viernes, 24 de octubre de 2014

Rato no sabía


Good morning, Spain, que es different

“No decido nada, Cuando llego a Caja Madrid, Sánchez Barcoj me entrega dos tarjetas…”
“No me dicen nada, sólo que era para gasto personales, no de empresa”.
“No fijé los límites; estaban fijados ya. No pregunté por los criterios para fijarlos. Ni tomé ninguna decisión al respecto”.
“No recibí ninguna información que me hiciera pensar que no estaban pagando los impuestos por eso”.
“El departamento fiscal no me dijo nunca nada”.
“No entiendo por qué pasó eso”.
“No tengo ni idea de quién decidió que esto no fuera algo claro”.
“Yo la norma no la conocía, pero entendía que si el departamento legal lo supervisaba, estaría bien”.
“Nunca me planteé que pudiéramos estar incumpliendo la ley”.
“No se especificaba nada en los certificados”.
“No lo puedo saber”.
“No lo sé”.
Estas son frases de algunas de las respuestas de la declaración de Rodrigo Rato, al ser interrogado sobre el uso de las tarjetas opacas de Caja Madrid-Bankia. Sólo le faltó agregar que él no es Rodrigo Rato.
Cualquiera pensaría que el fiscal estaba interrogando a un botones, grado del escalafón bancario que no sé si aún existe en el gremio, a una secretaria o a un auxiliar administrativo sobre asuntos que exceden sus conocimientos y sus competencias. Pero no, se trata del presidente del Consejo de Administración de la cuarta o quizá la quinta entidad bancaria del país, de un presidente que gozaba de unos poderes que a juicio del Banco de España eran preocupantes, y que, por ejercer tan altas funciones tenía un sueldo conocido de 2,3 millones de euros al año (383 millones de las antiguas pesetas). Pero lo ignoraba todo.
Rato alega desconocer requisitos elementales de tributación fiscal que conoce cualquier persona obligada a declarar sus ingresos a Hacienda. Y con esa presunta ignorancia, ¿cómo podía dirigir una entidad así?
El asunto se agrava si se recuerda su trayectoria profesional, dígase lo de profesional con todas las reservas, que responde al modelo del triunfador neoliberal español, en el que el viejo ideal falangista del español, que es mitad monje mitad soldado, ha dado paso al personaje mitad emprendedor mitad corrupto, o incluso corrupto del todo.
Hijo de una acreditada familia franquista, que, sin despeinarse, alcanza las cotas más altas del poder político y económico de un régimen democrático, o por lo menos, así lo llaman.  
Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense, máster en Administración de Empresas por la Universidad de Berkeley (USA), doctor en Economía por la Universidad Complutense, diputado, ministro de Economía y Hacienda, vicepresidente del gobierno, representante del Gobierno español en la Unión Europea, en la Organización Mundial del Comercio y en otros foros internacionales, director gerente del Fondo Monetario Internacional y, finalmente, presidente de Caja Madrid y de Bankia, además de consejero de Telefónica y del Banco Santander. Y sin embargo no sabía que las famosas tarjetas eran opacas para el ministerio que él mismo dirigió, lo cual no le impidió hacer buen uso de ellas y disponer de un abultado crédito, que hemos acabado pagando todos, contribuyentes y no contribuyentes.
Rato sacó de los cajeros 17.300 euros en efectivo, gastó más de 25.000 euros en hoteles y restaurantes, casi 6.000 euros en bebidas, fiestas y francachelas, y una porrada de dinero en compras diversas, desde zapatos a relojes y desde ropa interior a ferretería, cuyo detalle está en los periódicos. En total, gastó como presidente de Caja Madrid 44.200 euros y como presidente de Bankia 54.800 euros.
Una parte del gasto ya está devuelta pero no le exime de su responsabilidad en exprimir la tarjeta hasta última hora: apenas dos días antes de la quiebra de Bankia sacó 1.000 euros en efectivo de un cajero y se gastó 3.500 euros en bebidas horas antes de presentar el plan de saneamiento de una empresa, que él y Blesa, contando con otros cómplices, habían contribuido a hundir, y cuyo rescate ha costado a los españoles 22.400 millones de euros.
La quiebra de Bankia es una buena muestra de este capitalismo depredador, en que los máximos directivos hunden empresas en su exclusivo provecho y, con la colaboración del Gobierno, cargan las peores consecuencias sobre el resto de la población.
Es también una excelente muestra de quienes componen el partido que nos gobierna y para quienes trabajan.

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