Muchas personas han quedado
sorprendidas por la fuerza que ha adquirido en poco tiempo el movimiento
independentista catalán, en particular por los jóvenes que se han sumado a él, pero
hay que recordar que el impulso viene de tiempo atrás y que la siembra de ideas y
opiniones que hoy están al cabo de la calle, así como la colonización de entidades artísticas, deportivas, recreativas y culturales por políticos nacionalistas, se pusieron en marcha hace mucho tiempo. Un ejemplo.
En octubre de 2007, en la 59ª
Feria del Libro de Francfort, la cultura de Cataluña fue la invitada de honor de
esa edición. La organización encargada de preparar el programa de actos y elegir
a los autores fue el Instituto Ramón Llull, dirigido entonces por Josep
Bargalló, persona de dilatada trayectoria política: teniente de alcalde de
Torredembarra, diputado en el Parlament, portavoz de ERC, Consejero de
Educación de la Generalitat, Conseller en Cap, y filólogo, y el dato no es
baladí, porque Carod Rovira y Carme Forcadell son también filólogos; Joan Tardá
es profesor de Lengua y Literatura.
Entre los fundadores de ETA
también había varios filólogos, lo cual no sorprende, porque los terroristas
vascos son los que han llevado más lejos el proyecto de utilizar la lengua como
instrumento político para escindir la sociedad y hacer de ello una causa para separar
a las personas.
El caso es que en la lista
de escritores catalanes que debían acudir a la Feria de Francfort no había autores
catalanes cuya obra estuviese escrita en lengua castellana. El Instituto Ramón
Llull, considerando que la cultura de Cataluña estaba únicamente representada
por el uso de la lengua catalana, decidió invitar a la Feria sólo a autores que
escribiesen en catalán. Pero criticado, después, por el sesgo de la selección,
acabó por invitar también a los que escribían en castellano, pero estos, en su
mayoría, declinaron la invitación.
Pocos días antes de la
inauguración, el vicepresidente de la Generalitat, Josep Lluis Carod Rovira,
justificó la ausencia de tales escritores con estas palabras: “Si la cultura
alemana fuera invitada a una feria del libro, tampoco permitirían que acudieran
autores alemanes que escriben en turco”. “Es una polémica imbécil. Una
discusión como ésta no se produciría en ningún otro país”. Y en esto último
tenía razón, pues sólo los nacionalistas mantienen la separación de lenguas y
personas con tanto escrúpulo. Además, Carod debía pensar que el turco era la
lengua franca de Alemania, como aquí lo es el castellano, o ya entonces se
mostraba como un precursor del grupo xenófobo Pegida.
En una entrevista explicaba
las razones profundas de su opinión, que hoy repetiría de carrerilla cualquier
mozalbete portando una estelada: “España, como Estado, nos impide cualquier
personalidad nacional propia en condiciones normales. Por eso exigimos nuestro
propio Estado. A fin de cuentas, Cataluña ya ha sufrido durante los 40 años de
la dictadura de Franco un intento de genocidio cultural. Y esta historia aún
está fresca”.
Con el veto a los catalanes
que escribían en castellano, se trataba, por tanto, de evitar o paliar el
efecto de un “genocidio cultural”, si es que puede existir semejante engendro conceptual,
y en todo caso aprovechar el momento para hacerse la víctima, porque la realidad
de lo ocurrido mostraba precisamente lo contrario: en “condiciones normales”, un
organismo público controlado por su partido había tenido la intención de vetar
la presencia (y lo había conseguido) de escritores catalanes que cometían el
imperdonable pecado de no escribir en catalán, por lo cual, merecían el castigo
de ser tratados como turcos en Alemania.
No sabemos el grado de
conocimiento que tenía Carod sobre el trato que recibían los otomanos por parte
de los tudescos, pero le sacaría de dudas leer “El periodista indeseable” y
“Cabeza de turco”, dos libros del periodista alemán Günter Walraff, que, en los
años ochenta, realizó una investigación sobre el tema haciéndose pasar por
turco.
"El Obrero", 13/1/2018.
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