El PP
ha contado con una buena gavilla de dirigentes histriónicos, oradores mediocres
y diputados faltones, cuya trayectoria he seguido con interés decreciente, debo
decirlo, pero es que con Casado no puedo.
El
repelente niño del máster me saca de quicio cuando repite todos los tópicos que
hasta ahora han recitado sus mayores, desde el Liderísimo, que ejerce de
padrino, hasta el Silentísimo, que no habla pero medita leyendo el “Marca”, incluyendo,
claro está, las aportaciones de la variada gama de lideresas.
Lo peor
de Míster Máster es cuando se pone españolazo y estupendo y quiere impartir
doctrina, que no historia (seguramente no la tiene aprobada), sobre la grandeza
de España, en el aniversario del descubrimiento de América por Cristóbal Colón,
cuyo viaje, nos descubre, estuvo financiado con capital privado.
Ahí le
sale a Casado la veta neoliberal, aprendida deprisa y corriendo en vaya usted a
saber qué máster, y se merece un cero patatero no sólo en historia moderna,
sino en economía actual, de la que no sabe de la misa la media, porque se cree
todos los mantras que se “explican” en las escuelas de negocios y de
administración de empresas, etc, etc.
Si lo
que quiere decir o sugerir Casado es que Colón como “emprendedor” -esa palabra mágica,
que pronuncian con unción en el PP- era un adelantado a su tiempo, pues yerra. Entonces
no existía la libre empresa, sino que la actividad comercial se hacía bajo
licencia regia, es decir con autorización real. Aún faltaba mucho tiempo para
que pensadores como Petty,
Locke, Mandeville, Hutcheson, Quesnay, Hume, Ferguson, Malthus o Smith fueron
colocando las bases de lo que sería el primer liberalismo económico.
El
viaje de Colón fue financiado por los Reyes Católicos, una parte con dinero prestado
por un judío valenciano, pero con la garantía del Estado, es decir, del reino,
y luego reembolsado por Castilla. O sea, como ahora, en que la crisis financiera
ha revelado que el capitalismo, impulsado por modernísimas teorías sobre el
mercado desregulado sólo puede subsistir bajo el amparo del Estado. Si una
empresa privada que gestiona una autopista -construida por capricho en tiempos
del Liderísimo- no obtiene el beneficio esperado, el Estado se hace cargo de
ella y de cinco o seis más. Si una empresa constructora, propiedad del directivo
de un club de fútbol, emprende la insensata tarea de inyectar gas en el suelo y
fracasa, como estaba previsto, el Estado le indemniza. Si los fabricantes de
coches no venden lo que quieren a causa de la crisis, el Estado prepara el plan
renove para incentivar las ventas. Si las empresas eléctricas se ven forzadas
por la Unión Europea a concurrir al régimen de mercado, que no es otra cosa que
un oligopolio, el Estado decide que los costes del tránsito a la competencia los
paguen los consumidores en vez de detraerse de los beneficios, que son
cuantiosos. Si, por una política comercial insensata, los bancos están en
peligro de quiebra, el Estado les ayuda con una inyección de 66.000 millones de
euros de los que no se espera recuperar ni la décima parte, y el resto irá a fondo perdido. O sea liberalismo en estado
puro. El país se endeuda, es decir, todos nos endeudamos y nos vemos obligados
a renunciar a parte importante del gasto social del Estado, y no pasa nada.
Ahora bien, si el
Gobierno de Sánchez decide subir el salario mínimo a 900 euros al mes, entonces
el niño Pablito pone el grito en el cielo y profetiza una crisis devastadora,
con lo cual muestra de parte de quién está en esta España llena de españoles,
mucho españoles, pero lo suyos son los españoles ricos. Un asco de niño.
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