Good morning, Spain, que es different
Razón
tenía el mensaje de “Palinuro” de esta madrugada al sorprenderse por la unanimidad que había suscitado el discurso del
Rey, el día de Nochebuena, en la prensa y en los partidos políticos. Era de
esperar en los grandes medios de información y en los dos grandes partidos
dinásticos, el PP y el PSOE, y también en casi todos los demás, no tanto en
Podemos, que en breve nota matizaba sus diferencias. La excepción fue Izquierda
Unida, pues para Cayo Lara el discurso fue decepcionante y continuista.
¿Dónde
está el origen de la unanimidad? Pues, muy sencillo: en el diagnóstico, que
casi todos comparten. El Rey señaló en su discurso algunos de los graves
problemas del país, con lo cual mostró dos cosas: una, que está al día, por lo
menos a grandes rasgos, de la marcha el país, lo cual es de agradecer aunque
sea parte de su trabajo, y dos, que sabe cómo ganarse a la audiencia con un
poco de populismo; regio populismo, claro está.
En el rápido diagnóstico que el
Rey hizo de la situación, se olvidó de citar un factor tan importante en la
situación como el papel jugado por la Casa Real en la crisis del vigente régimen
político y en la desafección de la ciudadanía respecto a las instituciones. Por
un lado, por la lejanía mostrada respecto a la difícil vida cotidiana de la
gente corriente, en esta etapa de crisis económica, y por otro, porque está
tocada por una corrupción, que, por el rango y la función de la Casa Real y por
la magnitud de las cifras y la organización de la trama, es difícil de equipar
con otras, de las muchas y muy graves que hay en el país. En lo que respecta al
cumplimiento de la ley, lo que acontece en la Jefatura del Estado debe desempeñar
una función ejemplar. Pero volvamos a la causa del éxito del discurso real.
Hacer
un diagnóstico de algunos graves problemas, o de los principales problemas del
país, no implica compartir ni las causas ni los posibles remedios. Las
diferencias podrían venir al señalar los distintos grados de responsabilidad en
lo ocurrido, que en el caso de la crisis se atribuye en exclusiva a la
inmoderada pretensión de los ciudadanos de vivir por encima de sus
posibilidades, o en el dictamen sobre un modelo económico que se ha mostrado
incapaz de ofrecer empleo, es decir una forma
estable de vivir, a la población carente de otras rentas y propiedades; quizá
también podría haber desacuerdos en el dictamen sobre un sistema financiero excesivamente
orientado hacia la especulación.
De
mismo modo, podrían surgir discrepancias al señalar unos u otros factores en el
deterioro de las instituciones y la vida pública, pero no había en el discurso
real mayor concreción. Tampoco la había al señalar las líneas de actuación, las
prioridades, los frentes de atención preferente; simplemente se enunciaban y se
instaba a todo el mundo a ponerse manos a la obra para llevarlas a cabo, según el
albedrío de cada cual.
Instar
a todos sin distinción, gobernantes y gobernados, empresarios y trabajadores, dirigentes
y dirigidos, rentistas y asalariados, oligarcas y marginados, empleados y
parados, hombres y mujeres, honrados y corruptos, ricos y pobres, centralistas
y periféricos, creyentes y descreídos, instalados y marginados, sirve de poco, pues
hay personas y grupos que no apoyarán jamás esas medidas correctoras, porque,
tal como van las cosas, les ha ido y les va bien; tampoco los corruptos se
prestarán a luchar contra la corrupción, ni muchos de los que tienen puestos
sus intereses en la continuidad del sistema aceptarán reformarlo.
No
es esa la función de la Corona, argüirán los monárquicos, porque en las modernas
monarquías parlamentarias, el Rey reina, pero no gobierna. Ni, por lo visto,
tampoco orienta, así que su existencia se revela de escasa utilidad. Tan
escasa, que los discursos de la Corona son acordados con el Gobierno de turno,
con lo cual cabe preguntar por la verdadera función de una institución, que, al
tener un origen y una legitimidad que desbordan el marco del juego democrático,
podría ser más independiente en sus opiniones.
Resulta, entonces, que
la Corona es otro poder del Estado sometido al Ejecutivo, con lo cual la
independencia del Jefe del Estado puede ser tan ficticia como la del Fiscal
General del Estado, el Presidente del Tribunal Supremo, el director General de
Televisión Española, el Presidente de la Comisión Nacional del Mercado de
Valores o el gobernador del Banco de España.
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