martes, 2 de enero de 2018

Clase laboriosas, clases peligrosas en Cataluña

“Un motivo más de preocupación para las élites locales -y de nuevo uno con obvia base clasista- era los “otros catalanes”, los inmigrantes económicos sin cuyo esfuerzo la rápida industrialización y enriquecimiento de la burguesía hubieran sido imposibles. A finales de la década de 1920, los trabajadores inmigrantes, junto con sus homólogos catalanes, estaban concentrados en una serie de guetos proletarios. Estos espacios eran los causantes de las pesadillas distópicas de una burguesía obsesionada por la amenaza de la ciudad proletaria sobre su ciudad. En un intento de debilitar a esta primera y de revestir los privilegios capitalistas de simbolismo popular nacionalista, los ideólogos burgueses envilecían a los <forasteros>, acusándoles de importar ideas extrañas perjudiciales para la estabilidad social y los principios tradicionales (cristianos) de la sociedad catalana. Inspirándose en un discurso racista, socialdarwinista y colonialista, presentaban a los inmigrantes –y en ocasiones también a los trabajadores autóctonos- como seres moralmente inadecuados que vivían en un estado de naturaleza o barbarismo primitivo y que formaban el corazón criminal de la oscuridad en la ciudad. El tono de estas denuncias hizo posible la exteriorización de los problemas urbanos; por ejemplo, las primeras comunidades de chabolistas de Poblenou fueron bautizadas con el nombre de <Pekín>, mientras que unas décadas más tarde, tal y como hemos visto, <barrio chino> quedó equiparado en el léxico conservador con la degeneración urbana y el crimen. Además, nuevas formas de ocio como el cabaret, el flamenco y el tango pasaron a ser identificados con la inmigración. Esta evocación de un <otro> exótico y ajeno estaba acompañada de un discurso médico decimonónico que definía la normalidad y estabilidad social mediante la yuxtaposición de la salud y la enfermedad. Incluso la opinión liberal y reformista acostumbraba a identificar a los inmigrantes con problemas de <comportamiento antihigiénico>, reforzando los argumentos de aquellos que vilipendiaban el <contagio> de los <malsanos> y <enfermos> como amenaza a la gobernanza del país y a la libertad de todos. Sin embargo, estos temas alcanzaron su apoteosis con la denuncia del discurso de los pensadores conservadores catalanistas sobre una plaga de la “femte forana” (heces extranjeras) que iba a infectar los principios fundamentales de la nación y la familia, y llevar a la descatalanización. Quizás el ejemplo más extremo de esta tendencia se encuentre en los escritos abiertamente racistas y xenófobos de Pere Rosell, que hacía hincapié en el abismo sicológico, moral y religioso existente entre catalanes y castellanos, y destacaba los riesgos de los matrimonios mixtos (aberraciones mentales, degeneración biológica y resquebrajamiento moral).”

Chris Ealham: “La lucha por Barcelona. Clase, cultura y conflicto 1898-1937”, Alianza, 2005.      

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