Una muestra más de la debilidad de las fuerzas de la
burguesía democrática en España es la existencia del Partido Popular, partido político, biológica e ideológicamente heredero directo del franquismo y del pensamiento católico reaccionario; un partido jerárquico, autoritario y caudillista, sin democracia interna y donde la vida partidaria transcurre entre sórdidas intrigas de gente movida únicamente por el interés a corto plazo y por situarse lo más cerca posible de la cúpula dirigente para tener acceso a las prebendas derivadas del expolio del patrimonio común del país. Sus dirigentes y
afiliados actúan como militares con traje de paisano (y no pocos con sotana) y su manera de proceder en
el ámbito de la política es más propia del estilo militar y eclesiástico que del civil y
democrático.
Después de haberse mostrado como una oposición
bronca y desleal, para la que no existe nada en el Estado que no pueda ser
utilizado de manera crispada contra el
Gobierno legítimo (del PSOE), llegan al poder sin respetar las reglas -financiados
con dinero negro- y ocupan las instituciones del Estado como se ocupa un territorio
conquistado, que se somete al mandato del nuevo ocupante, el cual dispone a su
antojo de los bienes y servicios públicos confiados a su custodia y gobernando
de modo descarado para los suyos -clientelismo, políticas de clase-, ejerciendo
un poder opaco -gobernar sin rendir cuentas-, que tiende a desbordar los límites
de lo permitido con la abusiva interpretación de leyes y reglamentos y la
instrumentalización de las instituciones del Estado según su conveniencia. Su cambiante
interpretación de las reglas del juego y de la Constitución, capturada por leguleyos afines, es la única
verdadera y la que vale según sea la ocasión, pero interpretada siempre a su
favor.
El país entero es tomado como el botín de un ejército
victorioso, que se arrebata a los ciudadanos tenidos como adversarios y se reparte según convenga a la
estrategia del Partido y a los intereses de las clases sociales mejor situadas, y el patrimonio común ciudadano se convierte en el patrimonio privado de los
políticos que detentan el poder del Estado. España es como un cuartel, mandado por bandoleros, regido por el orden
público y la disciplina laboral; de sus habitantes se espera colaboración o al
menos silencio y obediencia.
Según Vidal Beneyto (“Resistencia crítica”, El
País, 5-I-2008): La derecha no ha tenido
nunca problemas con su identidad. Nostalgia por el orden; proclividad por la
compañía de la Iglesia y del uniforme. Querencia inagotable por la eficacia y
el éxito, en primer lugar económico; fervor por las esencias del pasado; culto
a la seguridad y el control; añoranza por el autoritarismo como régimen y como
práctica, sin olvidar a alergia a la crítica y la redentora invocación de la
ética y otras coartadas curalotodo destinadas a compensar la acumulación de
beneficios. De ahí su conflictiva relación con la democracia.
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