domingo, 14 de enero de 2018

Turcos

Muchas personas han quedado sorprendidas por la fuerza que ha adquirido en poco tiempo el movimiento independentista catalán, en particular por los jóvenes que se han sumado a él, pero hay que recordar que el impulso viene de tiempo atrás y que la siembra de ideas y opiniones que hoy están al cabo de la calle, así como la colonización de entidades artísticas, deportivas, recreativas y culturales por políticos nacionalistas, se pusieron en marcha hace mucho tiempo. Un ejemplo.
En octubre de 2007, en la 59ª Feria del Libro de Francfort, la cultura de Cataluña fue la invitada de honor de esa edición. La organización encargada de preparar el programa de actos y elegir a los autores fue el Instituto Ramón Llull, dirigido entonces por Josep Bargalló, persona de dilatada trayectoria política: teniente de alcalde de Torredembarra, diputado en el Parlament, portavoz de ERC, Consejero de Educación de la Generalitat, Conseller en Cap, y filólogo, y el dato no es baladí, porque Carod Rovira y Carme Forcadell son también filólogos; Joan Tardá es profesor de Lengua y Literatura.
Entre los fundadores de ETA también había varios filólogos, lo cual no sorprende, porque los terroristas vascos son los que han llevado más lejos el proyecto de utilizar la lengua como instrumento político para escindir la sociedad y hacer de ello una causa para separar a las personas.  
El caso es que en la lista de escritores catalanes que debían acudir a la Feria de Francfort no había autores catalanes cuya obra estuviese escrita en lengua castellana. El Instituto Ramón Llull, considerando que la cultura de Cataluña estaba únicamente representada por el uso de la lengua catalana, decidió invitar a la Feria sólo a autores que escribiesen en catalán. Pero criticado, después, por el sesgo de la selección, acabó por invitar también a los que escribían en castellano, pero estos, en su mayoría, declinaron la invitación.
Pocos días antes de la inauguración, el vicepresidente de la Generalitat, Josep Lluis Carod Rovira, justificó la ausencia de tales escritores con estas palabras: “Si la cultura alemana fuera invitada a una feria del libro, tampoco permitirían que acudieran autores alemanes que escriben en turco”. “Es una polémica imbécil. Una discusión como ésta no se produciría en ningún otro país”. Y en esto último tenía razón, pues sólo los nacionalistas mantienen la separación de lenguas y personas con tanto escrúpulo. Además, Carod debía pensar que el turco era la lengua franca de Alemania, como aquí lo es el castellano, o ya entonces se mostraba como un precursor del grupo xenófobo Pegida.
En una entrevista explicaba las razones profundas de su opinión, que hoy repetiría de carrerilla cualquier mozalbete portando una estelada: “España, como Estado, nos impide cualquier personalidad nacional propia en condiciones normales. Por eso exigimos nuestro propio Estado. A fin de cuentas, Cataluña ya ha sufrido durante los 40 años de la dictadura de Franco un intento de genocidio cultural. Y esta historia aún está fresca”.
Con el veto a los catalanes que escribían en castellano, se trataba, por tanto, de evitar o paliar el efecto de un “genocidio cultural”, si es que puede existir semejante engendro conceptual, y en todo caso aprovechar el momento para hacerse la víctima, porque la realidad de lo ocurrido mostraba precisamente lo contrario: en “condiciones normales”, un organismo público controlado por su partido había tenido la intención de vetar la presencia (y lo había conseguido) de escritores catalanes que cometían el imperdonable pecado de no escribir en catalán, por lo cual, merecían el castigo de ser tratados como turcos en Alemania.
No sabemos el grado de conocimiento que tenía Carod sobre el trato que recibían los otomanos por parte de los tudescos, pero le sacaría de dudas leer “El periodista indeseable” y “Cabeza de turco”, dos libros del periodista alemán Günter Walraff, que, en los años ochenta, realizó una investigación sobre el tema haciéndose pasar por turco.

"El Obrero", 13/1/2018.

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