Good morning, Spain, que es different
.- “No decido nada, Cuando
llego a Caja Madrid, Sánchez Barcoj me entrega dos tarjetas…”
.- “No me dicen nada, sólo que
era para gastos personales, no de empresa”.
.- “No fijé los límites;
estaban fijados ya. No pregunté por los criterios para fijarlos. Ni tomé
ninguna decisión al respecto”.
.- “No recibí ninguna
información que me hiciera pensar que no estaban pagando los impuestos por eso”.
.- “El departamento fiscal no
me dijo nunca nada”.
.- “No entiendo por qué pasó
eso”.
.- “No tengo ni idea de quién
decidió que esto no fuera algo claro”.
.- “Yo la norma no la conocía,
pero entendía que si el departamento legal lo supervisaba, estaría bien”.
.- “Nunca me planteé que
pudiéramos estar incumpliendo la ley”.
.- “No se especificaba nada en
los certificados”.
.- “No lo puedo saber”.
.- “No lo sé”.
Estas
son frases de algunas de las respuestas de la declaración de Rodrigo Rato, al
ser interrogado, el pasado día 16 de octubre en la Audiencia Nacional, sobre el
uso de las tarjetas opacas de Caja Madrid-Bankia. Sólo le faltó agregar que él
no es Rodrigo Rato.
Cualquiera
pensaría que el fiscal estaba interrogando a un botones, el grado más bajo del
escalafón bancario, que no sé si aún existe en el gremio, a una secretaria, un
auxiliar administrativo o incluso a un jefe de negociado sobre asuntos que
exceden sus conocimientos y sus competencias. Pero no, se trata del presidente
del Consejo de Administración de la cuarta o quizá la quinta entidad bancaria
del país, de un presidente que gozaba de unos poderes que a juicio del Banco de
España eran preocupantes, y que, por ejercer tan altas funciones tenía un
sueldo conocido de 2,3 millones de euros al año (383 millones de las antiguas
pesetas). Pero que, a cambio de tal estipendio, lo ignoraba casi todo en la
entidad que presidía.
Rato
alega desconocer requisitos elementales de tributación fiscal, que maneja cualquier
persona obligada a declarar sus ingresos a Hacienda. Y con esa ignorancia,
¿cómo podía dirigir una entidad así?
El
asunto se agrava si se recuerda su trayectoria profesional, dígase lo de
profesional con todas las reservas, que responde al modelo del triunfador
neoliberal español, en el que el viejo ideal falangista del súbdito español,
que es mitad monje y mitad soldado, ha dado paso al actual personaje mitad
emprendedor mitad corrupto, o incluso corrupto del todo.
Rato
es hijo de una acreditada familia franquista, que, sin despeinarse, alcanza las
cotas más altas del poder político y económico de un régimen democrático, o por
lo menos, así lo llaman.
Licenciado,
según su currículo oficial (aunque vaya usted a saber lo que hay de cierto), en
Derecho por la Universidad Complutense, máster en Administración de Empresas
por la Universidad de Berkeley (USA), doctor en Economía por la Universidad Complutense,
diputado, ministro de Economía y Hacienda, vicepresidente del gobierno,
representante del Gobierno español en la Unión Europea, en la Organización
Mundial del Comercio y en otros foros, director gerente del Fondo Monetario
Internacional y, finalmente, presidente de Caja Madrid y Bankia, además de
consejero de Telefónica y del Banco Santander. Y sin embargo no sabía que las
famosas tarjetas eran opacas para el ministerio que él mismo dirigió, lo cual
no le impidió hacer buen uso de ellas y disponer de un abultado crédito, que
hemos acabado pagando todos los contribuyentes.
Rato
sacó de los cajeros 17.300 euros en efectivo, gastó más de 25.000 euros en
hoteles y restaurantes, casi 6.000 euros en bebidas, fiestas y francachelas, y
una porrada de dinero en compras diversas, desde zapatos a relojes y desde ropa
interior a ferretería, cuyo detalle está en los periódicos. En total, gastó
como presidente de Caja Madrid 44.200 euros y como presidente de Bankia 54.800
euros, con la famosa tarjeta black.
Una
parte del gasto ya está devuelta pero el gesto no le exime de su
responsabilidad en exprimir la tarjeta hasta última hora: apenas dos días antes
de la quiebra de Bankia sacó 1.000 euros en efectivo de un cajero y se gastó
3.500 euros en bebidas horas antes de presentar el plan de saneamiento de una
empresa, que él y Blesa, contando con otros cómplices, habían contribuido a
hundir, y cuyo rescate ha costado a los españoles 23.800 millones de euros.
La
quiebra de Bankia es una buena muestra de este capitalismo depredador, en que los
máximos directivos hunden empresas en su exclusivo provecho y, con la
colaboración del Gobierno, cargan las peores consecuencias sobre el resto de la
población.
Es
también una excelente muestra de quienes componen el partido que nos gobierna y para quienes trabajan.
Las opiniones de Rato no
convencieron al juez, quien le impuso una fianza de tres millones de euros, que
debe depositar con carácter urgente bajo la amenaza de embargar sus bienes.
21-10-2014
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