domingo, 19 de octubre de 2014

¿Peligra la revolución conservadora?



Good morning, Spain, que es different

Hace pocos días, José María Aznar, en la entrega del V Premio FAES de la Libertad, en su papel de Liderísimo de la derecha arremetía contra Podemos: “Los de la revolución ya están aquí. Los de la revolución quieren acabar con la democracia. Vuelven los viejos conocidos de la historia de Europa. Reviven los agentes de la destrucción de la paz, la libertad y la democracia, dispuestos a dejar su huella en el siglo XXI (…) Ni los rupturistas de la identidad ni los de la revolución quieren regenerar la democracia. Buscan lo de siempre, acabar con ella”. (Público, 16-10-2014)  
Por lo que afirma, Aznar desconoce todo o casi todo sobre Podemos, cuyo mensaje no es revolucionario, pero lo importante no es lo que el adversario (aquí tratado como enemigo) dice, sino lo que el Liderísimo quiere hacer creer a los suyos que dice.
Ante la importancia que Podemos ha adquirido en la opinión pública y el crecimiento electoral que pronostican las encuestas, la opinión de Aznar deja traslucir el miedo de la derecha ante lo que puede ser el obstáculo más serio a la “revolución conservadora”, que está en curso en España. 
Porque es lo que está sucediendo. En estos momentos España, bajo la retórica y la urgencia de salir de la crisis económica, está sumida en un proceso de profunda involución social y política, efectuada con la decisión, la rapidez y la radicalidad de un proceso revolucionario, pero a la inversa; el salto es hacia atrás, hacia el pasado, que es donde la derecha española encuentra inspiración.
No hay engañarse, porque, en una situación muy propicia para ello, el Gobierno de Rajoy está aplicando el programa secreto (y completo) que su partido -católico, conservador, autoritario y neoliberal- lleva en el tuétano: que es someter a las clases subalternas a los dictados económicos, políticos y morales de las clases pudientes, contando, claro está, con la bendición de la Curia española y de la canciller alemana.
Se trata de un cambio de régimen; de una silenciosa revolución conservadora acometida sin pregonarla, de un gigantesco salto atrás, propagando que vamos hacia adelante y por el buen camino, aprovechando el desconcierto y la desmoralización de la gente, la profunda crisis de las izquierdas y la falta de articulación de las fuerzas sociales que podrían oponerse. Todo está calculado.
El Partido Popular intenta volver a la añorada España de la IIª Restauración, no a la de Juan Carlos I, en 1975, sino a la de Alfonso XII, en 1875; la que más tarde el regeneracionista Joaquín Costa definiría con dos palabras -oligarquía y caciquismo-, aunque en esta ocasión sea el propio Gobierno de Rajoy el que, con disposición pastoral pero sin compasión alguna, asuma el papel de cirujano de hierro.
Pero, hete aquí, que surgida, para la derecha, de la nada, ha aparecido casi de improviso una fuerza política que puede desbaratar esos planes largo tiempo acariciados, al asumir las necesidades de la legión de damnificados por las política del Partido Popular. Y para Aznar eso supondría un nuevo retraso en el camino hacia el pasado que prometía en la segunda transición.

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