ser de <estraperlo>: el pan y las sábanas, la carne y el hierro
para la construcción, el aceite y el algodón en bruto para la manufactura. No
haría falta mucho para que también las personas estuvieran en venta. El primer
obvio resultado de este tejemaneje fue, por supuesto, la miseria desesperada de
los más pobres, desvalidos y amedrentados, y la prosperidad casi inverosímil de
los más ricos, protegidos y asegurados por su buena posición política
(1976, p. 130).
Llegado
un cierto momento, la implicación de este sistema, en el que todos resultaban
corrompidos y corruptores al mismo tiempo, alcanzó una vastedad enorme. Todo el mundo estaba en el ajo y
estar, poder llegar a estar en el ajo, era la aspiración de la mayoría de los
que el azar o la incapacidad mantenían excluidos. Alcanzar a vivir, para los
más pequeños, y acumular fortunas, para los más grandes, llegó a ser una
ocupación tan absorbente que no quedaba espacio para nada más
(1976, p. 132).
Ni
un solo alto cargo, ni un solo familiar y cliente de los muchos que especulaban
con el nombre de los mayores jerarcas, conoció la incomodidad ni el peligro. El
nuevo poder había descubierto algo mucho mejor que la represión y la
discriminación, algo que servía no sólo para aplastar al enemigo, sino para
prevenir las defecciones o exigencias de los amigos y llevar al país a una
vergonzosa y culpable conciencia de <todos somos unos>, fundada en la
culpabilidad cuando no en el agradecimiento (1976, p. 133).
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