Apostilla al artículo de Cotarelo en Palinuro: "La muerte en Toledo".
No
me gusta la frase de Heidegger sobre el destino del hombre -"nacido para la muerte"-, porque parece pronunciada a la vista de
un campo de exterminio de los nazis, de quienes era seguidor.
Todavía hoy, todavía demasiados desgraciados parecen
haber nacido sólo para la muerte, con vidas hobessianas, duras,
terribles, atormentadas y breves, a pesar de su voluntad de vivir muchos años, pero, en
general, los humanos hemos nacido para la vida, limitada en el tiempo,
claro, pero para la vida, y con el destino (fatal destino, si se quiere,
por lo que implica) de transmitirla. Y una vez cumplido ese papel de vivir y transmitir la vida,
dejamos de ser útiles en la naturaleza y desaparecemos del mundo.
Luego viene lo
demás, la reflexión, el miedo a desaparecer, el deseo de pasar a la posteridad, de dejar un
legado, una huella en este mundo o de seguir viviendo otra vida en el
más allá, dicen que eterna y mejor que la anterior, etc, etc. Pero nos vamos con el deber cumplido: haber vivido y
haber transmitido vida (y ganas de vivir).
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