La
anodina actividad política española, ni siquiera alterada por los casos de
corrupción, sigue girando en torno al mal llamado “problema catalán”, como si no
hubiera en el país otros problemas más importantes o más acuciantes que
atender, pero ahí siguen, esperando que el abúlico Gobierno decida atenderlos o
que la oposición le obligue a hacerlo. Pero no ocurre ni lo uno ni lo otro.
Desde
hace meses, años, las necesidades, problemas, proyectos y aspiraciones de millones
de personas van quedando sepultados por la pertinaz actividad de 2 millones de
personas, que, sin meditarlo demasiado, han creído las proclamas de los chamanes
nacionalistas y decidido convertir su sueño de separar Cataluña de España en el
tema prioritario de la política nacional.
Todo
el país está pendiente de los votantes independentistas (el 48% de los votantes
catalanes) y los votantes independentistas pendientes de JuntsPCat y JuntsPCat (el
22% de los votantes catalanes) pendiente de las decisiones del atrabiliario
Puigdemont, que quiere llevar el esperpento en que se ha convertido el “procés”
a las cotas más altas de la insensatez al querer ser investido President de la
Generalitat residiendo en Bruselas y desde allí gobernar Cataluña, por no asumir
el riesgo de volver a España y hacer frente a sus responsabilidades.
A despecho de ERC y contra la
lógica, el sobrevalorado dirigente se considera el único candidato, el imprescindible,
el fundamental, el ungido como un nuevo Moisés, que quiere llevar al nuevo pueblo
elegido a la tierra prometida. Pero él ya ha encontrado la suya, lejos, desde
donde ejerce como telelíder.
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