martes, 2 de enero de 2018

No soc aquí

Otra vez los acontecimientos políticos vienen a recordar un conocido comentario de Marx sobre la aparente repetición de hechos y personajes en la historia.
En el capítulo primero de “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, Marx alude a una frase del oscuro filósofo de Stuttgart en estos términos: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa”.
En España el comentario se cumple como esperpento, porque en nuestra historia los hechos dan tantas vueltas como los cangilones de una incansable noria y, como en una rutinaria representación teatral, los sucesos, a medida que se repiten, van perdiendo su apariencia dramática, y los actores, cada vez menos convencidos de su papel, van dotando a sus personajes de una expresión paródica y la gesta que pretendían representar degenera en sainete. Y Cataluña no escapa a este fatal destino hispánico.
En 1926, Francesc Maciá, junto con una partida de voluntarios armados, intentó invadir Cataluña desde Francia para provocar una rebelión general y proclamar la república catalana. El suceso se conoce como el “complot de Prats de Molló”, que es el lugar donde la gendarmería francesa detuvo a los conjurados. Maciá fue detenido y tras residir unos meses en Bruselas viajó a América.
En 1931 regresó a España, fundó ERC y el 14 de abril proclamó la república catalana, ocupando el cargo de presidente en funciones. La república duró tres días. Tras un acuerdo con el gobierno de la República española, la república catalana se convertiría en un gobierno autónomo y se llamaría Generalitat de Cataluña; Maciá fue su presidente hasta su muerte, acaecida en 1933.
El 6 de octubre de 1934, Luis Companys, a la sazón President de la Generalitat,
como reacción al gobierno de la CEDA, acusado de ser partidario del fascismo y de la monarquía, y teniendo como telón de fondo la huelga revolucionaria convocada en diversos lugares del país, proclamó el Estado Catalán, con la intención de invitar a las izquierdas a formar una República Federal Española con capital en Barcelona. Esta vez el Gobierno no se avino a negociar, decretó el estado de guerra y acabó con la ilusión en pocas horas. Hubo medio centenar de muertos y unos siete mil detenidos, el régimen autonómico fue suspendido y Companys y el Govern fueron condenados a 30 años de cárcel por rebelión. Fueron liberados en 1936, tras la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero.
El último intento de proclamar la república catalana ha sido “el procés”, puesto en marcha por Artur Mas con la intención de crear una situación como la de Maciá y obligar al Gobierno de Rajoy a negociar un concierto económico para Cataluña similar al del País Vasco, pero ha sido desbordado por la radicalidad de sus socios en la empresa, ERC y la CUP, dispuestos a proclamar de modo unilateral la independencia, sin mediar negociación alguna.     
Sin embargo, el recuerdo de la reacción gubernamental al intento de 1934 ha pesado en la conciencia de los independentistas, pues pocos han estado dispuestos a emular la actitud de Companys, “populista, viril y martirial”, según la “Historia mínima de Cataluña” de Jordi Canal, y la proclamación, este otoño, de la república catalana fue un acto vergonzante y confuso, que llevó la duda y el desconcierto a sus seguidores.
Desbaratado el intento con la aplicación del artículo 155 de la Constitución, parte de los responsables están en la cárcel, pero algunos consellers, con el President a la cabeza, que ha huido casi como Dencás, consejero de Gobernación en 1934, han buscado asilo en Bélgica.   
Como si no hubiera ocurrido nada, el ex honorable Puigdemont, ha tenido a bien dirigir, desde Bruselas, el tradicional discurso de fin de año a la ciudadanía catalana, como si aún fuera el President de la Generalitat, abolida por él mismo en los primeros días de septiembre, o el presidente de la republica proclamada, asumida o firmada de modo vergonzante y por lo bajini, y no un político español huido de la justicia por el delito de secesión.  
Con un lazo amarillo en la solapa y la bandera oficial de la Generalitat detrás, Puigdemont ha ignorado las propias responsabilidades, ha descrito el mundo fantástico de la arcadia catalana desbaratado por la aplicación del artículo 155, ha animado al Gobierno español a reconocer el resultado de las urnas y empezar a negociar, y ha repetido la cantinela de considerarse el legítimo President de la Generalitat y además reclama el cargo en el futuro gobierno catalán, por ser el primero de la lista independentista más votada (21,65% de votos frente a 21,39% de ERC), sin explicar cómo será posible hacerlo sin pasar por el juzgado, si es que pone un pie en España, y acabar, probablemente, en la cárcel.
Puigdemont anda por Bruselas como un pollo sin cabeza, pero creyendo que aún la conserva sobre los hombros, discurseando aquí y allá, contando su vida a quienes quieran escucharle, pues parece que son muchos los que tienen pocas cosas que hacer, y tratando de evitar que los suyos le olviden. De ahí vienen los gritos de socorro -encara estic aquí, lluny però viu-, como este episodio del discurso “oficial” de fin de año, que más parece un divertimento televisivo para después de tomar las doce uvas, compitiendo con el refrigerado atuendo de Cristina Pedroche y las caricaturas políticas de José Mota. Puigdemont promete volver, como McArthur, el general norteamericano en Filipinas, pero él emulando a Tarradellas, en 1977, y decir, como el honorable Josep: Ja soc aquí.
Imagina que, a su regreso, será recibido con el clamor que faltó al proclamar la republiqueta, y podrá decir a sus seguidores: Ya estoy otra vez aquí. No os preocupéis, que está todo arreglado.
Este sainete hace recordar otra frase Marx, en la misma obra, referida al golpe de Estado del sobrino de Napoleón -“La lucha de clases creó en Francia las circunstancias y las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de héroe”-, al que calificó de Napoleón el pequeño, porque el grande había sido su tío.
Hoy, las circunstancias políticas han permitido que en Cataluña haya surgido un pequeño Tarradellas. Él reconoce su tamaño y teme convertirse en el increíble hombre menguante. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario