miércoles, 3 de octubre de 2018

Mao en BCN


Aludiendo a la lucha de clases en China, Mao Tsetung, un maestro chino que hoy día parece que vivió hace milenios, decía, usando un lenguaje un poco esotérico, que las contradicciones externas actúan a través de las internas y que las unas y las otras merecen distinto tratamiento, el cual debe darse atendiendo a los polos que presentan tales contradicciones, para lo cual es preciso no sólo determinar en cada momento cuál es la contradicción principal, que actúa sobre las contradicciones secundarias, sino el aspecto principal de esa contradicción. Un lío filosófico de tomo y lomo, heredado de Lenin y resumido en unas cuartillas. Hoy no hablamos así, pero es que Mao era chino y los chinos son culturalmente raros. Y además era un chino en guerra, un revolucionario, que libraba una guerra contra el ejército nipón, contra su aliado el Kuomintang y dentro de su propio partido contra sus dogmáticos camaradas, que preferían pensar poco y buscar con falsilla las soluciones en vez estrujarse el magín para localizar dónde estaban los nudos de los problemas, es decir, las contradicciones.
Esas herméticas recomendaciones proceden de unas conferencias dadas en el Instituto Político y Militar Antijaponés de Yenán y recuerdan la vieja sabiduría de Sun Zi en “El arte de la guerra”, que desborda la estrategia militar y deviene en un estudio sobre el ejercicio del poder, con enseñanza válidas para la política, la filosofía, la economía, la sicología de masas o la gestión empresarial.
Arrumbada la arqueología dialéctica del saber marxista y el utillaje de los partidos de la III Internacional, nadie, o casi nadie, en la izquierda moderna se expresa con ese lenguaje ni busca detectar la contradicción fundamental de la sociedad o la contradicción principal, ni pone en relación el modelo productivo con las formas políticas, la estructura social con los partidos, ni habla de clases sociales, de quiénes las representan y de qué necesidades, aspiraciones o intereses expresan, ni trata, por tanto, de determinar cuál puede ser la fuerza motriz que impulse los cambios o la fuerza dirigente que los guíe; ni de señalar las alianzas de clase o determinar el bloque hegemónico, porque la política se ha convertido -pervertido- en una actividad superestructural, alejada de la realidad.         
Las contradicciones, abstracciones filosóficas que expresan la polaridad de los intereses sociales enfrentados, existen y nos cuesta percibirlas en movimiento, pero la actividad política está dedicada a afrontarlas y a tratar de resolverlas de modo favorable a nuestro interés, aun sin tener clara conciencia de su existencia.
Respecto a Cataluña, lo que se ha presentado públicamente como “el problema catalán” no expresa la contradicción fundamental de la sociedad catalana, sino la contradicción principal -España vs Cataluña-, externa, cuyo polo dominante viene dado por la presión de los partidos nacionalistas que forman el bloque hegemónico, atravesado a su vez por contradicciones secundarias.
Rajoy, que no conoce otra filosofía que los juegos tácticos de los entrenadores de fútbol, aceptó el juego de los nacionalistas y admitió la contradicción principal, se situó en el polo opuesto al de estos -España-, pero sin ser consecuente con ello, pues en vez de tratar de neutralizar el polo dominante fortaleciendo el suyo, adoptó la posición tibetana de quien no aspira a transformar el mundo sino a contemplarlo desde las alturas del Himalaya, que para él eran las ventanas altas del palacio de la Moncloa. Y cuando quiso actuar favoreció el polo que pretendía combatir, de modo que fortaleció la contradicción externa.
Las izquierdas catalanas, con diversos matices, también han aceptado como eje de su actuación la contradicción principal ofrecida por los nacionalistas -España vs Cataluña-. Pero el nuevo gobierno, al cambiar el trato hacia la Generalitat, está debilitando la contradicción externa -España vs Cataluña- y potenciando una contradicción secundaria -las diferencias dentro del bloque dominante-, que puede ayudar a que se perciba con más claridad una contradicción interna -nacionalistas vs no nacionalistas-, hasta ahora secundaria, pero que se puede convertir en la contradicción principal y expresar el verdadero problema del asunto 
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