Ahora resulta que eran los niños catalanes, los
que, en los colegios, querían hablar de nacionalismo y estaban interesados en lo
ocurrido en el refrendo del 1 de octubre. Deseo que los profesores atendieron
con diligencia y mostrando el máximo respeto hacia todas las opciones. Lo cual intenta
desmentir las quejas de algunos padres, el adoctrinamiento escolar emprendido
desde hace años por la conselleria de Educación y el clima de apasionamiento e
intimidación de los adversarios que los independentistas han ido mostrando a
medida que se acercaban los momentos decisivos del “procés”.
El camino hacia la independencia mantenido a
largo plazo y sin desmayo, diseñado, alentado y financiado desde CiU, ERC, la
CUP, la Generalitat y organizaciones anejas, es decir desde la élite
nacionalista y sus soportes morales y financieros (empresas y grupos afines),
los nacionalistas lo quieren presentar como emergido de forma espontánea desde
la base, desde la sociedad, desde la imaginaria nación catalana en movimiento (un
sol poble), demanda a la que ellos sólo han dado forma asumiendo el mandato
social –servir al pueblo (¿se habrán hecho maoístas?)-, con lo cual, en caso de
venir mal dadas, como era previsible, salvo para fanáticos, que ocurriera, las
responsabilidades se descargan hacia abajo, hacia los voluntarios del 14-N,
hacia los niños, hacia los escolares, hacia los papás y las mamás, hacia los
portadores de banderas y camisetas, hacia la gente en general, hacia la nación,
porque es sabido que un gobierno, por muy autoritario que sea, no puede
castigar a toda una nación cuando ésta busca en el mundo el lugar que le
corresponde.
Los nacionalistas, carentes
del espíritu "viril y martirial", que según Jordi Canal (“Historia
mínima de Cataluña”), animaba a Companys, han querido jugar con fuego pero sin
correr riesgos, tirar la piedra y esconder la mano. Lo que ha sucedido
es que no les ha salido bien la jugada, pero aún lo siguen intentando.
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