jueves, 4 de diciembre de 2014

La socialteocracia

Good morning, Spain, que es different

El post de Palinuro de hoy -“Consejas al PSOE”- plantea, una vez más, el problema de la indefinición programática del PSOE, y uno de los asuntos que suelen quedar solapados por otros más urgentes es el papel que este partido adjudica, por omisión o por convicción, a la Iglesia católica en España, tema sobre el que esta mañana he realizado un breve comentario, que deseo ahora ampliar.
¿Es el PSOE un partido de izquierda? Palinuro indica que en el PSOE así se consideran. Bien, respetemos esa subjetiva ubicación de los socialistas, pero recalcando que objetivamente faltan elementos para estimar el acierto de esa ubicación en el actual espectro político español. El PSOE no es lo mismo que el PP, aunque coincidan y hagan cosas muy parecidas, pero, en esta etapa de desfiguración de su perfil, faltan precisamente los elementos que confirmen con suficiente nitidez que sigue siendo ese partido que califican de izquierda. Y uno de los rasgos que revelan con más claridad (y antigüedad) esa falta de definición está en el tema de la Iglesia. El PSOE no es un partido confesional, pero respecto a la Iglesia católica se comporta como si lo fuera.
Ante su debilidad ideológica o su indefinición en el tema -¿confesional o laico?-, los socialistas argumentan que muchos votantes socialistas son católicos. Puede ser, pero, primero hay que ver qué tipo de católicos son esos votantes, porque parece que la aseveración del PSOE asume la opinión de la Curia, de que España es un país católico, y esa es una de las grandes falacias. El número de practicantes es cada día más reducido, pero la desorbitada presencia de la Iglesia en las instituciones y su influencia en el Estado y en la sociedad, aunque menguante, se debe sobre todo al apoyo político y financiero de los gobiernos con que compensa su falta de representación social.
Bien, pero esa circunstancia es una parte del problema, porque podría no ser así: sino que España fuera realmente un país con muchos católicos, que fueran coherentes con las responsabilidades derivadas de su credo y se ocuparan de mantener financieramente a la Iglesia y no desearan confundirla con el Estado.
El quid de la posición del PSOE respecto a la Iglesia católica no está en los votantes, que son la coartada, sino en que sus dirigentes y militantes católicos tienen unas concepciones sobre la religión y la democracia que son muy similares a las del Partido Popular.
En un país donde el Estado no confesional permite y protege la libertad de cultos, debiera ser posible que los ciudadanos fueran simultáneamente católicos y demócratas, y debiera ser posible que hubiera una clara separación entre la Iglesia y el Estado, donde cada uno tuviera sus funciones y sus lugares donde ejercerlas, y que el lugar de la religión católica estuviera en los templos. Pero en España, el propio Estado reconoce que no es posible ser católico y demócrata en igualdad de condiciones. El Estado reconoce un valor superior a la Iglesia católica, le confiere una autoridad por encima de las instituciones civiles y del acuerdo de los ciudadanos, ya que le permite conservar unos privilegios que la sitúan por encima de las leyes fiscales, comerciales y penales ordinarias, y de la propia Constitución.
El asunto no está, pues, en que los votantes del PSOE sean más o menos católicos, en que sus militantes vayan a misa o dejen de ir, o en que a algunos de sus dirigentes les gusten las procesiones más que a Cospedal, sino en que mantienen una relación subordinada con la Iglesia católica, porque, en el fondo, están presos de la doctrina de San Agustín sobre las dos ciudades: la Ciudad de Dios, perfecta, y la Ciudad de los hombres, imperfecta como todo lo humano, que necesita, por tanto y para no degenerar, el auxilio de la Ciudad de Dios, es decir de la Iglesia.
Cuando se permite que la Iglesia católica conserve un ancestral privilegio que la coloca por encima de la Constitución y de las leyes ordinarias, se reconoce implícitamente que su autoridad moral es superior, que su magisterio es superior, que su función pastoral es superior, que su noción de la justicia es mejor, y que el dogma católico está por encima de los derechos civiles. Se reconoce, en definitiva, que la legitimidad que la lglesia se concede a sí misma como obra de Dios -Tu es Petrus-, está por encima de la soberanía de los ciudadanos.
Y mientras esta situación persista, sólo tendremos un simulacro de régimen democrático. 

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