martes, 6 de febrero de 2018

Triunvirato catalán

Tal como está el asunto de enredado y para salir de una puñetera vez del atasco y elegir, por fin, un Govern que gobierne (y que no sólo sea la junta directiva del aparato de propaganda del independentismo), propongo superar la propuesta de organizar dos presidencias con la antigua figura del triunvirato.
Una forma política de origen latino y, por tanto, catalán, pues, como afirman algunos, Cataluña es anterior al imperio romano, con lo cual los neorrepublicanos simbólicos estarían recuperando una forma primigenia de su cultura política.
La figura del triunvirato, además de hacer posible el Govern, acabaría con las disputas entre los independentistas, pues repartiría las funciones de la presidencia de la Generalitat entre las tres fuerzas en conflicto.
Así, en vez de Pompeyo, César y Craso, la tricefálica presidencia cataláunica estaría repartida entre JxCat, ERC y la CUP, con el pequeño inconveniente de que al ser sólo tres los cargos a cubrir no habría paridad por sexos (o por géneros), pues por JxCat, Puigdemont sería la figura indiscutida, por parte de ERC, la otra presidencia se reservaría a Junqueras, y la de la CUP sería seguramente para Anna Gabriel. De este modo, habría una copresidencia en Bruselas, otra en Barcelona (¡ojo!) y otra en Estremera, y puestos a gobernar desde lejos, tanto da hacerlo en plasma desde Bruselas como desde Estremera, pues, como está demostrado que gangsters, financieros corruptos y capos mafiosos han seguido dirigiendo sus negocios reales desde la trena, lo mismo se puede dirigir desde allí una república simbólica. Lo que sucede también, es que no es lo mismo estar de turista en Bélgica viviendo en un chalet de p. m., que vivir cautivo en una celda en las cercanías de Madrit, la ciudat aborrecida.  
Esta revolucionaria reforma, que podría exportarse con éxito a otros países (“Made in Catalonia” o “Marca España”, tanto monta, monta tanto), necesitaría un reacomodo de las sedes presidenciales. La sede de Estremera, por el momento, no se puede dejar, pues la decisión escapa a la voluntad de ERC. La sede de Bélgica tampoco se podría trasladar, quizá sí unos kilómetros más allá o más acá, pero la que convendría trasladar es la sede de Barcelona, por razones evidentes.
La primera es que la ciudad de Barcelona, en la que aún persisten los restos del viejo esplendor cultural y del cosmopolitismo, se va convirtiendo en territorio no grato a los independentistas, a pesar de los buenos oficios de la alcaldesa, cada día más claros, en favor de estos. La segunda, es que Barcelona será, con toda legitimidad, la capital de Tabárnia y, por tanto, sede política y futuro domicilio del legítimo Presidente, el honorable Albert Boadella, cuando regrese de su exilio en Madrid (Spain), y sería un contrasentido que la misma ciudad fuera la capital de dos estados, algo así como Jerusalén, con el lío que tienen, y que tuviera dos presidentes, vecinos y al tiempo adversarios, que se encontraran en el Liceo, en el Nou Camp o en el Mercat de la Boquería.
Queda el problema de fijar la tercera sede, que no puede ser otro lugar que Gerona, ya que el pensamiento gerundense, si es que puede llamarse así, ha sido el inspirador de toda esta fallida aventura, cuya dimensión comarcal se percibe en las expectativas y en cada uno de los actos de sus promotores.   

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