Hubo
un tiempo, como en la Edad Media, en el que solamente se cambiaba lo superfluo,
el excedente de la producción sobre el consumo. Hubo, también, un tiempo en el
que no sólo lo superfluo, sino todos los productos, todas las existencias
industriales pasaron al comercio; toda la producción dependía del cambio (…)
Llegó por fin un tiempo en el cual todo lo que los hombres habían considerado
inalienable llegó a ser objeto de cambio, de tráfico y se podía enajenar. Es el
tiempo en el cual las mismas cosas que hasta entonces se transmitían, nunca,
sin embargo se cambiaban; se daban, pero no se vendían; se adquirían, pero no
se compraban: virtud, amor, opinión, ciencia, conciencia, etc; todo, en fin,
pasó al comercio. Es el tiempo de la corrupción general, de la venalidad
universal o, hablando en términos de economía política, el tiempo en el que
toda cosa, moral o física, al convertirse en valor venal, se lleva al mercado
para apreciarla en su más justo valor.
Marx (1846-1847): Miseria
de la filosofía, Madrid, Júcar, 1974, pp. 72-73.
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