jueves, 25 de octubre de 2018

Ridruejo. Corrupción


Fragmentos del libro: Escrito en España (1ª edición, 1961), Madrid, 2ª edición revisada, 1963, G. Del Toro, 1976.

De dos instrumentos se han servido las oligarquías, las camarillas y sus fuerzas de asistencia para llegar a destruir toda vida civil en España. El primero ha sido la violencia represiva, esto es, el terror. El segundo ha sido la corrupción metódica. En ciertas ocasiones ambos métodos han sido empleados simultánea-mente y no hay aún razones para creer que se haya renunciado enteramente al primero, aunque debe admitirse que sus formas son ya sumamente tenues y su uso excepcional (1976, p. 116).
El final de la guerra había promovido una fiebre de recuperación y renovado los normales afanes de prosperidad, anegados durante tres años por un ascetismo espontáneo o forzoso. Pero el carácter anarquizante del burgués español le sugería la conveniencia de dar a ese programa de recuperación y prosperidad una visión muy personalista: la de empezar por su propia casa. <¿Es que hemos hecho la guerra para esto?>, era la frase que se escuchaba tan pronto surgía alguna dificultad o se exigía de alguien algún sacrificio. Allí donde al privilegio social, por modesto que fuera, se unía el otro privilegio recién adquirido -el de vencedor-, se imponía inmediatamente la idea de un premio merecido, de una ganancia exigible (1976, p. 130).
Todo comenzó a ser de <estraperlo>: el pan y las sábanas, la carne y el hierro para la construcción, el aceite y el algodón en bruto para la manufactura. No haría falta mucho para que también las personas estuvieran en venta. El primer obvio resultado de este tejemaneje fue, por supuesto, la miseria desesperada de los más pobres, desvalidos y amedrentados, y la prosperidad casi inverosímil de los más ricos, protegidos y asegurados por su buena posición política (1976, p. 130).
Llegado un cierto momento, la implicación de este sistema, en el que todos resultaban corrompidos y corruptores al mismo tiempo, alcanzó una vastedad  enorme. Todo el mundo estaba en el ajo y estar, poder llegar a estar en el ajo, era la aspiración de la mayoría de los que el azar o la incapacidad mantenían excluidos. Alcanzar a vivir, para los más pequeños, y acumular fortunas, para los más grandes, llegó a ser una ocupación tan absorbente que no quedaba espacio para nada más (1976, p. 132).
Ni un solo alto cargo, ni un solo familiar y cliente de los muchos que especulaban con el nombre de los mayores jerarcas, conoció la incomodidad ni el peligro. El nuevo poder había descubierto algo mucho mejor que la represión y la discriminación, algo que servía no sólo para aplastar al enemigo, sino para prevenir las defecciones o exigencias de los amigos y llevar al país a una vergonzosa y culpable conciencia de <todos somos unos>, fundada en la culpabilidad cuando no en el agradecimiento (1976, p. 133).

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