domingo, 21 de enero de 2018

España disuasoria

Y porque en España no hay un proyecto claro de futuro. Para mucha gente, España es un país poco ilusionante, incluso disuasorio y, eso explica, en parte, el crecimiento de esos movimientos periféricos que buscan un camino propio hacia no se sabe muy dónde, pero lo que parece claro es el deseo de soltar amarras y navegar por su cuenta.

Lo que es poco ilusionante es la administración de justicia lenta, la crónica jurídica sobre una corrupción que no cesa y alcanza a los dirigentes del partido gobernante; es poco ilusionante la edad de salida de los jóvenes del hogar paterno (33 años), la baja tasa de natalidad (dos años seguidos en los que el número de fallecidos ha superado al de nacidos), el paro (16% de índice general) más alto en jóvenes y eterno para los mayores de 40 años; los contratos basura y los sueldos de mierda; las largas jornadas laborales, la vulneración patronal de los convenios, la deuda del Estado (la administración central no ahorra, pero limita el gasto de municipios y comunidades), la vuelta al mismo modelo que explotó en 2008 (no hemos cambiado de modelo productivo), la permanencia de España en los últimos lugares de Europa en ayudas públicas y gasto social; lo que es poco ilusionante es que seamos uno de los países de Europa con el precio más alto de la luz, de que Alemania, con menos horas de sol produzca más energía fotovoltaica, que seamos el único país del mundo donde hay un impuesto que grava la luz solar para dificultar su uso en la producción doméstica; es poco ilusionante el sistema fiscal, con la presión por debajo de la media europea, un elevado fraude fiscal y, de vez en cuando, una amnistía para los más ricos; es poco ilusionante la opacidad con que se gobierna, que impide conocer las condiciones en que se han privatizado bienes y servicios públicos y se ha dilapidado dinero a espuertas... Y podría seguir otra rato, añadiendo asuntos poco ilusionantes, que están al alcance de cualquiera que lea el periódico cada día.

No he afirmado que no sea ab-so-lu-ta-men-te necesaria una reforma fiscal, que grave las rentas más altas, los beneficios de los oligopolios y de las corporaciones transnacionales, y se dote de una inspección más efectiva para perseguir el fraude fiscal, sobre todo el gran fraude que se va a chorros hacia los paraísos fiscales. Pero esto rompe la doctrina neoliberal imperante.

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