Tal
como está el asunto de enredado y para salir de una puñetera vez del atasco y
elegir, por fin, un Govern que gobierne (y que no sólo sea la junta directiva del
aparato de propaganda del independentismo), propongo superar la propuesta de organizar dos presidencias con la antigua figura
del triunvirato.
Una
forma política de origen latino y, por tanto, catalán, pues, como afirman
algunos, Cataluña es anterior al imperio romano, con lo cual los
neorrepublicanos simbólicos estarían recuperando una forma primigenia de su
cultura política.
La
figura del triunvirato, además de hacer posible el Govern, acabaría con las
disputas entre los independentistas, pues repartiría las funciones de la
presidencia de la Generalitat entre las tres fuerzas en conflicto.
Así,
en vez de Pompeyo, César y Craso, la tricefálica presidencia cataláunica estaría
repartida entre JxCat, ERC y la CUP, con el pequeño inconveniente de que al ser
sólo tres los cargos a cubrir no habría paridad por sexos (o por géneros), pues
por JxCat, Puigdemont sería la figura indiscutida, por parte de ERC, la otra
presidencia se reservaría a Junqueras, y la de la CUP sería seguramente para
Anna Gabriel. De este modo, habría una copresidencia en Bruselas, otra en
Barcelona (¡ojo!) y otra en Estremera, y puestos a gobernar desde lejos, tanto
da hacerlo en plasma desde Bruselas como desde Estremera, pues, como está demostrado
que gangsters, financieros corruptos y capos mafiosos han seguido dirigiendo
sus negocios reales desde la trena, lo mismo se puede dirigir desde allí una
república simbólica. Lo que sucede también, es que no es lo mismo estar de
turista en Bélgica viviendo en un chalet de p. m., que vivir cautivo en una
celda en las cercanías de Madrit, la ciudat aborrecida.
Esta
revolucionaria reforma, que podría exportarse con éxito a otros países (“Made
in Catalonia” o “Marca España”, tanto monta, monta tanto), necesitaría un
reacomodo de las sedes presidenciales. La sede de Estremera, por el momento, no
se puede dejar, pues la decisión escapa a la voluntad de ERC. La sede de Bélgica
tampoco se podría trasladar, quizá sí unos kilómetros más allá o más acá, pero
la que convendría trasladar es la sede de Barcelona, por razones evidentes.
La
primera es que la ciudad de Barcelona, en la que aún persisten los restos del
viejo esplendor cultural y del cosmopolitismo, se va convirtiendo en territorio
no grato a los independentistas, a pesar de los buenos oficios de la alcaldesa,
cada día más claros, en favor de estos. La segunda, es que Barcelona será, con
toda legitimidad, la capital de Tabárnia y, por tanto, sede política y futuro
domicilio del legítimo Presidente, el honorable Albert Boadella, cuando regrese
de su exilio en Madrid (Spain), y sería un contrasentido que la misma ciudad
fuera la capital de dos estados, algo así como Jerusalén, con el lío que
tienen, y que tuviera dos presidentes, vecinos y al tiempo adversarios, que se
encontraran en el Liceo, en el Nou Camp o en el Mercat de la Boquería.
Queda el problema de fijar la
tercera sede, que no puede ser otro lugar que Gerona, ya que el pensamiento
gerundense, si es que puede llamarse así, ha sido el inspirador de toda esta
fallida aventura, cuya dimensión comarcal se percibe en las expectativas y en cada
uno de los actos de sus promotores.
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